Los robots del amanecer (54 page)

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Authors: Isaac Asimov

Tags: #ciencia ficción

—¿Y qué si se entera? ¿Qué, dime?

Baley respiró profundamente antes de responder.

—No lo entiendes. Las costumbres de la Tierra no son como las de Solaria u otros mundos espaciales. Ha habido épocas en nuestra historia en que la moral sexual era bastante tolerante, al menos en ciertos lugares y entre ciertas clases sociales, pero ahora no estamos en una de esas épocas. Los terrícolas viven hacinados, y se necesita una ética muy puritana para mantener estable el sistema familiar en tales condiciones.

—La gente tiene un compañero, y sólo uno. ¿Es eso a lo que te refieres?

—No —replicó Baley—, para ser sincero, no se trata de eso. Pero se guardan las apariencias para que las posibles faltas e infidelidades no se hagan públicas. De este modo, todo el mundo puede... puede...

—¿...simular que no lo sabe?

—Bueno, sí pero en este caso...

—Todo se haría tan público que nadie podría aparentar no saberlo y tu esposa se pondría furiosa contigo y te pegaría, ¿no?

—No, no me pegaría, pero se avergonzaría de sí misma, lo cual es aún peor. Y yo también me avergonzaría. Y mi hijo. Mi posición social se resentiría de ello y... Gladia, si no lo entiendes, no lo entiendes, pero prométeme que no andarás por ahí contando nuestro encuentro abiertamente como hacen los auroranos.

Baley era consciente de que estaba dando una pobrísima impresión de sí mismo.

—No quiero ponerte en un apuro, Elijah —musitó Gladia, pensativa—. Has sido muy bueno conmigo, y yo no me portaré mal contigo. Sin embargo, esas costumbres terrestres me parecen absolutamente ilógicas —añadió levantando las manos hacia el techo.

—Indudablemente, pero tengo que vivir con ellas, igual que tú has vivido con las normas de Solaria.

—Sí —murmuró ella. La expresión de su rostro se ensombreció con el recuerdo. Después añadió—: Perdóname, Elijah. Lo lamento de verdad. Deseo algo que no puedo conseguir y te lo hago pagar a tí.

—Está bien.

—No, no está bien. Por favor, Elijah, tengo que explicarte algo. Creo que no has comprendido lo que sucedió anoche. ¿Te sentirías más turbado todavía si te lo explicara?

Baley se preguntó cómo se sentiría Jessie si hubiese podido escuchar aquella conversación, y cuál sería su reacción. Era perfectamente consciente de que debería preocuparle mucho más la confrontación que iba a mantener, quizá de inmediato, con el Presidente de la Asamblea Legislativa de Aurora que no sus pequeños problemas matrimoniales. En teoría, debería estar pensando en el peligro que amenazaba a la Tierra, y no en la buena fama de su esposa; sin embargo, en la práctica, no podía apartar de su pensamiento a Jessie.

—Probablemente me sentiré más turbado —contestó—, pero da igual. Adelante con lo que tengas que decir.

Gladia movió su asiento, absteniéndose de hacer entrar a alguno de sus robots servidores para que lo hiciera. Baley aguardó nervioso, sin ofrecerse a ayudarla.

La mujer colocó la silla junto a la de él, vuelta en la dirección contraria, de modo que los rostros de ambos quedaron frente a frente cuando se sentó. Y al tiempo que lo hacía, extendió una de sus delicadas manos y la puso en las de él. Baley sintió que sus manos apretaban con fuerza aquella piel fina y suave.

—Ya ves —dijo ella—. Ya no temo el contacto físico. Ya he superado esa etapa en la que sólo era capaz de rozar tu rostro con las yemas de mis dedos durante unos segundos.

—Quizá sea así, pero ¿no te afecta interiormente tanto como el roce en la mejilla te afectó entonces, Gladia?

—No, no me afecta igual, y eso me gusta. En realidad, creo que es un progreso. Sentirme cambiada por un breve contacto demuestra lo anormal que había sido mi existencia durante tanto tiempo. Ahora me siento mucho mejor. Bien, Elijah, ¿quieres que te explique eso? Lo que te he dicho no es más que el prólogo.

—Adelante.

—Me gustaría que estuviéramos en la cama y a oscuras. Así podría hablar con más libertad.

—Bueno, Gladia, estamos aquí sentados y la sala está iluminada, pero te escucho igual.

—Sí... Bien, Elijah, en Solaria no se podía hablar de sexo, ¿recuerdas?

—Efectivamente.

—Ahí nunca llegué a experimentar una verdadera relación sexual. En esporádicas ocasiones, muy contadas, mi esposo se acercaba a mí por pura obligación. No te explicaré cómo era esa experiencia, pero puedes creerme si te digo que, pensando ahora en ello, era todavía peor que no tener ninguna.

—Te creo.

—Sin embargo, yo sabía algo del sexo. Leía cosas al respecto, y en ocasiones incluso hablaba del tema con otras mujeres, todas las cuales afirmaban que se trataba de un deber odioso al que habían de someterse hombres y mujeres en Solaria. Y las que ya habían tenido el cupo máximo de hijos permitidos siempre decían que estaban muy contentas de no tener que someterse a una relación sexual el resto de su vida.

—¿Y tú las creías?

—Por supuesto. Nunca había oido decir lo contrario, y los pocos relatos no solarianos que podía leer eran denunciados como falsas distorsiones; tampoco podía poner en duda esto, naturalmente. Mi esposo me encontró algunos de esos libros, los tachó de pornografía e hizo que los destruyeran. Ya sabes, también, que las personas llegan a creerse cualquier cosa. En mi opinión, las mujeres de Solaria llegaron a convencerse de sus propias afirmaciones, de que realmente el sexo era despreciable. Lo cierto es que parecían bastante sinceras y eso me hacía pensar que había en mí algo terriblemente malo, pues sentía por el tema una especie de curiosidad, una extraña sensación que no lograba explicarme.

—¿No utilizabas entonces a los robots como válvula de escape?

—No, ni siquiera se me pasaba por la cabeza. Ni los robots ni ningún otro objeto inanimado. A veces oía alguna palabra susurrada al respecto, pero acompañada de tal demostración de repugnancia, de fingida repugnancia, que no se me habría ocurrido hacer nada parecido ni en sueños. Naturalmente, en ocasiones era inevitable que soñara cosas de este tipo, y a veces me despertaba debido a lo que ahora, al recordarlo, creo que eran incipientes orgasmos. Por supuesto, entonces no comprendía lo que me sucedía, ni me atrevía a hablar de ello. En realidad, me sentía amargamente avergonzada. Peor aún, tenía miedo del placer que me proporcionaba. Después tuve que venir a Aurora y...

—Esa parte ya me la contaste. Las relaciones sexuales con los auroranos resultaban insatisfactorias.

—Sí. Eso me hizo pensar que, después de todo, las solarianas tenían razón. La relación sexual no se parecía en absoluto a lo que yo soñaba. No lo comprendí del todo hasta que tuve a Jander. Aquí en Aurora no tienen relaciones sexuales. Lo que tienen es... es una coreografía. Cada instante queda dictado por la moda en boga, desde el método de aproximación hasta el momento de la despedida. No existe nada inesperado, nada espontáneo. En Solaria, los encuentros sexuales eran tan escasos que no se daba ni se tomaba nada. En Aurora, la relación sexual se lleva a tales extremos de sofisticación que, al final, tampoco se da o se entrega nada. ¿Comprendes lo que quiero decir?

—No estoy seguro, Gladia. Nunca he tenido relaciones sexuales con una aurorana. Ni con un aurorano, si es preciso puntualizar sobre este extremo. No obstante, no es necesario que me lo expliques, pues tengo una vaga idea de a qué te refieres.

—Estás terriblemente turbado por esta conversación, ¿verdad?

—No hasta el punto de ser incapaz de soportarla.

—Entonces conocí a Jander y aprendí a utilizarlo. Jander no era un aurorano. Su único propósito, su único objetivo posible, era darme placer. Él me lo daba y yo lo aceptaba y, por primera vez, experimenté el acto sexual como debe expe-rimentarse. ¿Entiendes eso? ¿Puedes imaginar qué representa comprender de repente que no estás loca, ni eres pervertida, o que ni siquiera estás simplemente equivocada, sino darse cuenta de que no eres más que una mujer, y que tienes por fin un compañero sexual satisfactorio?

—Creo que puedo imaginarlo.

—Y a continuación, apenas transcurrido un breve período, verse privada de él. Creí... creí que eso era el fin. Estaba condenada. Nunca en mi vida, por muchos siglos que viviera, volvería a tener una buena relación sexual. No haber iniciado ninguna ya era suficientemente malo, pero encontrarla de repente, contra todas mis expectativas, y perderla de pronto para volver a quedar sin nada... eso era insoportable. Espero que ahora entiendas lo importante que fue para mí lo de anoche.

—Pero ¿por qué yo, Gladia? ¿Por qué no cualquier otro?

—No, Elijah, tenía que ser contigo. Giskard y yo salimos a buscarte y te encontramos indefenso. Absolutamente indefenso. No estabas inconsciente, pero no controlabas tu cuerpo. Tuvimos que cargar contigo y llevarte hasta el planeador antes de traerte aquí. Yo estuve presente cuando te bañaban, trataban, calentaban y secaban, y te ví absolutamente inútil para cualquier cosa. Los robots hicieron su trabajo maravillosamente, totalmente entregados a la tarea de cuidarte y evitar que sufrieras daños, pero sin verdaderos sentimientos. Yo, en cambio, te observaba y sentía algo.

Baley inclinó la cabeza, apretando los dientes al pensar que se había mostrado públicamente en tal estado de desamparo. La noche anterior, mientras se hallaba en aquel estado de confusión, el trato que había recibido le había parecido un auténtico lujo. Ahora, en cambio, sólo podía sentir vergüenza al pensar que alguien le había visto en aquellas condiciones.

Gladia prosiguió su explicación.

—Quería hacerlo todo yo sola. Sentí celos de los robots por reservarse ellos el derecho de ser amables contigo y de cuidarte. Y cuando pensé en ocuparme personalmente de tí, sentí una creciente excitación sexual, algo que no había sentido desde la muerte de Jander. Y entonces comprendí que, en mi única relación sexual satisfactoria, lo único que había hecho era recibir. Jander me daba lo que yo deseaba, pero él nunca recibía nada. Era incapaz de recibir, ya que su único placer consistía en complacerme, y a mí nunca se me había ocurrido darle nada, porque fui educada entre robots y sabía que Jander no podía recibir.

»Y así, mientras te observaba, me di cuenta de que sólo conocía la mitad de la relación sexual, y deseé desesperadamente experimentar la otra mitad. Sin embargo, más tarde, mientras estábamos cenando, te ví comer esa sopa caliente y me pareció que te habías recuperado, que estabas fuerte. Suficientemente fuerte para consolarme. Y como había tenido aquel sentimiento hacia tí mientras estabas siendo sometido a esos cuidados, desapareció de mí el temor a tu procedencia terrestre y deseé sentirme entre tus brazos. Sí, lo deseé intensamente. Pero cuando me abrazaste sentí que algo fallaba, pues de nuevo estaba recibiendo, y no dando.

«Entonces me dijiste: "Gladia, por favor, tengo que sentarme". ¡Oh, Elijah!, eso fue lo más maravilloso que podías haberme dicho.

Baley notó que se ruborizaba.

—En ese momento, mis palabras me avergonzaron terriblemente. Era reconocer mi debilidad.

—Eso era precisamente lo que quería. Me sentí ebria de deseo. Por eso te obligué a que te acostaras y luego vine a tí y, por primera vez en mi vida, me entregué. No recibí nada. Y el hechizo de Jander se desvaneció porque me di cuenta de que tampoco había sido suficiente. Ahora sé que es posible recibir y dar, ambas cosas. ¡Elijah, quédate conmigo!

Baley movió la cabeza en señal de negativa.

—Gladia, aunque dejarte me desgarrara el corazón, eso no cambiaría los hechos. Yo no puedo quedarme en Aurora. Tengo que volver a la Tierra, y tú no puedes venir allá.

—¿Y si pudiera, Elijah?

—¿Por qué preguntas esa tontería? Aunque pudieras, yo envejecería muy pronto y te resultaría inútil. Dentro de veinte años, treinta como mucho, yo seré un anciano, o probablemente habré muerto, mientras que tú seguirás tal como estás ahora durante siglos.

—A eso me refería, Elijah. En la Tierra cogería infecciones y también envejecería rápidamente.

—No puedes desear eso. Además, envejecer no tiene nada que ver con las infecciones. Simplemente, enfermarías y morirías muy pronto. Escucha, Gladia, estoy seguro de que puedes encontrar a otro hombre.

—¿Un aurorano? —respondió ella con desdén.

—Les puedes enseñar. Ahora que sabes recibir y también dar, puedes enseñarles a hacer ambas cosas.

—Y si lo hago, ¿aprenderán?

—Algunos, seguramente sí. Tienes mucho tiempo para encontrar al que será capaz de hacerlo. Está... (Baley se interrumpió, pensando que no era muy aconsejable mencionar a Gremionis en aquel momento. Quizá si volvía a ofrecerse a ella con un poco menos de cortesía y un poco más de determinación...)

Gladia se quedó pensativa.

—¿Es posible? —preguntó. Luego, mirando a Baley con lágrimas en sus ojos gris azulados, añadió—: ¡Oh, Elijah!, ¿recuerdas algo de lo que sucedió anoche?

—Tengo que reconocer —respondió Baley con aire algo triste— que una parte de lo sucedido está inquietantemente confuso y borroso en mi mente.

—Si lo recordaras, no me dejarías.

—No es que quiera dejarte, Gladia. Es que debo hacerlo.

—Después parecías tan tranquilo y feliz, tan descansado... —continuó Gladia—. Yo me quedé acurrucada en tus brazos y sentía tu corazón latir con rapidez al principio, y luego más y más despacio, salvo cuando te incorporaste de repente. ¿Te acuerdas de eso?

Baley se sobresaltó y se apartó un poco de ella, mirándola a los ojos con espanto.

—No, no lo recuerdo: ¿A qué te refieres? ¿Qué hice?

—Ya te lo he dicho: te incorporaste de repente.

—Sí, pero ¿qué más?

El corazón de Baley latía ahora con fuerza, igual que debía de haberlo hecho la noche anterior tras hacer el amor con Gladia. Habían sido tres las veces en que parecía haber dado con la verdad y, de ellas, las dos primeras había estado absolutamente solo. En la tercera, por el contrario, Gladia había estado junto a él. Por lo tanto, tenía un testigo.

—En realidad, eso fue todo —respondió Gladia—. Yo te pregunté qué sucedía, pero no me prestaste atención. Dijiste: «Lo tengo, lo tengo.» Hablabas de forma confusa y tenías los ojos perdidos en el vacío. Llegué a asustarme un poco.

—¿No dije nada más? ¡Jehoshaphat, Gladia! ¿No dije nada más?

Gladia frunció el ceño antes de responder.

—No recuerdo. Pero después te echaste hacia atrás otra vez y yo te dije: «No tengas miedo, Elijah, no temas. Ahora estás a salvo». Y te acaricié y te tranquilizaste otra vez y volviste a dormirte. Y roncaste. Nunca había oído roncar a nadie hasta anoche pero, por las descripciones que he leído, eso debió de ser lo que hiciste: roncar.

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