Los Cinco se escapan (16 page)

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Authors: Enid Blyton

Tags: #Aventuras, Infantil y juvenil

Pero Ana estaba apaciblemente dormida en su cama, lo mismo que Dick. Edgar seguía roncando y
Tim
vigilándole con los ojos verdes muy abiertos.

—Es fantástico —dijo Julián, todavía sobrecogido—. Es una cosa terriblemente extraña. ¿Quién ha gritado de esa manera? No puede haber sido Ana, porque si lo hubiera hecho habría despertado a los otros.

—Bien. ¿Quién ha gritado, entonces? —preguntó
Jorge
sintiéndose algo asustada—. ¿No parece algo sobrenatural, Julián? No me gusta. Era alguien que estaba horrorizado por algo. Pero ¿quién podrá ser?

Despertaron a Dick y a Ana y les contaron lo del extraño grito. Ana estaba sobrecogida. Dick quedó muy interesado al enterarse de que dos botes se habían dirigido al barco naufragado, y que los Stick habían regresado con un alijo o algo parecido y lo habían guardado en los sótanos.

—¡Tenemos que arreglárnoslas para sacarlo de allí! —dijo, muy animado—. Nos divertiremos de lo lindo.

—¿Por qué pensasteis que era yo la que gritaba? —preguntó Ana—. ¿Es que parecía el grito de una niña?

—Sí. Sonó como los gritos que tú das cuando te damos un susto de repente —dijo Julián—. Era el grito de una niña, no de un muchacho.

—Es extraño —dijo Ana. Se metió otra vez en la cama; y
Jorge
lo hizo a su lado.

—Oh, Ana —dijo
Jorge,
disgustada—, has llenado la cama de muñecas y ese oso de felpa está también aquí. ¡Realmente, eres una criatura!

—No, no lo soy —dijo Ana—. Las muñecas y el oso de felpa sí que son criaturas que están asustadas y se sienten muy solas porque no están con su amita. Por eso las he metido en la cama. Estoy segura que a la niña le gustará.

—¡La niña! —dijo Julián despacio—. Nos ha parecido oír esta noche el grito de una niña, y muñecas. ¿Qué relación puede tener todo esto?

Hubo un silencio. Luego Ana habló excitadamente.

—¡Ya sé! ¡Las cosas de contrabando son una niña! Ellos han raptado a una niña y ésas son sus muñecas, que han robado junto con los vestidos para que ella se entretenga jugando y pueda también vestirse cuando haga falta. La niña está aquí, en la isla, y vosotros oísteis su grito de horror cuando los Stick la metían en los sótanos.

—Bien, creo que Ana ha dado en el clavo —dijo Julián—. ¡Inteligente que es! Pienso que tienes razón. No son contrabandistas los que están usando la isla, ¡son secuestradores!

—¿Qué son secuestradores? —preguntó Ana.

—Gente que raptan niños o personas mayores y las ocultan en cualquier sitio hasta que una gran cantidad de dinero es pagada por ellos —explicó Julián—. Esa cantidad se llama rescate. Hasta que el rescate es pagado, el prisionero permanece en poder de los secuestradores.

—Bien, eso es lo que ha ocurrido aquí entonces —dijo Dick—. ¡Apuesto a que eso es! Se ve que han raptado a una niña rica y la han llevado al barco naufragado para que la recojan los Stick. ¡Malvada gente!

—Y oímos el grito de la niñita justo cuando la metían en los sótanos —dijo
Jorge
—. Julián, tenemos que rescatarla.

—Sí desde luego. No tenemos miedo. La rescataremos.

Edgar se despertó y se unió a la conversación de pronto.

—¿De qué estáis hablando? —dijo—. ¿Rescatar a quién?

—Nada que te interese —dijo Julián.

Jorge
lo zarandeó y le susurró:

—Lo que esperamos nosotros es que la madre del querido Edgar esté tan trastornada por la pérdida de su hijito como la madre de la niña —dijo.

—Mañana encontraremos a la niña y la rescataremos —dijo Julián—. Supongo que los Stick la tendrán bien vigilada, pero ya veréis cómo encontraremos la manera.

—Estoy cansada ahora —dijo
Jorge
echándose en la cama—. Vamos a dormir. Si nos acostamos temprano, nos despertaremos descansados y frescos. Oh, Ana, pon esas muñecas en su sitio. No voy a dormir con tres de ellas.

Ana cogió las muñecas y el oso y los sacó de la cama.

—No os preocupéis —oyó
Jorge
que decía—. Yo cuidaré de vosotros hasta que volváis con vuestra amita. Dormid tranquilos.

Pronto estuvieron todos dormidos. Todos menos
Tim.
que tenía siempre un ojo abierto. No había necesidad de poner a nadie de guardia si estaba con ellos
Tim.
Era el mejor guardián que podía haber.

Capítulo XX

¡UN RESCATE Y UN NUEVO PRISIONERO!

Al día siguiente Julián se despertó temprano y subió por la cuerda para observar desde encima de la cueva si los Stick andaban cerca. Los vio saliendo de los sótanos. La señora Stick aparecía pálida y contrariada.

—Tenemos que encontrar a nuestro Edgar —empezó a decir a su marido—. Te digo que tenemos que encontrarlo. No está abajo en los sótanos. Eso lo sé bien. Nos hemos quedado roncos llamándolo ahí abajo.

—Y tampoco está en la isla —dijo el señor Stick—. La hemos registrado toda ayer. Yo creo que quienesquiera que sean los que nos han quitado las cosas son los mismos que han cogido a Edgar. Eso es lo que yo pienso.

—Bien. Deben de habérselo llevado a tierra firme entonces —dijo la señora Stick—. Será mejor que cojamos nuestro bote y regresemos a tierra firme y hagamos unas cuantas preguntas. Lo que yo quiero saber es quién ha sido el que se ha interferido en nuestros planes y nos ha cogido las cosas. Estoy perpleja.

—¿Crees que debemos marcharnos ahora? —dijo el señor Stick, dubitativo—. Suponte que los que han estado aquí ayer continúan todavía en la isla. Podrían meterse en los sótanos.

—No están aquí ya. Usa tu sentido común si es que tienes alguno —dijo la señora Stick—. Si no se hubieran marchado, tarde o temprano habríamos oído los gritos de Edgar. Te digo que lo han cogido y se han marchado con él y con todas las cosas. Esto no me gusta nada.

—¡Está bien! ¡Está bien! —dijo el señor Stick con tono de fastidio—. Ese chico es siempre una incomodidad para nosotros, siempre se mete en líos.

—¿Cómo puedes hablar del pobre Edgar así? —gritó la señora Stick—. ¡Imagínate al pobre chico prisionero de extraños! Sin saber a dónde lo llevarán; debe de estar muy asustado al no estar yo con él.

Julián se sintió disgustado. Ahí estaba la señora Stick hablando en ese tono de "Cara Sucia", y mientras, tenía una niñita encerrada en los sótanos, ¡mucho más pequeña que Edgar! Qué bestia era.

—Y ¿qué hacemos con
Tinker?
—preguntó el señor Stick con tono huraño—. ¿No será mejor que lo dejemos aquí para que haga guardia a la entrada de los sótanos? Me refiero en caso de que te hayas equivocado y haya alguien todavía en la isla.

—Oh, dejaremos aquí a
Tinker
—dijo la señora Stick sentándose en el bote. Julián los vio embarcar, dejando al perro en la isla.
Tinker
los miró correteando de un lado para otro, con el rabo entre las piernas. Entonces se volvió y corrió hasta el patio del castillo y se sentó tristemente al sol. Se sentía muy desgraciado. Tenía las orejas enderezadas y miraba asustado de un sitio para otro. No le gustaba aquella extraña isla ni los inesperados ruidos que se producían de vez en cuando.

Julián volvió a meterse en la cueva, deslizándose por la cuerda, cosa que asustó en gran manera a Edgar.

—Salgamos y os contaré mis planes —dijo a los otros—. No quiero que Edgar se entere.

Salieron de la cueva. Ana había preparado el desayuno mientras Julián estaba fuera y el agua de la hornilla hervía alegremente.

—¡Oíd! —dijo Julián—. Los Stick se han marchado en su bote a tierra firme para ver si pueden encontrar a su precioso y querido Edgar. La señora Stick está irritada y angustiada porque piensa que lo han raptado y debe de sentirse muy asustado y solo.

—¡Ya está bien! —dijo
Jorge
—. ¿Y no piensa que la niñita debe de estar mucho más horrorizada? ¡Qué mujer más horrible es!

—Tienes razón —dijo Julián—. Bien. Lo que propongo que hagamos es que vayamos a los sótanos, rescatemos a la niña y la traigamos aquí a la cueva para que tome el desayuno. Luego la llevaremos a tierra firme en nuestro bote, iremos a la policía, averiguaremos dónde están sus padres y les telefonearemos para decirles que su hijita está a salvo.

—¿Qué haremos con Edgar? —preguntó Ana.

—¡Yo lo diré! —dijo
Jorge
al punto—. ¡Meteremos a Edgar en la celda donde esté encerrada la niña! ¡Imaginad lo perplejos que se quedarán los padres cuando vean que la niñita ha desaparecido y que en lugar de ella está encerrado su querido Edgar!

—¡Oooh! Ésa es una buena idea —dijo Ana, y los otros rieron, concordes.

—Tú quédate aquí, Ana, y prepara un poco de pan y mantequilla para la niña —dijo Julián. Él sabía que Ana odiaba meterse en los sótanos.

Ana movió la
cabeza,
complacida.

—Está bien, lo haré. Voy a apartar un poco la olla de la hornilla porque el agua hace rato que está hirviendo.

Todos volvieron al interior de la cueva.

—Ven con nosotros, Edgar —dijo Julián—. Y tú también,
Tim.

—¿Adónde vais a llevarme? —dijo Edgar, suspicaz.

—A un sitio muy confortable, donde las vacas no podrán cogerte —dijo Julián—. ¡Vamos! ¡Levántate!

—Gr-r-r-r-r-r-r —amenazó
Tim
apoyando la nariz contra la pierna de Edgar. Edgar se levantó prontamente.

Todos treparon por la cuerda, uno tras otro, aunque Edgar estaba terriblemente asustado y pensaba que no podría, pero con
Tim
amenazándole abajo trepó con notable rapidez y fue ayudado a salir por Julián.

—¡Ahora, en marcha, rápido! —dijo Julián, que quería tener terminada la tarea antes de que regresasen los Stick. Rápidamente, pues, fueron todos por entre las rocas, por la muralla y por el patio del castillo.

—Yo no quiero meterme en los sótanos con vosotros —dijo Edgar, alarmado.

—Pues lo harás, "Cara Sucia" —dijo Julián amablemente.

—¿Dónde están papá y mamá? —preguntó Edgar mirando ansiosamente alrededor.

—Esas vacas se los han llevado —dijo
Jorge
—. Ya sabes, aquellas que mugían y se llevaron las cosas.

Todos se echaron a reír, excepto Edgar, que estaba asustadísimo y pálido. No le gustaba esa clase de aventuras. Los chicos se dirigieron a la entrada de los sótanos y pudieron ver que los Stick no sólo habían cerrado ésta con la piedra habitual, sino que habían puesto encima un montón de pesados trozos de roca.

—¡Vaya con tus padres! —dijo Julián a Edgar—. Saben fastidiar a la gente. Vamos, moveos todos. Hay que despejar la entrada. Edgar, tú también nos ayudarás. ¡Vamos! Lo vas a pasar mal si no lo haces.

Edgar empezó a trabajar junto con los demás, y una a una las rocas fueron apartadas. Entonces la pesada piedra que normalmente cubría la entrada fue levantada también y aparecieron por fin los escalones de los sótanos, que allá abajo se sumergían en la oscuridad.

—¡Allí está
Tinker
! —gritó de pronto Edgar señalando a unos matorrales que había a cierta distancia.
Tinker
estaba allí, oculto, horrorizado de ver de nuevo a
Tim.

—Menuda pieza está hecho
Stinker
—dijo Julián—. No,
Tim,
no te lo comas. ¡Quieto aquí! ¡No lo ibas a pasar muy bien si te lo comieses!

Tim
lamentaba mucho no serle posible dar caza a
Stinker.
¡Ya que no le dejaban cazar conejos, por lo menos deberían permitirle cazar a
Stinker
! Todos se metieron en los sótanos. Las señales blancas de yeso que había hecho Julián estaban todavía allí, por lo que les fue fácil llegar hasta la celda donde los chicos, en el verano anterior, habían encontrado montones de lingotes de oro. Ellos estaban seguros de que en aquella celda habían encerrado a la niña raptada, porque tenía una gran puerta de madera que podía ser cerrada por fuera con fuertes cerrojos.

Se acercaron a la puerta. Efectivamente, estaba cerrada a cal y canto. No se oía ruido alguno que proviniese del interior.
Tim
se apoyó en la puerta, gimoteando levemente. Él sabía que dentro había alguien.

—¡Eh! —gritó Julián, fuerte y animadamente—. ¿Estás bien? ¡Vamos a rescatarte!

Se oyó una especie de ruido, como si alguien se hubiese levantado de un taburete. Entonces se oyó una voz suave.

—¡Hola! ¿Quiénes sois? ¡Oh, por favor, sacadme de aquí! ¡Estoy muy sola y asustada!

—¡Vamos a abrir la puerta! —dijo Julián en tono animoso—. No te asustes, que todos somos niños. Pronto estarás a salvo.

Descorrió los cerrojos y abrió la puerta. Dentro de la celda, a la luz de una lámpara, se veía una niñita, con la cara asustada y muy blanca y grandes ojos negros; el pelo rojo oscuro le caía por las mejillas y se notaba que había estado llorando amargamente, porque tenía la cara sucia y llena de lágrimas. Dick se le acercó y la rodeó con el brazo.

—Todo va bien ahora —dijo—. Estás salvada. Te llevaremos con tu madre.

—Quiero ir con ella, quiero ir con ella —dijo la niñita con lágrimas en los ojos otra vez—. ¿Por qué estoy aquí? No me gusta estar aquí.

—Oh, no es más que una aventura que has tenido —dijo Julián—. Ahora ya casi ha terminado. Sólo le falta un poquitín. Te llevaremos a nuestra cueva para darte el desayuno. Tenemos una cueva muy bonita.

—Oh, ¿tenéis una cueva? —dijo la niñita restregándose los ojos—. Quiero ir con vosotros. Me gustáis, pero los otros no.

—Desde luego que no —dijo
Jorge
—. ¡Mira! Este es
Tim,
nuestro perro. Él quiere ser amigo tuyo.

—¡Qué perro más bonito! —exclamó la niña poniendo los brazos alrededor del cuello de
Tim.
En la lamió con fruición.
Jorge
estaba contenta. Puso su brazo alrededor de los hombros de la niña.

—¿Cómo te llamas? —preguntó.

—Jennifer Mary Armstrong —dijo la niñita—. ¿Y tú?


Jorge
—dijo
Jorge,
y la niñita asintió, creyendo que
Jorge
era chico, no una chica, porque llevaba pantalones lo mismo que Julián y Dick y tenía el pelo corto y muy rizado.

Los otros dijeron también sus nombres y entonces ella miró a Edgar, que no había dicho nada hasta entonces.

—Éste es "Cara Sucia" —dijo Julián—. No es amigo nuestro. Fueron su padre y su madre quienes te encerraron aquí, Jennifer. Ahora nosotros vamos a dejarle en tu sitio. ¡Menuda sorpresa se van a llevar cuando lo encuentren aquí!

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