Se le ocurrió pensar que las imágenes que estaba creando no eran realmente suyas. Seguramente Luca se las había transmitido a través de sus lecturas. Si había sido un Lector tan hábil como todos aseguraban, era lógico que le hubiera transferido a su hijo la mejor experiencia posible. Luca no podía haber previsto que aquello iba a salvar un día la vida de su hijo; sin embargo, Jon no creyó que fuera fortuito. ¿Por qué iba él a terminar con ese libro especial entre las manos precisamente cuando más lo necesitaba? Las probabilidades de que eso ocurriera tenían que ser astronómicas.
Jon echó otra mirada a la escena. Todo estaba en su lugar preciso y el cuento seguía como debía. Le resultaba alentador saber que aquello era obra de Luca. Las imágenes eran tan claras y puras como si su padre le hubiera leído el cuento el día anterior. Cuando Jon aprendió a leer, había devorado
Pinocho
muchas veces, pero seguía prefiriendo que Luca se lo leyera en voz alta. Incluso cuando Jon empezó a interesarse en historias con más acción, siempre quería escuchar
Pinocho
a la hora de acostarse. Le encantaba quedarse dormido con el sonido de la voz de Luca.
Casi podía oírla en ese momento.
Después de arrojarle el libro a Jon, Katherina se preparó para ayudarle tan pronto diera comienzo a su lectura. Estaba lista en el instante en que Jon cogió el libro, pero cuando vio que él se detenía tras echarle un primer vistazo, se puso nerviosa. —¿Qué libro me diste?
Muhammed se encogió de hombros.
—No tengo ni idea. Fue el primero que encontré.
El pelirrojo había agarrado a Jon.
—Tenemos que bajar —dijo Katherina.
Muhammed comenzó a correr, pero ella se detuvo de repente.
Jon había empezado a leer.
—Allá voy —gritó, y luego se concentró en la lectura de Jon. Éste reunía toda la energía que le quedaba en moverse por el texto, tratando de mantener fuera cualquier impresión que pudiera distraerle, fijando su atención sólo en el relato. Lentamente él encontró el ritmo. Después de los primeros párrafos, el pelirrojo empezó a gritar. Seguía agarrando con fuerza el cuello de la túnica de Jon y no la soltaba, aunque su cuerpo se sacudía violentamente. Súbitamente se produjo una fuerte explosión y el hombre salió despedido con gran fuerza. Voló hacia atrás hasta que su cuerpo chocó contra una columna de piedra, luego resbaló hasta el suelo.
No volvió a levantarse.
Katherina bajó deslizándose con la espalda contra la barandilla. Cerró los ojos y se concentró en recibir. Las imágenes que emanaban de Jon aparecían como cuadros apacibles, amables, imágenes que ella se daba cuenta de que podía reconocer.
La energía en la sala empezó a cambiar. Lo que se había percibido como un veloz torrente disminuyó en ese momento en intensidad y velocidad hasta que finalmente se detuvo por completo. En lugar de moverse en una dirección, comenzó a palpitar regularmente, como gigantescas inhalaciones y exhalaciones. La energía los envolvía de una manera totalmente diferente: se podía notar más cerca y traía con ella una tibieza y una paz muy distinta al estado de ánimo frenético e insistente que había reinado hasta ese instante. Toda la energía acumulada en la biblioteca estaba dirigida hacia una cadencia específica, una cadencia determinada por Jon.
Katherina percibió que ponerse de pie no era peligroso. Jon estaba todavía tendido en el mismo lugar, leyendo
Pinocho
tranquilamente en el suelo.
Sobre el podio había cinco personas que todavía seguían leyendo. La expresión en la cara de Remer era tensa, se le veían claramente las venas en las sienes y una brillante película de sudor le cubría la frente. Katherina podía darse cuenta por lo que estaba recibiendo que tenían que hacer mucho esfuerzo para mantener la concentración. Seguramente habían notado el cambio en la energía y se estaban resistiendo con sus últimas fuerzas.
Katherina salió corriendo hacia el pasillo y luego escaleras abajo. Tenían que aprovechar la oportunidad de escapar mientras Remer estuviera atento a lo suyo. En el piso de abajo prácticamente chocó contra Muhammed, que estaba allí como paralizado, mirando la escena que tenía ante sus ojos.
—¿Qué diablos debemos hacer? —quiso saber.
Katherina dirigió una mirada hacia Remer. Sus rasgos faciales habían cambiado. Su expresión era atormentada y el resto de su cuerpo había empezado a estremecerse.
—Jon es el único que puede poner fin a esto —respondió Katherina.
Corrió hacia donde estaba él. No parecía encontrarse allí, estaba tendido tranquilamente en el suelo con sus ojos en el libro. Ella orientó su lectura, tomó el ritmo y le dio la señal de detenerse. El pulso de la energía dio un salto adicional, luego unos pocos latidos irregulares antes de detenerse finalmente. La expresión de Jon cambió al volverse hacia Katherina. Sonrió, pero entonces pareció recordar dónde estaba. Su sonrisa se congeló cuando vio el podio.
El cuerpo de Remer estaba en ese momento temblando más que antes. La energía ya no estaba controlada y había perdido su concentración de modo que golpeaba en todas direcciones. Katherina intuía que Remer luchaba obstinadamente para recuperar el control. Era una batalla imposible. Había demasiadas oleadas opuestas de energía y no quedaban receptores para ayudarlo, pero él se negaba a rendirse. Un par de chispas lo envolvieron por un momento; comenzó a salirle sangre de las orejas, chorreando por el cuello hasta llegar a la túnica, que poco a poco se fue tiñendo de rojo. Seguía leyendo con los dientes apretados. Su rostro estaba ya desprovisto de todo color, había adquirido un blanco fantasmal que contrastaba con la sangre, y hacía muecas de dolor. Por su nariz empezó a salir mucha sangre que empapó la túnica blanca.
Incluso desde esa distancia podían oír que un ruido sibilante se había deslizado en su lectura. Se produjo una enorme explosión y Katherina quedó cegada por el destello. El silencio cubrió la biblioteca. El ruido de las chispas que se encendían se había detenido; ya no había ninguna lectura. Los cuerpos de los cinco Lectores restantes se mantuvieron erguidos durante un instante hasta que cedieron a la gravedad y cayeron al suelo.
A Jon le dolía todo y se sentía increíblemente cansado. Cuando trató de moverse, el agudo dolor en el pie hizo que lanzara un quejido. Katherina estaba sentada a su lado, mirándolo a los ojos. Ella pasaba de la risa al llanto y del llanto a la risa. Tenía la cara cubierta de polvo y sus mejillas estaban surcadas de lágrimas.
—¿Estás bien? —preguntó él con esfuerzo.
Katherina asintió y le dio un beso en la frente. Él levantó una mano para secarle una lágrima. Los ojos verdes de ella se llenaron de más lágrimas todavía. Él apoyó la cabeza en su cuello y la abrazó estrechándola con fuerza.
Jon advirtió entonces la presencia de Muhammed, que estaba a un par de metros de distancia. Recorría el lugar con la mirada y de vez en cuando sacudía la cabeza y farfullaba algo incomprensible.
—¿Qué diablos estás haciendo aquí? —preguntó Jon—. ¿Estás de vacaciones?
Muhammed se rió y se acercó a ellos.
—Algo parecido. Pensé que éste podría ser un buen sitio para pedir prestado un libro para llevarse a la playa. Katherina y Jon no pudieron evitar reírse.
Jon carraspeó. Le dolía todo el cuerpo. Con ayuda de Katherina consiguió sentarse.
—Creo que me he roto el pie —afirmó.
—Hummm… Eso parece, jefe —confirmó Muhammed—. Vamos a tener que cargar contigo.
Katherina asintió, secándose las lágrimas de la cara.
—¿Y Henning? —preguntó Jon.
Muhammed sacudió la cabeza.
—No consiguió resistir.
La furia le dio a Jon la fuerza necesaria para ponerse de pie, con la ayuda de sus compañeros.
—Veamos cómo podemos salir de este lugar —dijo—. Aquí ya no tenemos nada que hacer.
Muhammed y Katherina cogieron a Jon cada uno por un brazo, y juntos abandonaron la Bibliotheca Alexandrina en silencio.
Jon tenía una extraña sensación al estar volviendo a casa sin tener el menor recuerdo de haber salido. Había estado inconsciente en el vuelo a Egipto, y le pareció que su sentido de la orientación había quedado trastocado. Como si hubiera salido de Dinamarca sin hacerlo.
Los acontecimientos sucedidos en la biblioteca tampoco habían sido digeridos por completo, y a medida que pasaban los días todo le resultaba más irreal. Recordaba lo ocurrido, pero era como si le hubiera sucedido a otra persona. Katherina le había relatado los hechos que no había presenciado, y le resultaban igualmente increíbles. Una profunda sensación de gratitud lo envolvía cada vez que pensaba en todo lo que habían tenido que pasar para acudir en su ayuda. No podía evitar pensar en que las cosas podían haber salido muy mal, y en lo afortunados que habían sido. Esto no incluía a Henning, por supuesto, y Jon se daba cuenta de que le debía la vida a aquel hombre. Eso hacía que fuera todavía más doloroso tener que dejar su cuerpo en la biblioteca, en Alejandría, pero no paraban de repetirse que no habían tenido otra opción.
Según los periódicos, un rayo había caído en la biblioteca produciendo un pequeño incendio, pero no se mencionaba que hubiera muertos o heridos. Era evidente que la Organización Sombra contaba todavía con miembros en la ciudad que podían controlar lo que salía a la luz pública. Ni siquiera Nessim, el recepcionista, que tenía muchos contactos, pudo descubrir algo más.
Katherina, Muhammed y Jon se mantuvieron ocultos durante un par de días y luego decidieron que ya se había derramado demasiada sangre. La Organización Sombra había recibido un golpe mortal. Sólo los más fuertes habían podido entrar en el espacio de la narración, y habían perdido la vida. La única esperanza que les quedaba era que aquel desgraciado asunto hubiera puesto freno a la Organización.
No servía de nada permanecer en Alejandría, así que Jon y Katherina reservaron billetes en el siguiente vuelo de regreso a casa. Muhammed estaba disfrutando de su estancia en Egipto y había decidido quedarse un par de semanas más. Se había hecho muy amigo de Nessim, y dado que su trabajo sólo requería un ordenador con acceso a internet, podía hacerlo desde cualquier parte. Además, no tenía ninguna prisa por volver al clima otoñal de Norrebro y a su destrozado apartamento.
Un médico que Nessim les había recomendado revisó el pie de Jon y resultó que sólo se había torcido el tobillo, pero no podría apoyarlo durante algún tiempo, por lo que tuvo que utilizar una muleta. Eso dificultó su subida al avión, pero fue un inconveniente que se compensó al ver que les habían designado dos asientos más amplios para estirar las piernas.
Jon examinó a los otros pasajeros. Aparte de un par de hombres de negocios con ordenadores portátiles ansiosos por conectarlos, la mayoría de las personas parecían turistas que regresaban de las vacaciones. Jon estaba segurísimo de que el recuerdo de esas vacaciones no podría compararse con el suyo.
Aparte de hablar de los hechos concretos, Jon y Katherina no habían pasado mucho tiempo comentando el significado de lo que había ocurrido en la biblioteca. Todavía estaba todo demasiado fresco en sus mentes, y a Jon le resultaba difícil expresar con palabras sus experiencias. La sensación de que Luca lo estaba protegiendo había sido tan fuerte que primero tenía que asimilar lo que había ocurrido. Pero había algo de lo que sí estaba seguro: nunca podría volver a ser abogado.
De modo que no era su trabajo lo que le hacía echar de menos su hogar. Era la necesidad de escuchar las campanillas de la puerta de Libri di Luca otra vez, el deseo de respirar el olor del pergamino y el cuero, una necesidad casi física de tocar los libros en las estanterías. Al mismo tiempo, tenía la sensación de que lo esperaban, de que iba a ser recibido con un gesto de reconocimiento por parte de Luca, que estaría sentado en la silla de cuero con un libro en el regazo; que una sonrisa afectuosa de su madre, en el pasadizo de la parte superior, con los codos apoyados en la barandilla, le iba a dar la bienvenida; que iba a ser silenciosamente aceptado por su abuelo Armando, que estaría allí de espaldas, colocando los libros en los estantes correctos. Toda la familia Campelli estaba allí, presente en el polvo de los anaqueles, en las sombras de las vitrinas y en el aire que sólo circulaba perezosamente siempre que la puerta principal se abría.
Pero más que cualquier otra cosa, quería ver a Katherina otra vez en Libri di Luca. Es más, ya no podía imaginar la librería sin ella…, en el lugar donde la había visto por primera vez, flotando entre palabras y letras que ella nunca podría comprender, pero a cuya esencia era tan fiel.
Jon miró de soslayo a Katherina, que estaba sentada junto a él con la cabeza apoyada en su hombro. Tenía los ojos cerrados y la cara casi totalmente tapada por su pelo rojo, que se había soltado apenas se sentaron. Cogió la revista de la compañía aérea en el bolsillo que tenía delante. Katherina no reaccionó y ante todos los demás parecía estar durmiendo. Pero Jon pudo percibir con claridad el estado de alerta de ella tan pronto empezó a leer.
Era una sensación agradable.
Ya no tenía por qué sentirse solo.
[1]
Ekstrabladet es el nombre de uno de los más populares periódicos daneses.
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[2]
En español en el original.
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[3]
En el original, perker, modo despectivo de los daneses para referirse a los persas, aunque incluyen en este grupo a la mayoría dé los extranjeros extracomunitarios, en particular a los inmigrantes de origen musulmán.
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