Los límites de la Fundación (26 page)

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Authors: Isaac Asimov

Tags: #Ciencia Ficción

—Novi, ahora ir dormirás. No pensarás en nada. Descansarás y ni siquiera soñarás —dijo Gendibal.

Novi balbuceó durante un momento. Sus ojos se cerraron y su cabeza cayó hacia atrás contra el respaldo de la silla.

Gendibal esperó un momento y luego dijo:

—Primer orador, con todo respeto, sígame al interior de la mente de esta mujer. La encontrará notablemente simple y simétrica, lo cual es una suerte, pues lo que verá podría no haber sido visible en otras circunstancias. ¡Aquí…, aquí! ¿Lo observa? Si el resto de ustedes quieren entrar…, será más fácil si lo hacen uno por uno.

Hubo un creciente zumbido en torno a la mesa.

—¿Alguno de ustedes duda todavía? —preguntó Gendibal.

Delarmi dijo:

—Yo dudo, porque… —Hizo una pausa al borde de lo que era, incluso para ella, difícil de decir.

Gendibal lo dijo en su lugar.

—¿Cree que he manipulado deliberadamente esta mente a fin de que presentara una falsa evidencia? ¿Cree, por lo tanto, que soy capaz de realizar un ajuste tan delicado; una sola fibra mental claramente deformada sin nada a su alrededor o en las proximidades que esté alterado en lo más mínimo? Si pudiera hacerlo, ¿qué necesidad tendría de tratar con cualquiera de ustedes de esta manera? ¿Por qué someterme a la deshonra de un juicio? ¿Por qué esforzarme en convencerles? Si yo pudiera hacer lo que se ve en la mente de esta mujer, todos ustedes estarían indefensos frente a mi, a menos que se hallaran bien preparados. El hecho contundente es que ninguno de ustedes podría manipular una mente como ha sido manipulada la de esta mujer. Yo tampoco. Sin embargo, alguien lo ha hecho.

Hizo una pausa, mirando a todos los oradores por orden, y, fijando después sus ojos en Delarmi, habló con lentitud.

—Ahora, si no disponen nada más, haré entrar al campesino hameniano, Karoll Rufirant, al que he examinado y cuya mente también ha sido manipulada de esta manera.

—No será necesario —dijo el primer orador, que tenía una expresión consternada—. Lo que hemos visto es más que suficiente.

—En ese caso —dijo Gendibal—, ¿puedo despertar a esta hameniana y dejarla ir? He dispuesto que fuera haya alguien para encargarse de su recuperación.

Cuando Novi hubo salido, llevada del brazo por Gendibal, éste dijo:

—Permítanme hacer un breve resumen. Las mentes pueden ser, y han sido, alteradas de un modo que está más allá de nuestro poder. Así pues, los propios encargados de la biblioteca pueden haber sido influidos para sacar de allí el material sobre la Tierra, sin nuestro conocimiento o el de ellos. Hemos visto cómo se dispuso que mi llegada a la reunión de la Mesa fuese retrasada. Me amenazaron; me rescataron. La consecuencia es que fui residenciado. La consecuencia de esta sucesión de hechos aparentemente naturales es que puedo ser destituido de una posición de poder; y la línea de acción que yo defiendo y que amenaza a esas personas, quienesquiera que sean, puede ser anulada.

—Delarmi se inclinó hacia delante. Estaba claramente trastornada.

—Si esa organización secreta es tan ingeniosa, ¿cómo pudo usted descubrir todo esto?

Ahora, Gendibal no tuvo inconveniente en sonreír.

—El mérito no es mío —dijo—. No me considero más hábil que los demás oradores y, por supuesto, no más que el primer orador. Sin embargo, tampoco estos Anti-Mulos, como el primer orador los ha bautizado ingeniosamente, son infinitamente sabios o infinitamente inmunes a las circunstancias. Quizá eligieron a esta hameniana determinada como instrumento precisamente porque necesitaba muy pocos ajustes. Ella era, por su propio carácter, simpatizante de los que llama "sabios", y los admiraba intensamente.

»Pero después, cuando esto hubo terminado, su momentáneo contacto conmigo reforzó su fantasía de convertirse ella misma en "sabia". Al día siguiente acudió a mí con esa idea en mente. Curioso por tan peculiar ambición, examiné su mente, lo que ciertamente no habría hecho en otras circunstancias, y más por accidente que otra cosa, descubrí el ajuste y percibí su significado. De haber sido elegida cualquier otra mujer, una menos predispuesta a favor de los sabios, los Anti-Mulos habrían tenido que hacer más de un ajuste, pero quizá entonces no habría habido consecuencias y yo no me habría enterado de nada. Los Anti-Mulos calcularon mal, o bien no previeron esta posibilidad. El hecho de que puedan tropezar de este modo es alentador.

—El primer orador y usted llaman a esta… organización… los Anti-Mulos, supongo que porque parecen trabajar para mantener a la Galaxia en la trayectoria del Plan Seldon, en vez de desviarla como hizo el propio Mulo. Si los Anti-Mulos hacen eso, ¿por qué son peligrosos? —dijo Delarmi.

—¿Por, qué iban a esforzarse, si no fuera con algún propósito? Nosotros no sabemos cuál es ese propósito. Un cínico podría decir que quieren intervenir en alguna época futura e impulsar la corriente en otra dirección, alguna que posiblemente les agradaría más a ellos que a nosotros. Esta es mi propia opinión, a pesar de que no estoy especializado en cinismo. ¿Acaso la oradora Delarmi se atrevería a afirmar, debido al amor y confianza que conforman tan gran parte de su carácter, que son altruistas cósmicos, que hacen nuestro trabajo en lugar de nosotros, sin aspirar a una recompensa?

Hubo unas carcajadas ahogadas en torno a la mesa y Gendibal comprendió que había vencido.

Y Delarmi comprendió que había perdido; y una oleada de ira apareció a través de su férreo control mentálico como un momentáneo rayo de sol a través de una espesa bóveda de hojas.

—A raíz del incidente con el campesino hameniano, llegué a la conclusión de que había un orador tras él. Cuando observé el ajuste en la mente de la hameniana, supe que estaba en lo cierto respecto a la conspiración, pero equivocado respecto al conspirador. Ruego me disculpen por la mala interpretación y alego las circunstancias como atenuante —prosiguió Gendibal.

El primer orador dijo:

—Creo que esto puede ser interpretado como una disculpa…

Delarmi interrumpió. Había recobrado la serenidad; su rostro era afable y su voz, pura sacarina.

—Con todo respeto, primer orador, si se me permite interrumpir… Olvidemos este asunto de la residencia. En este momento yo no votaría por la condena y supongo que nadie lo haría. Incluso sugiero que la residencia no conste en el intachable historial del orador. El orador Gendibal se ha exonerado hábilmente a sí mismo. Le felicito por ello… y por denunciar una crisis que el resto de nosotros bien habríamos podido ignorar indefinidamente, con resultados incalculables. Ofrezco al orador mis sinceras disculpas por mi anterior hostilidad.

Dirigió una resplandeciente sonrisa a Gendibal, que la admiró a pesar suyo por la manera en que había cambiado inmediatamente de táctica a fin de reducir sus pérdidas. También intuyó que esto sólo eran los preliminares a un ataque desde otra dirección.

35

Cuando se esforzaba en mostrarse encantadora, la oradora Delora Delarmi conseguía dominar a la Mesa de Oradores. Su voz se tornó suave, su sonrisa indulgente, sus ojos brillantes, y toda ella irradió dulzura. Nadie pensó en interrumpirla y todos esperaron que asestara el golpe de gracia.

—Gracias al orador Gendibal, creo que ahora todos sabemos lo que debemos hacer. No vemos a los Anti-Mulos; no tenemos ningún dato acerca de ellos, excepto sus fugitivos toques en las mentes de personas que viven en la sede de la misma Segunda Fundación. No sabemos qué está planeando el centro de poder de la Primera Fundación. Quizá nos encontremos ante una alianza de los Anti-Mulos y la Primera Fundación. No lo sabemos.

»Sí sabemos que este Golan Trevize y su compañero, cuyo nombre se me escapa en este momento, se dirigen hacia algún lugar que no sabemos cuál es, y que el primer orador y Gendibal creen que Trevize es la clave de esta grave crisis. Así pues, ¿qué debemos hacer? Está claro que debemos averiguar todo lo que podamos sobre Trevize; adónde va, qué piensa, cuál puede ser su propósito; o bien si tiene algún punto de destino, algún pensamiento, algún propósito; si no podría ser, en realidad, un mero instrumento de una fuerza mayor que él.

—Está sometido a observación —dijo Gendibal.

Delarmi frunció los labios en una indulgente sonrisa.

—¿De quién? ¿De uno de sus agentes extranjeros? ¿Podemos esperar que esos agentes se resistan a aquellos que tienen las facultades demostradas aquí? Indudablemente no. En tiempos del Mulo, y también más tarde, la Segunda Fundación no vaciló en enviar fuera, e incluso sacrificar, a voluntarios de los mejores que teníamos, ya que ninguna otra cosa podía servir. Cuando fue necesario restaurar el Plan Seldon, el mismo Preem Palver registró la Galaxia como un comerciante trantoriano a fin de traer a esa muchacha, Arkady. No podemos cruzarnos de brazos, ahora, cuando la crisis puede ser más grave que en ningún caso previo. No podemos confiar en funcionarios menores, vigilantes y mensajeros.

—¿No estará sugiriendo que el primer orador abandone Trántor en este momento? —preguntó Gendibal.

Y Delarmi contestó:

—Por supuesto que no. Lo necesitamos aquí. Por otra parte, está usted, orador Gendibal. Es usted quien ha intuido y sopesado correctamente la crisis. Es usted quien detectó la sutil interferencia exterior en la biblioteca y las mentes hamenianas. Es usted quien ha mantenido sus opiniones contra la cerrada oposición de la Mesa… y ha vencido. Aquí no hay nadie que haya visto la situación tan claramente como usted, y nadie más que usted podrá seguir viéndola con claridad. En mi opinión, es usted quien debe salir al espacio para enfrentarse al enemigo. ¿Puedo saber el parecer de la Mesa?

No necesitó una votación formal para conocer ese parecer. Cada orador tocó las mentes de los otros y quedó claro para un Gendibal súbitamente consternado que, en el momento de su victoria y de la derrota de Delarmi, esta formidable mujer había maniobrado para enviarle irrevocablemente al exilio con una misión que le ocuparía durante un período indefinido, mientras ella permanecía allí para controlar la Mesa y, por lo tanto, la Segunda Fundación y, consecuentemente, la Galaxia, enviando a todos por igual, tal vez, hacia su total destrucción.

Y si, de alguna manera, el exiliado Gendibal conseguía obtener la información que permitiría a la Segunda Fundación eludir la inminente crisis, sería Delarmi quien merecería el reconocimiento por haberlo organizado, y el éxito de él sólo confirmaría el poder de ella. Cuanto más rápido fuese Gendibal, cuanto más éxito tuviera, más sólidamente confirmaría el poder de la oradora Delarmi.

Era una maniobra muy hermosa, una recuperación increíble.

Y dominaba claramente a la Mesa, incluso ahora que estaba usurpando virtualmente las atribuciones del primer orador. El pensamiento de Gendibal en este sentido fue atajado por la ira que emanaba del primer orador.

Se volvió. El primer orador no hacía ningún esfuerzo para ocultar su cólera, y pronto quedó claro que una nueva crisis interna no tardaría en suceder a la que había sido resuelta.

36

Quindor Shandess, el vigésimo quinto primer orador, no se hacía demasiadas ilusiones respecto a sí mismo.

Sabía que no era uno de los pocos primeros oradores dinámicos que habían iluminado los cinco siglos de historia de la Segunda Fundación; pero, en realidad, no tenía que serlo. Presidía la Mesa durante un tranquilo período de prosperidad galáctica y no había necesidad de dinamismo. Había parecido que se trataba de una época idónea para jugar a la defensiva y él había sido el hombre adecuado para este papel. Su predecesor lo había escogido por este motivo.

—Usted no es un aventurero; usted es un sabio —había dicho el vigésimo cuarto primer orador—. Usted preservará el Plan, mientras que un aventurero podría echarlo a perder. ¡Preservar! Que ésta sea la palabra clave para su Mesa.

Lo había intentado, pero eso significó un mandato pasivo y, en muchas ocasiones, se había interpretado como debilidad. Había rumores periódicos en el sentido de que se proponía dimitir y también manifestar intrigas para asegurar la sucesión en una u otra dirección.

Shandess no tenía la menor duda de que Delarmi había sido la instigadora de la lucha. Tenía la personalidad más fuerte de la Mesa, e incluso Gendibal, con, todo el fuego y la locura de la juventud, retrocedía ante ella, como estaba haciendo ahora mismo.

Pero, por Seldon, quizá fuese pasivo, o incluso débil, pero había una prerrogativa del primer orador a la que ni uno solo había renunciado, y él tampoco lo haría.

Se levantó para hablar e inmediatamente se produjo un siseo en torno a la mesa. Cuando el primer orador se levantaba para hablar, no podía haber interrupciones. Ni siquiera Delarmi o Gendibal se atreverían a interrumpir.

—¡Oradores! Convengo en que nos enfrentamos a una crisis peligrosa y en que debemos tomar medidas drásticas. Soy yo quien tendría que ir al encuentro del enemigo. La oradora Delarmi, con la amabilidad que la caracteriza, me dispensa de la labor declarando que soy necesario aquí. Sin embargo, la verdad es que no soy necesario aquí ni allí. Me hago viejo; me siento cansado. Desde hace tiempo se espera que dimita algún día y quizá debería hacerlo.

Cuando esta crisis haya sido resuelta, dimitiré.

»Pero, naturalmente, es privilegio del primer orador escoger a su sucesor. Voy a hacerlo ahora. Hay un orador que domina desde hace tiempo las sesiones de la Mesa; un orador que, por la fuerza de su personalidad, ha suplido el liderazgo que yo no ejercía. Todos ustedes saben que estoy hablando de la oradora Delarmi.

Hizo una pausa, y después añadió:

—Sólo usted, orador Gendibal, denota desaprobación. ¿Puedo preguntar por qué? —Se sentó, para que Gendibal tuviera derecho a contestar.

—No lo desapruebo, primer orador —dijo Gendibal en voz baja—. A usted le corresponde elegir a su sucesor.

—Y así lo haré. Cuando usted regrese, habiendo conseguido iniciar el proceso que pondrá fin a esta crisis, será el momento adecuado para mi dimisión. Mi sucesor será entonces el encargado de dirigir la política necesaria para continuar y completar ese proceso. ¿Tiene algo que decir, orador Gendibal?

Gendibal contestó sosegadamente:

—Ya que ha asignado a la oradora Delarmi como su sucesora, primer orador, confío en que tendrá a bien aconsejarla que…

El primer orador lo interrumpió con brusquedad.

—He hablado de la oradora Delarmi, pero no la he nombrado mi sucesora. Y ahora, ¿qué tiene que decir?

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