Libros de Luca (32 page)

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Authors: Mikkel Birkegaard

Tags: #Intriga, #Policíaco

Los cuatro se habían reunido en el sótano para la activación de Jon. Ella misma había hecho los preparativos, con velas y todo. Se suponía que debía ser un proceso agradable, como adoptar a un nuevo miembro de la familia, pero algo había salido mal.

Al principio todo ocurrió según lo planeado. Iversen comenzó a leer y Jon rápidamente encontró el ritmo, ayudado por los esfuerzos de Katherina para concentrar su atención en el texto. Paw se había limitado a permanecer sentado con ellos, mirando boquiabierto, con una estúpida sonrisa en su rostro, como si estuviera esperando la oportunidad de molestar al nuevo compañero de clase.

Después de un par de páginas, Iversen le había dirigido una mirada, asintiendo con un movimiento de cabeza. Ella cerró los ojos y se concentró en la lectura de Jon aislándose de todo lo demás. Lentamente reforzó sus intentos de acentuar el texto que él estaba leyendo, y se aseguró de que la atención de él siguiera centrada en el libro. Las imágenes que él creaba se volvían cada vez más ricas y detalladas, hasta que ella lo frenó un poco. Sintió que él trataba de superar este súbito obstáculo; parecía una masa de agua detenida por una presa.

Entonces Katherina abrió los ojos. Iversen había dejado de leer, y otra vez le hizo un gesto con la cabeza. Ella cerró los ojos de nuevo y retiró la barrera que impedía el avance de Jon, como si estuviera descorchando una botella. Al mismo tiempo destacaba lo que él estaba enfatizando, de modo que el resultado fue un explosivo salto hacia delante, lleno de colores y de una rápida sucesión de imágenes. Se había logrado la activación, y ella se sorprendió ante la abundancia de detalles y la profundidad en la interpretación del texto que ofrecía Jon. Las imágenes que él había creado como lector normal se veían como borrosas fotografías en blanco y negro en comparación con éstas, que estaban impregnadas de colores, luminosidad y matices. Daba la sensación de estar mirando una película en una pantalla de cine después de haberla visto en el televisor.

Gradualmente, ella fue reduciendo su propia influencia. Jon ya no tenía problemas para mantener su concentración y ella percibía la forma en que él experimentaba con su nuevo instrumento. Cuando abrió los ojos, Iversen estaba allí sentado con una gran sonrisa en su cara, mientras que Paw estaba tan inmerso en la historia que no prestaba atención a ninguna otra cosa a su alrededor.

—¿Qué te dije? —susurró Iversen, haciéndole un guiño a Katherina.

Ella le devolvió la sonrisa.

Era difícil no quedar atrapado por la técnica de contar cuentos de Jon. Las imágenes y asociaciones que creaba no dejaban de seducir a los oyentes llevándolos a acompañarle en aquel viaje fantástico. Katherina, que había escuchado
Don Quijote
muchas veces, no recordaba haberse sentido nunca tan tentada de introducirse en el relato como en ese momento. Se le había erizado el vello de los brazos y notaba un ligero cosquilleo en el estómago.

Dirigió otra vez su atención al descubrimiento de Jon de sus poderes. Se concentró en los diversos medios que había a disposición de él, y cada vez que lo hacía, se sorprendía yendo más lejos de lo que ella creía posible.

Durante esos avances los fenómenos físicos empezaron a manifestarse. Se apagaron las velas. Las lámparas oscilaron, disminuyendo la intensidad de la luz, los muebles comenzaron a vibrar.

Iversen le pidió a Katherina que hiciera regresar a Jon. Había un cierto nerviosismo en su voz. Jon no se daba cuenta de nada, pero el sudor se deslizaba por su rostro y sus ojos estaban inyectados en sangre. Pero seguía leyendo con una voz fuerte y clara, y todos los esfuerzos de ella para dominarlo resultaron vanos. Las estanterías comenzaron a sacudirse con violencia. Los libros caían de sus estantes, aterrizando en el suelo.

El ruido sacó a Paw de su trance. Se puso de pie para sujetar a Jon, pero antes de que pudiera tocarlo, una chispa azul saltó del codo del abogado y recorrió los dedos extendidos de Paw, que fue arrojado hacia su silla, cayendo hacia atrás. Se puso rápidamente de pie, pero se agarraba el brazo derecho con fuertes gemidos.

Mentalmente, Katherina siguió intentando frenar a Jon, pero las descargas se hacían cada vez más fuertes. Pequeños destellos salían bailando del cuerpo de Jon para saltar hacia los aparatos eléctricos, que extendían sus chispas por la habitación. Mientras Paw e Iversen se concentraban en mantener controladas las chispas y las llamas, los muebles comenzaron a sacudirse con más violencia y a moverse hacia los lados. Una de las vitrinas cayó sobre Iversen y Paw tuvo que acudir en su ayuda.

Katherina trató de seguir el pulso que ella percibía detrás de los estallidos de energía que provenían de Jon. Se sucedían de manera espasmódica, a intervalos regulares, y cuando se produjo la pausa siguiente, ella dirigió todos sus poderes a romper la concentración de Jon. La silla en la que estaba sentada fue empujada a un metro lejos de él, pero la lectura se interrumpió, y Jon levantó los ojos del libro para fijarlos en Katherina. Sus ojos inyectados en sangre estaban llenos de confusión y miedo.

Después de aquello, ella no recordaba nada más.

—¿Katherina? —La voz de Iversen sonaba muy cerca.

Abrió los ojos y miró el rostro preocupado del librero. Sonrió.

—¿Te encuentras bien?

Aparte de cierta pesadez en todo el cuerpo y la sensación de que no había dormido en mucho tiempo, estaba bien. Asintió con la cabeza.

—¿Y Jon? —preguntó.

—¿El maestro de los fuegos artificiales? —intervino Paw, apareciendo por detrás de Iversen de modo que ella pudiera verlo—. Está totalmente perdido. Pero todavía con vida.

Ambos hombres se enderezaron y miraron a su espalda, donde Jon yacía acostado en una cama plegable. Por lo que Katherina podía ver, estaba durmiendo apaciblemente.

—Os arrastramos desde el sótano —explicó Iversen—. Todavía se está aireando. No creo que los interruptores de la luz vuelvan a funcionar otra vez. Están completamente chamuscados.

—¿Cómo ha podido ocurrir semejante cosa? —quiso saber Katherina. Su voz era áspera.

Iversen se encogió de hombros.

—Escapa a mi comprensión —admitió—. Esperábamos que tú pudieras decirnos algo.

—Nada, salvo que ha sido increíblemente fuerte —respondió Katherina—. Más fuerte que cualquier transmisor con el que me haya tropezado antes.

Iversen asintió, pensativo, moviendo la cabeza.

—¿Y el relámpago? —intervino Paw—. ¿No te pareció excesivamente fuerte?

—En efecto, parecía muy potente —reconoció Iversen—. Pero hemos activado áreas latentes de su cerebro. ¿Quién sabe todo lo que hay escondido ahí? —Se dio unos golpecitos con el dedo índice en la sien—. Tal vez alteramos un par de interruptores de más.

—O hicimos saltar un fusible —sugirió Paw, cínicamente.

Los tres permanecieron en silencio mientras intercambiaban miradas de preocupación. Incluso Paw parecía haberse dado cuenta de la gravedad de la situación. Sus ojos habían adquirido un cierto brillo de nerviosismo. Desde la cama plegable les llegaba el sonido de la respiración acompasada de Jon.

Katherina se miró las manos. Ella era la encargada de controlar la sesión. Por supuesto, nadie podía haber pronosticado cómo iban a desarrollarse los acontecimientos, pero tenía que haber detenido a Jon antes para impedir que todo se saliera de su cauce. Tal vez lo había presionado demasiado. Su fascinación por la forma en que se estaban manifestando sus poderes la había hecho vacilar en el momento en que debía haber intervenido. Podría ser que los interruptores eléctricos no fueran lo único que se había fundido. A pesar de que Jon estaba respirando bien, no podían saber si su cerebro se había convertido en un vegetal.

—Tal vez tendríamos que llevarlo a que lo examinen —sugirió Katherina.

—Ya hemos hablado de eso —intervino Iversen con un suspiro—. Pero ¿a quién podemos llamar y qué vamos a decir?

Katherina no tenía respuesta.

—De todas formas —continuó el anciano—, tendremos que comunicarnos con Kortmann.

Katherina dio un respingo. Durante todos los preparativos para la activación y la vuelta de Iversen del hospital, habían olvidado completamente informar a Kortmann sobre su reunión con Tom N0rreskov y lo que éste había dicho de la Organización Sombra. Para colmo, se habían lanzado a una activación en contra de la cual Kortmann les había advertido con toda claridad.

Con una inclinación de cabeza, ella asintió.

—Creo que debemos llamar a Clara también —añadió con firmeza—. Los receptores tienen tanto derecho a saber lo que está ocurriendo como los transmisores.

Al cabo de una hora apareció Clara; era la primera en llegar de aquellos a quienes habían convocado. Jon seguía durmiendo. Katherina había pasado a su lado la mayor parte del tiempo, y aparte de un par de gruñidos y sonidos incomprensibles, parecía tranquilo. Clara los saludó y luego se inclinó sobre Jon como para asegurarse de que estaba efectivamente dormido y no fingía. Se puso en cuclillas junto a la cama y le cogió la muñeca para tomarle el pulso.

—¿Y está así desde la activación? —preguntó de una forma instintiva.

Iversen confirmó que el estado de Jon no había cambiado y luego hizo un resumen de lo que había ocurrido durante la sesión. Cuando Clara oyó lo de los fenómenos físicos, abrió los ojos como platos y soltó la muñeca de Jon, como si se hubiera quemado.

—Muy interesante —dijo, poniéndose de pie.

Sus ojos se encontraron con los de Katherina, como si buscara una respuesta, pero la joven se limitó a sacudir débilmente la cabeza.

En ese instante la puerta de la librería se abrió y entró un hombre más joven. Sin mirarlos, mantuvo la puerta abierta para dejar paso a Kortmann, quien, con cierta dificultad, deslizó su silla de ruedas a través del umbral. Vaciló un momento cuando vio a Clara, pero luego se volvió a su ayudante y le hizo un movimiento de cabeza. El joven se retiró de Libri di Luca, cerrando la puerta cuidadosamente detrás de sí.

—Clara —dijo con voz fuerte—. No esperaba verte aquí. Ha pasado mucho tiempo.

—Lo mismo digo, William —respondió Clara, dirigiéndose hacia el hombre de la silla de ruedas con la mano extendida.

Kortmann hizo una mueca y se la estrechó rápidamente.

—Veo que Iversen está ya levantado y en actividad otra vez.

El librero sonrió y asintió con la cabeza.

—Estoy bien.

Kortmann se acercó a la cama y examinó el rostro de Jon.

—Eso es más de lo que se puede decir de nuestro joven amigo —comentó, dirigiendo su mirada hacia Katherina, que pudo ver cómo se tensaban los músculos de su mandíbula—. ¿Cómo has podido llevar a cabo una activación sin comunicármelo?

Kortmann giró bruscamente la cabeza para mirar a Iversen.

Éste parecía aterrorizado y tuvo que buscar las palabras.

—No creímos que fuera necesario —logró decir, tartamudeando—. Y él insistió en hacerlo lo antes posible.

—¿Y luego qué ocurrió?

Por segunda vez Iversen describió la sesión. Kortmann no reaccionó de manera visible a lo que escuchaba, pero mantuvo los ojos fijos en el anciano.

—Veamos el sótano —ordenó Kortmann—. Tú —dijo, señalando a Paw—, si tu brazo está bien ahora, llévame abajo.

Paw asintió y se concentró en el frágil cuerpo del hombre hasta que logró cogerlo adecuadamente para levantarlo de la silla. Katherina pensó que Paw parecía un ventrílocuo y Kortmann un muñeco bien vestido. Mientras todos bajaban por la escalera de caracol hacia el sótano, ella se quedó con Jon. Era imposible imaginar, viéndolo así, que apenas unas horas antes habían saltado chispas de su cuerpo. Sus ojos se movían detrás de los párpados y su respiración era tranquila. Con cuidado, le puso la mano en la frente. Estaba cálida y ligeramente húmeda.

Al cabo de diez minutos, los otros regresaron. Paw volvió a poner a Kortmann en la silla de ruedas y se secó la frente con el dorso de la mano.

Kortmann se acercó a la cama y observó al inconsciente Jon con renovado interés.

—El joven Campelli es una caja de sorpresas —se dijo a sí mismo—. ¿Alguno de vosotros había visto antes algo semejante? —le preguntó a Clara, que estaba de pie a un lado de la cama.

La mujer sacudió la cabeza.

—Nunca. Jamás ha habido nada parecido a un fenómeno físico, a una descarga de energía o comoquiera que se llame eso.

—De modo que, en realidad, no sabemos a qué nos enfrentamos aquí —señaló Kortmann—. Puede ser una especie de nuevo poder de Lector que todavía no hayamos visto, o podría tratarse de un fenómeno distinto…, un área del cerebro activada de manera accidental y sin relación alguna con nuestros poderes.

Katherina carraspeó.

—Creo que tiene algo que ver con sus poderes.

—¿Puedes explicarte? —preguntó Kortmann, mostrándose molesto.

—Cuando usamos nuestros poderes sobre los transmisores, podemos sentir una especie de pulsación en las acentuaciones o energías que emiten. —Clara asintió con la cabeza—. Y yo percibí que los fenómenos seguían los latidos del corazón de Jon —explicó Katherina—. Es verdad que la frecuencia era irregular, pero los fenómenos ocurrieron y fueron reforzados con cada pulsación…, estoy segura de eso.

—Y esa… pulsación ¿es algo que sólo los transmisores poseen?

El tono de voz de Kortmann era más apacible, pero su mirada tenía una frialdad de acero. Katherina miró a Clara, que le sonreía como una madre orgullosa.

—Sí —respondió la joven—. No tiene nada que ver con el pulso normal. Sólo se produce cuando los transmisores usan sus poderes.

—Así es como nosotros, como receptores, podemos determinar si alguien tiene poderes de transmisor y si los está usando o no —añadió Clara.

Kortmann hizo rodar su silla de ruedas apartándose un poco de la cama de Jon.

—Entonces eso quiere decir que no es peligroso mientras no esté leyendo. ¿No es así?

—Ésa parece ser la conclusión —dijo Clara.

Kortmann lanzó una mirada a las estanterías colocadas a su alrededor.

—Pero cuando lee… —dijo con lentitud, como si estuviera resolviendo un problema matemático—. Debemos suponer que no lo hace de manera deliberada. ¿Puede controlar de alguna manera estas descargas de energía?

Kortmann fijó su mirada en Iversen, que estaba apoyado contra el mostrador.

—Hasta donde he podido precisar, no tenía ni idea de lo que estaba ocurriendo a su alrededor —respondió Iversen.

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