Los señores de la instrumentalidad (83 page)

En cualquier caso, como nos cuenta Burns, Linebarger era de «una estatura superior a la normal, enjuto, calvo, narigón, de barbilla angosta» y de una extrema formalidad en los modales. Le gustaban los gatos: Burns cuenta que «la población de gatos de la casa de Linebarger en Washington oscilaba entre siete y once». Pero todo ello sigue siendo fruto de la observación, no del análisis de su obra; aunque éste evidentemente ayude a hacerse una idea de su persona. No cabe duda de que la aparente contradicción entre su ocupación profesional o su ideología personal (nada izquierdista por cierto), y el posible carácter «revolucionario» que subyace en LOS SEÑORES DE LA INSTRUMENTALIDAD justifica el interés por una personalidad que tía interesado a todos los comentaristas y estudiosos.

Hay una especulación curiosa en cuya cita coinciden, por ejemplo, Capanna y otros especialistas —a los que habría que añadir John Clute con su artículo publicado en la
Science Fiction Enciclopedia
de Peter Nicholls de 1979—; aunque el tratamiento que le da Capanna resulte, evidentemente, mucho más exhaustivo. Según se indica, Paul Linebarger sería la persona real escondida bajo el nombre de «Kirk Allen» en uno de los casos que expone el psicoanalista Robert Linder en
La hora de cincuenta minutos
(1955), un famoso texto de divulgación sobre el psicoanálisis.

En el «caso Allen» narrado por el psicoanalista Linder (precisamente el último del libro), Allen es un físico nuclear que trabaja al servicio de la institución militar, un personaje de gran inteligencia que se refugia en un fantasioso mundo de ciencia ficción como resultado de una personalidad esquizoide. La referencia común a la ciencia ficción y al trabajo con los militares ha permitido asociar la personalidad de Allen con la de Paul Linebarger, aunque desconozco si hay pruebas reales de ello o se trata de simples conjeturas. Burns nos cuenta que Linebarger tuvo que psicoanalizarse en un curso de entrenamiento que formaba parte de su trabajo sobre la guerra psicológica y que, después, siguió con unas dos sesiones de psicoanálisis por semana durante unos quince años. Pero, en mi opinión, no hay excesivo parecido entre la historia de Allen (que utiliza la ciencia ficción casi como una válvula de escape) y la de Linebarger, quien quizá la utilizara personalmente en este sentido, aunque no me atrevería a juzgar de escapista una historia como la de LOS SEÑORES DE LA INSTRUMENTALIDAD. En cualquier caso, doctores tiene la iglesia (y el psicoanálisis...) y tal vez pueda haber algo de verdad en esa asociación de personalidades entre Allen y nuestro autor. Para completar el panorama, conviene citar también la afición por la ciencia ficción del mismísimo psicoanalista Roben Linder, autor del libro.

Ya he dicho que dudo que puedan despejarse demasiadas incógnitas sobre la personalidad de un autor a partir de su obra. Aunque admito que pueda ser un ejercicio saludable e interesante. Una explicación final puede encontrarse, tal vez, en las palabras que el mismo Cordwainer Smith dirige al lector al presentar sus relatos en el prólogo a la antología SPACE LORDS:

«Todo lo que puedo hacer es trabajar los símbolos. La magia y la belleza llegarán de tu propio pasado, de tu presente, de tus esperanzas y de tus experiencias.»

Y ésa es tal vez la única realidad constatable. Una vez escritos y publicados, los relatos y las narraciones ya no tienen casi nada que ver con quien los escribió. Están aquí, a disposición del lector. Y, afortunadamente, todos los lectores somos distintos y leemos los mismos textos de forma distinta, en función de referencias e historias personales distintas. Por ello les damos también significados distintos.

Por eso leer es y será siempre tan agradable. Incluso aunque no lleguemos a abarcar la personalidad de quien fuera el autor con cuya obra nos deleitamos. Pero, ¿alguien ha pensado en serio alguna vez que un ser humano, ese sistema de altísima complejidad, puede encerrarse en unas simples narraciones? Por fortuna nunca será así. Al leer, sólo obtendremos atisbos de la personalidad del autor y posiblemente, esos atisbos reflejarán con mayor certeza nuestra propia personalidad antes que la del autor.

Tal vez sea uno solo quien escribe, pero somos legión, y francamente diversa, aquellos que leemos.

Miquel Barceló

Sant Cugat del Vallès (Barcelona)

Abril de 1993

Tema y prólogo

Historia, lugar y tiempo: eso es lo esencial.

1

La historia es simple. Érase un chico que compró el planeta Tierra. Eso lo sabemos porque lo logró a costa nuestra. Sólo ocurrió una vez, y tomamos precauciones para que nunca más se repitiera. El chico vino a la Tierra, consiguió lo que se proponía y salió con vida, tras una serie de aventuras dignas de mención. Ésa es la historia.

2

¿El lugar? Vieja Australia del Norte. ¿Podía ser algún otro? ¿En qué otro lugar los granjeros pagan diez millones de créditos por un pañuelo y cinco por una botella de cerveza? ¿En qué otro lugar la gente vive apaciblemente, lejos del militarismo, sobre un planeta de muerte y de cosas peores que la muerte? Vieja Australia del Norte tiene
stroon
—la droga santaclara—, y más de mil planetas reclaman esta sustancia. Pero sólo se puede comprar en Norstrilia —así llaman a ese mundo, para abreviar— porque es un virus que se produce en ovejas enormes, gigantescas y deformes. Llevaron las ovejas de la Tierra para crear un sistema ganadero; las ovejas terminaron siendo el mayor de los tesoros imaginables. Aquellos simples granjeros se convirtieron en simples multimillonarios, pero conservaron sus costumbres. Eran fuertes y se volvieron más fuertes. Las gentes se vuelven rudas si las despojan y acosan durante casi tres mil años. Se vuelven obstinadas. Eluden a los forasteros, excepto para enviar espías y un turista de cuando en cuando. No se lían con los demás, y si uno se mete con ellos se convierten en la muerte, la muerte que se extiende por todas partes.

Un chico de Norstrilia compró la Tierra. Todo el planeta: objetos, títulos, subpueblo.

Fue un verdadero problema para la Tierra.

Y también para Norstrilia.

Si hubiera sido un trato entre gobiernos, Norstrilia habría juntado todos los objetos valiosos de la Tierra y los habría revendido a interés compuesto. Así hacen negocios los norstrilianos. O quizás hubieran dicho: «Olvídalo, amigo. Puedes quedarte con esa pelota vieja y húmeda. Aquí tenemos un mundo bueno y seco.» Así son los norstrilianos. Imprevisibles.

Pero un chico Había comprado la Tierra, y era suya.

Legalmente, tenía derecho a vaciar el Océano del Poniente, enviarlo al espacio y vender agua por toda la galaxia habitada.

No lo hizo.

El chico buscaba otra cosa.

Las autoridades de la Tierra pensaban que quería mujeres, así que intentaron ofrecerle chicas de todos los aspectos, tamaños, olores y edades, desde damiselas de buena familia hasta submuchachas de origen canino que despedían constantemente un olor romántico, excepto los primeros cinco minutos, después de recibir duchas calientes y antisépticas. Pero el chico no quería mujeres. Quería sellos de correos. Esto desconcertó tanto a la Tierra como a Norstrilia. Los norstrilianos son los duros habitantes de un planeta inhóspito, y aprecian mucho la propiedad. (¿Por qué no iban a hacerlo? Lo poseen casi todo.) Una historia así sólo pudo empezar en Norstrilia.

3

¿Cómo es Norstrilia?

Alguien la describió una vez en una canción:

«Gris era la tierra, oh. Hierba gris de cielo a cielo. Aunque no cerca del dique. Ni una montaña, alta o baja, sólo cerros y gris, gris. Observa las trémulas manchas titilando entre los astros.

»Eso es Norstrilia.

»Ha terminado la engorrosa búsqueda, la pobreza y la espera y el dolor. La gente se ha marchado, ha dejado atrás las monstruosas formas. La gente luchó por manos y narices, ojos y pies, hombre y mujer. Lo recuperaron todo. Regresaron de las pesadillas diurnas, de los siglos en que hombres monstruosos, que sorbían el agua alrededor de los estanques, soñaban con ser hombres de nuevo. Lo encontraron. De nuevo fueron hombres, dejaron atrás aquella época horrenda.

»Las ovejas, pobres bestias, no lo consiguieron. Con su enfermedad destilaron inmortalidad para el hombre. ¿Quién dice que la investigación pudo descubrirlo? ¡La investigación es una patraña! Fue mero accidente. Sufre un accidente, hombre, y serás rico.

»Pardas ovejas yacen en la hierba gris azulada mientras las nubes se deslizan rasas, como caños de hierro techando el mundo.

»Toma un rebaño de ovejas enfermas, hombre, pues las enfermas producen ganancias. Estornúdame un planeta, hombre, o tóseme una pizca de inmortalidad. Si es excéntrico allá, donde viven los tontos y enanos como tú, aquí está muy bien.

ȃsa es la norma, muchacho.

»Si no has visto Norstrilia, no la has visto. Si la vieras, no lo creerías. Si hubieras llegado allí, no saldrías vivo.

»Los mininos de Mamá Hilton te esperan allí. Son animalitos pequeños, muy pequeños. Bichitos simpáticos, dicen. No les creas. Quien los ha visto no puede contarlo. Tú tampoco lo contarías. Son tu desgracia, un golpe de gracia.

»Los mapas la llaman Vieja Australia del Norte.»

Podemos suponer que el planeta es así.

4

Tiempo: primer siglo del Redescubrimiento del Hombre.

Cuando vivía G'mell.

La época en que limpiaron Shayol, como si hubiesen lustrado una manzana con la manga.

En lo más profundo de nuestra propia época. Quince mil años después de las bombas que arrasaron la Vieja Vieja Tierra.

Como ves, hace poco.

5

¿Qué pasa en la historia?

Léela.

¿Quién aparece en ella?

Empieza con Rod McBan, cuyo verdadero nombre era Roderick Frederick Ronald Arnold William MacArthur McBan. Pero no se puede contar una historia si el personaje principal se llama Roderick Frederick Ronald Arnold William MacArthur McBan. Hay que llamarlo como sus vecinos: Rod McBan. Las viejas damas siempre decían: «Rod McBan ciento cincuenta y uno...», y suspiraban. Olvidemos a las viejas damas. No necesitamos números. Sabemos que procedía de una buena familia. Sabemos que el pobre chico nació con problemas.

¿Cómo no iba a tener problemas?

Iba a heredar la Finca de la Condenación.

Y luego viajó. Conoció a toda clase de gente. G'mell, la más bella de las muchachas de placer de la Tierra. Jean-Jacques Vomact, cuya familia debía ser anterior a la raza humana. El viejo de Adaminaby. Las arañas adiestradas de Terrapuerto. El subcomisionado Bebedor de Té. El señor Jestocost, cuyo nombre constituye una página de la historia. Los amigos del A'telekeli, y vaya si esos amigos eran extraños. T'dank, de la policía vacuna. El Maestro Gatuno. Tostig Amaral, de quien más vale no decir nada. La ambiciosa Ruth. La humilde G'mell. La risueña Johanna.

El chico escapa.

El chico
escapó.
Ésta es la historia. Ahora ya no es necesario que la leas.

Salvo por los detalles.

Aquí los tienes, a continuación.

(Además compró un millón de mujeres, demasiadas para cualquier chico en la práctica, pero no es seguro, lector, que averigües lo que hizo con ellas.)

A las puertas del jardín de la muerte

Rod McBan se enfrentaba al día de días. Sabía de qué se trataba, pero no podía sentirlo de veras. Se preguntaba si lo habrían tranquilizado con stroon medio refinado, un producto tan raro y precioso que nunca se comercializaba fuera del planeta.

Sabía que al anochecer estaría riendo y babeando en una de las Salas de la Muerte, adonde enviaban a los inadaptados para depurar la raza humana, o bien sería el terrateniente más viejo del planeta, principal heredero de la Finca de la Condenación. Su bisabuelo había remontado la granja. Había comprado un asteroide de hielo, lo había estrellado contra la granja a pesar de las violentas objeciones de sus vecinos y había aprendido a usar pozos artesianos para mantener la hierba en crecimiento mientras las tierras de los vecinos pasaban del verde grisáceo al polvo arremolinado.

Los McBan habían mantenido el sarcástico y viejo nombre de la granja, la Finca de la Condenación.

Rod sabía que al anochecer sería el amo de la granja.

O bien estaría agonizando y disfrutando en la Casa de la Muerte, donde la gente moría riendo, sonriendo y retozando.

Se sorprendió tarareando un fragmento de un poema que siempre había pertenecido a la tradición de Vieja Australia del Norte:

Matamos para vivir, morimos para crecer:

¡Así es como el mundo ha de ser!

Le habían inculcado que su mundo era muy especial, un mundo envidiado, amado, odiado y temido en toda la galaxia. Sabía que formaba parte de un pueblo muy especial. Otras razas y especies humanas sembraban cereales, producían alimentos, ideaban máquinas o manufacturaban armas. Los norstrilianos no hacían nada de eso. En campos secos, con escasos pozos, con ovejas enormes y enfermas, refinaban la inmortalidad.

Y la vendían a un precio muy alto.

Rod McBan salió al patio. Tras él se alzaba su casa. Era una cabaña de troncos construida con vigas de los dáimonos: vigas imposibles de cortar ni de alterar, más sólidas de lo imaginable. Habían comprado una partida a treinta saltos planetarios de distancia y las habían llevado a Vieja Australia del Norte en veleros fotónicos. La cabaña era un fuerte que podía resistir incluso un ataque de artillería pesada, pero tenía la apariencia de una cabaña, sencilla por dentro y con un patio de tierra apisonada.

Llegaba el día. Palidecía el último destello rojo del alba.

Rod sabía que no podía alejarse. Oía a las mujeres detrás de la casa, las mujeres de la familia que habían venido a prepararlo para el triunfo. O para lo otro.

Ellas ignoraban cuánto sabía él. A causa de la enfermedad de Rod, habían pensado sin reservas en su presencia durante años, suponiendo que la sordera telepática de Rod era constante. Pero no lo era; a menudo él percibía cosas que no debía oír. Incluso recordaba el triste poemita acerca de los jóvenes que fallaban por una u otra razón y tenían que ir a la Casa de la Muerte en vez de convertirse en ciudadanos norstrilianos y súbditos plenamente reconocidos de su majestad la reina. (Hacía quince mil años que los norstrilianos no tenían una reina auténtica, pero amaban sus tradiciones y no se dejaban confundir por los meros hechos.) ¿Cómo decía el poema? «Ésta es la casa del mucho tiempo atrás...» A su manera sombría resultaba alegre.

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