Marea estelar (25 page)

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Authors: David Brin

Los ojos de Hikahi parpadearon una, dos veces, y luego se cerraron. Se hundió lentamente mientras un débil gemido se escapaba de la protuberancia de su frente.

Creideiki envidió a los humanos por tener brazos. Se acercó a ella para tocarla con la punta de su rostro.

No sufras

Por el volador de ojos fuertes.

La canción de Orley será

Cantada por las ballenas.

A lo que Hikahi respondió con tristeza:

Yo, Hikahi,

Rindo honores a Orley,

Rindo honores al comandante,

Rindo honores a los tripulantes.

Las cosas están ya hechas,

Pero yo sufro por una.

Por Jill Baskin,

Asistenta de la Vida,

Por su pérdida y su cuerpo atormentado.

Avergonzado, Creideiki se sintió dominado por una oleada de melancolía. También cerró los ojos y dejó que las aguas transmitieran el eco de una tristeza compartida.

Durante mucho tiempo estuvieron uno junto al otro, saliendo para respirar y sumergiéndose de nuevo.

Los pensamientos de Creideiki estaban muy lejos cuando sintió que Hikahi se separaba. Pero regresó otra vez junto a él, frotándose contra su costado mientras lo mordisqueaba con sus pequeños y afilados dientes.

Al principio, casi contra su voluntad, Creideiki sintió que le volvía el entusiasmo. Giró sobre su costado dejando escapar un largo suspiro de burbujas mientras el mordisqueo de la delfina se hacía más provocativo.

El agua adquirió un sabor de felicidad mientras Hikahi entonaba una canción familiar sacada de una de las más antiguas llamadas del primal. Entre otras cosas, parecía decir:

«La vida continúa».

27
LA ISLA

La noche estaba en calma.

Las numerosas y pequeñas lunas de Kithrup lanzaban la marea contra los acantilados de metal a una distancia de cien metros. Los vientos omnipresentes barrían sin freno el océano del planeta y golpeaban los árboles y su follaje.

Comparado con lo que habían vivido durante meses, el silencio era denso. No se oía ninguno de los ubicuos sonidos de motores que les habían seguido a todas partes desde la Tierra, los incesantes rugidos y chasquidos de las funciones mecánicas, o la ocasional crepitación humeante de una avería.

El zumbido sordo o chillón de las conversaciones delfinianas también había desaparecido. Tanto Keepiru como Sah'ot se habían ausentado para acompañar a los aborígenes kithrupianos en sus expediciones nocturnas de caza marina.

La superficie de la colina metálica estaba casi demasiado tranquila. Los escasos ruidos perceptibles parecían existir desde siempre. El mar, el sordo rugido de un volcán lejano...

La noche fue desgarrada por un dulce gemido y un grito ahogado.

—Ahí están de nuevo —suspiró Dennie, sin importarle que Toshio la oyera.

Aquellos sonidos procedían de un claro situado en la Parte meridional de la isla. Las tercera y cuarta criaturas humanas que estaban en la isla se esforzaban para mantener su intimidad permaneciendo lo más lejos posible «de la aldea aborigen y del pozo que había reemplazado el tronco del árbol taladrador. A Dennie le hubiera gustado estar aún más lejos.

Se escuchó una risa, débilmente pero con claridad.

—¡Nunca he oído cosas como ésas! —dijo ella suspirando.

Toshio se ruborizó y arrojó otro palo al fuego. La pareja del otro claro merecía aquel momento de intimidad. Se planteó comentarlo con Dennie.

—No es posible. ¡Son como conejos! —exclamó Dennie pretendiendo parecer irónica y fingir envidia, pero sus palabras sólo denotaron un poco de amargura.

Toshio lo notó y, dejándola un lado lo que en realidad pensaba, dijo:

—Dennie, todos sabemos que los humanos están entre los atletas sexuales de la galaxia, aunque algunos de nuestros pupilos corran tras el título.

Toshio introdujo otro palo en la hoguera. Su anterior comentario había sido un poco indiscreto, pero la noche lo había llenado de valor y no había podido resistir la tentación de romper el ambiente tenso que reinaba alrededor del fuego.

—¿Qué quieres decir con eso? —preguntó Dennie mirándole con aspereza.

—Bueno... —dijo Toshio jugando con el palo—. Hay una frase en una antigua obra de teatro... «¿No era el delfín el más libidinoso?» De hecho, Shakespeare no fue el primero en comparar el vigor sexual de los dos mamíferos cerebrales que conoces. No creo que nadie haya usado jamás una escala para medirlo, pero me pregunto si no es un requisito previo a la inteligencia. Esto, claro está, es sólo una hipótesis entre otras. Si tienes en cuenta lo que dicen los galácticos sobre la elevación de las razas...

Y siguió hablando, apartándose poco a poco del tema, notando cómo se disipaba la frialdad de Dennie, antes de que ella se volviera y apartara su mirada.

¡Lo había conseguido! Había celebrado un asalto y lo había ganado.

Era una victoria pequeña en un juego sobre el que siempre se había preguntado si sabría participar.

El arte de la seducción siempre había sido algo secundario para Toshio. Conseguir lo mejor de una atractiva mujer mayor que él, sólo con el encanto de una conversación inteligente y perspicacia psicológica, era un golpe maestro.

No se dio cuenta de que estaba siendo cruel, aunque una amable crueldad parecía formar parte del juego. De lo que estaba seguro era de que sólo así conseguiría que Dennie Sudman dejara de tratarlo como a un niño. Y si la simpatía mutua que sentían antes se deterioraba por esto, sería lamentable.

A pesar de que no tenía gran aprecio a Sah'ot, Toshio se alegraba que le hubiera proporcionado el instrumento necesario para abrir un resquicio en el caparazón de Dennie.

Estaba a punto de decir alguna otra palabra adecuada, cuando la joven le interrumpió.

—No sabes cuánto lo siento, Toshio. Me gustaría oír el resto, pero me voy a la cama.

Mañana tendremos un día muy atareado: lanzar el planeador de Tom, enseñar a Gillian los kiqui y probar el maldito robot de Charlie. Te sugiero que también tú duermas un rato.

Ella se envolvió en su saco de dormir en el extremo del campamento, cerca de los centinelas.

—Sí —contestó Toshio, tal vez demasiado acaloradamente—. No tardaré en hacerlo, Dennie. Buenas noches. Que tengas sueños agradables.

Dennie guardó silencio, dando la espalda al fuego. Toshio se preguntó si estaría despierta o dormida.

Me gustaría que los humanos tuviéramos mejor psi, pensó. Dicen que la telepatía tiene sus inconvenientes, pero seguro que a veces debe ser agradable saber lo que otra persona está pensando.

Me liberaría de mucha ansiedad si supiera lo que piensa en este momento... aunque sólo fuera para enterarme de que me considera solamente un niño nervioso.

Levantó la vista hacia el cielo. Entre los largos desgarrones de su velo nuboso podían distinguirse las estrellas.

En dos puntos del cielo habían pequeñas nebulosas que no estaban la noche anterior, en señal de que la batalla continuaba. Las diminutas nebulosas falsas brillaban con todos los colores posibles y, probablemente, en bandas de frecuencia distintas de las luminosas.

Tomó un puñado de polvo sílico-metálico y lo dejó caer sobre las brasas por entre sus dedos. Los fragmentos de metal chispearon como confeti incandescente, como un parpadeo de estrellas.

Se limpió las manos y se metió en el saco de dormir. Permaneció tendido, con los ojos cerrados y pocas ganas de contemplar las estrellas o analizar los pros y los contras de su conducta.

En lugar de hacerlo, Toshio escuchó los sonidos de las olas y el viento. Era rítmico y relajante, como una canción de cuna, como los mares de su mundo natal.

Durante un buen rato, a intervalos, creyó oír suspiros y risas apagadas procedentes del sur. Eran sonidos que denotaban una compleja felicidad, que lo llenaron de tristes anhelos.

—Ahí están de nuevo —suspiró a media voz—. ¡Nunca he oído cosas como ésas!

La humedad del aire mantenía el sudor pegado a sus cuerpos.

Gillian lamió un bigote de lágrimas saladas situado sobre su labio superior. De la misma forma, Tom limpió el sudor que brillaba en el cuello de ella.

Gillian ahogó un grito y agarró el ondulado cabello de Tom, en la nuca, donde no ponía en peligro su vanidad afectada por una ligera calvicie. Le respondió con un amoroso mordisco que le provocó escalofríos.

Gillian se abrazó a Tom con fuerza. Cuando él levantó la cabeza para mirarla a los ojos, su respiración se convirtió en un débil silbido.

—Pensaba que esto era un final —susurró Tom con la voz un poco ronca, secándose la frente con un ademán teatral—. Deberías advertirme cuando me paso de la raya y empiezo a prometer lo que no puedo cumplir —dijo mientras le tomaba la mano y le besaba la palma y la muñeca.

Gillian recorrió con dedos ligeros como plumas la mejilla de Tom, trazando el perfil de la mandíbula, el cuello y el hombro. Por último, los detuvo sobre el pecho y tiró del rizoso vello con gesto juguetón.

Ronroneó, no como una gata casera sino con el feroz rugido de una pantera.

—Cuando estés dispuesto, amor mío. Puedo esperar. Tal vez seas hijo ilegítimo de una probeta fecundada, pero te conozco mejor que tus planificadores. Tienes recursos que ellos jamás imaginaron.

Tom iba a contestarle que, planificado o no, era el hijo absolutamente legítimo de May y Bruce Orley, del estado de Minessota, Confederación de la Tierra; pero notó que los ojos de Gillian se inundaban. Había hablado en broma, pero se agarró con más fuerza al pelo de su pecho y recorrió su rostro con la mirada como si quisiera memorizar cada rasgo.

De repente, Tom se sintió confundido. Había deseado estar lo más cerca posible de ella en la última noche que pasaban juntos. ¿Y cómo podían estar más unidos que en ese preciso momento? Acentuó la presión contra el cuerpo de su esposa, y sintió el cálido aliento que le llenaba las fosas nasales. Tom apartó la vista al pensar que de una u otra forma la estaba decepcionando.

Fue entonces cuando recibió una tierna caricia que parecía luchar contra el duro y escondido sentimiento que tenía dentro de su cabeza. Era una suave presión que no desaparecía. Supo que esa fuerza que luchaba contra Gillian era él mismo.

Me voy mañana, pensó.

Muchas veces habían discutido sobre cuál de los dos se iría, y él había acertado. Pero tener que marchar resultaba amargo.

Cerró los ojos. ¡La he apartado de mí! Puede que nunca vuelva, y he arrancado lo más profundo de mí mismo.

Y, de pronto, se sintió muy extraño, muy pequeño, como si estuviera encallado en un lugar peligroso, la única frontera entre aquellos a quienes amaba y los terribles enemigos, no como un superhéroe sino sólo como un hombre que está a punto de arriesgar todo lo que tiene.

Notó un roce en el rostro y abrió los ojos.

Apoyó la mejilla en la mano de Gillian. Aún tenía lágrimas en los ojos, pero también una sonrisa en los labios.

—Muchacho estúpido —dijo ella—. Nunca podrás dejarme del todo. ¿Todavía no te has dado cuenta? Siempre estaré contigo hasta que vuelvas a mí.

Tom, asombrado, sacudió la cabeza.

—Jill, yo... —empezó. Pero ella le atrajo, y con un beso ávido le cerró la boca.

Los labios de Gillian sobre los suyos eran cálidos y tiernos. Los dedos de su mano derecha jugueteaban incitantes.

Sin embargo, fue el persistente y suave aroma que ella despedía lo que le hizo comprender que, una vez más, ella tenía razón.

TERCERA PARTE
DISONANCIA

Porque el cielo y el mar,

Los animales son moldeados por fuerzas naturales que ellos no comprenden.

En sus mentes no existe pasado ni futuro,

sólo el eterno presente

sólo el eterno presente

de una sola generación,

sus rastros en el bosque,

sus escondidos senderos en el aire

y en el mar.

No hay nada en el Universo

más solitario que él Hombre.

Él ha entrado en el complejo mundo de la Historia...

Loren Eiselby

28
SAH'OT

Los había seguido durante toda la noche. Al amanecer, Sah'ot sintió que empezaba a comprender.

Con el alba, los kiqui abandonaban los terrenos nocturnos de caza y nadaban hacia la seguridad de su isla. Colocaban redes y trampas en las escondidas grietas coralinas, recogían sus toscas lanzas y huían de la creciente luz. Al comenzar el día, las lianas asesinas entraban en actividad y surgían nuevos peligros. Los kiqui batían entonces los bosques que coronaban las islas de metal en busca de nueces y pequeñas piezas de caza entre el denso follaje.

Bajo el agua, con los cortos brazos acabados en manos palmeadas y pies en forma de aleta, los kiqui parecían peces burbuja de color verde. Sus dos aletas ventrales casi prensiles les servían de timón. Las piernas, fuertes y elásticas, les dejaban las manos libres para poder transportar cargas. El collarín de delgados flagelos Que ondeaba alrededor de su cabeza les permitía recoger el oxígeno disuelto y suministrarlo a la dilatada vesícula aérea que cada kiqui poseía.

Los cazadores-recolectores transportaban dos redes llenas de brillantes criaturas marinas semejantes a los cangrejos, que parecían esculturas de metal multicolor apresadas en las mallas. Los kiqui iniciaron un canto mediante palmas, graznidos y chillidos.

Sah'ot prestaba atención a los gritos que se intercambiaban. Su reducido vocabulario apenas contaba con una serie de señales vocalizadas que coordinaban sus movimientos.

Por ejemplo, cada vez que los kiqui subían a la superficie para respirar, acompañaban el acto con una cadena de complejos gorjeos.

Los indígenas se fijaban poco en las criaturas que los seguían. Sah'ot se mantenía a distancia cautelosamente para no interferir. Aunque, por supuesto, los kiqui sabían que estaba allí. De vez en cuando, los más jóvenes lanzaban en su dirección desconfiados chorros de sonar. Era extraño, pero los cazadores más viejos parecían aceptarle por completo.

Sah'ot vio nacer el día con alivio. A pesar de la oscuridad, había reducido al mínimo su propio sonar durante toda la noche para no intimidar a los indígenas. Se había sentido casi ciego y aterrorizado porque estuvo a punto de tropezar con algo... o «algo» estuvo a punto de tropezar con él.

Sin embargo, había merecido la pena.

Pensó que ya se había hecho una buena idea de su lenguaje. Su estructura, como la del delfiniano primal, se basaba en un grupo jerárquico y en el ritmo del ciclo respiratorio.

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