Golan Trevize, consejero de la Primera Fundación, se pregunta sobre la posibilidad de la supervivencia de la Segunda Fundación. Esta debería haber sido destruida, según la versión oficial, agotándose así los superpoderes mentales de los científicos que la componían y que dirigían ocultamente los aconteceres del Imperio Galáctico.
Tras una serie de intrigas políticas, Trevize se verá obligado a exiliarse en una astronave, en compañía del historiador Janov Pelorat. Pero, una vez en el espacio, ambos decidirán dedicarse a la búsqueda del antiguo planeta Tierra...
Isaac Asimov
Los límites de la Fundación
ePUB v1.0
Horus0117.01.12
Título original:
Foundation's Edge
©Isaac Asimov, 1982
Premio Hugo de Novela 1983
A Betty Prashker, que insistió,
y a Lester del Rey, que me azuzó
El Primer Imperio Galáctico se derrumbaba. Hacía siglos que declinaba y se debilitaba, y sólo un hombre se dio plena cuenta de ello.
Ese hombre fue Hari Seldon, el último gran científico del Primer Imperio; y fue él quien perfeccionó la psicohistoria, la ciencia del comportamiento humano reducido a ecuaciones matemáticas.
El ser humano individual es imprevisible, pero Seldon descubrió que las reacciones de la masa humana podían ser tratadas estadísticamente. Cuanto mayor es la masa, mayor es la exactitud de la predicción. Y el volumen de las masas humanas con las que Seldon trabajó fue nada menos que el de la población de los millones de mundos habitados de la Galaxia.
Las ecuaciones de Seldon le revelaron que, de ser abandonado a su suerte, el Imperio caería y transcurrirían treinta mil años de desdicha y agonía humanas antes de que un Segundo Imperio emergiera de las ruinas. No obstante, si fuera posible modificar algunas de las condiciones existentes, ese interregno podría reducirse a un solo milenio, únicamente un millar de años.
Con objeto de lograrlo, Seldon estableció dos colonias de científicos a las que llamó «Fundaciones». Con toda intención, las colocó «en extremos opuestos de la Galaxia». La Primera Fundación, centrada en las ciencias físicas, fue instituida con un gran despliegue de publicidad. La existencia de la otra, la Segunda Fundación, un mundo de científicos psicohistóricos y «mentales», fue sumida en el silencio.
En la Trilogía de las Fundaciones se relata la historia de los cuatro primeros siglos del interregno. La Primera Fundación (conocida simplemente como «la Fundación», ya que la existencia de otra era desconocida para casi todos) empezó como una pequeña comunidad perdida en el vacío de la Periferia Exterior de la Galaxia. Periódicamente se enfrentaba a una crisis derivada de las relaciones humanas y las corrientes sociales y económicas de la época. Su libertad de movimientos se limitaba a una línea determinada, y cuando se movía en esa dirección, un nuevo horizonte de desarrollo se abría ante ella. Todo había sido planeado por Hari Seldon, fallecido hacía ya mucho tiempo.
La Primera Fundación, con su ciencia superior, se apoderó de los planetas bárbaros que la rodeaban. Se enfrentó a los anárquicos guerreros que se habían separado del Imperio moribundo y los derrotó. Se enfrentó a los restos del propio Imperio, bajo su último emperador poderoso y su último general poderoso, y los derrotó.
Parecía que el «Plan Seldon» seguía su curso normal y nada podía evitar que el Segundo Imperio fuese establecido a tiempo, y con un mínimo de devastación intermedia.
Pero la psicohistoria es una ciencia estadística. Siempre existe una pequeña posibilidad de que algo falle, y algo falló, algo que Hari Seldon no pudo prever. Un hombre, llamado el Mulo, apareció repentinamente. Tenía poderes mentales en una Galaxia que carecía de ellos. Moldeaba las emociones de los hombres y formaba sus mentes de modo que sus más acérrimos adversarios se convertían en sus leales servidores. Los ejércitos no podían, no querían, luchar contra él. La Primera Fundación cayó y el Plan Seldon pareció haber fracasado.
Quedaba la misteriosa Segunda Fundación, a la que la súbita aparición del Mulo había cogido desprevenida, pero que ahora elaboraba lentamente un contra-ataque. Su gran defensa era el hecho de su emplazamiento desconocido. El Mulo la buscó con el propósito de conquistar la Galaxia completa. Los fieles que sobrevivieron a la Primera Fundación la buscaron para obtener ayuda.
Ninguno la encontró. El Mulo fue detenido por la acción de una mujer, Bayta Darell, y eso proporcionó tiempo suficiente a la Segunda Fundación para organizar la acción adecuada y, con ella, detener al Mulo para siempre. Lentamente se prepararon para restablecer el Plan Seldon.
Pero, en cierto modo, la seguridad de la Segunda Fundación había desaparecido. La Primera Fundación conocía la existencia de la Segunda, y la Primera no deseaba un futuro en el que estuvieran fiscalizados por los mentalistas. La Primera Fundación era superior en fuerza física, mientras que la Segunda Fundación no sólo estaba en desventaja por ese hecho, sino por tener que realizar una doble labor: tenía que detener a la Primera Fundación, a la vez que recobrar su anonimato.
La Segunda Fundación, bajo su gran «primer orador», Preem Palver, consiguió hacerlo. La Primera Fundación fue inducida a creer que había vencido, que había derrotado a la Segunda Fundación, y fue adquiriendo cada vez más poder en la Galaxia, totalmente ignorante de que la Segunda Fundación seguía existiendo.
Ya han pasado cuatrocientos noventa y ocho años desde que la Primera Fundación apareció en escena. Se encuentra en el apogeo de su poder, pero hay un hombre que no acepta las apariencias…
—Naturalmente no lo creo —dijo Golan Trevize, deteniéndose en los anchos escalones de Seldon Hall y contemplando la ciudad bañada por el sol.
Términus era un planeta templado, con un elevado porcentaje de agua/tierra. Como Trevize pensaba a menudo, la introducción del control climático lo había hecho mucho más cómodo y considerablemente menos interesante.
—No creo nada en absoluto —repitió, sonriendo.
Sus dientes blancos y uniformes brillaron en su rostro juvenil.
Su compañero y colega, Munn Li Compor, que había adoptado un segundo nombre a despecho de la tradición de Términus, meneó la cabeza con desasosiego.
—¿Qué es lo que no crees? ¿Que hemos salvado la ciudad?
—Oh, eso sí que lo creo. Lo hemos hecho, ¿no?
Y Seldon dijo que lo haríamos, y que actuaríamos correctamente haciéndolo así, y que él lo sabía todo hace quinientos años.
Compor bajó la voz y dijo casi en un susurro: —Mira, no me importa que me hables de este modo, porque sé que hablas por hablar, pero si vas gritándolo por ahí otros te oirán y, francamente, no quiero estar cerca de ti cuando caiga el rayo. No sé lo preciso que será.
La sonrisa de Trevize permaneció inalterable y dijo:
—¿Hay algo malo en decir que la ciudad está salvada? ¿Y que lo hemos hecho sin guerra?
—No había nadie a quien combatir —repuso Compor. Tenía el cabello de un amarillo mantecoso y los ojos de un azul celeste, y siempre resistía el impulso de alterar esos tonos pasados de moda.
—¿No has oído hablar nunca de la guerra civil, Compor? —preguntó Trevize. Este era alto, tenía el cabello negro, ligeramente ondulado, y la costumbre de andar con los pulgares metidos en el cinturón de suave fibra que siempre llevaba.
—¿Una guerra civil por el emplazamiento de la capital?
—La cuestión fue suficiente para provocar una Crisis Seldon. Destruyó la carrera política de Hanni. Nos introdujo a ti y a mí en el Consejo a raíz de las últimas elecciones, y el problema persistió… —Movió lentamente una mano, de delante atrás, como una balanza al nivelarse.
Se detuvo en los escalones, sin hacer caso de los otros miembros del gobierno y medios informativos, así como de las personas influyentes que habían conseguido invitación para presenciar el regreso de Seldon (o, en todo caso, el regreso de su imagen).
Todos bajaban las escaleras, hablando, riendo, enorgulleciéndose de la perfección de todo, y complaciéndose en la aprobación de Seldon.
Trevize permaneció inmóvil y dejó pasar a la multitud. Compor, que estaba dos escalones más abajo, se detuvo; una invisible cuerda se extendía entre ellos.
—¿No vienes? —preguntó.
—No hay prisa. La reunión del Consejo no empezará hasta que la alcaldesa Branno haya repasado la situación con su estilo firme y escueto. No tengo prisa por soportar otro aburrido discurso. ¡Mira la ciudad!
—Ya la veo. También la vi ayer.
—Sí. Pero ¿la viste hace quinientos años, cuando fue fundada?
—Cuatrocientos noventa y ocho —le corrigió automáticamente Compor—. Dentro de dos años celebrarán el quinto centenario y la alcaldesa Branno aún seguirá en su cargo, salvo imprevistos que todos esperamos no se produzcan.
—Esperémoslo —dijo secamente Trevize—. Pero ¿cómo era hace quinientos años, cuando fue fundada? ¡Una ciudad! ¡Una pequeña ciudad, ocupada por un grupo de hombres que preparaban una Enciclopedia que nunca se terminó!
—Claro que se terminó.
—¿Te refieres a la Enciclopedia Galáctica que tenemos ahora? Lo que tenemos no es aquello en lo que ellos trabajaban. Lo que tenemos está en una computadora y es revisado diariamente. ¿Has visto alguna vez el original incompleto?
—¿El que está en el Museo Hardin?
—El Museo de los Orígenes Salvador Hardin. Llamémosle por un nombre completo, por favor, ya que eres tan puntilloso respecto a las fechas exactas. ¿Lo has visto?
—No. ¿Debería haberlo hecho?
—No, no vale la pena. Pero, en todo caso, ahí estaban… un grupo de enciclopedistas, formando el núcleo de una ciudad, una pequeña ciudad en un mundo virtualmente desprovisto de metales, girando alrededor de un sol aislado del resto de la Galaxia, en el límite, el mismo límite. Y ahora, quinientos años más tarde, somos un mundo suburbano. Esto es un gran parque, con todo el metal que queremos. ¡Ahora estamos en el centro de todo!
—No exactamente —replicó Compor—. Aún giramos en torno a un sol aislado del resto de la Galaxia. Aún estamos en el mismo límite de la Galaxia.
—Ah, no, eso lo dices sin pensar. Esa fue la causa de esta pequeña Crisis Seldon. Somos algo más que el aislado mundo de Términus. Somos la Fundación, que extiende sus tentáculos por toda la Galaxia y gobierna esa Galaxia desde su emplazamiento en el mismo límite. Podemos hacerlo porque no estamos aislados, excepto en la situación, y eso no cuenta.
—De acuerdo. Lo acepto. —Evidentemente a Compor le era indiferente y bajó otro escalón. La cuerda invisible que había entre ellos se estiró aún más. Trevize alargó una mano como para tirar de su amigo escalones arriba.
—¿No ves lo que eso significa, Compor? Ha habido un cambio enorme, pero nosotros no lo aceptamos. En el fondo del corazón queremos la pequeña Fundación, la sencilla organización de un solo mundo que teníamos en los viejos tiempos, en aquellos tiempos de férreos héroes y nobles santos que se han ido para siempre.
—¡Oh, vamos!
—Hablo en serio. Mira Seldon Hall. Para empezar, durante las primeras crisis de la época de Salvor Hardin, sólo era la Bóveda del Tiempo, un pequeño auditorio donde aparecía la imagen holográfica de Seldon. Eso era todo. Ahora es un mausoleo colosal, pero ¿tiene una rampa con campo de fuerza? ¿Una cinta transportadora? ¿Un ascensor gravítico? No, sólo estos escalones, y nosotros los bajamos y subimos como Hardin habría tenido que hacerlo. En una época extraña e imprevisible, nos aferramos con miedo al pasado.