Mala ciencia (28 page)

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Authors: Ben Goldacre

Tags: #Ciencia, Ensayo

CAPÍTULO
9

El «profesor» Patrick Holford

¿De dónde proceden todas estas ideas sobre píldoras, nutricionistas y dietas de moda? ¿Cómo se han generado y propagado? Gillian McKeith recurre a todas las fuerzas de la teatralidad televisiva, sí, pero, mientras tanto, otra importantísima figura, la de Patrick Holford, se ha movido por derroteros distintos: él es el eje académico en torno al cual gira el movimiento del nutricionismo en Gran Bretaña, y el fundador de su institución educativa más importante, el Instituto para una Nutrición Óptima. Esta organización ha formado a la mayoría de las personas que se definen como «terapeutas nutricionales» en el Reino Unido.
[*]
Holford es, en muchos sentidos, el autor de las ideas de todos ellos, y la fuente de inspiración de sus prácticas comerciales y empresariales.

Los periódicos lo colman de elogios. Lo presentan como un experto académico. Sus libros son
best sellers
y ha escrito (solo o en colaboración con otros autores) unos cuarenta. Hay traducciones de obras suyas a veinte idiomas y ha vendido más de un millón de ejemplares en todo el mundo, tanto entre los practicantes de sus ideas como entre el público en general. Algunas de sus obras más tempranas son encantadoramente fantasiosas. En una de ellas se presenta incluso un «kit de zahorí» (que parece salido del programa infantil
Blue Peter
) para diagnosticar deficiencias nutricionales. Los libros más contemporáneos vienen repletos de detalles científicos y, a nivel estilístico, son todo un ejemplo de lo que podríamos denominar «despliegue de referencias»: vienen con esos bonitos números en superíndice repartidos por el texto y con numerosas citas académicas al final.

Holford se promociona insistentemente a sí mismo como un hombre de ciencia y ha sido nombrado recientemente profesor visitante en la Universidad de Teesside (algo que desarrollaré más adelante). Ha tenido varias veces un espacio televisivo en horario diurno y es difícil que pase una semana sin que aparezca en algún canal hablando de una u otra recomendación, de su último «experimento» o de algún «estudio». Uno de sus experimentos en escuelas (sin grupo de control) ha sido abordado (acríticamente) en dos programas distintos y dedicados a él de
Tonight with Trevor MacDonald
, un espacio de periodismo de investigación en horario de máxima audiencia de la ITV, a los que cabría sumar sus otras apariciones en
This Morning
,
Breakfast
(de la BBC),
Horizon
, BBC News, GMTV,
London Tonight
, Sky News, CBS News (en Estados Unidos),
The Late Show
(en Irlanda), y muchos más espacios y canales televisivos. Según los medios británicos, el profesor Patrick Holford es uno de nuestros más destacados intelectuales, no un vendedor de pastillas de vitaminas que trabaja para la industria de los suplementos alimenticios (recordemos, con un volumen de negocio para todo el sector calculado en unos 50.000 millones de dólares), dato que casi nunca se menciona, sino un académico que encarna una manera concienzuda y visionaria de abordar las pruebas científicas y que constituye una auténtica fuente de inspiración. Veamos, entonces, cuál es el calibre del trabajo requerido por los periodistas para otorgar a alguien ese grado de autoridad ante toda la nación.

Sida, cáncer y pastillas vitamínicas

La primera vez que adquirí plena conciencia de la existencia de Holford fue en una librería en Gales. Estaba allí de vacaciones con la familia, no tenía nada sobre lo que escribir y era Año Nuevo. Allí hallé un ejemplar de su
New Optimum Nutrition Bible
, un
best seller
con 500.000 libros vendidos. Lo así con avidez (como si de un salvavidas se tratase) y acudí inmediatamente en busca de los pasajes verdaderamente entretenidos. Lo primero que encontré fue el párrafo inicial de un apartado en el que se explica que, «cuando padecen cáncer, las personas que ingieren vitamina C viven cuatro veces más tiempo que los demás pacientes de la enfermedad». Excelente material.

Busqué «sida» (a esto yo lo llamo el «test del sida»). Y esto fue lo que encontré en la página 208: «El AZT, el primer fármaco anti-VIH que se puede administrar con receta, es potencialmente dañino y se está demostrando menos eficaz que la vitamina C». El problema es que el sida y el cáncer son temas muy serios, la verdad. Cuando leemos una afirmación tan radical como la de Holford, es posible que supongamos que se basa en algún tipo de estudio (uno, por ejemplo, en el que se administrara vitamina C a enfermos de sida). Y, de hecho, en el texto figura una pequeña nota a pie (la nº 23) que nos remite al artículo de un tal Jariwalla. Así que, casi conteniendo la respiración, me hice con una copia de dicho artículo en internet.

Lo primero que advertí fue que ese artículo no menciona el AZT por ningún lado. No compara el AZT con la vitamina C. Tampoco figura en él ningún estudio realizado con sujetos humanos. Se trata de un estudio de laboratorio en el que se examinaron unas cuantas células en una placa. Concretamente, se vertió un poco de vitamina C sobre esas células y se midieron una serie de indicadores complejos, como la «formación de sincitios celulares gigantes», en los que se apreciaron variaciones cuando la presencia de vitamina C en el medio era significativamente mayor. Todo muy correcto, sí, pero es evidente que este hallazgo salido de una mesa de laboratorio no sustenta en absoluto una aseveración tan drástica como la de que el «AZT, el primer fármaco anti-VIH que se puede administrar con receta, es potencialmente dañino y se está demostrando menos eficaz que la vitamina C». En realidad, parece otro ejemplo más de extrapolación crédula de unos datos preliminares de laboratorio a una hipótesis médica general en seres humanos reales, lo que ya sabemos que es una característica habitual de los llamados «nutricionistas».

Pero la cosa se pone más interesante aún. Yo señalé tranquilamente aquello en un artículo del periódico, y el mismísimo doctor Raxit Jariwalla decidió dar un paso al frente escribiendo una carta al diario para defender su artículo de investigación frente a la acusación de que se trataba de «mala ciencia». Esto, a mi entender, planteaba una fascinante cuestión que atañía al núcleo mismo del problema de las «referencias» que antes he mencionado. El artículo de Jariwalla era perfectamente válido y jamás he dicho lo contrario. Medía algunos cambios complejos que se producían en el nivel biológico elemental de algunas células (colocadas en una placa de una mesa de laboratorio) cuando se les añadía grandes dosis de vitamina C. Los métodos y los resultados habían sido impecablemente bien descritos por el doctor Jariwalla. Y yo no tenía motivo alguno para dudar de la clara descripción que hizo de su procedimiento.

El fallo residía en la interpretación. Si Holford hubiera dicho que «el doctor Raxit Jariwalla descubrió que si se vierte vitamina C sobre unas células en una placa de laboratorio, la actividad de algunos de los componentes de éstas parece cambiar», y hubiese citado el artículo de Jariwalla, todo habría sido correcto. Pero no lo hizo. Él escribió que el «AZT, el primer fármaco anti-VIH que se puede administrar con receta, es potencialmente dañino y se está demostrando menos eficaz que la vitamina C». La investigación científica es una cosa. Lo que luego afirmamos que demuestra (o sea, nuestra interpretación) es otra enteramente distinta. La de Holford era una extrapolación ridículamente exagerada.

Yo pensaba que, llegados a ese punto, la mayoría de nosotros tal vez habríamos dicho: «Sí, ahora, mirado en retrospectiva, me doy cuenta de que ésa tal vez fue una forma un poco torpe de expresarlo». Pero el profesor Holford enfocó el tema de otro modo. Él ha declarado que yo cité sus palabras fuera de contexto (no es verdad: ustedes mismos pueden leer la página completa de su libro en la red). Ha declarado que ya ha corregido su libro (pueden leer más sobre esto último en una nota que encontrarán al final de este libro).
[1]
Ha ido difundiendo reiteradas acusaciones contra mí, insinuando que sólo lo critico por ese punto en concreto porque soy un peón de las grandes compañías farmacéuticas (no es verdad; de hecho, y de forma un tanto paradójica, he resultado ser uno de los más feroces críticos de éstas). Y, lo que resulta más revelador, ha sugerido también que yo me había ensañado con un error trivial y aislado en su obra.

Una revisión vagamente sistemática

Lo genial de un libro es que le da a uno mucho espacio para escribir sobre sus temas favoritos. Tengo aquí mi ejemplar de
The New Optimum Nutrition Bible
. Es «el libro que tiene que leer si le importa su salud», según la cita del
The Sunday Times
impresa en su portada. «Valiosísimo», ha proclamado el
The Independent on Sunday
. Y como éstas, hay algunas citas más. Yo he decidido cotejar cada una de las referencias, como un paranoico al acecho, y dedicaré a continuación, y de forma íntegra, la segunda mitad de este libro a la confección de una edición anotada del grueso volumen publicado en su día por Holford.

Sólo bromeaba.

En el libro de Holford hay 558 páginas de plausible jerga técnica, con complejos consejos sobre qué alimentos comer y qué tipo de pastillas o píldoras comprar (en la sección sobre «recursos», vemos que, curiosamente, su propia gama de píldoras resulta ser «la mejor»). Para no volvernos locos, he restringido nuestro examen a un único capítulo: aquel en el que explica por qué deberíamos tomar suplementos. Antes de comenzar, debemos tener una cosa muy clara: sólo me interesa el profesor Holford porque él se dedica a enseñar a los nutricionistas a tratar a la nación, y porque le han concedido una plaza de profesor visitante en la Universidad de Teesside, donde está previsto que imparta docencia a los estudiantes y supervise trabajos de investigación. Si el profesor Patrick Holford es un hombre de ciencia y un académico, entonces debemos tratarle como tal, con el mismo escrupuloso rasero que a los demás.

Así pues, si vamos al capítulo 12, página 97 (estoy trabajando con la edición de 2004, «completamente revisada y puesta al día», reimpresa en 2007, por si les interesa seguir mis pasos desde sus casas), podremos empezar. Verán que lo que Holford explica allí es la necesidad de ingerir pastillas. Éste puede ser un momento oportuno para mencionar que el profesor Patrick Holford cuenta en la actualidad con su propia gama de pastillas y píldoras líderes en ventas, con, al menos, veinte variedades, todas ellas ilustradas con una fotografía de su rostro sonriente en la etiqueta. Esta gama está disponible a través de la empresa fabricante BioCare. Su gama anterior, que verán en libros suyos más antiguos, era comercializada por Higher Nature.
[*]

La única finalidad que me guía a la hora de escribir este libro es enseñar buena ciencia examinando la mala, así que les agradará saber que la primera afirmación que Holford formula, en el primer párrafo mismo de ese crucial capítulo suyo, es un ejemplo perfecto de un fenómeno con el que ya nos hemos encontrado antes: la «selección ventajosa» de aquellos datos que más convienen a un argumento dado. Él asegura que hay un ensayo que muestra que la vitamina C reduce la incidencia de los resfriados. Pero lo que existe de verdad es una revisión sistemática de Cochrane que reunió pruebas empíricas de los 29 ensayos diferentes llevados a cabo sobre ese tema (con un total de 11.000 participantes) y concluyó que no hay evidencia alguna de que la vitamina C prevenga los resfriados.
[2]
El profesor Holford no facilita ninguna referencia de ese único y inusual ensayo (que se contradice con el conjunto de investigaciones meticulosamente resumidas por Cochrane), pero no importa: sea el que sea, como se contradice con el metaanálisis, podemos dar por sentado que ha sido seleccionado sesgadamente.

Holford sí proporciona una referencia, inmediatamente después, de un estudio en el que los análisis de sangre mostraron que siete de cada diez sujetos tenían un déficit de vitamina B. Allí, en el cuerpo del texto, figura un número en superíndice de aspecto muy académico. Si consultamos al final del libro la referencia a la que nos remite, veremos que nos enumera, en primer lugar, una casete que, en su momento, se podía adquirir en su propio Instituto para una Nutrición Óptima (ION, por sus siglas en inglés), titulada «El mito de la dieta equilibrada». A continuación, en la misma página, consta un informe de hace 25 años realizado por la Bateman Catering Organisation (¿y quiénes son ésos?), al parecer, con la fecha equivocada; un artículo sobre la vitamina B12, y un «experimento», sin grupo de control, recogido en un folleto del ION de 1987, tan poco conocido que ni siquiera figura en el catálogo de la Biblioteca Británica (que supuestamente lo tiene todo). Luego, se hace una afirmación intrascendente para la que se cita como referencia un artículo del
Optimum Nutrition Magazine
(del susodicho Instituto para una Nutrición Óptima) y otra en absoluto controvertida, sustentada en un artículo perfectamente válido (según la cual, los hijos de madres que toman ácido fólico durante el embarazo tienen menos defectos de nacimiento: un hecho bien fundado y reflejado en las directrices del mismísimo Ministerio de Sanidad), porque entre tanta perorata es inevitable que haya un gramo de sentido común por alguna parte. Volviendo a donde está la acción, también nos habla de un estudio realizado con noventa escolares que obtuvieron puntuaciones un 10 % más altas en los test de inteligencia tras haber tomado una píldora multivitamínica de dosis elevada, aunque, por desgracia, sin que se nos adjunte referencia alguna. Todo esto, antes de una auténtica joya: un párrafo con cuatro referencias.

La primera remite a un estudio del afamado doctor R. K. Chandra, investigador cuyos artículos han sido desacreditados y retirados, y que ha sido objeto de importantes estudios sobre el fraude en las investigaciones científicas, incluido uno del doctor Richard Smith publicado en el
British Medical Journal
con el título «Investigating the previous studies of a fraudulent author» [Investigación de los estudios previos de un autor fraudulento].
[3]
Existe una serie documental de tres episodios dedicada enteramente por la CBC canadiense a la inquietante carrera de Chandra (y que pueden ver ustedes en internet), y a cuya conclusión él se hallaba (a todos los efectos) oculto y en paradero desconocido en la India.
[4]
Chandra acumula 120 cuentas bancarias distintas en diversos paraísos fiscales y, como es lógico, también tiene patentado su propio compuesto multivitamínico, que vende como suplemento nutricional para personas mayores, «basado en pruebas empíricas». Las mencionadas «pruebas» provienen, sobre todo, de sus propios ensayos clínicos.

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