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Authors: David Brin

Marea estelar (34 page)

Un silencio de ausencia

Desvanece la memoria

De Hikahi.

Silencio de ausencia

De Tsh't

Y Suessi.

También a él le hubiera gustado dejar el silencio de su ausencia en aquellos parajes y reencontrar la tranquilidad de su camarote a bordo del Streaker.

—¿Su silencio es el de estar en las redes, el de la temerosa espera de la llegada de las oreas o el silencio de servir de comida a los peces?

Akki estaba a punto de responder cuando, de súbito, como si hubiera sido iluminado de golpe por un poderoso proyector, se sintió inundado por un violento latido sónico que procedía de un punto situado por encima de él y a la izquierda. No había duda de que allí se encontraba un delfín plenamente consciente de su presencia.

Takkata-Jim

Muerde los cables

Y mi trabajo

Ya no es mío.

Sus fines hacen eco

De sus cantos engañosos.

Akki estaba tan nervioso que una parte de su respuesta se le había escapado en forma de sonidos en lugar de impulsos transmitidos por el monofilamento. De todos modos, ya no merecía la pena ser discreto. Se dispuso a soltar la línea y, volviendo la cabeza hacia el intruso, le lanzó un surtidor sonar lo bastante poderoso, esperaba, como para aturdirle momentáneamente.

Los ecos volvieron a él portando una imagen terriblemente clara de un delfín enorme que, con un estrépito de aletas, se apartaba para evitar su rayo.

Akki reconoció a su adversario inmediatamente: K'tha-Jon.

—¿Akki? ¿Qué pasa? ¿Estás en estructura de combate? Si tienes que cortar la comunicación, hazlo. Estaré de vuelta tan deprisa como...

Con su deber cumplido, Akki desconectó la toma neural y se hizo a un lado.

No había reaccionado con bastante rapidez. El resplandor azul-verdoso de un láser chisporroteó en el lugar donde se hallaba unos segundos antes.

Así que es eso, pensó mientras se hundía en el cañón que se abría a lo largo de la cresta submarina. Han enviado tras mis pasos al cabeza de martillo. Y no parece amable en absoluto.

Rodó hacia la derecha y se lanzó hacia abajo, hacia las sombras.

Los delfines eran conocidos por su repugnancia a matar a cualquier criatura que respirase aire, pero no eran una raza que siguiese ciegamente sus instintos. Incluso antes de la elevación, los humanos fueron testigos del asesinato de un delfín por otro delfín. Al dar a los cetáceos la oportunidad de viajar por el espacio, los hombres les habían hecho más eficientes cuando decidían matar.

El brillante sendero de un láser silbó a menos de un metro por delante de él y Akki, apretando las mandíbulas, se sumergió en el bullente camino del rayo. Otro disparo ardiente chisporroteó entre sus pectorales. Viró hacia un costado y cayó en picado hacia la larga sombra sónica de un saliente desigual de la pared del cañón.

La carabina láser de K'tha-Jon podía hacer blanco a mucha distancia y el soplete-linterna de que iba provisto el arnés de Akki no era utilizable, como cualquier otra herramienta, más que en combate personal. Evidentemente, sus únicas alternativas eran la astucia o salir huyendo.

A aquella profundidad, la oscuridad era casi absoluta. Todos los rojos habían sido borrados, y de la luz del día sólo quedaban los azules y los verdes iluminando los relieves de aquel paisaje submarino. Sacando ventaja del terreno, Akki se deslizó entre los muros verticales de una estrecha grieta. Se inmovilizó, esperó, y escuchó.

Los ecos que recibió en aquella escucha pasiva le dijeron tan sólo que K'tha-Jon estaba allí, en alguna parte de los alrededores, buscándole. Deseó que su acelerada respiración no fuera tan fuerte como a él le parecía.

Akki lanzó una pregunta neural a su arnés y el microordenador del armazón le informó que no le quedaba ni siquiera media hora de aire en el respirador. Aquello marcaba un límite preciso al tiempo que podría estar escondido.

Los dientes le castañeaban, y ardía en deseos de sentirlos cerrarse sobre las largas aletas de K'tha-Jon, aunque era consciente de no poseer ni la talla ni la fuerza adecuadas para enfrentarse al gigantesco sienas.

Akki no tenía ningún medio para saber si K'tha-Jon había salido a buscarle por propia iniciativa o si lo había hecho cumpliendo órdenes de Takkata-Jim. Por el contrario, tenía la certeza de que, si se tramaba realmente un complot stenos, no dudarían en matar al impotente Creideiki si aquello aseguraba el éxito de sus planes. Por inconcebible que fuese, podían incluso querer atacar a Gillian si pecaba de imprudente y volvía a la nave.

El simple pensamiento de que un fin pudiera participar en aquellos crímenes hacía que Akki se sintiera enfermo.

Tengo que volver y ayudar a Makanee a proteger a Creideiki hasta que llegue Gillian.

Eso es prioritario sobre lo demás.

Se deslizó fuera de la grieta y, con una serie de zigzagueantes movimientos por el fondo, nadó hacia un pequeño valle que se abría al sudeste. En dirección opuesta al Streaker, la isla de Toshio y la nave thenania. Era poco probable que K'tha-Jon vigilase aquella zona.

Podía percibir las ondas que el gigante lanzaba en su busca. Hasta aquel momento, los poderosos rayos pasaban lejos de él. Tenía muchas oportunidades de poder realizar un importante avance antes de ser detectado.

Sin embargo, el placer de escapar no era tan satisfactorio como el que hubiese sentido sorprendiendo a K'tha-Jon y golpeándole los genitales con el hocico.

Gillian se apartó de la radio y se encontró con la ansiedad en el rostro de Toshio. Le hacía parecer más joven. Había borrado su máscara del hombre sólido, rudo y mundano.

Toshio era el guardiamarina adolescente que acababa de descubrir que su capitán estaba en coma. Y ahora su mejor amigo podía muy bien estar luchando por su vida. Miró a Gillian esperando la tranquilizadora promesa de que todo saldría bien.

Gillian tomó la mano del joven y le atrajo hasta ella. A pesar de sus protestas, le abrazó hasta que sintió que se relajaba la tensión de sus hombros y hundía su rostro en los de ella.

Cuando al fin se soltó, Toshio no la miró; se volvió para secarse los ojos con el dorso de la mano.

—Creo que voy a llevarme a Keepiru —le dijo Gillian—. ¿Crees que Dennie y Sah'ot y tú podréis prescindir de él?

Toshio asintió con la cabeza. La voz le fallaba, pero al fin la dominó.

—Sí, señor. Puede que Sah'ot tenga problemas cuando empiece a encargarle las tareas de Keepiru. Pero he estado observando la forma en que usted lo maneja y creo que podré arreglármelas bien.

—Perfecto. Intenta mantenerle alejado de Dennie. A partir de ahora serás el jefe militar de esta expedición. Estoy segura de que lo harás adecuadamente.

Gillian se alejó hacia el pequeño campamento instalado en la orilla de la charca, y empezó a reunir sus cosas. Toshio se acercó al agua, conectó el amplificador del hidrófono y lo ajustó para que advirtiese a los delfines de que se les necesitaba. Una hora antes, Keepiru y Sah'ot habían partido a esperar a los aborígenes en sus terrenos de caza nocturna.

—Puedo ir contigo, si quieres, Gillian. Sin dejar de recoger notas y útiles, la mujer movió la cabeza.

—No, Toshio. El trabajo que está realizando Dennie con los kiqui es sumamente importante y tú eres el único que puede impedir que le prenda fuego al bosque si tira una cerilla al suelo con todas las cosas que tiene en la cabeza; además, te necesito para aparentar que no he abandonado la isla. ¿Me harás ese favor?

Cerró el seguro de su maleta estanco y empezó a quitarse la blusa y el pantalón corto.

Toshio apartó los ojos, ruborizándose.

Pero se dio cuenta de que ella no parecía preocuparse por aquello. Puede que nunca la vuelva a ver, pensó. ¿Se dará cuenta de lo que ha hecho por mí?

—Sí, señor —dijo, con la boca terriblemente seca—. Continuaré actuando tan irritado y distraído como siempre con el profesor Dart. Y si Takkata-Jim pregunta por usted, le... le contestaré que se encuentra en alguna parte... y que está de mal humor.

Gillian había desplegado el traje de inmersión y lo mantenía ante ella, preparándose para entrar. Se interrumpió y levantó la vista hacia el guardiamarina, sorprendida por lo irónico de su comentario. Se echó a reír.

Con dos pasos de sus largas piernas, estuvo a su lado y, de nuevo, le abrazó. Sin reflexionar siquiera en lo que hacía, Toshio deslizó el brazo alrededor de su cintura.

—Eres un buen tipo, Tosh —le dijo, besándole en la mejilla—. ¡Y, no sé si te habrás dado cuenta, pero ya eres más alto que yo! Vas a mentir a Takkata-Jim, harás eso por mí, ¿verdad? Te prometo que en muy poco tiempo haremos de ti un verdadero amotinado.

Toshio asintió y cerró los ojos.

—Sí, señor —dijo, apretándola con todas sus fuerzas.

44
CREIDEIKI

Tenía picores por todo el cuerpo. Siempre los había tenido, desde la época imprecisa en que todavía nadaba en el vientre de su madre... desde que recibió su primera iniciación al contacto, cuando se apretaba contra ella para mamar o cuando le agarraba del hocico con dulzura para recordarle que subiera a tomar aire.

Pronto descubrió la existencia de otros tipos de contacto. Estaban las paredes, las plantas y las fachadas de todos los edificios del cuartel, en Catalina-Bas; estaban las caricias, los cabezazos y, naturalmente, el juego de mordiscos con sus semejantes; existía el contacto dulce, y tan sabrosamente variado, de los mase y las fem —de los humanos— que nadaban, como pinnipedos, como leones de mar, y que reían y jugaban con él bajo el agua y sobre ella.

Y la sensación del agua. Todas las sensaciones diversas que encontraba en el agua.

¡Él splash o el crash según el modo en que se dejase caer! El suave flujo laminar cuando se lanzaba a una velocidad que nadie antes había podido alcanzar. La dulce manera de bebería a lengüetadas, por debajo de su aparato soplador, cuando descansaba y se tatareaba una canción de cuna a sí mismo.

¡Oh! ¡Qué picores sentía!

Mucho tiempo atrás, había aprendido a frotarse contra las cosas... y había descubierto lo que conseguía con ello. Desde entonces, no había dudado en hacerlo cuando tenía ganas, como cualquier otro delfín saludable.

Creideiki tenía ganas de rascarse.

El problema era que no había cerca de él ningún muro donde hacerlo. Parecía incapaz de moverse o, incluso, de abrir los ojos para ver lo que le rodeaba.

Flotaba en el aire, sin nada que sostuviera su peso... por una magia familiar... la «antigravedad». Aquella palabra, como el recuerdo de haber flotado innumerables veces de aquella manera, le parecía misteriosamente extraña, casi desprovista de sentido.

Se hizo preguntas sobre su cansancio extremo. ¿Por qué no abría los ojos para ver?

¿Por qué no chasqueaba un rayo sonoro para calibrar la forma y textura de aquel lugar?

A intervalos, sentía un chorro de humedad que le mantenía mojada la piel. Y aquella sensación parecía provenir de todas partes.

Llegó a la conclusión de que su situación no era normal, quizás incluso muy grave.

Debía estar enfermo.

Un suspiro involuntario le hizo darse cuenta de que todavía era capaz de emitir sonidos. Buscó los adecuados mecanismos, experimentó con ellos y consiguió repetir el mismo sonido.

Deben estar curándome, pensó. Debo haber sido herido. No siento nada, ni siquiera dolor, sólo un vacío. Algo me ha sido arrancado. ¿Una esfera? ¿Una herramienta? ¿Una técnica? Da lo mismo. Están trabajando para que lo recupere.

Confío en la gente, se dijo alegremente. Y la punta del hocico se le entreabrió con una ligera sonrisa.

!!!!

¿Qué hace la punta de su hocico?

¡Ahí Sí. Sonríe. ¡Vaya novedad!

¿Novedad?¡Siempre lo he hecho!

¿Por qué?

¡Es expresivo! ¡Añade sutileza a mis rasgos!

Es... Es una redundancia.

Creideiki formuló un débil gorjeo de perplejidad.

Bajo el brillo

Del sol

Hay tantas respuestas

Como peces en los bancos.

Ahora, ya recordaba un poco. Había estado soñando. Algo terrible había ocurrido: se había encontrado sumido en una pesadilla asombrosa. Unas formas se precipitaban hacia él y luego se alejaban, y él había oído cómo las antiguas canciones adquirían una forma nueva y misteriosa.

Fue consciente de que todavía debía estar soñando con ambos hemisferios a la vez.

Eso explicaba el que no pudiera moverse. Intentó despertarse con una canción.

Hay niveles

Que conocen sólo los cetáceos sementales.

Physeter, que caza

En los abismos del sueño

Combate el calamar

Cuya cabeza es una montaña marina

Y cuyos brazos inmensos

Abarcan océanos...

No era un poema tranquilizador. Sugería la oscuridad y Creideiki, horrorizado, se esforzó para ponerle término, temiendo lo que aquel cántico pudiera suscitar. Pero no pudo evitar los sonidos-glifos que se formaron en su mente.

Baja hasta los niveles

De las tinieblas

Donde tu «cicloide»

Nunca llega,

Donde todas las músicas

Acaban por caer

Y se amontonan

En capas sucesivas

Aullando canciones

De antiguas tormentas,

Y huracanes

Que nunca mueren...

>Una presencia apareció junto a Creideiki. Una presencia vasta, una enorme silueta que nacía de la fibra de su canto. Percibió los lentos impulsos sonar que llenaban con sus ecos aquella pequeña habitación en la que flotaba... una habitación demasiado pequeña para poder albergar al monstruo que se formaba junto a él.

¿Nukapai?

Sonidos de seísmos

Depositados durante milenios,

Sonidos de fusión

De las rocas primordiales...

Con cada verso, la criatura sonora tomaba más cuerpo. Había potencia muscular en aquella presencia que se formaba junto a él. Los movimientos de su lenta e inmensa aleta caudal amenazaban con empujarle. Cuando respiraba, era como el estrépito de una tempestad estrellándose contra abruptos acantilados.

Fue el miedo lo que le dio fuerzas para abrir los ojos. Una cosa húmeda rodó sobre sus pupilas mientras luchaba por abrir los párpados. Le hizo falta cierto tiempo para acoplar su mirada a la visión aérea por lo hundidos que tenía los ojos en las órbitas.

Todo lo que vio fue un tanque de suspensión de hospital, un espacio reducido. Estaba solo.

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