Magia para torpes (20 page)

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Authors: Fernando Fedriani

Tags: #Romántico

—Chico, ¡estás medio tonto! Lo decía por ti, claro. ¡Ve a buscarla y olvídate de la otra! Trata de darle a tu exnovia lo que ella en otro tiempo buscaba de ti. Y si te sale todo mal... ¡al menos tendrás la conciencia tranquila! En el amor es mejor arrepentirse de más, que no de menos. ¡Ve a por ella! Déjalo todo y busca un final heroico o más doloroso. ¡Lo que sea, pero no te quedes a medias! Porque por muchas amantes que te busques... ¡tú amas a tu ex! Pónselo difícil. Y, hasta donde sé, por los datos que me has dado en estos tres meses, infiero que ella te quiere. No sé si llegas a tiempo... Si llegas a tiempo, habrá para vosotros una segunda parte.

TREINTA Y TRES

Si no me enamoré de Noemí, faltó poco. Supongo que en el terreno de juego del amor, aquel disparo llegó a dar al poste.

Me recuerdo recorriendo tramos de escalera mecánica minutos después de haber hablado con mi profesor de Magia. Hacia arriba. Siempre subiendo. Pasé la zona de los portátiles y también la sección de cámaras digitales. Hay en la FNAC un pequeño escenario donde pude ver a Efecto Mariposa cantar, hace unos meses. Hay unas sillas, no muchas, que casi siempre retiran para que quepan más personas en los conciertos y en las presentaciones de los libros.

Seguí subiendo. Pero Noemí no estaba en su planta. Me dijeron que muchas veces sube hasta la planta de los libros, arriba del todo.

Y, entre nosotros, había un montón de instantáneas y de fotogramas. Pensaba en las series de televisión de mi infancia, en las estanterías, en que todo el saber universal se recoge en la FNAC. Y allí, mientras subía nuevos tramos de escalera mecánica, sentía cómo mi corazón me aporreaba desde dentro. Como un tambor. Como si yo fuera un tambor y el verdadero protagonista de mi vida, por fin.

—Este libro muestra todos los suicidios posibles para un conejito. ¡Es un clásico! Te sorprendería la cantidad de formas diferentes en las que puede quitarse la vida un conejito.

Noemí llevaba su camiseta reglamentaria, verde oscura y con una franja horizontal amarilla. Tenía sobre esta una serie de chapas en la solapa, con distintas enseñas, una de ellas representativa del colectivo homosexual. Otra que decía "yo soy un icono pop". Y estaba maquillada con una línea oscura en los rabillos de los ojos. Su flequillo descansaba sobre la frente, como siempre. Y llevaba sus perlitas.

—Pensaba que estarías leyendo algún libro más sofisticado. Algo de Isabel Allende o de José Saramago.

—¿Cómo sabes que me gustan Allende y Saramago? —me dijo profundamente sorprendida.

—Pues... porque tú me lo dijiste. Aunque no te lo creas, siempre te escucho cuando me hablas. Y te escucho tan bien que después recuerdo todas tus palabras. Y me reprocho a mí mismo "¿por qué no dijiste esto o aquello?". Recuerdo todo lo que me dices... pero tú nunca recuerdas las cosas que me cuentas. Y entonces te repito lo que tú ya me habías dicho y que no recuerdas haberme dicho. Esa es la única forma que tengo de decir algo en lo que, verdaderamente y aunque sea con trampas, podamos estar de acuerdo.

—¿Te das cuenta de que, por primera vez, has sido capaz de decirme algo inteligente?

Comenzó a reírse. Y no sabía si se reía de mí o conmigo. O de la situación, a secas. Porque no la veía desde el día del gatillazo y, si era la mitad de bruja de lo que yo la presupongo, estoy convencido de que sabía que yo no podía dejar de pensar en ese momento, al tenerla frente a mí.

—Oye... ¿Has encendido la vela que te regalé?

No me había regalado ninguna vela. O eso le dije. Pero después, unas semanas después, cuando me pidieron los papeles del coche en un control policial rutinario, me di cuenta de que Noemí me había dejado un velón naranja en la guantera del Micra, el día que fuimos a Chipiona. Siempre que me quiero acordar de Noemí lo enciendo y, de hecho, siempre que me he tenido que poner a escribir, lo he encendido. A veces pienso que sin esa vela naranja esta novela no existiría. No sé qué le echó o qué demonios hizo con ella antes de dármela. Fuera lo que fuera, funcionó.

—Noemí... ¡Necesito hablar contigo! Acabo de ver a mi profesor y... ¡Creo que ya sé por qué tuve el gatillazo! Y necesito que me des tu opinión sobre algo muy importante. ¿Tienes un rato libre? Y no me digas que estás muy ocupada porque se te ve tela de ociosa mirando conejitos que se suicidan.

Ella me dijo que terminaba a la hora del cierre; o sea, a las diez. A las diez de la noche. ¡Y a mí eso no me valía! Porque tenía que verla antes. Y tenía que darme su opinión antes.

—Vale, vale. ¡Está bien! Aunque si me despiden, tú me pagas el subsidio. Si tú me dices que es importante, yo te creo. "Si me necesitas, allí estaré". Esa fue mi promesa, y siempre cumplo mis promesas.

Algo le dijo a una compañera, tras bajar a su planta. Intuyo que pediría que le cambiara el turno, aunque no sé qué le ofreció a cambio. La otra no pareció muy entusiasmada con la idea, pero aceptó. Y ella, cómo no, se quitó su solapa amarilla, que ponía en letras claras "NOEMÍ BROCH", y dejó de estar de servicio. Y en el servicio se cambió de ropa. Todo ello en no más de cinco o de seis minutos. Jamás comprendí cómo era tan rápida para esas cosas. Le pegaba tardar la propia vida en empolvarse la nariz. Le pegaba tardar la propia vida en salir del baño. Y no.

—Oye, ¿a dónde vamos? —me preguntó con voz vacilante.

—No es coherente que tú me hagas esa pregunta a mí. Tú eras la de "guíate por tu corazón y por todas esas mandangas". No tengo ni la más remota idea de hacia dónde vamos. Ya vamos y eso es mucho. ¡Jamás pensé que sería capaz de dar este paso!

Ella se rió. Y mentiría si dijera que entendía qué se escondía detrás de su risa. Solo sé que me pareció un abismo infranqueable pero que, por primera vez, no sentí miedo de saltar adentro de ella. Porque a Noemí, en aquel momento, y por primera vez, no la sentía superior a mí. Pues yo estaba mostrando la mejor versión de mí mismo. La más auténtica.

—Illa, ¡que ya sé por qué tuve aquel gatillazo!

Primero me reprendió por volver a lo mismo. Yo la contradije: para mí sí era importante. Y mucho. Porque explicaba muchas cosas. Porque aquel gatillazo era lo mejor que me había pasado en toda mi vida. Me hizo ilusión que aquello ella, no lo entendiera. O eso, o se sintió un poco menospreciada por mi respuesta.

—¡Dios! ¡Estoy aprendiendo a sentir y a comprender lo que siento! Si me pasó aquello fue, ni más ni menos, porque te tenía miedo. Y te tenía miedo porque no confiaba lo suficiente en mí mismo. Y no confiaba en mí porque aquello, aquel instante, era precioso... pero no formaba parte de mi historia. Todo lo que viví contigo fue precioso. ¡Claro! Sin embargo, la canción, aquella canción de Quique González, no sonó. Y no sonó porque tú no estabas hecha para mí. Tú eres solo una piedra de toque en mi camino, para descubrir cuánto amo a Silvia. Y tú no estás destinada para mí porque la persona con la que este tipo de cosas sí me salían, sin buscarlas, es Silvia. Tú lo dijiste: la magia no se provoca y tú y yo tratamos de forzar las cosas aquella noche. Porque la camarera entró con los dos platos de crepes en el momento exacto... por ella, no por ti.

—¡No te obsesiones con las señales! ¡Tampoco todo en esta vida se explica desde las señales! —¿era mi imaginación, o Noemí estaba asustada por algo?

—No todo. Estoy de acuerdo. Sin embargo, ¿a quién pretendo engañar? ¡Yo amo a Silvia! Yo siempre la he amado. Y no quiero estar con otra. Ni siquiera contigo. Lo que me pasa contigo es que cuando estás cerca, mi cuerpo aumenta su temperatura entre dos y tres grados. Cuando tú estás cerca me impresionas tanto, y me pones tanto, que se me va la cabeza detrás de ti. ¡Pero yo no te quiero! Tú eres una desconocida que apareció en el momento adecuado y de la que nunca me olvidaré cada vez que sople el viento de Poniente. Aún así, tú no eres la mujer de mi vida. Aunque... ¡estás tan buena...!

—¡Que te pierdes, Fede! ¡Vas bien!

—Pues eso. Que he aprendido que cuando no estás en el lugar adecuado, siempre ocurre algo que te saca de allí. Cuando estás viviendo una historia que no tiene nada que ver con tu historia, siempre viene un vendaval que te desplaza hacia tu sitio. En este caso, el vendaval fue un gatillazo. Y yo amo a Silvia. Y ahora no está conmigo, ¡claro que no! Porque soy gilipollas. Por supuesto que no... ¡no me puedo rendir! Tengo que luchar por ella y voy a luchar por ella.

Noemí no dejaba de sonreír. Supongo que en ese momento sintió que había cumplido su papel en mi vida. Por eso había tenido miedo antes. Se le pusieron los pelos de punta cuando supo que había prendido una luz dentro de mí. Y que debía marcharse para siempre.

—Oye... Si tienes tan claro que yo no soy la mujer de tu vida y simplemente te pongo caliente, ¿por qué me has pedido que te acompañe hasta aquí?

La miré. Y se detuvo Tetuán al completo, como la mujer de hojalata que hacía la estatua a nuestro lado a la espera de una moneda para su platito.

—Deseaba escuchar tu opinión. ¿Qué anillo te gusta más? Voy a pedirle a Silvia que se case conmigo.

TREINTA Y CUATRO.
Duodécima sesión del curso. EVALUACIÓN.

NOMBRE DEL CURSO: Magia para Torpes. Primera edición de 2010.

EXAMEN FINAL. Sevilla, Centro Cívico Los Carteros.

Nombre del alumno
:

____________

Autoevaluación. ¿Qué nota cree que se merece?

Por favor, asígnese aquí una calificación numérica, de cero a diez.

Primera y única pregunta: Razone su respuesta. ¿La hace feliz?

TREINTA Y CINCO

Me hace gracia darme cuenta de que las personas, por muy importantes que se crean, son personas. Puede que tengan despachos muy grandes, pero son personas. Y con las personas, en el fondo, se habla con todas del mismo modo. Les ofreces algo y ellas te dan algo. O les pides algo y, si las pillas de buenas, te lo conceden, aun sin darles nada a cambio.

Me costó unas quince llamadas concertar aquella cita. Todo se consigue con tenacidad. Por supuesto.

—Hola... Verá. Quiero solicitar el uso del Pabellón de la Navegación.

Aquel hombre, de Urbanismo, se sobresaltó.

—¡Buenos días, antes de nada! ¿A qué empresa pertenece? El recinto, debido a su particular emplazamiento y dimensiones, lleva varios años cerrado. Actualmente requiere de unas obras de acondicionamiento para su puesta en marcha y estas desaconsejan su uso a corto plazo. En vistas a 2011 o 2012, podríamos llegar a un acuerdo. Hay que estudiar los detalles... ¡Comencemos por el principio!

Y me dio la mano.

—No, verá, creo que no querrá seguir dándome la mano después de enterarse de lo que quiero hacer con el Pabellón.

—¿Perdón? Confío en que usted sepa ver que la Isla de la Cartuja, todos los recintos que conforman la antigua Expo92, poseen una carga simbólica sin parangón para la ciudad. No podemos confiar su uso para cualquier propuesta comercial.

—Sí. Definitivamente, se arrepentirá de haberme dado la mano.

Poco a poco, y a lo largo de una conversación que duró casi media hora, le expliqué que quería preparar una sorpresa romántica allí, que quería pedirle matrimonio a mi exnovia. Le expliqué básicamente cuál era mi plan. Poco a poco, él fue relajándose y cambiando su tono de voz y su registro. Poco a poco fue convirtiéndose aquello en una conversación informal.

—Hay una cosa que no he entendido muy bien...

—Sí, se lo resumo: quiero el pabellón solo para una tarde. Para preparar allí una sorpresa romántica. Ella y yo nos vimos por primera vez en la Expo, en aquel pabellón.

—Vale. ¡Todo eso me ha quedado más que claro!

El hombre hizo un gesto a medio camino entre la incredulidad y la confianza.

—Lo que no comprendo es... ¿Me estás queriendo decir que vas a pedir en matrimonio a tu exnovia? Esa es la parte más extraña de toda tu historia. ¡Nadie pide en matrimonio a una ex!

Me reí. Y él también.

—No, ahora en serio. ¿Vienes del programa de El Follonero? ¿Es eso? — aquel buen hombre no se creía que mis intenciones fueran nobles.

—Sí, va en serio. Quiero montar una alfombra roja. He comprado un anillo —y se lo enseñé.

—Sí, es cierto. Es un anillo muy bonito. Va a ser que todo es cierto...

Realicé un gesto de asentimiento. Y él prosiguió, burlón e impresionado.

—Hay otro problema, entonces. Verás... La apertura del Pabellón, aunque sea un solo día, puede salirte por unos cuatro mil euros. Entre guardias de seguridad, policía...

Puse cara de pena. Y él, aunque las corporaciones municipales deban ser inflexibles, llegó a sentir lástima de mí. O algo semejante a la empatía. En realidad, desde el comienzo de la conversación estaba deseando decirme que sí. Estoy convencido. Porque las personas, aunque tengan un despacho grande, son personas. Y las personas se sienten especiales cuando alguien las hace partícipes de un momento especial.

—A no ser que... Si tú realizaras algo sencillo y bonito, y lo contaras en algún medio de comunicación, o de algún modo... Vamos, te estoy diciendo esto... según lo voy pensando. Tendría que consultarlo, en cualquier caso.

Le di las gracias diez o doce veces. Y mi número de móvil. Y la promesa de que, pasara lo que pasara esa noche, contaría todo lo sucedido en una novela.

—Oye, ¿no hay algún miembro del Ayuntamiento en el jurado del Ateneo Joven?

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