Más Allá de las Sombras (72 page)

—Por la inmortalidad —susurró el ka’kari a Kylar, que notó que el artefacto lo estaba entendiendo por vez primera—. El ka’kari blanco es capaz de crear un hechizo de seducción tan poderoso que puede usarse para la compulsión. Intentó convertir su ka’kari en una imitación siniestra de mí, usándolo para conseguir un culto forzado y después robar la vida de sus fieles
voluntarios
. Sin embargo, no funcionó, porque el alma de mi magia es el amor, y el amor no puede forzarse. Trace ha permanecido sin cuerpo hasta que ha podido encontrar a alguien que ama de una manera que es del todo ajena a aquello en lo que se ha convertido. Alguien dispuesto, sin compulsión, a dejar que Trace se quedara su cuerpo.

Ahora por fin, después de mucho tiempo, había encontrado a esa persona: Elene.

—¿Por qué, dices? Lo hago porque me place. Soy Khali. Soy una diosa. Alguien tiene que pagar el precio de la inmortalidad. Dime, Acaelus, ¿quién ha pagado por la tuya?

Durzo palideció.

—Demasiada gente. Vamos, Trace. Nuestro tiempo ha pasado.

—Mi tiempo acaba de empezar. —Curoch se convirtió en un esbelto bastón en sus manos, y lo levantó. Una nube negra explotó en todas las direcciones, para luego desaparecer. Las paredes del Salón de los Vientos se volvieron transparentes como el cristal y revelaron el oscuro campo de batalla que los rodeaba—. ¿Te acuerdas de cuando Jorsin se enfrentó a los grandes ejércitos de los Caídos? —preguntó Khali—. Podría haberlos detenido, si me hubiera hecho caso. No tenía por qué luchar contra ellos. Podría haberlos controlado. Era más mago que Roygaris. Aquellos ejércitos podrían haber sido de Jorsin, podría habérselos quitado sin más a Roygaris. Podríamos haber ganado.

A medida que hablaba, poco a poco fue quedando de manifiesto que la súbita oscuridad que reinaba en el campo de batalla estaba moviéndose, que se levantaba. El manto negro lo formaban millares sin cuento de cadáveres de kruls que despertaban de siete siglos de muerte, se ponían en pie, se curaban y se colocaban en formación. Ese mismo día, aun con ciento cincuenta mil hombres y kruls combatiendo, todos los ejércitos juntos habían ocupado tan solo una cuña de la llanura al sur del Salón de los Vientos. A un gesto de Khali con Curoch, los kruls se levantaron en un océano negro y agitado al norte, el sur, el este y el oeste hasta donde alcanzaba la vista. Kylar vio reincorporarse al titán al que había matado. Docenas más como él se levantaron por todo el campo de batalla. Despertaron unas bestias que dejaban pequeños hasta a los toros de Haran. Pájaros grandes y pequeños echaron a volar en bandadas. Hormigas de fuego por millares, bestias voladoras, niños preciosos con colmillos, brutales lobos, grandes felinos, caballos con guadañas de hueso que sobresalían de cada hombro. Feralis a centenares. La comprensión de Kylar no daba abasto para todo. ¿Jorsin se había enfrentado a esto?

Los ejércitos aliados habían llegado al Salón, y en ese momento se volvieron hacia fuera, hombro con hombro, protegiendo la cima de la colina en un círculo que parecía insignificante en comparación con la gran cantidad de kruls a la que estaban a punto de enfrentarse.

—Puedo desterrarlos —dijo Khali—. A todos. Pero necesito a Iures para expulsar a los Extraños. ¿Qué me dices, Acaelus? ¿Verás morir a todos los que amas por segunda vez?

—No recibirás Iures de mi mano —aseveró Durzo.

—Así sea —dijo Khali—. Kylar, mátalo. Mátalos a todos.

Sus palabras cayeron sobre él con el latigazo de la autoridad. Lo reconoció como un conjuro de compulsión a la vez que se levantaba para obedecer. El hechizo era la versión crecida y desarrollada del que Garoth había impuesto a Vi, algo parecido al que Vi había usado con él en su primer encuentro, cuando había intentado matarlo. Sin embargo, aquel hechizo solo se había anclado en el atractivo de Vi, mientras que el de Khali tocaba todas las notas, desde la lujuria al sobrecogimiento por hallarse ante otro ser inmortal, ante una diosa. Se nutría de su adoración a Elene, la fidelidad y confianza que le inspiraba como esposa. Era princesa, diosa, inmortal, amante, compañera, esposa... Todos esos vínculos amplificados cien veces gracias a Curoch. Desobedecer resultaba inconcebible.

Kylar se puso en pie. El ka’kari negro formó dos espadas gemelas en sus manos. Estaba intentando hablarle, decirle cómo combatir la magia con la que ella lo estaba bombardeando pero, para usar el ka’kari, tenía que querer usarlo, y la compulsión le arrebataba toda fuerza de voluntad. Miró a los grandes ojos de Elene y todo dejó de importar salvo complacerla. Al mismo tiempo que su corazón desesperaba y no deseaba otra cosa que lanzarse encima de sus propias espadas, el deseo de cumplir su voluntad era aún más fuerte.

—¡Kylar! ¡Para! ¡Te lo ordeno! —gritó Vi, que avanzó sola entre las magas. La orden destelló como un relámpago a través del pendiente nupcial de Kylar hasta llegar el centro de su ser. Se sintió como si hubiera estado cayendo desde una gran altura solo para que una cuerda atada a sus muñecas detuviera de improviso su caída. Boqueó de dolor... y dejó de andar.

Khali hizo una pausa, sorprendida. Miró a Vi.

—Querida niña —dijo—, ¿sabes lo que pasa cuando una mujer compite con una diosa? —Se volvió hacia Kylar y se llevó la mano al vientre—. Amor mío, no traicionarías a la madre de tu hijo, ¿verdad?

Kylar no podía respirar. Ciertamente Elene tenía el estómago algo hinchado. Su hijo. El súbito regodeo en la voz de Khali le decía que era cierto. Elene estaba embarazada. Lo sabía y no se lo había dicho. La nueva apelación a su lealtad añadió otra capa de poder al conjuro de compulsión.

—Cariño, mátalos. Empezando por esa zorra —dijo Khali. La orden se tensó como una cuerda alrededor de sus tobillos. Se sintió desgarrado entre compulsiones como un hombre en el potro de tortura.

Uno de los magos escogió ese momento para lanzar una bola de fuego. Se apagó antes de recorrer un brazo de distancia. Khali hizo un pequeño gesto mientras cerraba la mano y Kylar vio que hasta el último glore vyrden de la sala se vaciaba en un instante. Los magos se quedaron estupefactos.

—Kylar, ayúdame —suplicó Vi.

Cayó de rodillas, concentrada en él, enviándole fuerza. Buscó los elementos más próximos de su vínculo: los remordimientos de Kylar por lo que le había hecho pasar, su consciencia de que debería haber hecho más por ella, el deseo que le inspiraba.

Khali igualó esos sentimientos y los superó. Tiró de lo que Kylar debía a Elene, de su deseo por ella, de los momentos que habían compartido haciendo el amor. El conjuro de compulsión funcionaba ampliando todo resorte que tuviera una persona, fuese la autoridad, el amor, la lujuria o la obediencia. Alimentado por el poder de Curoch, estuvo a punto de aniquilar la mente de Kylar.

Alzó las espadas y arrancó a caminar hacia Vi. Sentía el triunfo de Khali, su placer al verlo dominado.

Vi le sostuvo la mirada mientras se acercaba. Subió la mano y se quitó la cinta que le recogía la trenza. Su melena se derramó como una catarata de cobre. Por primera vez en su vida, Vi no hizo intento alguno de protegerse, de ocultar aquella única cosa que había mantenido en privado mientras perdía todo lo demás.

Abrió los brazos y las manos y se desprendió de los hilos de lujuria y remordimientos que contenía su vínculo. Entonces Kylar la vio como no la había visto nunca. Vio las noches de angustia con las que ella había pagado sus veladas de placer con Elene. Vio de cuán buena gana había hecho eso por él, y a qué precio. Vi lo amaba. Vi lo amaba con locura. Se frenó a medio paso mientras ella se aferraba a esa única hebra, el amor, con todas sus fuerzas.

Alzó la vista hacia Kylar mientras este echaba hacia atrás las espadas gemelas.

—Kylar —dijo con voz queda, en completa paz—, confío en ti.

Entonces, aunque pareciera imposible, soltó el vínculo. Renunció a cualquier reivindicación que pudiera tener sobre él. Permitió que Kylar no le debiera nada, ni amistad, ni honor, ni dignidad, ni su vida; nada en absoluto.

Sin reivindicación que ampliar, sus pendientes nupciales fallaron.

Kylar se sobresaltó como si hubieran tañido una campana desde su oreja y la vibración se le extendiera por todo el cuerpo. El impacto le sacudió desde sus muñecas súbitamente liberadas hasta sus tobillos sujetos, y allí Khali no tenía respuesta para esa clase de amor. Solo sabía tomar para sí misma. Fue como si dos personas estuviesen jugando a tirar de la cuerda y una la soltase. Toda la magia que el anillo nupcial mantenía en tensión salió a chorro hacia fuera, hacia Khali. Kylar sintió que una inmensa ola de poder lo atravesaba a medida que las enormes presiones del vínculo se liberaban sobre Khali, con potencia doblada y redoblada por la atracción que ejercía sobre ellas.

Sonó un crujido ensordecedor que hizo que a Kylar le retemblaran los dientes. Algo tintineó en el suelo de mármol. Era su pendiente. Los anillos estaban rotos. El vínculo estaba roto. La compulsión había desaparecido. Kylar no podía sentir a Vi, ni a Khali. Era libre de las dos.

A diez pasos de distancia, Khali se tambaleaba adelante y atrás, atónita.

—Cuánto lo siento, Kylar —dijo Khali, pero el tono era el de Elene.

Kylar se puso a su lado en un instante.

—¿Elene?

Ella le puso a Curoch en las manos.

—Rápido, rápido. No puedo pararla. Se está recuperando.

—¿De qué hablas? —preguntó Kylar—. ¿Cariño?

Las lágrimas surcaban el rostro de Elene.

—¿No ha estado magnífica Vi? Qué orgullosa estoy de ella. Sabía que podía hacerlo. Cuida de ella, ¿de acuerdo?

—No pienso dejarte marchar.

Los ojos de Elene se llenaron de un repentino dolor, y tensó la mandíbula al recorrerla una convulsión.

—¿Te acuerdas de que pensaba que nunca sería importante como tú? Lo descubrí, Kylar. Descubrí algo que yo puedo hacer y nadie más. Me lo dijo el Dios. Khali solo podía poseer a alguien que se lo permitiese, pero no sabía que yo puedo mantenerla dentro. Puedes matarla de una vez por todas. Puedes matar el vir.

—Pero no puedo matarlos sin matarte a ti —objetó Kylar.

Ella le cogió la mano y sonrió con dulzura, dándole la razón. Era más bella que cualquier cosa que Kylar hubiera imaginado nunca.

—¡No! —gritó.

La tierra tembló. Kylar miró a través de las paredes transparentes y vio que uno de los titanes levantaba un edificio entero y lo lanzaba contra los aliados. Aplastó a centenares de hombres. No había tiempo. Devolvió su atención a Elene en el mismo momento en que otro espasmo la sacudía.

—Pero... Curoch —dijo—. Puede matarme. Si es así, el conjuro que hace que la gente muera por mí se romperá. Todavía puedo salvarte.

Kylar oyó que Durzo maldecía a sus espaldas, pero no le hizo caso.

—Kylar —dijo Elene—, cuando Roth Ursuul te mató, aquella primera vez antes de que supiéramos que eras inmortal, recé para poder entregar mi vida y salvar la tuya. Pensé que el Dios había dicho que sí. Estaba tan segura que te saqué a rastras de aquel castillo. Más adelante, me dije que solo había sido una coincidencia, pero no, el Dios dijo que sí. Sí en su momento, no en el mío. Entonces mi muerte no habría servido para nada. Ahora puedo hacer algo que no está al alcance de nadie más. Por favor, Kylar, no seas demasiado orgulloso para aceptar mi sacrificio.

Él le agarró la mano entre temblores incontrolables. Estaba llorando. No podía parar.

—Estás embarazada.

Las mejillas de Elene estaban bañadas en lágrimas.

—Kylar... Hay tantas personas aquí a las que queremos. Yo daría a nuestro hijo por ellas. ¿Tú no?

—¡No! No.

Elene le aguantó la cara con las manos y lo besó con dulzura.

—Te amo. No tengo miedo. Deprisa, ahora.

La tierra volvió a temblar y, fuera, los coros de magia se alzaron hacia el cielo. Fueran cuales fuesen los kruls que habían despertado, varios de los más recientes tenían Talento. Sin embargo, dentro nadie se movía, pues todos sabían que su destino y el de todas las naciones de Midcyru pendían del filo de Curoch.

Kylar atrajo a Elene hacia su cuerpo y la abrazó con pasión, deshecho en sollozos. Echó a Curoch hacia atrás y después hizo entrar la punta en su costado. Elene boqueó y lo apretó con fuerza.

Cuando Curoch atravesó a Khali, se produjo una explosión de luz que envolvió a Kylar en fuego. Era limpio, cálido y purificador. Pensó que tal vez estaba muerto. Deseó estarlo.

Capítulo 97

Una voz en la oscuridad:

—Creía que había terminado. Ha matado a Khali. ¿Por qué siguen viniendo?

—Ella mentía —dijo otra voz, la de Dorian—. No era la reina de los Extraños, solo una aliada. Nuestro trabajo no ha concluido aún. Ni por asomo. Necesitamos a Curoch.

Kylar abrió los ojos cuando alguien lo tocó. La hermana Ariel estaba plantada encima de él, que estaba aovillado en el suelo con Elene.

—Necesitamos la espada, niño. —Su voz era comprensiva, pero firme—. Ahora. Khali está muerta, Kylar, pero Elene no, todavía no, aunque su herida no puede sanarse. Nada puede arreglar lo que Curoch corta —explicó la hermana Ariel—. Te necesitamos. Os necesitamos a los dos, o nunca detendremos a los kruls.

Curoch estaba enterrada casi hasta la empuñadura en el costado de Elene, cuyos párpados aletearon por un instante pero no permanecieron abiertos.

—No puedo —dijo Kylar.

La hermana Ariel puso una gruesa mano en la empuñadura y sacó la espada con un movimiento rápido. Elene emitió un débil gruñido mientras le salía un chorro de sangre de las costillas.

—¡Abrid las puertas! —gritó Dorian—. ¡A los dos lados!

—¡Hacedlo! —ordenó Logan a voces—. Haced todo lo que diga.

Los doscientos vürdmeisters yacían en círculos concéntricos, todos muertos, todos blancos. El vir mismo estaba muerto.

Sin embargo, los kruls no se habían visto afectados. Seguían rodeando el Salón de los Vientos como un océano inmenso, negro y agitado. Aun en plena crecida, varios de los más terroríficos se estaban abriendo paso hacia la primera línea. Hombro con hombro, ceuríes, lae’knaught, cenarianos, sethíes y khalidoranos combatían a la horda. Kylar había pensado por algún motivo que matar a Khali supondría una victoria total, pero los kruls que veía en todas direcciones —decenas de miles, cientos de miles, millones de ellos— decían otra cosa. El ejército de hombres del centro era como un peñasco solitario ante la llegada de la marea.

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