Los hijos de los Jedi (34 page)

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Authors: Barbara Hambly

Tags: #Ciencia Ficción

—¿Me está diciendo que este tipo de fallos de programación son comunes?

—No. —Los ojos llenos de honesta sinceridad del mluki se encontraron con la mirada de Leia bajo el grueso promontorio de sus cejas—. Pero de vez en cuando un alimentador de árboles sufre un leve ataque de locura y se dedica a recorrer las calles rociando a los transeúntes con chorros de pasta nutridora. O un caminante de los hielos decide dar un paseo por los glaciares, con lo que obliga a sus pasajeros a salir de la cabina y volver al valle a pie. La gran mayoría de los que tienen algo que hacer en los glaciares, como por ejemplo los que han de viajar a Bot-Un o Mithipsin siempre llevan consigo trajes térmicos y comunicadores de emergencia para enviar una señal de auxilio en el caso de que llegue a ser necesario.

Jevax extendió sus manos cubiertas de pelos blancos delante de él, y el pelaje plateado de sus orejas destelló cuando inclinó la cabeza a un lado.

—Personalmente, y aunque no soy mecánico, sospecho que es el resultado de haber cubierto el valle con la cúpula —siguió diciendo—. Esta zona siempre fue bastante húmeda, pero cubrir el valle ha hecho que lo sea todavía más que antes, y las estaciones de bombeo no pueden eliminar o neutralizar todos los gases corrosivos que brotan de las fisuras que hay al final del valle. Nunca ha habido informes de problemas mecánicos de esta clase en Bot-Un.

—Pero no ha sido un problema mecánico —argumentó Leia—. Fue un defecto de programación…

—Bueno, eso es lo que dicen los mecánicos de aquí. —Jevax se rascó la cabeza—. Pero los programadores juran que es algo mecánico.

«Eso es muy propio de ellos», pensó Leia a última hora de la mañana siguiente mientras contemplaba cómo Chewbacca hurgaba en las entrañas mecánicas de Erredós entre una siseante erupción de chispazos. Todavía tenía que conocer a un programador que admitiera que unos resultados inesperados y no deseados no eran universalmente atribuibles a un fallo de los mecanismos o a un error del operador. Incluso Qwi Xux seguía estando sincera y honradamente convencida de que la Estrella de la Muerte habría sido una maravillosa herramienta minera.

Y, sí, la atmósfera de la Fisura de Plawal era extraordinariamente húmeda, y pegó la camisa de lino oscuro de Leia a sus brazos y su espalda cuando se inclinó sobre la barandilla de la terraza en la que Han y el wookie estaban trabajando para aprovechar al máximo la luz diurna. Los ingenieros que les había prometido Jevax todavía tenían que llegar para reparar el suministro energético de la casa y abrir los postigos soldados a sus guías. Leia pensó que si seguían un horario de trabajo parecido al del Centro Municipal, no los verían aparecer hasta que las plantas empaquetadoras hubieran vuelto a cerrar con la llegada de la noche.

Y, sí, la maquinaria de segunda mano que no había sido específicamente diseñada para funcionar en climas hiper-húmedos sufría averías de vez en cuando.

Pero se podía presumir que los mecánicos instalarían bloques deshumificadores en toda la maquinaria, y no cabía duda de que esos bloques estaban presentes en todos los pintorescamente anticuados electrodomésticos de la cocina. Y Erredós había pasado un tiempo considerable en los pantanos de Dagobah sin convertirse en un androide homicida, lo cual suponía una muestra de control de sí mismo que Leia no estaba muy segura de ser capaz de imitar después de haber oído contar a Luke lo que había ocurrido en aquel mundo verde infestado de serpientes.

Para usar una de las expresiones favoritas de su vieja niñera, en todo aquello había algo que no le sonaba bien.

Leia apoyó los codos sobre la barandilla de piedra del balcón y pensó que, dijeran lo que dijesen los programadores, un «fallo mecánico» podía explicar el que Erredós enloqueciese y saliera del camino para internarse por entre los árboles…, pero por mucho que forzara su imaginación no podía pensar en nada capaz de hacer que llevara a cabo una serie tan complicada de actividades específicas como cerrar puertas, sellar cerraduras y cortocircuitar cableados dentro de paneles murales y desintegradores.

En cuanto a la posibilidad de una sustitución, no cabía duda de que se trataba de Erredós: los números de serie de su bloque principal y del soporte de su motivador encajaban. Chewbacca —con sus brazos y sus hombros cubiertos por un complejo dibujo de tiras de pelaje afeitado y tiras de carne sintética adheridas debajo, pero aparte de eso muy poco afectado por lo que había ocurrido en las cavernas la noche anterior— no había encontrado ninguna clase de mecanismo de transmisión insertado en los motivadores de Erredós que pudiera haberle proporcionado instrucciones desde el exterior.

Y, en cualquier caso, ¿cuándo podría haber sido instalado? Anoche Erredós sólo había desaparecido de su vista durante unos momentos, y Leia le había oído moverse durante una parte de ese período de tiempo.

—Bueno, ¿qué piensas? —preguntó Han mientras se limpiaba los dedos en un trapo cuyo estado ya era realmente indecible.

Chewbacca se subió las gafas protectoras y dejó escapar un gruñido que podía interpretarse de mil maneras distintas. El wookie había vuelto a montar los motores del
Halcón Milenario
cuando se encontraban mucho más maltrechos que el pequeño androide, y la nave había podido volar. Leia contempló los montones de cableado y alambres que seguían esparcidos sobre las losas de piedra de la terraza y tuvo sus dudas.

Erredós osciló levemente sobre su base y consiguió emitir un débil trino tranquilizador.

—¿Qué demonios creías estar…? —empezó a preguntar Han.

Leia se apresuró a alargar el brazo para rozarle el hombro y evitar que dijera ni una sola palabra más. Erredós ya tenía que sentirse lo suficientemente mal sin necesidad de escuchar reproches.

—¿Puedes hablarnos de ello? —le preguntó con dulzura.

Las oscilaciones de Erredós se hicieron más pronunciadas. El pequeño androide hizo girar su cúpula superior de un lado a otro y lanzó un quejumbroso pitido de súplica.

—¿Que si puede hablarnos de ello? —exclamó Han—. ¡Yo puedo hablarte de ello! ¡Intentó matarnos!

El androide emitió un estridente gemido de desesperación.

—Calma, calma… No pasa nada —dijo Leia. Se arrodilló junto a Erredós, y sus dedos rozaron la juntura de la base pivotante y el cuerpo sin prestar ninguna atención al comentario que masculló su esposo—. No estoy enfadada contigo, y no permitiré que te ocurra nada. —Volvió la cabeza para lanzar una rápida mirada por encima del hombro a Han y Chewie, que supuso formaban una pareja de aspecto francamente siniestro apoyados en la barandilla de piedra con los brazos llenos de taladros y pinzas—. ¿Qué ocurrió?

Todas las luces de Erredós se apagaron de golpe.

Leia se volvió hacia Chewie, que había vuelto a subirse las gafas protectoras de soldadura hasta el final de su enorme frente.

—¿Estás seguro de que has vuelto a colocar todo su cableado tal como se supone que ha de estar?

—Eh, funciona, ¿no? —replicó Han.

Leia retrocedió mientras Chewbacca se arrodillaba delante de Erredós para reanudar sus manipulaciones. No tenía muchos conocimientos de mecánica —Luke le había enseñado a desmontar y volver a montar un caza X estándar en un par de horas, y si tenía un día bueno incluso era capaz de identificar algunas partes del sistema motriz del
Halcón
—, pero tuvo la impresión de que el wookie estaba volviendo a llevar a cabo algunas de las reparaciones que ya había hecho hacía una hora. Pero Han y Chewie eran mecánicos, al igual que Luke, y pensaban en términos de un fallo mecánico.

Leia se encontró preguntándose si habría alguna manera de ponerse en contacto con Cray Mingla.

Algo se movió en el huerto debajo de ellos. Un manolio de un chillón color amarillo surgió de entre los helechos como una flor asustada por algo y se alejó con un veloz batir de alas a través de los árboles, y Leia —que nunca había perdido la capacidad de mantenerse en un continuo estado de alerta adquirida durante todos los años de huida interminable transcurridos entre las batallas de Yavin y Endor— volvió la cabeza automáticamente para averiguar qué lo había asustado.

No vio gran cosa, pero era suficiente. Una fantasmagórica impresión de movimiento se desvaneció inmediatamente entre la niebla, pero el traje blanco y la estela de cabellos negros como la noche resultaban inconfundibles.

—Anoche no llegué a preguntártelo. Leia —dijo la voz de Han en el balcón detrás de ella—. ¿Encontraste algo en los archivos de la ciudad?

—Sí —dijo Leia mientras se deslizaba por encima de la barandilla del balcón y salvaba con un ágil salto el metro y medio de distancia que la separaba de las espesas masas de heléchos que se alzaban bajo ella—. Vuelvo enseguida…

La neblina hacía que fuese imposible ver con claridad a más de unos cuantos metros. Los troncos de los árboles, las lianas y los parterres de arbustos y heléchos eran como borrosos recortables unidimensionales perdidos entre aquella grisura vidriosa. Leia entrecerró los ojos y desplegó sus sentidos tal como Luke le había estado enseñando a hacer, y percibió la agitación subliminal de una tela entre las hojas y el chasquido líquido del follaje empapado al ser aplastado bajo un par de pies, y una tenue sombra de perfume.

Su mano se movió en una reacción automática para buscar el desintegrador que colgaba normalmente de su costado sin interrumpir la persecución ni un instante. No había nada, naturalmente, pero Leia siguió adelante. Se esforzó para no perder el rastro de la mujer cuyo rostro había visto la noche anterior bajo la luz de aquel farol del sendero del huerto, y continuó avanzando sin correr pero sin quedarse atrás.

Ya había conseguido recordar dónde la había visto antes.

Leia tenía dieciocho años, y acababa de convertirse en el miembro más joven del Senado Imperial. Las antiguas Casas tenían la costumbre de llevar a sus hijas a Coruscant cuando salían de la escuela de perfeccionamiento a los diecisiete años, o a los dieciséis si sus padres eran lo bastante ambiciosos para adelantar el comienzo de la larga y complicada serie de maniobras que tenían como objetivo conseguir un buen partido en la Corte. Leia se acordó que sus tías se habían quedado horrorizadas cuando se negó a ir, y que luego se habían mostrado doblemente perplejas y escandalizadas cuando su padre apoyó su decisión de no ser presentada al Emperador hasta que pudiera hacerlo por derecho propio en calidad de senadora, y no sencillamente como una joven más perdida en el mercado matrimonial de la Corte del Imperio.

Se preguntó qué pensarían sus tías si pudieran verla casada con un hombre que había iniciado su vida como contrabandista y cuyos padres habían sido dos desconocidos insignificantes de los que nadie había oído hablar nunca. ¿Qué dirían si pudieran verla convertida en Jefe de Estado, después de años y más años de huir por toda la galaxia con su cabeza puesta a precio en compañía de un abigarrado grupo de guerreros llenos de ideales?

Si tenía que ser sincera, Leia debía confesar que no sabía si se habrían sentido horrorizadas o si habrían estado orgullosas de ella. Cuando tenía dieciocho años no las conocía demasiado bien, y no había podido conocerlas tal como una persona adulta conoce a otras personas adultas.

Y todos habían muerto antes de que pudiera llegar a hacerlo.

Salió de entre los árboles del huerto. El vestido blanco se encontraba al otro extremo de la calle del Viejo Huerto, y se movía con una considerable rapidez. Leia pensó que se dirigía hacia la plaza del mercado.

Durante mucho tiempo Leia había intentado no saber si era de día o si ya estaba anocheciendo cuando la Estrella de la Muerte había aparecido en el cielo de la capital de Alderaan. Alguien había acabado informándola de que la Estrella de la Muerte había llegado un cálido anochecer de finales de primavera. La tía Rouge indudablemente habría estado peinándose para la cena delante de aquel espejo de marco dorado de su tocador, la tía Celly habría estado acostada disfrutando de su ataque diario de hipocondría, y la tía Tia habría estado leyéndole en voz alta o hablando a sus pittinos como si fuesen bebés. Leia incluso se acordaba de sus nombres:
Caramelo, Ojitos, Peludo
y
VA-TT,
lo que significaba
Vehículo de Ataque Todo Terreno.
El nombre había sido escogido por Leia, y el pittino era de un rosa pálido y lo bastante pequeño para caber en el hueco de sus manos.

Todos los pittinos también habían muerto cuando alguien bajó aquella palanca a bordo de la Estrella de la Muerte.

Y todo lo demás había muerto también. Todo lo demás.

Leia apretó los dientes hasta hacerlos rechinar mientras seguía avanzando por la pendiente de la calle, manteniéndose cerca del amasijo de viejos muros y comercios y talleres prefabricados y luchando con el escozor que se acumulaba detrás de sus ojos y la espantosa opresión que le formaba un nudo en la garganta. Sus tías habían hecho que su juventud fuese una carga intermitente para Leia, pero no se habían merecido acabar así.

Finalmente fue su padre quien la presentó al Emperador, en la rotonda del Senado y como representante electa más joven de Alderaan. Leia se acordaba igual que si fuese ayer de aquellas pupilas oscuras y malignas que la habían contemplado con la fijeza inmóvil de los ojos de un lagarto desde el rostro marchito medio oculto por la sombra del capuchón negro. Pero fueron sus tías las que insistieron en llevarla a la gran sala del palacio aquella noche.

Y fue allí donde había visto a aquella mujer…. a aquella muchacha.

Leia tenía dieciocho años y llevaba el austero traje blanco de su nuevo cargo, al igual que su padre. No había muchos senadores, y la multitud que llenaba el inmenso recinto flanqueado por la gran columnata parecía un parterre de flores otoñales repleto de tonos bronce, oro, violeta y verde oscuro. Entre el surtido habitual de cortesanos, los hijos e hijas de los gobernadores y los moffs y los descendientes de las antiguas Casas aristocráticas, la atención de Leia había sido atraída enseguida por media docena de mujeres de una belleza realmente impresionante, exquisitamente ataviadas y enjoyadas como princesas, que no parecían ser ni esposas de burócratas ni pertenecer a los grupos más elitistas de las antiguas Casas y sus vasallos. Le había preguntado a su tía Rouge quienes eran, y había obtenido un «A quien el Emperador desee invitar es asunto suyo, mi querida Leia, pero no tenemos ninguna obligación de hablar con ellas» pronunciado en un tono seco, cortante y lleno de superioridad.

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