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Authors: Mikkel Birkegaard

Tags: #Intriga, #Policíaco

Los crí­menes de un escritor imperfecto (26 page)

Sin embargo, seguía habiendo lectores que me apoyaban y me mandaban cartas dándome las gracias. No muchos se atrevían a reconocer públicamente que habían leído mis libros y que les gustaban, pero las cartas lo decían. Muchas de ellas relataban fuertes experiencias de lectura, no solo por la violencia, sino también debido a los retratos de personajes. Mencionaban las descripciones e imágenes que les habían conmovido, algo que no les había pasado en muchos años.

Entre los dos extremos había un tercer grupo, que eran las que más me preocupaban. Las manifestaciones de fanáticos. El inicio de sus cartas era parecido a los de los admiradores, pero enseguida adquirían un tono más alarmante. Se interesaban por detalles específicos sobre escenas concretas, sobre cómo había investigado el efecto del arma asesina o, sin tapujos, me indicaban que algo fallaba en la reacción del cuerpo a ciertas aplicaciones. Algunos habían interpretado algunas escenas del libro y querían elogiarme por mi precisión y visión de conjunto o hacerme notar que había cosas que eran imposibles, por ejemplo, posturas corporales. Algunos narraban cómo habían usado escenas del libro como juegos sexuales. Me daban las gracias por la vivencia, una de esas cartas me adjuntaba incluso una serie de fotografías a modo de documentación.

A pesar de la enorme atención que recibía, no tenía problemas para andar por la calle. Naturalmente, me reconocían, pero pocas veces se dirigían a mí. Tal vez me tenían miedo, como si pudiera convertirme en uno de mis personajes agresores si se acercaban demasiado. Los pocos que se dirigían a mí eran amistosos y, en general, solo querían un autógrafo. Una mujer me contó que no podía dormir después de leer
Demonios interiores
, y otra, sudorosa y embarazada de varios meses, me contó que tuvo que dejar de leerlo y esperar a haber dado a luz para acabarlo.

Parecía como si todo el mundo tuviera una opinión sobre el libro, tanto si lo habían leído como si no. Y muchos realmente lo compraron y lo leyeron.

Excepto Line.

Tras haber transcurrido un mes, me irrité un poco. Por supuesto que estaba muy ocupada con las niñas mientras yo corría de una entrevista a otra y de una recepción a otra; pero podía haber mostrado un poco más de interés, creía yo. La pinchaba un poquito, pero pasó todavía un mes más antes de empezar a leerlo.

Hoy desearía no haberla animado jamás a leerlo.

Empezó a leer la novela mientras yo estaba en Alemania. Finn iba conmigo. Íbamos a encontrarnos con el traductor alemán y discutir algunas condiciones del contrato con la editorial en Berlín. Cuando llamé desde el hotel a casa esa noche, Line acababa de empezar el libro. Observó que era un poco violento, pero no dijo nada más. Hablamos de las niñas y yo le hablé del director de la editorial, que se había declarado fanático del güisqui y muy decidido a demostrarlo por la noche. El día siguiente no cogió el teléfono y el tercero respondió la voz del contestador automático.

Me extrañó, pero no me preocupó. Seguro que al estar sola con las niñas se había ido a casa del padre, así que no me pareció nada raro.

Cuando volví a casa, muy cansado después de tres días de charlas de literatura y vasos de güisqui,
Demonios interiores
estaba sobre la mesa.

Un papel de notas sobresalía de su interior.

Hemos terminado
.

No me atrevo a dejar que estés con las niñas
.

Line

Debí de leerlo cien veces por lo menos, cada vez oscilando entre el sentimiento de que todo había acabado y el de que ella volvería. El editor alemán me había regalado un Highland Park de treinta y siete años para ocasiones especiales, pero lo abrí esa noche, y cuando desperté a la mañana siguiente quedaba una cuarta parte. No había intentado llamar a Line aunque imaginaba que estaba en casa de su padre, en Amager. Por una u otra razón sabía que no serviría de nada. Necesitaba recapacitar, preparar una estrategia antes de ponerme en contacto con ella, pero dado que a lo largo de la noche no di con ningún plan útil, tras ingerir una taza de café solo, llamé al padre de Line.

Había esperado una negativa, que ella se negara a hablar conmigo, pero un instante después se puso al auricular. Parecía entera y serena y me dijo que no se sentía segura conmigo y nunca más dejaría a las niñas bajo mi custodia. Cuando señalé que también eran mis hijas, agravó el tono y me comunicó que temía que yo les pudiera hacer daño no estando ella cerca.

Lo peor y más tonto que podía hacer era acalorarme y eso es lo que hice. Le grité por teléfono y le eché en cara tonterías, de las que muchas veces me he arrepentido, pero, en aquel momento, me sentía tratado injustamente. Lo que escribí fue por ellas. Fue para que disfrutaran de la casa en Kartoffelrekkerne y del chalé de la playa, en Rageleje, por lo que construí el libro con todo lo necesario.

Line no dijo casi nada durante mi estallido. Me dejó terminar, y, cuando la lluvia de explicaciones y culpas se secó, me comunicó que el abogado que tramitaba el divorcio se pondría en contacto conmigo. No pude responderle. Quedé fuera de juego, vacío tras mi ataque, y comprendí que todo lo que había dicho y hecho solo había contribuido a hacer que ella se afianzara en su posición. Al final, le imploré que, al menos, me dejara hablar con Ironika. Dudó un instante que abrió una débil esperanza, pero rápidamente se negó y colgó.

Los días siguientes intenté una actividad de
lobby
con Bjarne y Anne y la familia de Line, pero todos opinaban que esa vez me había pasado de la raya, y ni podían ni querían ayudarme.

Cuando un par de días más tarde llegó la carta del abogado, tomé plena conciencia de la gravedad de la situación. Todo el tiempo había pensado que podría salvar la relación, que Line me perdonaría y volvería conmigo después de algunos días o semanas, pero el tono formal del abogado y la seca constatación de los hechos me cayó encima como un tren de mercancías.

Line quería la patria potestad plena y que me prohibieran ver a las niñas. El abogado señaló que yo mismo había entregado las pruebas más importantes con mis dos libros:
Demonios interiores
y
Demonios exteriores
. En ellos se demostraba con toda claridad que fantaseaba con torturar y matar a Line y a las niñas. Para documentar esto adjuntaba la entrevista con Linda Hvilbjerg junto a las declaraciones de los testigos en relación con el corte de Ironika en el muslo.

Incluso yo comprendí que la batalla estaba perdida. No habría juicio ni lucha para conseguir a las niñas, porque yo no tenía ningún caso. Lo único que podía hacer era contratar a un abogado y que hiciera lo correcto. No podía exponer a mis hijas a un largo proceso que yo acabaría perdiendo. Solo empeoraría las cosas. Quizá, con el tiempo, se me permitiría volver a verlas, pero de momento estaba derrotado.

Mi estado de ánimo y mi falta de autoestima provocaron que fuera más generoso de lo necesario. Le di la casa en Kartoffelrekkerne, sin más, y, por supuesto, le pasaría una pensión a ella y a las niñas hasta que fueran adultas. Yo me quedé con el chalé de la playa, pero al principio me trasladé a vivir a casa de Bjarne y Anne y ocupé la habitación de los viejos tiempos del Scriptoriet. Ellos se mostraban muy comprensivos, pero no podía hablarles de la ruptura. Me rondaba la sospecha de que estaban del lado de Line, así que no me apetecía sacar a relucir el tema.

En lugar de eso, hice como si Line no existiera y me lancé a una desenfrenada vida de soltero que casi acaba conmigo.

29

L
A OSCURIDAD SE HABÍA APODERADO de Frederiksberg. Hacía frío y me abroché bien la chaqueta al ir desde el taxi a la entrada del Forum. Mostré mi tarjeta y me dejaron entrar.

La cena sería en la cantina del lado opuesto a la entrada. Pude ver que las mesas estaban puestas y había velas encendidas, pero no habían llegado demasiados invitados todavía. Los escritores serían seguramente los últimos en llegar, demasiado esnobs para llegar pronto y demasiado glotones para no asistir. Además vinieron los entrevistadores —la mayoría, miembros de la prensa— y los responsables de edición, los editores y demás personal de la feria. Nunca antes había asistido, pero tenía la impresión de que todo el mundo pudo soltarse un poco esa noche, tras el cansancio de dos largos días en la feria, y cargar baterías para el larguísimo domingo, el último día.

Pero yo solo pensaba en una cosa: encontrar a Linda Hvilbjerg.

Me acerqué a la cantina y saludé con una inclinación de cabeza a las cerca de veinte personas que ya habían llegado. No conocía a nadie y continué hasta el bar. Todavía no había quien sirviera cerveza de barril y tomé una copa de vino blanco de las ya preparadas a modo de bienvenida. Me bebí el contenido de un trago, cogí otra copa y me senté cerca del bar, desde donde podía vigilar la entrada.

Los invitados empezaron a llegar. De los
stands
salió gente que se dirigía a la cantina, y en la entrada aparecieron otros que venían de fuera y que avanzaban por el recinto ferial como en un desfile. Pronto hubo tanto gentío que ya no me era posible distinguir quién entraba, así que me levanté para tener mejor visión de la situación y asegurarme otra copa de vino.

Poco a poco aparecieron una serie de personas que conocía y ya no pude salir del paso con una simple inclinación de cabeza a modo de saludo, sino que tuve que charlar con ellos. A pesar de no habernos visto en muchos años, no teníamos mucho de qué hablar, así que se producía una situación embarazosa hasta que uno de los dos encontraba alguna excusa para seguir con otros saludos.

Intentaba mantenerme en movimiento —era la mejor manera de evitar tener que entablar conversación—, así que solo oía fragmentos de conversaciones que tenían lugar a mi alrededor, todas sobre libros y publicaciones, a pesar de que los contertulios no hubieran hecho otra cosa durante el día que hablar de lo mismo.

—¿Frank? —sonó detrás de mí de repente—. ¿Qué haces aquí? —Era Finn. Y me miraba extrañado— .Eras la última persona que pensaba ver aquí, esta noche.

Me abrí paso hacia el bar con Finn detrás.

—Sí, sí —respondí y atrapé una copa—. ¡Salud, Finn!

—¡Salud, Frank! —dijo Finn, y bebió de su vino—. Creía que estabas ocupado con la caza de un delito. —Se rio fuerte—. Casi consigues burlarte de mí.

Ya había desistido de convencerle y me encogí de hombros.

—Ya me conoces.

Finn volvió a reírse.

—Me alegro de verte, Frank. Creo que te viene bien salir un poco. Mezclarte con los colegas, cuidar de tu red social y esas cosas.

Asentí con un gesto y engullí el resto de vino blanco.

Finn no hallaba nada más que añadir a la conversación y señaló algo por encima de mi espalda.

—Estamos en una de las mesas de allí. Podrías sentarte con nosotros.

Murmuré una respuesta que tanto podía ser un sí como un no. Pero Finn quedó satisfecho y se fue hacia donde acababa de señalar.

No se había asignado el lugar en las mesas, así que nos podíamos sentar donde quisiéramos. Como regla general, los editores se sentaban con sus escritores para ocuparse de que estuvieran a gusto, pero también para evitar que otras editoriales tuvieran ocasión de mostrarles su interés. Sobre esto en parte se hallaban en conflicto, porque ellos también querían ir a la caza de autores, de manera que imaginaba que los editores no comían demasiado, sino que se veían obligados a correr de un lado a otro para no perderse nada.

Al fin pude conseguir una cerveza en el bar. Permanecí de pie observando. Debía de haber unas trescientas personas y había perdido el control de los que estaban allí.

El responsable de la feria, un hombre calvo con un bigote pequeño y un traje estrecho, se subió a una silla y nos dio la bienvenida. Hizo un discurso demasiado largo en el que nos homenajeó a todos, y no menos a la literatura. En todos los rostros se podía ver el deseo de empezar a comer y a beber y dejar de escuchar la pomposa palabrería que nos lanzaba, pero debíamos esperar cortésmente; y el personal también, enfundados en sus uniformes de camareros y con las manos a la espalda.

Para mi sorpresa, observé que tenía hambre. Un repaso rápido al transcurso del día me recordó que no había probado bocado desde el desayuno si no contaba el alcohol.

Por eso, cuando al fin se dio luz verde, me lancé como muchos al bufé. Me serví una porción generosa y oteé en busca de un sitio libre. La oferta de Finn no me tentaba. No me apetecía hablar con él u otros de la editorial.

En lugar de eso, me senté con un grupo de libreros jóvenes que me dejaron comer en paz. Les urgía más beber y hacer bromas, y yo estaba ocupado en vaciar mi plato. El hambre más acuciante quedó saciada, pero sentí que necesitaba algo más para equilibrar la cantidad de alcohol que había ingerido.

De vuelta al bufé, fui en busca de platos más consistentes, como carne y patatas. Estaba tan entregado a la tarea de servirme que no noté el perfume dulce que me envolvía lentamente.

—Sí, quizá me incluyas en tu próximo libro.

Era Linda Hvilbjerg.

30

M
E VOLVÍ HACIA ELLA JUNTO AL BUFÉ. Llevaba un plato en la mano y, en los labios, lucía una leve sonrisa. Su cuerpo delgado iba enfundado en un vestido negro y largo, con tirantes estrechos, y sus pechos se apretaban contra la tela como si formaran parte del vestido. Se había rizado su pelo moreno y el brillo rojo intenso de sus labios podía competir con cualquier semáforo. Sus ojos desvelaban que se había empolvado la nariz hacía poco.

Olvidé todo lo que iba a decirle y me la quedé mirando.

—Me imagino que el mensaje se refiere a tu próximo libro, ¿no? —Dejó que sus pestañas parpadearan un par de veces y sonrió—. Pero, entre nosotros, ¿no deberías guardar más distancia entre tu trabajo y la realidad? —Se rio.

Me encogí de hombros, más que nada porque no hallaba las palabras adecuadas.

Entonces Linda Hvilbjerg se pegó a mí y miró a su alrededor de forma ostentosa.

—Pero ¿podría ser cierto? ¿Estoy de verdad en peligro? —Se rio entre dientes—. ¿Y quizá tú seas el héroe dispuesto a salvarme de delincuentes malvados?

Decidí seguirle el juego.

—No haga bromas, señorita. Esto es muy serio —dije con el acento detectivesco más grave que pude conseguir, quizá inspirado por mi última experiencia con la policía—. Su vida y su honra están en peligro y yo soy el único que puede salvarlas.

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