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Authors: Isaac Asimov

Los egipcios (4 page)

A este período cabe remontar algunas sutiles influencias asiáticas. Por ejemplo, ciertas técnicas arquitectónicas y artísticas egipcias que aparecen después del 3500 antes de Cristo parecen tener una clara relación con las utilizadas en Asia en esa época. Asimismo, las migraciones asiáticas debieron llevar consigo el concepto de escritura procedente de la civilización del Tigris y del Eufrates.

Al parecer, el Alto Egipto sufrió durante este período una mayor influencia asiática que el Bajo Egipto, y a esto hay que atribuir, quizá, el hecho de que fuera el primero, y no el segundo, el que recibió el primer impulso hacia la espiral del desarrollo.

Por otro lado, tal vez esto no sea sino una mera apariencia producto de un accidente arqueológico. El Bajo Egipto está profundamente enterrado por siglos de sedimentación, por lo que es mucho más difícil encontrar restos antiguos allí que en las regiones menos inundadas del lago Moeris y del Alto Nilo. Tal vez radique aquí, y sólo aquí, la razón de nuestra infravaloración del Bajo Egipto. Con todo, cuando Egipto quedó unificado en una sola nación, el conquistador vino del Alto Egipto.

¿Trajeron los inmigrantes asiáticos consigo algo más que un nuevo arte y que el concepto de escritura? ¿Trajeron también una tradición bélica y conquistadora anteriormente inexistente entre los pacíficos egipcios de tiempos primitivos?

¿Fue Menes quizá de origen asiático, con una tradición familiar que hablaba de poderosas ciudades armadas cuyos soldados acabaron dominando a sus vecinos? ¿Quiso acaso emular a sus antepasados y, como ellos, crearse un imperio? En algún lugar, en los siglos anteriores a Menes, los hombres habían aprendido a obtener cobre de las vetas de la península del Sinaí, al noreste de Egipto, y de otras partes. En realidad, la plata, el oro y el cobre habían sido descubiertos mucho antes, bajo forma de pepitas metálicas que no requerían ser fundidas. (Cabe fechar algunos objetos de cobre hallados entre restos del Badariense hacia el 4000 a. C.) También se encontraron trozos de hierro, que solían caer del cielo bajo forma de meteoritos, ocasionalmente. De todos modos, los hallazgos de metal puro solían ser muy poco frecuentes, y el metal que así se obtenía se presentaba en cantidades exiguas, y se utilizaba generalmente para adornos.

Sin embargo, con el desarrollo de las técnicas de fundición se pudo obtener cobre de los yacimientos de mineral en cantidades suficientes como para ser usado para todo tipo de finalidades. El cobre, por sí solo, no es lo suficientemente duro como para fabricar armas y armaduras; pero mezclado con estaño se convierte en bronce, que en cambio sí lo es. El período en el que el uso del bronce se generalizó y pudo ser empleado para dotar a los ejércitos, se denomina Edad del Bronce.

La Edad del Bronce no alcanzaría su apogeo hasta varios siglos después de Menes; no obstante, no hay que descartar la posibilidad de que se dispusiera de bronce en cantidades suficientes como para equipar a los cuerpos especiales de los ejércitos de Menes. ¿Fue acaso con estas nuevas armas con las que implantó su dominio sobre todo Egipto? Quizá no lo sepamos nunca.

Según Manetón, Menes había nacido en la ciudad de Tinis (o Tine), situada en el Alto Egipto, aproximadamente a medio camino entre la Primera Catarata y el delta. Menes y sus sucesores gobernaron el país desde esta ciudad.

Es posible, sin embargo, que Menes se diera cuenta de que si aspiraba a conservar su poder sobre el Bajo Egipto, debía tratar de parecer menos extranjero y gobernar desde una distancia menor. Pero no podía acabar siendo un extraño para el Alto Egipto de donde era originario. El problema se resolvió construyendo una nueva ciudad en la frontera entre ambos territorios —en una zona que cualquiera de los dos podía reclamar como propia— y convirtiéndola, al menos, en capital a tiempo parcial. (En Estados Unidos se buscó una solución semejante cuando por primera vez se llegó a la unificación de los distintos territorios. Una vez adoptada la Constitución, resultó evidente que los estados norteños y los sureños no se tenían excesiva simpatía, por lo que se construyó una nueva capital, Washington, allí donde ambas partes se tocaban.)

La nueva ciudad de Menes fue construida a unas 15 millas al sur del extremo del delta. Al parecer los egipcios llamaron a la ciudad JikuPtáh («casa de Ptah»), y es posible que los griegos hicieran derivar de este nombre el de «Aigyptos», y nosotros, de éste, el de «Egipto». Más adelante la ciudad se llamó Menfe, por lo que el lugar llegó a ser conocido por los griegos como «Menfis», nombre que habría de conservar en la historia.

Menfis siguió siendo una importante ciudad egipcia durante unos 3.500 años, y durante buena parte de este período fue la capital y la sede de la realeza.

La vida de ultratumba

Manetón dividía a los gobernantes egipcios en dinastías (de una palabra griega que significa «tener poder»). Cada dinastía estaba compuesta por miembros de una familia que gobernaba y tenía poder sobre todo Egipto. Manetón elaboró una lista de treinta dinastías que se sucedieron a lo largo de un período de tres mil años.

La lista de dinastías incluye tan sólo a los monarcas que reinaron después de la unificación, por lo que Menes es el primer rey de la I Dinastía. El período anterior a Menes se suele denominar «Egipto predinástico», lo que es casi sinónimo de «Egipto prehistórico».

Las dos primeras dinastías, cuyos reyes eran nativos de Tinis, se llaman dinastías tinitas. Y el período en el que reinaron suele denominarse Arcaico, y duró del 3100 al 2680 a. C, más de cuatro siglos.

Las tumbas nos proporcionan una valiosa información acerca de la creciente importancia de Menfis, incluso en los primeros tiempos del Egipto Arcaico. Y la especial utilidad de las tumbas para el conocimiento de la historia se deriva, a su vez, de la naturaleza de la religión egipcia.

La antigua religión de los egipcios se originó probablemente en los viejos tiempos de la caza, cuando la vida dependía de la suerte de encontrar un animal y de matarlo. De ahí que se diese la tendencia a adorar a una especie de dios animal, con la esperanza de que, al propiciarse a este dios, habría gran abundancia de los animales que el dios controlaba. Si los animales eran peligrosos, la adoración de un dios, en parte bajo la forma del animal en cuestión, evitaría que sus bestias hiciesen demasiado daño. Esta parece ser la razón por la que los dioses egipcios, aun en tiempos posteriores, llevaban cabezas de halcón, chacal, ibis e incluso de hipopótamo.

Sin embargo, cuando la agricultura se convirtió en la forma principal de vida, se injertaron nuevos dioses y nuevas creencias religiosas en las antiguas. Existía el culto natural al sol, que en el soleado Egipto era una poderosa fuerza y, evidentemente, el dador de luz y calor. Asimismo, debido a que las crecidas del Nilo sobrevenían siempre en el momento en que el sol alcanzaba cierta posición entre las demás estrellas, se acabó por atribuir al sol el control sobre todo el ciclo vital del río, y se le consideró el dador de toda vida. Bajo diversos nombres los egipcios adoraron al sol durante milenios. El nombre más conocido del dios sol era Re o Ra.

Es posible que el culto del sol condujera de forma natural a la noción del ciclo de vida, muerte y renacimiento. Cada tarde el sol se ponía por el Oeste, y cada mañana se elevaba de nuevo. Los egipcios imaginaban al sol como un infante que aparecía por el Este, crecía con rapidez, alcanzando el pleno desarrollo a mediodía, la madurez al ir cayendo hacia el Oeste, y la vejez y la muerte al irse poniendo y desaparecer. Pero tras realizar un peligroso viaje a través de las cavernas del mundo subterráneo, volvía a aparecer por el Este, a la mañana siguiente, con el aspecto fresco y joven de un muchacho, renovando así su vida.

En las comunidades agrícolas no es fácil dejar de constatar que también el grano sigue un ciclo semejante, aunque más lento. Madura y es segado y, aparentemente, muere; pero de sus semillas puede nacer nuevo grano en la siguiente estación de siembra.

Con el tiempo, este ciclo de nacimiento, muerte y renacimiento se incorporó a la religión egipcia. Esta se centraba en el dios de la vegetación, Osiris, al que siempre se representaba bajo una forma totalmente humana, sin atributos animales. Según el mito, había sido Osiris quien había enseñado a los egipcios las artes y los oficios, incluida la práctica de la agricultura. En otras palabras, era la civilización personificada.

Según la leyenda, Osiris fue muerto por su hermano menor, Set. (Es posible que Set sea la personificación del desierto árido y seco, siempre al acecho para acabar con la vegetación, si, por alguna razón, la crecida del Nilo llegase a faltar.) La leal y amorosa esposa de Osiris, Isis, representada también con forma humana, había recogido su cuerpo y lo había devuelto de nuevo a la vida; pero Set había descuartizado el cuerpo, y uno de los fragmentos se perdió. Incompleto, Osiris no pudo seguir gobernando sobre los hombres vivos y descendió al mundo subterráneo, donde reinó sobre el dominio de las almas de los hombres, que allí descendían también después de la muerte.

Horus, hijo de Osiris y de Isis (representado por lo general como un dios con cabeza de halcón, por lo que tal vez constituya una supervivencia de los mitos primitivos incorporada a la nueva leyenda agrícola), completó la venganza matando a Set.

La narración encaja también en el ciclo del sol. Osiris representaba al sol poniente, muerto por la noche (Set). Horus es el sol naciente que, a su vez, mata a la noche. El sol agonizante desciende al mundo subterráneo, como Osiris.

Era natural que se llegase a asociar estos ciclos a la humanidad. Muy pocos aceptan la muerte, y a casi todos nos gustaría que la vida continuase de alguna manera más allá de la muerte, o que se «reavivase» después de morir, como sucede con el trigo y con Osiris.

Para garantizar este renacimiento del hombre hay que rendir el debido culto y propiciar a los dioses (en particular a Osiris), que tienen pleno poder sobre estos asuntos.

Los egipcios conservaban cuidadosamente los diferentes rituales, plegarias, himnos y cánticos que debían ser repetidos o cantados si se quería garantizar la supervivencia del alma después de la muerte. Tales rituales fueron acumulándose a lo largo de los siglos, como es lógico, pero en esencia provenían de los tiempos arcaicos e incluso, quizá, del Egipto predinástico.

Un documento que contiene una lista de estas fórmulas —una recopilación más bien heterogénea, sin una interrelación o un orden mucho mayor que el que puede hallarse en el Libro de los Salmos de la Biblia— fue publicado en 1842 por el egiptólogo alemán Karl Richard Lepsius. El escrito le había sido vendido por un individuo que lo había encontrado mientras saqueaba una vieja tumba.

El documento se suele denominar el
Libro de los Muertos,
aunque no es ése el nombre que le dieron los egipcios. La parte principal del libro es una lista de fórmulas y encantamientos para que el alma alcance y atraviese sana y salva la gran sala del juicio. Si era absuelta de todo mal (y la idea egipcia del bien y del mal se parece mucho a la de cualquier hombre honrado de hoy día), podía entrar en la gloria eterna con Osiris.

Parece ser que la salvación en la otra vida requería asimismo la presencia física del cadáver. Es probable que esta idea haya surgido del hecho de que en el suelo seco de Egipto los cuerpos se descomponen lentamente, de modo que los egipcios pensaron que la prolongación de la duración de la forma física del cuerpo era algo natural e incluso deseable, y buscaron medios para conseguirla.

Así, el
Libro de los Muertos
contiene instrucciones para la conservación de los cadáveres. Los órganos internos (que se descomponen mucho antes) se sacaban y se colocaban en jarras de piedra, si bien el corazón, como núcleo principal de la vida, volvía a ser metido en el cuerpo.

Posteriormente el cuerpo se trataba con productos químicos y se envolvía en vendas untadas con pez para hacerlas resistentes al agua. Los cadáveres embalsamados se llamaron momias, término derivado de la palabra persa para pez. (Pero ¿por qué persa? Pues porque los persas dominaron Egipto durante un tiempo en el siglo V a. C, y luego la palabra pasó a los griegos, y de los griegos a nosotros.)

El interés egipcio por la momificación derivaba quizá de la superstición, pero tuvo ciertos resultados muy útiles. Impulsó a los egipcios a estudiar los productos químicos y su comportamiento. De este modo se alcanzó un gran conocimiento práctico, y hay algunos que pretenden hacer derivar la palabra «química» de «Jem» o «Khem», la antigua denominación egipcia para su propio país.

Por si la conservación fallaba o la momia no era adecuada, se usaban además otros métodos para imitar la vida, a modo de «apoyo». Se colocaban en la tumba estatuas del muerto; numerosos objetos de los usados en vida por el muerto —instrumentos, adornos, modelos reducidos de muebles y de siervos, e incluso alimentos y bebidas— eran colocados en la tumba.

Luego, además, las paredes de la tumba se cubrían con inscripciones y pinturas que representaban escenas de la vida del difunto. Gracias a estas inscripciones y pinturas hemos obtenido muchos conocimientos sobre la vida cotidiana de los antiguos egipcios. Por ejemplo, en ella vemos escenas de caza de elefantes, de hipopótamos y de cocodrilos, y tenemos un ejemplo gráfico de la enorme riqueza del valle del Nilo en los tiempos antiguos.

Hay escenas de festines que nos informan sobre lo que comían los antiguos egipcios. Y contemplamos también pinceladas íntimas de la vida familiar y de niños jugando. Vemos que había calor y amor familiar; que las mujeres gozaban de una elevada posición en la sociedad (mucho más alta que entre los griegos); que a los niños se los mimaba a veces, y se era indulgente con ellos. Resulta más bien irónico que sepamos tanto sobre la vida de los egipcios gracias al interés de éstos por la muerte.

Los métodos para garantizar la vida después de la muerte llegaron a ser muy elaborados y muy caros. Quizá se debió esto a que en un primer momento se aplicaban tan sólo a los reyes. El rey (como solía ser el caso en muchas sociedades antiguas) era considerado representación de todo el pueblo en su relación con los dioses, por lo que, así, gozaba de los atributos de la propia divinidad.

Si el rey entraba en relación con los dioses de acuerdo con las fórmulas adecuadas, el Nilo se desbordaría y las cosechas crecerían, en tanto que la enfermedad y los enemigos humanos serían mantenidos a distancia. El rey lo era todo, pues el rey era Egipto.

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