Marte Azul (104 page)

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Authors: Kim Stanley Robinson

—Helado —dijo Maya.

Tati lo pensó mejor y se puso de pie laboriosamente.

Ella y Ann fueron hasta el quiosco de la parada de tranvías tomadas de la mano. Compraron seis helados y Ann llevó cinco en una bolsa, porque Tati insistió en comerse el suyo por el camino. Todavía le costaba realizar dos operaciones a la vez, y el regreso fue lento. El helado derretido chorreaba y Tati lamía el palito y su mano indiscriminadamente.

—Bonito —dijo—. Sabe bonito.

Un tranvía se detuvo y luego continuó su camino. Unos minutos después tres personas bajaron por el sendero en bicicleta: Sax, que abría la marcha, Nirgal y una nativa. Nirgal frenó a la altura de Ann y la abrazó. Hacía muchos años que ella no lo veía y lo encontró envejecido. Lo abrazó con fuerza y le sonrió a Sax; también quería abrazarlo a él.

Bajaron a la playa. Maya se levantó para abrazar a Nirgal y estrechó la mano de Bao. Sax no dejó la bicicleta sino que empezó a recorrer la franja de césped arriba y abajo; en un momento dado soltó el manillar y saludó al grupo para lucir la hazaña. Boone, que aún llevaba un par de ruedas de apoyo en su bici, lo vio y se quedó pasmado.

—¿Cómo haces eso? —preguntó.

Sax agarró abruptamente el manillar, detuvo la bicicleta y se quedó mirando a Boone con el entrecejo fruncido. Boone caminaba hacia él con torpeza, con los brazos extendidos, y chocó contra la bicicleta.

—¿Algo va mal? —inquirió Sax.

—¡Estoy tratando de caminar sin usar el cerebelo!

—Buena idea —dijo Sax.

—Iré a buscar más helados —ofreció Ann, y esa vez no llevó a Tati. Era agradable caminar contra el viento.

Cuando regresaba con una segunda bolsa de helados, el aire se enfrió de pronto. Sintió una sacudida interior y luego un desfallecimiento. Sobre la superficie del mar flotaba una lámina reluciente de color púrpura y ella tenía mucho frío. Oh, mierda, ya está aquí. El declive súbito: había leído sobre los distintos síntomas que relataban los pocos que habían podido ser resucitados. El corazón le latía furiosamente, como un niño tratando de salir de un armario oscuro, y sentía el cuerpo inmaterial, como si algo hubiese aliviado su sustancia y le hubiese dejado un cuerpo poroso; un golpecito con el dedo y se desmoronaría convertida en polvo. Gruñó de sorpresa y dolor, y se encogió. Le dolía el pecho. Dio un paso hacia un banco junto al camino y una nueva puñalada la detuvo.

—¡No! —exclamó, y aferró la bolsa de los helados. Su corazón saltaba, alocadamente, arrítmico,
bump, bump, bump.
No, se dijo. Todavía no. La nueva Ann, sin duda, pero no había tiempo para aquello. El esfuerzo para no disgregarse la absorbió por completo. ¡Corazón, tienes que latir! Se oprimió el pecho con tanta fuerza que se tambaleó. No, todavía no. El viento era gélido y la traspasaba, traspasaba el fantasma de su cuerpo, que sólo su voluntad mantenía unido. El sol la deslumbraba y sus violentos rayos penetraban oblicuamente en su caja torácica... la transparencia del mundo. De pronto todo quedó incluido en un gran latido y el viento sopló a través de ella, y tuvo que exigir a sus músculos agarrotados para no desmoronarse. El tiempo se detuvo, todo se detuvo.

Tomó aliento. El ataque había pasado. El viento recuperó lentamente su calidez y el aura del mar desapareció, dejando unas aguas azules y lisas. Su corazón latió al ritmo acostumbrado, recuperó la sustancia, el dolor remitió. El aire era salado y húmedo, pero no frío. Hasta se podía sudar.

Con qué energía avisaba el cuerpo. Pero había conseguido mantenerse unida. Viviría. Al menos por un tiempo. Dio unos pasos indecisos. Todo parecía funcionar. Había escapado, la muerte sólo la había rozado.

Desde el castillo de arena Tati vio a Ann y anadeó hacia ella, muy interesada en los helados. Pero iba demasiado deprisa y cayó de bruces. Cuando se incorporó con la cara embadurnada de arena Ann supuso que se echaría a llorar, pero en lugar de eso se lamió el labio superior, como un
connoisseur
.

Ann fue a ayudarla. La levantó e intentó quitarle la arena de los labios, pero ella trató de evitarlo sacudiendo la cabeza. En fin, ¿qué daño podía hacerle comer un poco de arena?

—No demasiada, ¿eh? No, ésos son para Nirgal, Sax y Bao. ¡No! ¡Eh, mira las gaviotas! ¡Mira las gaviotas!

Tati miró al cielo y vio las gaviotas, y al intentar seguirlas con la vista cayó de culo.

—¡Ooh! —dijo—. ¡Bonitas! ¡Bonitas! ¡Son bonitas!

Ann la levantó y caminaron tomadas de la mano hacia el grupo, que rodeaba el alto castillo de arena. Nirgal y Bao conversaban a la orilla del agua. Las gaviotas planeaban en el cielo. En la playa una anciana asiática pescaba. El mar tenía un azul profundo, el cielo derivaba hacia un malva pálido y el viento arrastraba las nubes hacia el este. Unos cuantos pelícanos se deslizaban en fila india sobre la cresta de una ola y Tati tironeó de Ann para que se detuviera y los señaló.

—¿No son bonitos?

Ann trató de reanudar la marcha, pero Tati se negaba a moverse e insistía:

—¿Son bonitos? ¿Son bonitos?

—Sí.

Tati la soltó y avanzó sobre la arena manteniendo un precario equilibrio; su pañal se contoneaba como la cola de un pato y detrás de las rodillas regordetas se le formaban hoyuelos.

Y sin embargo se mueve, pensó Ann. Siguió a la niña sonriendo por su ocurrencia. Galileo podía haberse negado a retractarse, podía haber acabado en la hoguera en aras de la verdad, pero habría sido una estupidez. Era mejor decir lo que había que decir y continuar. Una escaramuza con la muerte le recordaba a uno lo que de verdad era importante. ¡Oh, sí, muy bonitos! Ella lo admitió y se le permitió seguir viva. Late, corazón. ¿Y por qué no admitirlo? En ningún lugar de aquel planeta los hombres se mataban unos a otros, ni se desesperaban por el alimento y la vivienda, ni temían por sus hijos. La arena rechinaba bajo sus pies. La examinó: oscuros granos de basalto mezclados con diminutos fragmentos de conchas marinas y guijarros de distintos colores, algunos sin duda brechas de impacto de la cuenca de Hellas. Alzó los ojos a las colinas, al oeste del mar, oscuras bajo el sol. Los huesos de las cosas asomaban por doquier. Las olas se convertían en sinuosas líneas en la orilla, y ella caminó sobre la arena al encuentro de sus amigos, acariciada por el viento, en Marte, en Marte, en Marte.

Cronología de
Marte Azul

2127: Batalla por Sheffield y el cable

principios 2128: Congreso constitucional

finales 2128: Viaje de los embajadores a la Tierra

2128-2134: Presidencia de Nadia

2129: Nacimiento de Zo Boone

2134-2144: Nirgal en el macizo Tyrrhena

2155: Sax encuentra a Ann en Da Vinci

2160 (década): La pulsofusión aplicada a los viajes espaciales

2171: Carrera de Nirgal con los salvajes

2180: Zo y Ann visitan los sistemas joviano y uraniano

2181: Campaña electoral en el Gran Canal

2190 (década): Comienzo de la inmigración ilegal

2206: Muerte de Michel

2211: Reunión en la Colina Subterránea

2212: Viaje marítimo de Sax y Ann, crisis del cable, tercera revolución

Agradecimientos

A Lou Aronica, Stuart Atkinson, Terry Baier, Kenneth Bailey, Paul Birch, Michael Carr, Bob Eckert, Peter Fitting, Karen Fowler, Patrick Michel Francois, Jennifer Hershey, Patsy Inouye, Calvin Johnson, Jane Johnson, Gwyneth Jones, David Kane and Ridge, Christopher McKay, Beth Meacham, Pamela Mellon, Lisa Nowell, Lowry Pel, Bill Purdy, Joel Russell, Paul Sattelmeier, Mark Tatar, Ralph Vicinanza, Bronwen Wang y Vie Webb.

Y muy especialmente a Martyn Fogg y, de nuevo, a Charles Sheffield.

Notas

[1] En inglés, «hechicera verde». (N. de la t.).
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