Libros de Luca (39 page)

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Authors: Mikkel Birkegaard

Tags: #Intriga, #Policíaco

—No es precisamente un whisky de buena calidad el que sirven aquí —comentó, dejando el vaso sobre la mesa—. Prefiero el de malta sola, no estas mezclas.

—Entonces debería probar la especialidad de la casa —sugirió Jon, levantando su cerveza para tomar un trago.

Remer sonrió fugazmente.

—Tengo entendido que usted insiste en convertirse en librero después de todo —dijo con un tono de voz que sonaba como si la conversación ya le aburriera.

—Se podría decir que me dieron un empujón en esa dirección —respondió Jon—. Pero parece que tengo un don para eso. Mi talento en esa área ha resultado ser muy sorprendente.

Remer asintió, observándole detenidamente.

—Eso me han contado —dijo—. Tal vez un hombre con esa clase de talento no debería limitarse a una librería.

Jon trató de disimular su sorpresa lo mejor que pudo. ¿Cómo podía Remer saber ya que Jon había sido activado y cuáles habían sido los resultados? ¿Estaba fanfarroneando?

Una sonrisita de superioridad apareció en la cara de Remer.

—Ese tipo de habilidad podría ser mucho mejor aprovechada en un contexto más amplio.

—No hay una cadena de tiendas? —quiso saber Jon.

—Por ejemplo, sí —aceptó Remer, tomando un sorbo del whisky que tragó con los labios apretados—. Un hombre con semejantes dotes podría ser útil en muchas situaciones diferentes.

—No hay consultor?

—Para resolver problemas.

—Sería caro —dijo Jon.

—Todo es relativo. Si es digno de lo que cuesta, no es caro. Pero sería necesario, por supuesto, que demostrara lo hábil que es realmente.

—¿Una prueba?

—O un examen —sugirió Remer—. Y da la casualidad de que tengo acceso a instalaciones que pueden medir este tipo de capacidad.

—No sabía que estas habilidades podían ser medidas —manifestó Jon.

El empresario esbozó una sonrisa cómplice.

—Oh, sí, efectivamente. Si alguien tiene la voluntad y la curiosidad para conseguir los mejores resultados, tiene que ocuparse del asunto de manera científica. Tal como hacen los atletas serios de hoy. Los deportes de élite no son para personas con ideas románticas acerca de la naturaleza, como comer comida saludable y una buena noche de sueño. Eso implica la optimización y la utilización total del potencial de un individuo, y un poco más.

—Y algunas personas nacen con mayor potencial que otras.

—Precisamente —convino Remer con firmeza, golpeando con un dedo en la mesa—. Y esos pocos tienen la obligación de utilizar todo su potencial en lugar de desperdiciarlo en tonterías y trivialidades de aficionado.

—No hay promover una buena experiencia de lectura?

—Por ejemplo, sí. La literatura ha adquirido un brillo demasiado romántico en estos tiempos. La lectura se ha convertido en una especie de distinguido pasatiempo para intelectuales. Pero, a decir verdad, no es nada más que un medio de distribuir información, o incluso una forma de espectáculo, pero, ante todo y sobre todo, es transmisión de conocimientos, actitudes y opiniones.

—Eso me parece un poco cínico —replicó Jon—. Hay mucha gente que disfruta de la lectura.

—También hay muchos que hacen deporte por placer —reconoció Remer—, pero nunca serán más que aficionados. Si uno quiere ser un profesional, ha de tener una actitud profesional con respecto a las herramientas de que dispone.

Ambos bebieron un trago de sus respectivas bebidas.

—¿Y bien, Jon? —comenzó el empresario, después de una breve pausa—. ¿Usted quiere ser un aficionado o un profesional?

Jon examinó las burbujas que subían a la superficie en su vaso. Alguna vez había oído decir que la cerveza hacía más espuma en un vaso sucio que en uno limpio. Eso no era bueno para la reputación del bar, pero supuso que a los clientes sentados a la barra, los clientes profesionales, semejante descubrimiento no iba a impresionarlos. La conversación había adquirido un tono diferente a lo que esperaba. No había contado con que él iba a ser el objeto de la negociación y no Libri di Luca. Eso significaba, por supuesto, que no corría ningún peligro inminente, pero también podía cambiar rápidamente si él no se unía a ellos.

—No tiene que darme una respuesta ahora —aseguró Remer—. Piénselo cuando pueda pasar un tiempo a solas. —Su mirada pasó de la cara a la chaqueta de Jon, en cuyo bolsillo interior estaba el teléfono móvil—. Pero usted debe saber que tenemos respuestas a muchas de sus preguntas, y disponemos de instalaciones que podrían ayudarlo a utilizar su potencial al máximo. Con nosotros usted encontrará las explicaciones y la oportunidad de usar sus poderes en algo importante.

Jon hizo un gesto de asentimiento con la cabeza.

—Tengo que pensarlo un poco más —dijo.

—Por supuesto. Pero no espere demasiado. Podemos perder la paciencia. —Remer bebió de un trago el resto de su whisky y se puso de pie—. ¿Digamos tres días?

—Está bien, tendrá noticias mías dentro de tres días.

—Excelente. Hablaremos pronto, Jon.

No esperó una respuesta, sino que se encaminó directamente a la puerta y salió de El Vaso Limpio sin mirar atrás.

Jon se levantó el cuello de su chaqueta e inclinó la cabeza.

—Ya está fuera —dijo al micrófono.

—Podemos verlo —confirmó la voz de Katherina en el otro extremo. De fondo se oía el ruido del motor de un coche—. Llamaremos cuando sepamos adonde va.

Jon cortó la comunicación y puso el móvil sobre la mesa delante de él. Aunque no era suyo, se sintió reconfortado al poder ser de nuevo un miembro de la sociedad de las comunicaciones. Habría sido difícil llevar a cabo su pequeña misión de vigilancia sin teléfonos móviles. En ese momento Katherina y Henning iban detrás de Remer, y podrían mantenerlo informado en el bar o notificar a los otros vehículos que se hicieran cargo de la persecución. De modo que no habían podido evitar jugar a los detectives aficionados, después de todo, para gran consternación de Henning. Pero había sido la mejor solución de todas las sugeridas la noche anterior. Por lo menos no iban a quedarse esperando a que Remer apareciera en veinte lugares diferentes por toda Dinamarca.

Participaban cuatro vehículos, cada uno con dos personas, una de las cuales era un transmisor, la otra un receptor. Era una buena manera de romper el hielo, en opinión de Iversen, y además, podría resultar útil tener ambos tipos de poderes en el lugar cuando el empresario llegara a su destino. Jon esperó que hubieran pensado en todo, pero seguían siendo aficionados.

De todos modos, estaba seguro de que Remer y sus asociados tenían mucha más experiencia en este campo…, lo que marcaba la diferencia entre aficionados y profesionales, como su antiguo cliente acababa de mencionar. La única ventaja que tenían era que Remer podría subestimarlos.

Le dio otro sorbo a su cerveza. Un mes antes habría considerado seriamente el tipo de propuesta que Remer acababa de hacerle. Ser un consultor de uno de los hombres de negocios más ricos del país era tentador. Como prometedor abogado en ascenso, no habría vacilado en cambiar de trabajo si con ello su carrera salía beneficiada. Era una cuestión de aprender del mejor y explotar todas las oportunidades disponibles. En ocasiones, eso significaba recurrir a métodos que algunos podrían encontrar moralmente cuestionables. No todos los abogados se permitían aprovecharse de los errores de procedimiento cometidos por sus adversarios, aunque con ello pudieran ganar el caso o llegar a un rápido acuerdo. Pero Jon sabía que eso no era todo lo que Remer le había pedido.

Hizo una mueca. Intuía que ya no era la misma persona y, por el momento, no podía imaginar que alguna vez pudiera regresar a su antigua vida.

El móvil de la mesa sonó. Varios clientes apostados en la barra lo miraron con el ceño fruncido en señal de fastidio. Se apresuró a responder a la llamada.

—Soy Katherina —escuchó—. Estamos en el distrito de Osterbro, cerca de las embajadas… —Por un momento su voz fue ahogada por el ruido del tráfico—. Pero parece que se acerca a su destino, sea donde sea.

—Está bien —dijo Jon—. ¿Crees que se ha dado cuenta de algo?

—Lo hemos hecho lo mejor que hemos podido —respondió Katherina—. Lo hemos mantenido a cierta distancia y hemos cambiado un par de veces de vehículo.

—Bien —replicó Jon—. Vuelvo ahora mismo a la librería. Volved a llamarme cuando se detenga.

—A propósito —continuó Katherina antes de que Jon colgara—, ¿sabes qué clase de coche conduce?

Jon le dijo que no.

—Un Land Rover.

Cuando Jon llegó a Libri di Luca, Paw lo estaba esperando en la puerta. Tenía las manos metidas en los bolsillos y los hombros encogidos casi a la altura de las orejas. Al acercarse Jon, el joven movió inquieto los pies.

—Hola, jefe —saludó, sonriendo con cierta incomodidad.

—Hola, Paw —respondió Jon en un tono neutro.

Quisiese lo que quisiese el chico, Jon no tenía la menor intención de ponérselo fácil.

—Has cerrado más temprano hoy, ¿no? —comentó Paw riéndose—. ¿Qué está ocurriendo? ¿Te has sacado de la manga un nuevo día de fiesta o algo así?

—Iversen está fuera —respondió Jon lacónicamente, moviendo la cabeza hacia el cartel del escaparate que decía que la tienda estaba cerrada.

—¿Cuándo va a volver? —quiso saber Paw.

Era obvio que no había contado con encontrarse a Jon. Iversen estaba siguiendo a Remer en algún lugar de la ciudad, y él no podía responder las preguntas de Paw, aunque hubiera querido hacerlo.

—¿Qué puedo hacer por ti? —le preguntó con brusquedad.

Paw parpadeó e hizo un movimiento con la cabeza hacia la puerta.

—¿Podemos entrar?

Jon asintió y abrió la puerta de la librería, haciendo pasar primero a Paw. Lo siguió y cerró la puerta detrás de ellos, sin dar la vuelta al cartel de «Abierto».

—¿Sabe Kortmann que estás aquí?

Paw sacudió la cabeza.

—Es un psicópata. De lo único que habla es de cómo los receptores lo han arruinado todo. Poniendo a todo el mundo de su lado y cosas por el estilo.

—Me pareció entender que compartías esa opinión —dijo Jon, tratando de mirar a Paw a los ojos.

—Todavía no creo en esa historia de la Organización Sombra. Pero Kortmann es demasiado extremista. Nos trata como si fuéramos su ejército privado, dando toda clase de órdenes a su antojo.

—¿Y los otros?

—Supongo que lo siguen a él, pero creo que se quedan, sobre todo, porque no quieren hacerle enfadar, y no tanto porque estén de acuerdo con él.

—¿Y qué puedo hacer por ti? —repitió Jon.

Paw bajó la mirada para concentrarla en sus zapatos.

—Me gustaría volver —dijo en voz baja—. Prefiero estar con vosotros.

Jon lo examinó con atención. Parecía hablar en serio. Tal vez habían sido demasiado duros con él. La paranoia se había apoderado de ellos y veían espías por todos lados, no sólo de la Organización Sombra, sino también de la gente que estaba a las órdenes de Kortmann.

—¿Qué tengo que hacer? —preguntó Paw—. ¿Necesito ponerme a rogar?

En ese momento sonó un teléfono móvil. Se miraron uno al otro, llenos de reproches, hasta que Jon recordó que el poco familiar tono de llamada provenía del móvil de Henning en su bolsillo interior.

—Un segundo —dijo Jon, apartándose del joven.

Con la espalda hacia él, respondió la llamada.

Era Katherina.

—Remer se detuvo en Osterbro —informó ella—. Delante de lo que parece ser una escuela privada en la zona de las embajadas.

Jon se volvió para poder tener vigilado a Paw mientras hablaba.

—¿Cuánto tiempo ha estado ahí? —preguntó.

El joven hizo todo lo posible para dar la impresión de que no estaba escuchando, pero sus miradas fugaces en dirección a Jon lo delataban.

—Desde la última vez que hablamos. Casi media hora —respondió Katherina—. Henning está recorriendo el vecindario. Quiere ver si hay alguna entrada al edificio en las otras calles.

—¿Pudiste enterarte de algo?

—De poco —dijo Katherina—. Parece que… Espera un minuto, se acerca un coche.

Jon escuchó la respiración de Katherina y no pudo evitar contener la suya.

—Un Polo blanco —susurró Katherina—. Un hombre se está bajando. Tiene unos treinta años, alto, pelo negro, con traje. Está echando una buena mirada alrededor. —Su respiración se detuvo—. Lo he visto antes en algún sitio.

—¿Dónde?

—Oh, no. Ahora lo recuerdo. Es el chófer de Kortmann.

Capítulo
27

Katherina estaba acurrucada en el asiento del acompañante de modo que apenas podía ver por encima del salpicadero. El Polo en el que había llegado el chófer de Kortmann estaba aparcado cincuenta metros más adelante de la calle. Aunque hacía cinco minutos que él había desaparecido detrás de las puertas del edificio en el que Remer también había entrado, ella no había cambiado de posición y su corazón seguía latiendo con fuerza. Todavía podía notar la mirada del hombre recorriendo las inmediaciones como si fuera una cámara de vigilancia tratando de registrar cualquier cosa sospechosa. ¿Habría descubierto el coche en el que ella se encontraba agazapada?

De pronto, la puerta del lado del conductor se abrió, provocando que Katherina soltara un pequeño chillido de alarma.

—Eh, ¿qué pasa? —reaccionó Henning, dejándose caer en el asiento junto a ella—. No quería asustarte.

Katherina sacudió la cabeza, incapaz de pronunciar una palabra.

Henning cerró la puerta con un golpe y la miró con creciente asombro.

—Estás muy asustada. ¿Ha ocurrido algo?

Ella asintió moviendo la cabeza, lo que hizo que Henning dirigiera su mirada al parabrisas.

—¿Ha salido? ¿Se ha ido? No, su coche está todavía allí.

—El chófer de Kortmann acaba de llegar —informó finalmente Katherina, después de recobrar el aliento—. En ese Polo blanco. Ha entrado en la escuela.

—¿Estás segura? —preguntó Henning, dirigiéndole una inquisitiva mirada—. Eso quiere decir… —Se detuvo a mitad de la frase—. Bien, ¿qué diablos significa eso?

—Que Kortmann ha enviado a su chico de los recados con un mensaje para Remer —explicó Katherina, incorporándose.

Lamentaba haber reaccionado de la manera en que lo hizo, y cruzó los brazos para que Henning no viera que todavía le temblaban un poco las manos.

Henning hizo un gesto afirmativo.

—Creo que tienes razón. Si realmente era su chófer, no cabe ninguna duda de que Kortmann está involucrado. —Agarró el volante con ambas manos y miró hacia fuera—. ¿Y estás completamente segura de ello? —repitió.

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