¿Cómo sabemos si un tratamiento funciona, o si algo produce cáncer? ¿Quién intentó convencernos de que la vacuna triple vírica podía provocar autismo? ¿Comprenden la ciencia los periodistas? ¿Por qué buscamos explicaciones científicas para problemas sociales, personales y políticos? ¿Son tan diferentes los médicos alternativos y las compañías farmacéuticas, o sólo emplean los mismos viejos trucos para vendernos diferentes tipos de pastillas?
Estamos obsesionados con nuestra salud, y constantemente nos bombardean con informaciones imprecisas, contradictorias e incluso erróneas. Hasta ahora. Ben Goldacre desmantela con maestría la pseudociencia que se esconde tras muchos remedios supuestamente milagrosos, y nos revela la fascinante historia de cómo llegamos a creer lo que creemos, proporcionándonos las herramientas para descubrir por nosotros mismos la ciencia fraudulenta.
Ben Goldacre
Mala ciencia
Distinguir lo verdadero de lo falso
ePUB v1.1
Elle51828.02.12
Título original:
Bad Science
Traducción: Albino Santos Mosquera
Ben Goldacre, 2008.
A quien corresponda
Déjenme que les cuente lo mal que se han puesto las cosas. A los niños se les enseña de forma rutinaria (de boca de sus propios maestros, y por millares en las escuelas públicas británicas) que, moviendo la cabeza hacia arriba y hacia abajo, aumentan el riego sanguíneo del lóbulo frontal del cerebro y, con ello, mejoran la concentración; que frotando las yemas de los dedos unas contra otras, conforme a un método supuestamente científico, mejorarán su «flujo de energía» por todo el cuerpo; que no hay agua en los alimentos procesados; y que si retienen líquido sobre la superficie de la lengua, podrán hidratarse el cerebro directamente a través del paladar. Todo esto forma parte de un programa de ejercicios especiales denominado Brain Gym («gimnasia cerebral»). Dedicaremos algún tiempo a tales creencias y, lo que es más importante aún, a los bufones que las promocionan en este sistema educativo.
En cualquier caso, este libro dista mucho de ser una mera compilación de memeces triviales. Refleja, más bien, un
crescendo
natural que parte de las estupideces de los charlatanes, pasa por el crédito que se les dispensa en los medios de comunicación convencionales y que desemboca en los trucos de la industria de los suplementos alimenticios (que mueve 30.000 millones de libras esterlinas anuales), en las maldades de la industria farmacéutica (que mueve 300.000 millones), en la tragedia en la que se ha convertido el periodismo científico actual y hasta en el encarcelamiento, el público escarnio o la muerte de personas, simplemente por culpa de la interpretación errónea que nuestra sociedad suele hacer de las estadísticas y de las pruebas empíricas.
Cuando C. P. Snow pronunció su famosa conferencia sobre las «dos culturas» diferenciadas de las ciencias y las humanidades hace medio siglo, los titulados en carreras de letras se limitaban a ignorarnos. En la actualidad, los científicos y los médicos se ven superados en número y en potencia de fuego por nutridos ejércitos de individuos que se sienten autorizados a emitir juicios sobre asuntos que son una simple cuestión de evidencia (hasta aquí, admirable aspiración la suya), pero sin preocuparse siquiera por adquirir un nivel básico de comprensión de las materias por tratar.
En el colegio y el instituto, nos dieron lecciones sobre sustancias químicas y tubos de ensayo, sobre las ecuaciones necesarias para describir el movimiento y tal vez también sobre la fotosíntesis (de la que hablaremos más adelante), pero a casi ninguno nos dieron clase alguna sobre la muerte, el riesgo, las estadísticas y la ciencia de lo que puede matarnos y de lo que puede curarnos. Ése es un agujero en el núcleo de nuestra cultura: la medicina basada en la evidencia empírica —la ciencia aplicada por antonomasia— ha dado algunas de las más brillantes e ingeniosas ideas de los dos últimos siglos y, aun así, no ha merecido nunca una sola exposición en el Museo de la Ciencia de Londres.
No es algo que podamos achacar a una falta de interés en el tema. La salud nos obsesiona (la mitad de las noticias sobre ciencia en los medios informativos son de temática médica) y no dejan de bombardearnos con afirmaciones e historias pretendidamente científicas al respecto. Pero como ustedes mismos podrán ver, adquirimos la información de la boca o de la pluma de las mismas personas que han demostrado en reiteradas ocasiones su incapacidad para saber leer, interpretar o dar testimonio fiable de las pruebas verdaderamente científicas.
Antes de empezar, permítanme que les haga un mapa esquemático del territorio que vamos a recorrer.
En primer lugar, nos fijaremos en lo que significa realizar un experimento, ver los resultados con nuestros propios ojos y juzgar si encajan en una teoría determinada o si avalan alguna alternativa más convincente. Puede que esos primeros pasos les resulten un tanto infantiles y condescendientes, y los ejemplos relacionados son, sin duda, deliciosamente absurdos, pero todos ellos han sido promocionados con suma credulidad y revestidos de la más excelsa autoridad por los grandes medios informativos convencionales. Examinaremos también la atracción que suscitan las noticias de pretendida apariencia científica relacionadas con nuestro cuerpo, y la confusión que pueden ocasionar.
De ahí pasaremos a la homeopatía, no porque ésta sea importante o peligrosa (no es ni lo uno ni lo otro), sino porque constituye el «contramodelo» perfecto para enseñar lo que es la medicina basada en la evidencia empírica: a fin de cuentas, las píldoras homeopáticas no son más que unas pastillitas de azúcar vacías que parecen funcionar y que, por lo tanto, encarnan la esencia misma de lo que debe ser un «experimento controlado» que ponga a prueba la validez de un tratamiento determinado, y que demuestran hasta qué punto se nos puede inducir equivocadamente a pensar que cualquier intervención es más eficaz de lo que realmente es. Ustedes aprenderán todo lo que hay que saber sobre cómo realizar una prueba o un ensayo de forma adecuada, y sobre cómo detectar uno que haya sido mal realizado. Semioculto entre las bambalinas, advertiremos la presencia del efecto placebo: probablemente, el aspecto más fascinante y peor entendido de la curación humana. Éste trasciende con mucho los límites de una simple pastilla de azúcar: no es nada intuitivo, es extraño, es la esencia de la curación psicosomática y es mucho más interesante que cualquier majadería inventada sobre las supuestas pautas terapéuticas de la energía cuántica. Estudiaremos las pruebas de su poder y ustedes extraerán sus propias conclusiones.
Luego, nos dedicaremos a una pesca de más calado. Los nutricionistas son terapeutas alternativos, pero se las han arreglado para presentarse a sí mismos como hombres y mujeres de ciencia. Sus errores son mucho más interesantes que los de los homeópatas, ya que en ellos sí que se encierra un ápice de ciencia. Pero eso hace que aumente no sólo su interés, sino también su peligro, pues la amenaza real de estos profesionales de la excentricidad no radica tanto en la posibilidad de que sus clientes mueran por su culpa (ha habido algún que otro caso, pero sería exagerado insistir en este punto) como en lo mucho que contribuyen a socavar la comprensión popular de la naturaleza de las pruebas y las evidencias.
Veremos los juegos de manos retóricos y los errores de aficionado que han llevado a que tantas y tantas personas se hayan visto repetidamente inducidas a engaño en materia de alimentación y nutrición, y cómo esta nueva industria nos distrae de los auténticos factores de riesgo para la salud relacionados con nuestros estilos de vida. Veremos también su impacto —más sutil, pero no menos alarmante— en la concepción que tenemos de nosotros mismos y de nuestros cuerpos, que se traduce en esa tendencia tan generalizada a «medicalizar» los problemas sociales y políticos, a entenderlos dentro de un marco biomédico reduccionista, y a comerciar con soluciones fácilmente convertibles en artículos de consumo: sobre todo, las que se compran y se venden en forma de píldoras y de dietas de moda. Les mostraré pruebas de la introducción en las universidades británicas de una auténtica vanguardia de alarmantes ideas erróneas, que conviven en nuestros campus con investigaciones académicas serias en el campo de la nutrición. En esa sección, también hallarán a la doctora favorita del país, Gillian McKeith. Posteriormente, aplicaremos esas mismas herramientas a la medicina propiamente dicha y veremos los trucos empleados por la industria farmacéutica para nublar la vista de médicos y pacientes.
Inmediatamente después, examinaremos de qué modo los medios de comunicación facilitan una concepción equivocada de la ciencia a la población en general. Veremos también la pasión inquebrantable de esos mismos medios por las «no noticias» sin sentido, y su interpretación fundamentalmente errónea de las estadísticas y de las pruebas empíricas: un error, el suyo, que ilustra la esencia misma de por qué hacemos ciencia, que es para impedir que nuestras experiencias y prejuicios individuales nos induzcan a error. Por último, en la parte del libro que me resulta más inquietante, veremos cómo personas que ocupan puestos de gran poder (y que, por lo tanto, deberían conocer mejor estas cuestiones) cometen aún errores fundamentales con graves consecuencias. Y comprobaremos también cómo la cínica distorsión que hicieron los medios de la evidencia empírica disponible en dos alarmas sanitarias concretas alcanzó extremos tan peligrosos como francamente grotescos. Será tarea de ustedes apreciar, a medida que vayamos tratando todos estos aspectos, lo increíblemente corriente que se ha vuelto lo que aquí les cuento, pero también será cosa suya reflexionar sobre qué podrían hacer al respecto.
No se puede disuadir a nadie mediante razones de una postura que, en su momento, tampoco adoptó siguiendo razonamiento alguno. Pero, al acabar este libro, ustedes contarán con las herramientas necesarias para ganar —o, cuando menos, entender— cualquier debate que decidan iniciar, ya sea en torno a las curas milagro, la vacuna triple vírica, los ardides de las grandes farmacéuticas, la probabilidad de que un vegetal determinado prevenga el cáncer, la creciente idiotización de la cobertura informativa de los temas científicos, las dudosas alarmas sanitarias mediáticas, el valor de las pruebas anecdóticas, la relación entre el cuerpo y la mente, la ciencia de la irracionalidad, la «medicalización» de la vida cotidiana, y otras muchas cuestiones. Para entonces, habrán constatado también la falta de evidencias sobre la que se basan algunos engaños muy populares, pero, por el camino, también habrán ido recogiendo todos los conocimientos útiles que hay que tener para entender el funcionamiento de la investigación científica, los diversos niveles de evidencia empírica, el sesgo, las estadísticas (tranquilos), la historia de la ciencia, los movimientos anticientíficos y el curanderismo. Y, entre tanto, se habrán ido encontrando con algunas de las fascinantes historias que las ciencias naturales pueden explicarnos acerca del mundo en el que vivimos.
No tendrán la más mínima dificultad en reconocer los errores que se cometen, pues les puedo garantizar que quienes se equivocan e incurren en esos fallos tontos no son ustedes. Y si creen que, al terminar, es posible que continúen sin estar de acuerdo conmigo, esto es lo que les propongo: seguirán estando equivocados, pero lo estarán con mucha más gracia y estilo que los que pueden exhibir en este momento.