Malena es un nombre de tango (76 page)

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Authors: Almudena Grandes

Tags: #Drama

Estuve a punto de preguntarle si ella también se había enamorado de mi padre, pero en el último momento me faltó valor, y la decisión con la que se deshizo de la sonrisa que reinó por un instante sobre sus labios de india, tan parecidos a los míos que a veces me amagaba un escalofrío cuando los veía moverse, me indujo a suponer que ella nunca terminaría de contarme aquella historia. Pero lo hizo, hablando más despacio, removiéndose con naturalidad sobre el asiento, mirándome a la cara ya, de vez en cuando, y apenas empezó, comprendí que nunca había estado enamorada de papá, y me alegré por ella.

—En fin, que si no me lo llego a encontrar por casualidad, aquella noche, en aquel antro, nunca habría logrado descubrir a tu padre, porque el rey del mundo que despegó el codo de la barra solamente para señalarnos con un dedo y mover luego la mano en círculo, dando a entender al camarero que todos nosotros estábamos invitados, era la mitad de él que me faltaba, y cuando me di cuenta, miré a mi alrededor y empecé a entender las cosas. Aquellas malas copias de mafiosos de película, achulados pero miserables, fatuos pero mal vestidos, tan artificiales que habrían resultado casi cómicos si no fuera porque, a pesar de todo, algunos daban miedo de verdad, eran sus amigos, se habían criado juntos, ¿comprendes? El podría haber sido uno más, otro como ellos, o como los que estaban a punto de levantarse para fichar en la fábrica a las seis con el desayuno atravesado en la garganta, los buenos chicos de la pandilla, que quizás habían tenido la suerte, o la desgracia, de echarse una novia formal antes de ir a la mili, una buena chica ella también que les había obligado a ahorrar para dar la entrada de un piso de papel en el Arroyo Abroñigal, o en cualquier otro barrio con un nombre parecido, los cerros y las vaguadas de las afueras donde un día había solamente ovejas y matojos, el paisaje de toda la vida, y al otro, dos docenas de torres de viviendas de protección oficial que habían salido de la tierra como los conejos de la chistera de un mago, yo qué sé… El era hijo de una maestra, eso es cierto, y era abogado, había ido a la universidad, podía aspirar a algo mejor que una cadena de montaje, desde luego, pero no mucho más, no creas. Habría cambiado de barrio, habría ganado unas oposiciones, habría podido comprarse un coche, y a lo mejor hasta un piso, en veinticinco años de facilidades, y siempre habría encontrado algún conserje que le tratara de don porque para eso tenía estudios, pero esto no daba para mucho más, en serio. Aquí, le habían dado a la mierda una mano de pintura de colores, y le habían dicho a la gente, ¿qué pasa, es que no coméis todos los días?, pues ya está, coño, ¿qué más queréis?, si ya sois ricos… Y la gente se lo creía, eso era lo increíble, que se lo creían, y si se te ocurría contarle a alguien cómo se vivía en Alemania, te contestaban que sí, pero que ellos no tenían ni la mitad de cojones que nosotros, ni este sol, gloria bendita, y además, llegado el caso, Portugal siempre estaba a mano, aquí al lado, y mucho peor que esto, te decían, pero que mucho peor… Y así tiraba la gente, a fuerza de sol, y de cojones, y los oficinistas pluriempleados llevaban los domingos a los niños en el seiscientos a la piscina del Parque Sindical, pero todos eran ricos, eso sí, porque aquí nadie era pobre, es que no había pobres aquí. Todos tragaban, pero tu padre no, él no tragó, todo lo contrario. A él se le presentó una oportunidad de escupirle en la boca a la España del Plan de Desarrollo, y la aprovechó, y llegó hasta la cocina, para ser rico, pero rico de verdad, un Mercedes de importación, un piso de doscientos metros en la calle Génova y una finca de cientos de hectáreas en la provincia de Cáceres, como los que… ¿qué has dicho antes?

—Como los que parten el bacalao.

—Eso. Y aquella noche, cuando le vi allí, en aquel tugurio, con aquella gente, intenté imaginarme qué sentiría él cada vez que volviera a su barrio, a hablar con sus amigos, a beber con ellos, a ligarse a cualquiera de aquellas chicas de piel tan fea que parecían seguir tirándole tanto, a él, que podía elegir entre las ex alumnas del Sagrado Corazón, esas mujeres impecables, lujosas, bien vestidas y recién peinadas, que consagran su vida al dios de los masajes y fulminan los martillos hidráulicos cuando pasan taconeando al lado de una obra… No sé, yo le miraba e intentaba imaginarme cómo se sentiría, e imaginar cómo habría sido antes, a los catorce, a los dieciséis, a los dieciocho años, qué habría comido, cómo habría ido vestido, qué idea se habría formado de su propio futuro, y comparaba todo eso con mi infancia, la abundancia y el derroche, el hastío de estrenar y de poseer cosas, el aburrimiento y las buenas maneras, y entonces, por un instante, me sentí muy cerca de tu madre, y llegué a envidiarla, porque era ella quien le había compensado por los juguetes escasos, y la ropa heredada, y las sopas de ajo, y la desesperanza, y los celos, y el rencor, por tantas ausencias acumuladas. En ella se concentraban todas las niñas bien a las que él ni siquiera se habría atrevido a acercarse durante años, cuando las miraba con ganas en el metro, o en un parque, o andando por la calle. Eso me daba envidia, y que ella hubiera sido más que una novia, más que una esposa, mucho más que eso, toda una bandera, una posesión vital, un trébol de cuatro hojas, ¿comprendes?, que cada vez que la besara, cada vez que la tocara, cada vez que se la follara, él hiciera mucho más que eso, porque se follaba al mundo entero entre sus piernas, se follaba a las leyes de la lógica, y a las de la crianza, y a las del destino, ella era a la vez su arma y su triunfo, ¿lo entiendes?, y a mí, en aquel momento, todo eso me pareció emocionante, y brutal, y hermoso…

—Sí que lo entiendo —admití en un susurro—, porque yo sentí algo muy parecido una vez, pero estoy segura de que mamá no lo entendería nunca, a ella ni siquiera se le ocurriría interpretar así las cosas, más bien al contrario.

—Lo sé, pero yo ya había dejado de pensar en tu madre, pensaba solamente en mí, en que me habría encantado llegar hasta allí con él, y sonreír con educación mientras él me paseaba entre sus amigos, luciéndome como la esposa rica, encoñada y consentidora que él había sabido levantarse y los otros no, y desafiar después a aquellas torpes putas pueblerinas, dejar que adivinaran que yo era mucho peor que cualquiera de ellas, y que él me tenía mucho más contenta de lo que ni siquiera podían llegar a figurarse… —me miró desde muy lejos, y descendió poco a poco de una nube encamada y furiosa, hasta quedar a mi altura—. Ya sé que esto no es lo que se entiende por tener buenos sentimientos.

Solté una carcajada y la expresión de su rostro se relajó.

—Eso es lo de menos —conseguí decir, imponiéndome a la risa—. Además, en esas circunstancias, las únicas buenas personas que hay son las que no se divierten.

—Es posible —asintió, riendo conmigo—, sí, seguramente tienes razón. El caso es que tu padre tiraba de mí como si sostuviera entre las manos una brida invisible, pero yo no me movía, estaba tan absorta en su imagen, y en mis propios pensamientos, que cuando Vicente me habló al oído, me llevé un susto de muerte, porque ni siquiera reconocí su voz. ¿Lo conoces?, me preguntó, y yo asentí con la cabeza, pero no dije nada y él se calló, estuvo un momento callado, y luego me preguntó lo de siempre, ¿sabes si entiende?, y yo le dije que no, que no entendía, y él insistió, ¿estás segura?, y volví a contestarle que sí, que estaba completamente segura, pues qué pena, dijo al final, después de un rato, ¡con esa boca de vicioso que tiene…! Aquel comentario me molestó, como si nadie más que yo tuviera derecho a fantasear con él en aquel momento, y me decidí por fin a acercarme a la barra. Tu padre me sonrió, y cuando llegué a su lado me dijo solamente, hola, cuñada, y yo le contesté, hola, y entonces el camarero gritó, policía, manos arriba, y miré hacia la puerta y vi entrar a tres tipos vestidos de gris, el primero gordo y sudoroso, bastante calvo, y los dos que le seguían más jóvenes, con algo más de pelo y el traje un poco más raído. Si no son de la pasma, me dije, desde luego lo parecen, y si lo parecen, es que lo serán, y si lo son, vamos a ir todos palante, pero luego me di cuenta de que la única que estaba nerviosa allí era yo, y miré a tu padre y vi que sonreía a los recién llegados, aunque venían directamente hacia nosotros. El gordo nos dio la mano con mucha educación, y se apartó un poco, pero el más joven de todos abrió los brazos, dejándonos ver la pistolera de cuero que llevaba encajada en el sobaco izquierdo, y la pistola que estaba dentro, claro, y se abalanzó encima de tu padre para darle un abrazo, joder, Picha de Oro, le dijo, menos mal que todavía te acuerdas de los amigos…

—¿Picha de Oro? — pregunté, divertida—. ¿Llamaban Picha de Oro a papá?

—Sí, siempre le habían llamado así, desde antes de casarse con tu madre, no creas, porque a los catorce, o a los quince años, no me acuerdo, le había echado un polvo a la dependienta de la farmacia y después ella no había querido cobrarle lo que él había ido a comprar, y además le había regalado dos cajas de condones y no sé qué más, después de decirle que volviera cuando quisiera… Por lo menos, ésa era la leyenda, vete tú a saber lo que pasaría en realidad, la mitad de la mitad, seguramente.

—Así que no os detuvieron.

—No, para nada. Y además nos vendieron cuatro gramos, aunque a mí eso ya me daba lo mismo, porque tu padre me había presentado a su amigo el poli, y éste, después de echarme un vistazo y decirme que tenía mucho gusto en conocerme, le comentó que no se merecía una mujer tan guapa, pero lo dijo con mucho respeto, como si fuera un cumplido, y él me cogió por la cintura, me apretó fuerte, justo debajo del pecho, y aclaró, pronunciando cuidadosamente cada palabra, que yo no era su mujer, sino la hermana melliza de su mujer. El poli no dijo nada, pero sonrió y levantó una ceja, mucho gusto de todas formas, repitió, sin colocar una coma en ninguna parte, más todavía, ¿no?, replicó Jaime, y lo dijo sin mirarme, como si yo no le oyera, como si no fuera a entender nada, como si hubiera nacido tonta. Entonces me revolví sin avisar, le eché los brazos al cuello y le besé, porque ya no podía más, porque sentía que si no le besaba me iba a morir de ansiedad, y me gustó, me gustaba tanto que seguí besándole mucho tiempo. Cuando nos separamos, él me miró con los ojos brillantes, como si estuviera asombrado, porque seguramente lo estaba, claro, y luego sonrió, y me habló al oído, hay que ver, qué poco te pareces a tu hermana, Magdalena, porque cuando estábamos solos él siempre me llamaba así, con todas las letras, y yo le pedí que me llevara a cualquier sitio, adonde él quisiera, a mí me daba igual, pero quería irme de allí, y quería irme con él. Cuando salíamos, mi novio el existencialista vino a pedirme explicaciones y lo mandé a la mierda antes de que tuviera tiempo para abrir la boca. Me costó romper, por supuesto, pero no me arrepentí, no me he arrepentido nunca, al fin y al cabo, en Islandia debe de hacer un frío espantoso.

No me contó nada más, y yo tampoco lo necesitaba, porque hacía ya tiempo que había dejado de pensar en Reina, de repasar su vida, y era la mía, mi propia vida, la que encajaba poco a poco en mi memoria siguiendo el ritmo de sus palabras, dando sentido a cada una de las sílabas que ella pronunciaba, pero Magda todavía no podía saberlo, y tal vez por eso no renunció a rematar su discurso con un colofón tan gratuito.

—No me gustaría que esta historia cambiara la opinión que puedas tener sobre tu padre, Malena, si fuera así, no podría perdonármelo nunca. A lo mejor, no tendría que haberte contado todo esto, porque no sé si lo entenderás bien, las cosas han cambiado tanto… Casarse por dinero siempre ha sido feo, desde luego, pero él tenía veinte años, y era pobre. Y la pobreza es injusta por naturaleza, pero en su caso todavía era peor, porque a su familia le había caído encima por la espalda, a traición, no estaban acostumbrados a esa vida, y tu padre se crió en la miseria, pero su madre no le pudo enseñar a torearla porque a ella nunca se lo había enseñado nadie. Además, no podíamos elegir, ¿sabes?, nosotros no pudimos elegir. Mis padres sí, y los suyos, y vosotros también, tú has podido decidir qué quieres ser, cómo quieres vivir, qué quieres hacer, pero nosotros… Cuando yo era joven, el mundo era de un solo color, bastante oscuro, y las cosas de una sola manera, sólo había una vida que era la única buena, y había que tomarla o tomarla, porque no se podía dejar, ¿lo entiendes?, ya te podías afiliar al Partido Comunista, o hacerte puta, o comprarte una pistola, que te iba a dar lo mismo. Los ricos nos íbamos a vivir al extranjero, pero lo único que podían hacer los pobres era emigrar a Alemania, y eso no era exactamente lo mismo, ya me entiendes… Si no comprendes esto, y no tienes por qué comprenderlo porque no lo has conocido, nunca comprenderás a tu padre, porque era un trepador, y si quieres hasta un tramposo, pero para él, esto seguía siendo la guerra. Además, nosotros estábamos acostumbrados a hacer siempre las cosas en secreto, bajo cuerda, desde pequeños, no le digáis a los otros niños que en casa comemos jamón, nos decía Paulina, cuando nos llevaba al parque en plena posguerra, y luego siguió pasando lo mismo, todos teníamos amigos escondidos, todos mentíamos en casa, todos comprábamos algo prohibido, antes o después, en algún mercado ilegal, librerías, tiendas de discos, farmacias donde hacían la vista gorda con las recetas, todos burlábamos mejor o peor a la policía, los amigos de la pandilla, los compañeros de la universidad, la gente que ibas conociendo por ahí, todo se hacía así, eso era lo normal para nosotros, así que liarme con tu padre tampoco me parecía tan grave, ni tan arriesgado, ni tan excepcional como pueda parecer a simple vista, y estoy segura de que a él le pasaba lo mismo que a mí. Era un secreto más, solamente, un secreto entre doscientos o trescientos, y ni siquiera corríamos el riesgo de terminar en la cárcel. Y ahora, como me estoy haciendo vieja, no te digo que nuestra vida haya sido peor que la de cualquier otra gente, en cualquier otro sitio, ha podido ser hasta mejor, ni siquiera niego eso, pero nunca nos dieron la oportunidad de equivocarnos, eso fue lo que pasó, que no pudimos equivocarnos siquiera. Para mí, tu padre siempre ha sido bueno, Malena, leal, generoso, valiente y sincero, el mejor amigo que he tenido nunca.

—Pero no te enamoraste de él.

—No, ni él de mí —hizo una pausa e intentó sonreír, pero sus labios apenas dieron de sí para esbozar una mueca amarga—. A lo mejor, en otras circunstancias, las cosas habrían sido distintas, pero entonces no pudimos enamorarnos, no nos quedaba sitio para eso. Los dos odiábamos demasiado.

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