Los Cinco se escapan (18 page)

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Authors: Enid Blyton

Tags: #Aventuras, Infantil y juvenil

—Vámonos ya —dijo—. Quiero comer algo. Todo esto me ha hecho coger un apetito enorme. Vamos a ver si Juana nos ha preparado algo.

Todos se marcharon, hablando animada y atropelladamente, haciendo que el pobre padre de
Jorge
se sintiera un poco turbado. ¡Siempre aparecía en escena en el punto culminante de las aventuras de los chicos!

Capítulo XXII

OTRA VEZ EN LA ISLA KIRRIN

Pronto llegaron a "Villa Kirrin". Juana, la antigua cocinera, les dio una gran bienvenida, y escuchó asombrada sus aventuras.

Luego les preparó la comida.

Mientras estaban comiendo, Julián vio a través de la ventana una figura que él conocía demasiado bien.

—¡El viejo Stick! —exclamó levantándose—. Quedaos aquí. Voy a hablar con él.

Salió de la casa y se encaró con el señor Stick.

—¿Quiere usted saber dónde está Edgar? —dijo Julián misteriosamente.

El señor Stick parecía sorprendido. Miró a Julián sin saber qué decir.

—Está abajo, en los sótanos, encerrado en aquella celda —dijo Julián, todavía más misteriosamente.

—¡Qué vas a saber tú dónde está Edgar! —dijo el señor Stick—. ¿Dónde habéis estado vosotros? ¿No os habíais marchado a casa?

—No le importa a usted —repuso Julián—. Pero si quiere encontrar a Edgar, ¡vaya a esa celda que le he dicho!

El señor Stick lanzó al muchacho una mirada desdeñosa y se marchó. Julián echó a correr en dirección a la comisaría de policía. Estaba seguro de que el señor Stick le contaría a su mujer lo que había dicho y que ella insistiría en que fueran a la isla para ver si aquello era verdad. Por eso el único trabajo para la policía era vigilar la costa hasta que llegasen los Stick.

Los chicos terminaron de comer, y tío Quintín anunció que tenía que volver junto a su mujer, que quería saber cómo estaban todos.

—Le contaré que lo habéis pasado muy bien en la isla —dijo—. Los detalles extraordinarios será mejor que se los contemos cuando regrese.

Se metió en un coche y los niños empezaron a considerar si podían ya volver a la isla o no. Decidieron esperar todavía un poco.

Pronto un gran automóvil paró en la puerta principal de "Villa Kirrin". De él salieron un hombre alto de pelo oscuro y una bonita mujer.

—Pueden ser tu padre y tu madre, Jenny —dijo Julián.

Eran, en efecto. Jenny recibió tantos besos y abrazos que estuvo a punto de asfixiarse. Contó su historia una y otra vez y su padre no sabía cómo dar las gracias a Julián y a los otros por lo que habían hecho.

—Pedid el premio que queráis y lo tendréis. Nunca podré deciros lo agradecido que os estoy por haber rescatado a la pequeña Jenny.

—Oh, no queremos nada, muchas gracias —dijo Julián cortésmente—. Hemos pasado buenos ratos. Nos gustan las aventuras.

—Ah, pero tenéis que decirme qué es lo que queréis —dijo el padre de Jenny.

Julián miró a los otros. Sabía que ninguno de ellos quería un premio. Jenny zarandeó a Julián, moviendo vigorosamente la cabeza. Julián se echó a reír.

—Bien —dijo—, hay una cosa que nos gustaría mucho a todos.

—Concedido en cuanto lo pidáis —dijo el padre de Jenny.

—¿Deja usted que Jenny pase una semana con nosotros en nuestra isla? —dijo Julián.

Jenny dio un gritito y apretó con sus pequeñas manos el brazo de Julián. El padre de Jenny parecía contrariado.

—Bien —dijo—. Bien. Como sabéis, ha sido raptada y no nos sentimos inclinados a perderla de vista, al menos por ahora, y…

—Tú le prometiste a Julián concederle lo que pidiera, papaíto —dijo Jenny rápidamente—. Oh, por favor, déjame ir. Yo siempre he querido vivir en una isla. Y en ésta hay una maravillosa cueva y un castillo encantador, y los sótanos donde me encerraron, y…

—Y nos llevaremos a
Tim,
nuestro perro —dijo Julián—. Con él nadie corre peligro, ¿verdad,
Tim?

—¡Guau! —ladró
Tim
con su más profunda voz.

—Bueno, puedes ir, Jenny, con una condición —dijo el señor Armstrong al final—. Y es que mañana, tu madre y yo pasemos el día en la isla para ver si tú podrás estar bien allí.

—¡Oh, gracias, gracias, papaíto! —exclamó Jenny, y empezó a bailar por la habitación, llena de alegría. ¡Una semana entera en la isla con sus nuevos amigos y el perro! ¿Qué más podía pedir?

—¿Puede Jenny pasar aquí esta noche? —pidió
Jorge
—. Usted estará en un hotel, supongo.

Pronto los padres de Jenny se marcharon a la comisaría de policía para enterarse de todos los detalles del rapto. Los chicos fueron a ver si Juana había preparado las pastas para el té.

Justo a la hora del té llamaron a la puerta. Un alto policía apareció ante los ojos de los chicos.

—¿Está aquí el señorito Julián? —preguntó—. Oh, usted es el chico que nos conviene, señor. Los Stick acaban de salir en el bote hacia la isla y nosotros hemos de seguirlos. Pero no conocemos bien el camino por entre las rocas que rodean la isla Kirrin. ¿Podría guiarnos usted o la señorita Jorgina?

—Yo soy el «señorito
Jorge»,
no la señorita Jorgina —dijo
Jorge
fríamente.

—Lo siento, señor —dijo el policía sonriendo—. Bien. ¿Puede usted venir también?

—¡Iremos todos! —dijo Dick—. Tengo ganas de volver a dormir esta noche en la cueva. Mañana podemos enviar el bote para recoger a la familia de Jenny. Iremos todos.

El policía dudó unos instantes porque le parecía demasiada gente para meterse en el bote, pero no había tiempo que perder. Todos se metieron en el bote con tres policías.
Tim,
como de costumbre, se puso a los pies de
Jorge.

Jorge
guió el bote tan inteligentemente como siempre, y pronto atracaron en la arenosa caleta. Los Stick evidentemente habían llegado ya.

—Ahora, sin hacer ruido —dijo Julián—. He traído mi linterna. Espero que los Stick estén ya abajo, buscando a Edgar.

Descendieron por los escalones que conducían al fondo de los sótanos. Ana fue también esta vez, cogida de la mano de un policía. Caminaban con sumo cuidado por los húmedos y oscuros pasadizos.

Llegaron al final a la puerta de la celda donde habían dejado encerrado a Edgar. ¡Todavía tenía echados los cerrojos!

—¡Fijaos! —dijo Julián en un susurro, iluminando la puerta con su linterna—. Los Stick no han estado aquí todavía.

—¡Sssssss! —dijo
Jorge,
notando que
Tim
gruñía por lo bajo—. Alguien se acerca. ¡Escondámonos! Supongo que serán los Stick.

Se escondieron tras una especie de valla que había cerca. Pudieron oír pisadas que iban aproximándose y luego la airada voz de la señora Stick.

—¡Si han encerrado aquí a mi Edgar tendrán que vérselas conmigo! ¡Encerrar de esa manera a un inocente! No lo entiendo. Si él está aquí, ¿dónde está la niña? Contéstame a eso. ¿Dónde está la niña? Me parece que el jefe ha hecho un doble juego con nosotros para quedarse con todo el dinero. ¿No había dicho que nos daría cien libras si teníamos encerrada a Jenny Armstrong durante una semana? Ahora pienso que debe de haber mandado a alguien a la isla para sacar a la niña y encerrar a Edgar.

—Puede que tengas razón, Clara —dijo el señor Stick, cuya voz se oía cada vez más cerca—. Pero ¿por qué tenía que saber Julián que Edgar estaba encerrado aquí? Hay un montón de cosas que no acabo de entender.

Ahora estaban ya los Stick delante de la puerta de la celda con
Stinker
a sus pies.
Stinker,
al parecer, olió a los que estaban escondidos y empezó a gruñir por lo bajo. El señor Stick le dio un palmetazo.

—¡Basta! ¡Ya es suficiente con que tengamos que oír nuestras voces resonando por el pasadizo para que tú también te pongas a chillar!

La señora Stick llamó con fuerte voz:

—¡Edgar! ¿Estás ahí? ¡Edgar!

—¡Mamá! ¡Sí, estoy aquí! —gritó Edgar—. ¡Sácame de aquí! Estoy muy asustado. ¡Sácame de aquí!

La señora Stick descorrió los cerrojos y abrió la puerta. Vio a Edgar a la luz de la lámpara que había en la celda. El corrió hacia ella, sollozando.

—¿Quién te ha metido aquí? —preguntó la señora Stick—. Díselo a tu padre y él le romperá la cabeza a quien sea, ¿verdad? ¡Hay que ver, encerrar a un pobre y asustado niño de esta manera! ¡Qué maldad!

De pronto la familia Stick se llevó el susto mayor de su vida, pues un alto policía apareció entre las sombras con una linterna en una mano y un bloc de notas en la otra.

—¡Ah! —dijo el policía con voz profunda—. Usted tiene razón, Clara Stick. Encerrar a un pobre y asustado niño en esta celda es una maldad, y eso es lo que usted ha hecho, ¿verdad? ¡Usted encerró aquí a Jenny Armstrong! Ella es una niña pequeña. ¡El chico de usted sabía que no le iba a pasar nada malo, pero esta niñita tenía miedo de morir!

La señora Stick quedó pasmada, abriendo y cerrando la boca, pero sin encontrar una palabra que decir. El señor Stick gritaba como un ratón atrapado.

—¡Estamos copados! Esto es una trampa. ¡Estamos copados!

Edgar empezó a llorar como un niño de cuatro años. Los Stick de pronto pudieron ver a la luz de la linterna a los otros chicos.

—¡Sapos y culebras, aquí están todos los chicos y Jennifer también! —exclamó el señor Stick, altamente espantado y sorprendido—. ¿Qué es todo esto? ¿Qué ha sucedido? ¿Quién ha encerrado a Edgar?

—Tendrá usted las respuestas cuando lleguemos a la comisaría —dijo el policía—. Seguidme.

Los Stick siguieron al policía. Edgar seguía llorando. Imaginaba a sus padres en la cárcel y a él en un terrible reformatorio. No le sentaría mal separarse una temporada de sus padres. Así podría aprender a ser un buen chico.

—Nosotros no les acompañaremos —dijo Julián, cortésmente, al policía—. Vamos a pasar aquí la noche. Usted puede regresar en el bote de los Stick. Ellos conocen bien el camino. Llévese también a su perro. Está ahí. Le llamamos
Stinker.

Encontraron al fin el bote de los Stick y éstos y el policía embarcaron en él.
Stinker
también subió, contento de alejarse de la iría mirada de los ojos verdes de
Tim.

Julián empujó el bote mar adentro.

—¡Adiós! —gritó, mientras los otros chicos también hacían señas de despedida—. Adiós, señor Stick, no vuelva a raptar ninguna niña. Adiós, señora Stick, vigile bien a Edgar, no vaya a ser que lo vuelvan a raptar a él otra vez. Adiós, "Cara Sucia", a ver si te conviertes en un buen muchacho. ¡Adiós,
Stinker,
a ver si pronto te das un buen baño! ¡Adiós!

Los policías sonreían y hacían señas. Los Stick no decían una palabra. Estaban sombríos e irritados, intentando comprender cómo las cosas habían terminado de esa manera.

El bote rodeó una gran roca y pronto desapareció de la vista.

—¡Hurra! —exclamó Dick—. ¡Se han marchado para siempre! Ahora ya tenemos nuestra isla para disfrutarla nosotros solos. ¡Vamos, Jenny, que te la vamos a enseñar! Qué bien lo vamos a pasar ahora.

Cinco felices chicos y un perro empezaron a correr por la isla que ellos amaban. Los dejaremos disfrutando de su semana feliz. Bien se lo merecen.

FIN

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