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Authors: David Brin

Marea estelar (32 page)

Metz y Takkata-Jim no habían podido llegar todavía al puente. Chasqueó el código sonar que activaba la unidad. Casi al instante, la cara de un joven delfín de aletas azules apareció ante ella.

—Transmisiones, ¿P-puedo ayudarla?

—¿Akki? Sí, hijo, soy la doctora Makanee. ¿Has hecho algún plan para el almuerzo?

Sabes, creo que aún me queda un poco de gelatina de pulpo. ¿Estás libre?

¡Maravillossso! Entonces, pronto nos veremos. Oh, y hagamos de esta cita nuestro pequeño secreto. ¿De acuerdo? Eresss un buen chico.

Makanee abandonó Cuidados Intensivos; una idea empezaba a perfilarse en su mente.

40
CREIDEIKI

En la silenciosa penumbra del tanque de gravedad, se oyó un apagado gemido.

Sin esperanza, nada

Sacudido por grises vientos tormentosos, gritando:

¡Me ahogo! ¡Me ahogo!

41
TOM ORLEY

Una malhumorada montaña gruñía en medio de un mar cubierto de espuma.

Había dejado de llover hacía poco tiempo. El volcán retumbaba y escupía fuego hacia las bajas nubes, tiñéndolas de color naranja. Pequeñas y ensortijadas columnas de ceniza se disolvían en el cielo. Las transparentes aguas del mar no apagaban las ardientes cenizas allí donde finalmente caían. Se posaban en una capa lodosa sobre una alfombra de sucias cepas que parecía interminable.

Thomas Orley tosió en el húmedo aire cargado de hollín. Ascendía arrastrándose por una pequeña elevación de hierbas entrelazadas y resbaladizas. El peso muerto de su vehículo tensaba la cuerda enrollada en su mano izquierda. Con la derecha agarraba un grueso zarcillo cercano a la cima de la colina vegetal.

Sus piernas flaqueaban bajo su propio peso mientras se arrastraba. Incluso cuando conseguía fijarlas en las grietas de la masa viscosa, sus pies se hundían con frecuencia en el cenagal existente entre las cepas. Cuando con dificultad lograba sacarlos, la ciénaga le soltaba a disgusto, exhalando un horrible ruido de succión.

A veces, por sus pies subían cosas, retorciéndose sobre sus piernas y dejándose caer de nuevo en el fétido lodo.

La soga fuertemente enrollada le dañaba la mano izquierda al tirar del trineo, un exiguo resto del planeador solar y las provisiones. Era un milagro que hubiera sido capaz de salvar tanto de la colisión.

El volcán lanzaba centelleos ocres a través del herbáceo paisaje. Manchas irisadas de polvo metálico cubrían la vegetación en todas direcciones. La tarde tocaba a su fin, casi había pasado un día completo de Kithrup desde que enfilara el planeador hacia la isla en busca de un lugar seguro donde aterrizar.

Tom levantó la cabeza para mirar, con ojos lacrimosos, la llanura de hierbas. Todos sus planes minuciosamente trazados se desmoronaban en aquella planicie de ásperas y viscosas plantas marinas.

Tenía la esperanza de encontrar en la isla un refugio a sotavento del volcán o, por lo menos, posarse en el agua y transformar el planeador en una amplia balsa apropiada para el mar desde la que realizaría su experimento.

Tenía que haber previsto esta posibilidad. La colisión, aquellos frenéticos y aturdidores minutos persiguiendo el material sumergido y construyendo un tosco trineo bajo el azote de la tormenta, y luego horas arrastrándose entre las fétidas cepas hacia un solitario montículo de vegetación... todo esto podía haberse evitado.

Intentó seguir adelante, pero un temblor en el brazo derecho amenazaba con convertirse en un verdadero calambre. Había sido duramente golpeado durante el choque, cuando los pontones del ala del planeador se soltaron y el fuselaje salió despedido dando tumbos por el cenagal, cayendo por último en un aislado pozo abierto por el mar.

Un corte en la mejilla izquierda casi le hizo perder el sentido durante aquellos primeros momentos críticos. Iba desde el mentón casi hasta la toma neural de encima de la oreja izquierda. La funda de plástico que por lo general protegía el delicado nervio interfaz se cayó en la noche, perdida sin remedio.

La infección era ahora la menor de sus preocupaciones.

El temblor de su brazo iba en aumento. Tom intentó controlarlo, tumbándose boca abajo en las apestosas hierbas elásticas. Cada vez que tosía, el barro arenoso le arañaba la frente y la mejilla derecha.

Tenía que sacar energía de algún sitio. No había tiempo para las sutilezas de la autohipnosis, para persuadir a su cuerpo de que volviera a funcionar. Con su sola voluntad, ordenó a sus músculos magullados que realizaran un último esfuerzo. No podía hacer gran cosa contra todo lo que le enviaba el Universo, pero después de treinta horas de esfuerzos, a pocos metros del objetivo, ¡no iba a tolerar una rebelión de su propio cuerpo!

Un nuevo ataque de tos le desgarró la irritada garganta. Todo él se sacudió, y las convulsiones le hicieron aflojar su agarre en la seca raíz. Justamente cuando pensaba que sus pulmones no podían resistir más, el ataque cesó. Tom se quedó inmóvil en el barro, exhausto, con los ojos cerrados.

¿Cuentas las alegrías del movimiento?

Primera entre las ventajas:

La ausencia de aburrimiento.

No le quedaban fuerzas para silbar el haikú ternario, pero lo hizo en su mente, y reservó la energía para esbozar una sonrisa en sus destrozados labios cubiertos de fango.

En alguna parte, encontró reservas para un nuevo esfuerzo. Apretó los dientes y se impulsó sobre el último tramo. El brazo derecho se torció pero aguantó hasta que la cabeza se alzó sobre la cima de la pequeña colina.

Tom parpadeó para apartar las cenizas de sus ojos y contempló lo que se extendía más allá. Más hierbas. Hasta donde alcanzaba la vista, más hierbas.

Un grueso nudo de cepa neustónica horadaba la cumbre del montículo. Tom llevó el trineo lo bastante arriba como para enrollar la cuerda alrededor de la raíz.

Las sensaciones fluyeron a su adormecida mano izquierda, dejándole con la boca abierta en silenciosa agonía. Se dejó caer al suelo, con la respiración rápida y jadeante.

Los calambres volvieron con fuerza, obligándole a doblar el cuerpo. Hubiese querido arrancar los miles de dientes que se le clavaban en los brazos y las piernas, pero sus manos eran garras inservibles.

De algún modo, la parte lógica de su mente permanecía desconectada del dolor. Ésta seguía analizando y planeando, intentando fijar límites temporales. Después de todo, había llegado hasta allí por una razón. Tenía que haber un motivo para sufrir todo aquello... Si tan sólo pudiera recordar por qué estaba allí, entre el hedor y el polvo y la arena y el dolor...

El esquema tranquilizante que buscaba se escondía de él. Sintió que estaba al borde del desmayo.

De pronto, a través de los párpados entrecerrados por el dolor, creyó ver ante él la cara de Gillian.

Frondas de vegetación aérea ondulaban tras ella. Sus ojos grises miraban en su dirección, como si buscaran algo en el límite de su campo visual. Por dos veces, parecieron examinar un punto más allá de donde él yacía temblando, incapaz de moverse. Luego, por fin, sus ojos se encontraron, ¡y Gillian sonrió!

Parásitos impregnados de dolor amenazaban con ahogar las palabras-sueño.

Te envío **** para bien ****,

aunque tú *** escéptico, amor.

*** aunque todo **** podrás escuchar.

Hizo un esfuerzo por concentrarse en el mensaje, que posiblemente era una alucinación. No le importaba lo que fuera. Era un áncora. Y se agarró a ella mientras los calambres hacían vibrar sus tendones como las cuerdas de un violín.

Su sonrisa transmitía compasión.

¡En qué estado se *** halla! ¡El *** que amo

está *** perdido! ¿Podré ****

hacer algo por él?

Meta-Orley manifestó su desacuerdo. Si esto era en un mensaje de Gillian, estaba corriendo un gran riesgo.

—Yo también te amo —subvocalizó—. ¿Pero quieres hacer el maldito favor de callarte antes de que te oigan los ETs?

La emisión psi —o alucinación— se despidió con la mano mientras a Tom le sacudía un nuevo ataque de tos. Tosió hasta que sus pulmones fueron como una corteza seca.

Por último, se hundió con un suspiro.

Y Meta-Tom renunció al orgullo.

¡Sí!

Emitió entre la bruma que se alzaba ante sus ojos, llamando a la imagen que se disolvía.

Sí, amor. Por favor regresa y ayúdame...

La cara de Gillian pareció difractarse en todas direcciones, como un haz de luz de luna, y unirse con el brillante polvo volcánico en el cielo. Fuera un verdadero mensaje, o una ilusión nacida del delirio, se desvaneció como un retrato formado por el humo.

Sin embargo, creyó oír un ligero rastro de la voz interior de Gillian...

*** *** es, así es, así es...

y la curación viene, en sueños...

Escuchó, ajeno al tiempo, y poco a poco los temblores remitieron. Abandonó gradualmente la posición fetal.

El volcán retumbó iluminando el cielo. El «suelo» bajo Tom ondulaba con suavidad y le acunó hasta que logró un sueño superficial.

42
TOSHIO

—No, doctor Dart. Las inclusiones de enstatita son algo de lo que no estoy seguro. Los parásitos del robot eran en verdad muy intensos cuando hice esa lectura. Si quiere, ahora mismo puedo comprobarla de nuevo.

Los párpados de Toshio se cerraban de aburrimiento. Había perdido la noción del tiempo transcurrido pulsando botones y leyendo datos a instancia de Charles Dart.

¡El planetólogo chimp nunca estaría satisfecho! Por más rápidas y precisas que fueran las respuestas de Toshio, nunca eran suficientes.

—No, no, no tenemos tiempo —contestó Charlie malhumorado desde la holopantalla de la orilla de la charca del árbol taladrador—. Intenta verificarlo tú mismo cuando yo desconecte, ¿de acuerdo? Podrías hacer un buen proyecto siguiendo en el lado que ya conoces, Toshio. ¡Algunas de esas rocas son únicas! Si realizas un estudio mineralógico exhaustivo de ese agujero, sería feliz ayudándote a redactarlo. ¡Imagínate los honores!

Una publicación importante no dañaría tu carrera.

Toshio podía imaginarlo. De hecho, estaba aprendiendo mucho trabajando con el doctor Dart. Una de las cosas que había aprendido, y le sería útil si alguna vez continuaba sus estudios de graduado, era ser muy cuidadoso al elegir su asesor de investigaciones.

De todos modos, la cuestión era discutible, con todos aquellos ETs sobre sus cabezas dispuestos a capturarlos. Por milésima vez, Toshio alejó de su pensamiento la batalla espacial, que sólo conseguía deprimirle.

—Gracias, doctor Dart, pero...

—No hay ningún problema —ladró Charlie, con brusca condescendencia—. Si no te importa, más tarde discutiremos los detalles de tu proyecto. Ahora, vamos a actualizar la posición de ese zángano.

Toshio movió la cabeza, asombrado por la tenacidad y las ideas fijas del individuo.

Temía perder los estribos con el chimp si aquello empeoraba, fuera tutor de sus investigaciones o no.

—Um... —Toshio verificó los indicadores—. El robot ha descendido casi un kilómetro, doctor Dart. El pozo es más estrecho y más liso a medida que bajamos hacia las perforaciones más recientes, así que estoy anclando al robot en la pared a casa paso.

Toshio miró por encima del hombro hacia el nordeste, anhelando ver aparecer a Dennie o a Gillian para distraerse. Pero Dennie estaba con sus kiqui; y la última vez que había visto a Gillian, ésta se hallaba sentada en la posición del loto en un claro que dominaba el océano, olvidada del mundo.

Un poco antes, Gillian se había sentido bastante contrariada, cuando Takkata-Jim le dijo que en la nave todos estaban demasiado atareados con los preparativos para mover el Streaker y no podían hablar con ella. Incluso sus preguntas sobre Tom Orley fueron eludidas con arisca cortesía. Ya la llamarían cuando supieran algo, le dijo Takkata-Jim antes de cortar la comunicación.

Toshio había visto aparecer en su rostro una arruga cada vez que una de sus llamadas era desatendida.

Un nuevo oficial de transmisiones sustituyó a Akki. El fin le decía a Gillian que ninguna de las personas que buscaba estaba disponible. El único miembro de la tripulación con quien podía hablar era Charles Dart, porque sus investigaciones en aquel momento no eran urgentes. Y el chimp rehusaba hablar de otra cosa que no fuese su trabajo.

De inmediato, Gillian empezó los preparativos para abandonar la isla. Entonces llegaron órdenes de la nave, directamente de Takkata-Jim. Debía permanecer allí por tiempo indefinido y ayudar a Dennie Sudman a preparar un informe sobre los kiqui.

Esta vez, Gillian recibió las órdenes sin inmutarse. Sin un comentario, se adentró en la jungla para estar sola.

—...más de esos zarcillos de Dennie —Charles Dart seguía hablando mientras la mente de Toshio iba a la deriva. Se enderezó para prestar atención a lo que decía el científico chimp— ...Lo más excitante de todo son los perfiles isotópicos del iodo y el potasio. Confirman la hipótesis de que, en tiempos geológicos recientes, alguna raza de sofantes enterró desechos en esta zona de subducción del planeta. Es de una importancia colosal, Toshio. Estas rocas evidencian la existencia de varias generaciones de depósitos de material procedente de la superficie, y el reciclaje acelerado de sustancias debido a los volcanes próximos. Es casi como si hubiera un ritmo para ello, flujo y reflujo. ¡Alguna cosa terriblemente desconfiada ha vivido ahí mucho tiempo! Se suponía que Kithrup estaba en barbecho desde que los antiguos karrank% vivieron aquí.

Sin embargo, alguien estuvo camuflando sustancias muy refinadas bajo la corteza de este planeta, ¡hasta hace muy poco!

Toshio casi dejó que se le escapara una grosería. «Hasta hace muy poco», ¡ya lo creo!

Dart investigaba a escala geológica. ¡Los ETs podían caer sobre ellos en cualquier momento, y él trataba el presunto entierro de desechos industriales de hacía miles de años, como si fuera el último misterio a resolver por Scotland Yard!

—Sí, señor. Ahora mismo lo hago —Toshio no estaba muy seguro de qué le había pedido Dart que hiciera, pero se cubría las espaldas—. Y no se preocupe, señor. El robot será controlado día y noche. Keepiru y Sah'ot tienen órdenes de Takkata-Jim para vigilar por turnos cuando yo no esté disponible. Y deben llamarme o despertarme si se produce algún cambio en las condiciones.

¿Quedaría el chimp satisfecho con aquello? Los fines no habían acogido muy bien esa orden del científico del Streaker, pero obedecerían, aunque retrasase el trabajo de Sah'ot con los kiqui.

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