Marea estelar (35 page)

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Authors: David Brin

Pero el ruido le decía que se encontraba en mar abierto, ¡y con un leviatán nadando a su lado! ¡Podía sentir su fantástico poder!

Parpadeó, y de repente su visión se modificó. La vista adaptó el marco de referencia del sonido. El tanque desapareció, ¡y le vio!

!!!!!

El ser que nadaba junto a él nunca podría haber vivido en ninguno de los océanos que conocía. Creideiki casi se ahogó de terror.

Se movía con la potencia de las tempestades, con el irresistible empuje de las mareas.

Era una criatura de las tinieblas y las profundidades. Era un dios.

¡K-K-Kph-kree!

Creideiki no era consciente de haber conocido a aquel ser. Emanaba de algún sitio, como los dragones de una pesadilla.

Un ojo negro observó a Creideiki, quemándole con la mirada. Quiso apartarse, esconderse o morir.

Entonces el ser le habló.

No lo hizo en ternario, como Creideiki creía que haría. Rechazó el primal, desdeñando una lengua de animales inteligentes. Cantó un himno que rozó a Creideiki como una fuerza material que le envolvió y llenó de una comprensión terrible.

: Tú Has Nadado Lejos De Nosotros Creideiki: Empiezas A Aprender: Tu Espíritu Ha Nadado Lejos De Nosotros: Pero Nosotros No Hemos Terminado: Todavía No:

: Durante Mucho Tiempo Hemos Esperado a Alguien Como Tú: Ahora Te Somos Tan Necesarios Como Tú A Nosotros: No Hay Que Volver Atrás:

: Tal Como Eres: Sólo Serías Un Cascarón Vacío: Carne Muerta: Un Vacío Sin Canción: Nunca Más Soñador o Manipulador Del Fuego:

: Inútil Creideiki: Ni Capitán: Ni Cetáceo: Carne Inútil:

: Para Ti Hay Sólo Un Camino: Por El Vientre Del Sueño Cetáceo: Allí Quizás Encontrarás Un Camino: Un Camino Difícil: Pero Un Camino Hacia Tu Deber: Allí Encontrarás Quizás Un Camino Para Salvar Tu Vida...:

Creideiki gimió. Batió débilmente las aletas y llamó a Nukapai. Luego se acordó. Ella era de los suyos. Ella esperaba, abajo, en compañía de sus verdugos, de aquellos antiguos dioses que conocía por las sagas, y aquellos otros de los que nunca había oído hablar, ni siquiera a las ballenas azules.

K-K-Kph-kree había ido hasta él para hacerle regresar a ellos.

Como había perdido la costumbre de utilizar el ánglico, presentó su defensa en una lengua que nunca había creído conocer.

: He sufrido daños irreparables: Sólo soy un cascarón vacío ¡Debería ser carne muerta!: ¡He perdido la voz! ¡He perdido las palabras!: ¡Dejadme morir!

La respuesta fue un sonoro estruendo que pareció nacer bajo la tierra. Bajo el cieno.

: Vas A Hundirte En El Sueño Cetáceo: Vas A Ir Adonde Tus Primos Nunca Fueron: Incluso Cuando Jugaban Como Animales Y Apenas Conocían AI Hombre: Más Abajo De Donde Van Los Grandes Cetáceos: En Sus Indolentes Meditaciones: Más Abajo Que Physeter: En Su Cacería Infernal: Más Abajo Que Las Mismas Tinieblas...:

: Allí Serás Libre De Decidir Tu Muerte Si La Verdad No Puede Nacer:

Otra vez, las paredes de la pequeña cámara se difuminaron a medida que su atormentador empezaba a asumir una nueva realidad. Tenía la amplia frente y los dientes centelleantes de una ballena semental pero sus ojos brillaban como faros y sus costados tenían estrías plateadas. A su alrededor brillaba un aura... idéntica a los tenues campos alrededor de una nave espacial.

La habitación desapareció por completo y Creideiki se encontró rodeado de pronto por un gran mar abierto de ingravidez. El antiguo dios comenzó a nadar hacia adelante con poderosos golpes de aleta. Creideiki lanzó un débil grito de impotencia al no poder evitar que le arrastrase la corriente generada por el monstruo. Aceleraron. Más deprisa... más deprisa...

A pesar de la carencia de datos en que basarse, Creideiki sabía, de algún modo, que estaban yendo hacia ABAJO.

—¿Has oído essso?

La ayudante de Makanee miró hacia el tanque en que yacía el comandante. Una débil luz en el interior de la cámara de gravedad hacía brillar los puntos de sutura; de las repetidas intervenciones quirúrgicas. Cada escasos segundos, unos vaporizadores envolvían al inconsciente delfín con una nube de bruma.

Makanee siguió la mirada de la médico.

—Quizásss... Me ha parecido oír algo hace un momento, como un suspiro. Y tú, ¿qué has oído? La ayudante movió la cabeza de lado a lado.

—No estoy muy segura. Me pareció que hablaba con alguien, pero no en ánglico. Creí oír fragmentos en ternario, luego... luego algo más. ¡Sonaba extraño! —Sintió un escalofrío—. ¿Cree que estará soñando?

Makanee miró a Creideiki y suspiró.

—No lo sé. Ni siquiera sé si, en su estado, es deseable que sueñe o es mejor rezar para que no lo haga.

45
TOM ORLEY

Una brisa marina glacial soplaba desde el oeste y se despertó temblando en medio de la noche. Abrió los ojos y miró al vacío.

No conseguía recordar dónde estaba.

Un poco de paciencia, pensó. Ya vendrá.

Había soñado con el planeta Garth, donde los mares eran pequeños y los ríos innumerables. Había vivido algún tiempo entre los humanos y los chimps de aquella colonia sociológicamente mixta y tan rica y sorprendente como Calaña, donde los delfines cohabitaban con los hombres.

Garth era un mundo hospitalario, pese a hallarse apartado de las demás colonias terrestres.

En su sueño, Garth era invadido. Gigantescas fortalezas volantes planeaban a baja altura sobre las ciudades y extendían nubes de gas sobre los fértiles valles, provocando el pánico entre los colonos. El cielo se llenó de destellos luminosos.

Con una cierta dificultad para distinguir la realidad de lo que aún era sueño, Tom se fijó en la bóveda de cristal de la noche de Kithrup. Tenía el cuerpo agarrotado, las rodillas plegadas, los brazos cruzados sobre el pecho, las manos crispadas en los hombros, tanto por el agotamiento como por el frío. Poco a poco, consiguió que sus músculos se aflojaran. Los tendones y las articulaciones crujieron al intentar moverlos de nuevo.

El volcán del norte se había apagado y sólo se divisaba un débil brillo rojizo en su cima.

Había largos desgarrones en las nubes y, por aquellas aberturas, Tom contempló los puntos de luz del cielo.

Pensó en las estrellas. La astronomía era su método de concentración mental.

Rojo igual a enfriamiento, pensó. La roja o es una pequeña estrella de cierta edad o una gigante lejana en los estertores de la agonía. Y aquélla, un poco más arriba, debe ser una supergigante azul. Es muy rara. ¿Habrá estrellas como ésas en esta zona del espacio?

Intentó recordarlo.

Tom parpadeó. La «estrella» azul se movía.

Miró cómo se desplazaba sobre el campo estelar hasta que llegó a otro punto brillante de un color verde reluciente. Hubo un destello entre ambos puntos de luz cuando se cruzaron. Vio que el azul continuaba su camino. Y que el verde desapareció.

¿Cuáles eran los posibilidades de presenciar algo así? ¿Cuántas circunstancias tendrían que coincidir para estar en el lugar adecuado en el momento adecuado? Ahí arriba, la batalla debe estar al rojo vivo. Aún no ha terminado.

Tom intentó levantarse, pero su cuerpo cayó pesadamente en el lecho de lianas.

De acuerdo. Lo intentaré de nuevo.

Se puso de costado apoyándose en el codo, hizo una pausa para reunir fuerzas y se incorporó.

Las pequeñas y pálidas lunas de Kithrup estaban ocultas, pero la luz de las estrellas era suficiente para distinguir el extraño paisaje. El agua corría entre los movedizos amasijos de hierbas y lodo. Se oía cantar a las ranas y ruidos deslizantes. Pudo escuchar un débil grito estrangulado, alguna pequeña presa que acababa de morir.

Estaba agradecido a la obstinación que le había llevado a aquel montículo. Dos metros bastaban para constituir una diferencia. No hubiera podido sobrevivir una noche entera en aquella repugnante suciedad.

Con el cuerpo rígido, se volvió y empezó a hurgar en las escasas provisiones y material que tenía sobre el improvisado trineo. Los primero es, se dijo, no pasar frío. Buscó su traje de inmersión y se dispuso a ponérselo.

Tom sabía que sus heridas también necesitaban alguna atención, pero eso todavía podía esperar un poco. Lo mismo que una verdadera comida. Había conseguido salvar suficientes provisiones como para poder comer dos o tres veces.

Masticando una nutribarra y bebiendo de vez en cuando de la cantimplora, continuó buscando en sus magras reservas. De momento, lo importante eran las tres psi-bombas.

Miró hacia el cielo. Salvo la vaga bruma violácea que flotaba cerca de una estrella, no había signos de la batalla. Pero lo que vio era bastante. Sabía qué bomba utilizar.

Antes de dejar el Streaker para ir a reunirse con Toshio en la isla, Gillian había pasado algunas horas con la máquina Niss. Había conectado el aparato tymbrimi a la microsección de la Biblioteca recuperada en la nave thenania. Ella y la Niss se ocuparon de preparar lo adecuado para cargar las bombas.

Lo esencial era la llamada de auxilio thenania. Si placía los designios de Ifni, capacitaría a Tom para la experiencia definitiva, con la cual podría verificar el funcionamiento de su plan.

Todo el trabajo efectuado por Suessi, Tsh't y los demás en el «Caballo Marino de Troya» se quedaría en nada si los thenanios no estaban entre los beligerantes todavía en liza. ¿Para qué meter al Streaker en el casco hueco y elevarse en el espacio bajo aquel camuflaje si todos los combatientes iban a abrir fuego contra él precisamente por su disfraz?

Tom tomó una de las bombas psi. Era un globo que podía sostener en la palma de la mano. En su hemisferio superior tenía un minutero y un interruptor de seguridad. Gillian había etiquetado cada bomba cuidadosamente con cinta adhesiva. En aquélla, además, había grabado su firma y puesto un corazón atravesado por una flecha.

Tom sonrió y se llevó la bomba a los labios.

Se había sentido culpable de machismo cuando insistió en ser él quien realizara aquella misión, y en que ella se quedara. En aquellos momentos se daba cuenta de que tenía razón. Por entera y competente que fuese Gillian, no era tan buen piloto como él y probablemente hubiera muerto en el choque. Y aunque hubiera sobrevivido, no habría tenido la fuerza física para poder arrastrar el trineo hasta allí.

Demonios, pensó, estoy contento de que esté a salvo con amigos que la protegen. Es razón suficiente. Aunque ella sea capaz de romperles la cara a diez lagartos blenchuq con una mano atada, sigue siendo mi mujer, y no permitiré que corra ningún peligro si yo puedo evitarlo.

Tom tragó el resto de su barra de proteínas. Sopesó la bomba y consideró la estrategia a seguir. Su primitivo proyecto había sido aterrizar cerca del volcán, esperar a que el planeador hubiese recargado las baterías, depositar la bomba y despegar antes de la explosión. Aprovechando las aguas termales del volcán habría ganado altura de inmediato, y hubiera podido encontrar otra isla desde donde observar el resultado de su experimento.

A falta de otra isla, le bastaba con alejarse, aterrizar en el océano y usar el telescopio para ver qué sucedía.

Era un plan soberbio, pero no había resistido una tormenta ni una jungla imprevisible compuesta por delirantes hierbas marinas. El telescopio se había unido a los detritus metálicos de los fondos marinos de Kithrup, junto con la mayor parte del planeador solar.

Tom se levantó con cuidado. El hecho de haber entrado en calor y llenado el estómago reducían el control del dolor a un mero ejercicio.

Hurgó de nuevo en sus pertenencias y sacó una banda de tejido estrecho y largo que había arrancado de su saco de dormir destrozado. La textura de la isoseda le pareció adecuada.

Por el peso que soportaba su mano, la psibomba daba la impresión de estar cargada con algo más que ilusiones, un decorado planeado hasta en los mínimos detalles, dispuesto a expandirse cuando él lo requiriera.

Conectó el minutero para un plazo de dos horas y, con el pulgar, soltó el interruptor de seguridad. La bomba quedó activada.

La depositó cuidadosamente en la improvisada honda. Tom sabía que estaba dramatizando. La distancia no cambiaría mucho las cosas. Todos los sensores diseminados por el sistema de Kithrup se encenderían cuando el ingenio saltara. Se le ocurrió que podía dejarlo e sus pies.

Nunca se sabe, pensó. Es mejor lanzarla lo más lejos posible.

Hizo girar dos o tres veces la honda sobre su muñeca, sólo para asentarla; luego empezó a trazar grandes círculos levantando el brazo más y más. Su impulso, lento al principio, adquirió progresivamente una velocidad enorme y tuvo la extraña sensación de que su cuerpo era aspirado por una fuerza centrípeta. Empezó a cantar:

Oh, papá era un cavernícola,

Jugaba a la pelota en camisa y taparrabos.

Soñaba con la paz continuamente,

Mientras escarbaba en la basura.

Vosotros los ETs y vuestras estrellas...

Oh, papá era un luchador,

Mataba a sus primos, cuartos y terceros.

Siempre soñaba con la paz,

Y murió clavado a la tierra.

Vosotros los ETs y vuestras estrellas...

Oh, papá era un buen amante,

Y sin embargo pegaba a su mujer.

Soñaba, anhelando la cordura

Y lamentaba su forma de vida.

Vosotros los ETs y vuestras estrellas...

Oh, papá era un líder,

Soñaba, y sin embargo mentía.

Consiguió que las masas aterrorizadas

Lanzasen misiles a los cielos.

Vosotros los ETs y vuestras estrellas...

Oh, papá era un inculto,

Pero estaba siempre en la brecha.

Detestaba su maldita ignorancia,

Y luchaba contra su orgullo.

Entonces, ascendió por propio esfuerzo,

Y, al perder el equilibrio, gritó.

El trágico huérfano me dejó su herencia,

Tengo su mente, su corazón.

¡Podéis despreciarme como lobezno,

Burlaros de mis marcas de orfandad!

Pero decidme, muchachos,

«¿CUAL ES VUESTRA EXCUSA?».

Vosotros los ETs y vuestras estrellas...

¡Vosotros los ETs y vuestras estrellas!

Tom dio un paso adelante y sus hombros se curvaron. Dio unas vueltas a su brazo y soltó la honda. La bomba voló en la noche, girando como una peonza. La esfera brilló durante un momento, todavía subiendo, centelleando, hasta que desapareció de su vista.

Tom estuvo atento, pero no la oyó caer.

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