Más Allá de las Sombras (17 page)

Esperó a que Istariel se riera. No lo hizo.

—Fascinante —dijo la rectora, con tono inexpresivo.

—Por supuesto, aquel ka’kari desapareció y nunca ha vuelto a salir a la luz. Imagino que habría aparecido, si fuese algo más que una leyenda. Hay indicios mucho más convincentes que apuntan a la existencia del ka’kari rojo. En un principio fue otorgado a Corvaer Negropozo (irónicamente, el señor de Negropozo sería conocido en adelante como Corvaer el Rojo) y, cuando este murió en la batalla de Llano Jaera, pasó a manos de un hombre llamado Malak Mok’mazi, Malak Manos de Fuego en nuestra lengua, aunque evidentemente al traducirlo se pierde la aliteración. Las crónicas de ambos bandos afirman que luchó desde dentro, en el interior de la conflagración que barrió la llanura y doblegó al ejército gurvano. Una vez más, tras su muerte, ya que por lo visto el fuego no sirve de mucho contra el veneno... —Ariel profirió una carcajada, que Istariel no compartió—. Sí, hum, bueno, el ka’kari parece haber reaparecido en diversas manos a lo largo de la historia. Algunos de los casos cuentan con testigos creíbles. Herddios, en quien confiamos a propósito de todo tipo de historias diferentes que se han demostrado ciertas, afirma que él en persona...

—¿Descubriste algo nuevo? —dijo Istariel, haciendo todo lo posible por fingir interés. Un interés limitado.

Ariel se pasó la lengua por los labios y desvió la mirada hacia el techo mientras pensaba.

—Concluí que una revisión de toda la literatura disponible sobre el tema en la actualidad seguía dejando abiertas las preguntas más pertinentes. Y la mayoría de las menos pertinentes, dicho sea de paso.

—De modo que tardaste dos años en descubrir que no ibas a descubrir nada. —Era un modo desabrido de expresarlo, pero a fin de cuentas con Ariel valía la pena ser franca.

Su hermana hizo una mueca.

—Por este motivo no me opuse a ir a ver qué pasaba con Jessie al’Gwaydin.

Y no porque tu rectora te lo pidió.
Por un momento, Istariel sintió celos de su despistada hermana mayor. Ariel era una roca que ni siquiera reparaba en las olas de la política que la batían con todo su fragor. Era una pelma, pero una pelma útil. Siempre que Istariel necesitaba una opinión de experta sobre las vertientes mágicas de los dilemas, podía soltar a Ariel contra el problema como un sabueso tras un rastro. Y solamente compartía sus hallazgos con los libros que escribía y con Istariel. En su conjunto, Ariel valía mucho más que los problemas que causaba. Aun así, ¿tenía que ser tan aburrida?

Si Ariel hubiese aplicado su brillante cabeza a la política... Bueno, Istariel ya lo había pensado antes, en sus momentos más paranoicos. Si Ariel hubiese tenido inclinación por tales asuntos, ella sería la rectora e Istariel probablemente la hembra de cría de algún granjero. La clave para manejar a Ariel estribaba en comprender que era una creyente; no una creyente en algún dios, sino en la Capilla. Había algo inocente y entrañable en las mujeres que creían todo aquello de ser las
doncellas de la Serafín
. Las hacía mucho más fáciles de manejar que las magas que solo creían en ellas mismas. Era suficiente señalar en una dirección, pronunciar las palabras
bueno para la Capilla
, y Ariel haría cualquier cosa.

—Ariel, tengo un problema con el que necesito tu ayuda. Sé que nunca has aceptado una novicia...

—Lo haré.

—... pero quiero que pienses en el bien de la... ¿Qué?

—Quieres que eduque a Viridiana Sovari para que esté protegida hasta que pueda destruir a Eris Buel y las Prendas. Lo haré.

A Istariel le dio un vuelco el corazón. Expuesta con tan pocos tapujos, era una conspiración cuya divulgación acabaría con cualquier rectora.

—¡No digas eso nunca! —siseó—. Jamás. Ni siquiera aquí.

Ariel la miró con una ceja alzada.

Istariel se alisó el vestido.

—¿La inician esta tarde?

—Mientras hablamos. Al parecer existen ciertas dificultades. Llevan horas.

Istariel arrugó el entrecejo.

—¿Cuánto Talento tiene esa chica? ¿Está a la altura de Eris Buel?

—No —respondió Ariel—. Ni por asomo.

Istariel soltó una palabrota.

—No me entiendes. Supera a Eris Buel en todos los sentidos. Vi Sovari tiene más Talento que yo.

Istariel abrió unos ojos como platos. Como la mayoría de las hermanas, aborrecía reconocer que había otras más poderosas. Hubiese pensado que Ariel, tan acostumbrada a ser más fuerte que nadie, por lo menos estaría algo recelosa ante la idea.

—Ulyssandra tendrá más Talento todavía, pasados cinco años —dijo Ariel.

—Es una gran noticia, pero no dispongo de cinco años. No dispongo de uno. Necesito que conviertas a esa tal Vi Sovari en algo especial para la primavera. Las Prendas llegarán entonces como demostración de fuerza para hacer oír sus exigencias. —
Y tal vez derrocar a una rectora.

—Harás concesiones —dijo Ariel, sin acabar de formularlo como pregunta.

—Desean que montemos una escuela para hombres. ¿He dicho
desean
? Exigen. Exigen el reconocimiento de su nueva
orden
y los correspondientes asientos en el consejo, lo que las convertiría con diferencia en la orden más poderosa de la Capilla. Por sí mismas tendrían la mayoría en cualquier votación que se presentara. Exigen una revocación de los vetos al matrimonio para poder casarse con magos. Exigen la anulación de los Acuerdos de Alitaera. Las naciones de Midcyru tendrán motivos para temer que deseemos un retorno a la magocracia alkestiana. Esas Prendas unirán a todas las naciones contra nosotras. Somos un bastión de luz en un mundo oscuro, Ariel. Puedo contemplar las concesiones; la destrucción, no.

—¿Qué es lo que quieres que enseñe a Vi? —preguntó Ariel. Dicho y hecho; Istariel la tenía en el bolsillo.

La rectora hizo una pausa, atrapada entre la discreción y el deseo de asegurarse de que su obtusa hermana hiciera lo que tenía que hacerse.

—Como es costumbre con toda hermana, ayuda a Vi a descubrir cuáles son sus puntos fuertes y entrénalos.

Ariel abrió y entrecerró los ojos en un instante. La chica era casi una maga de batalla, y ambas lo sabían. En realidad, la reacción de Ariel fue tan rápida que Istariel pensó que quizá hubiera previsto de antemano la orden. O quizá era así de lista.

En fin, allí estaba, todo el criterio y la guía que la rectora podía permitirse transmitir sin renunciar a la esperanza de conservar su asiento si algo de aquello salía a la luz. Tendría que mantenerse alejada de Ariel y Vi, por supuesto. Hasta Ariel lo entendería... si era consciente de la situación. Ahora tocaba suavizar las cosas, mantener la ilusión.

—Mereces un reconocimiento por traer un Talento tan grande a nuestro redil, hermana Ariel. No creo que se haya traído a dos reclutas con tanto potencial a la Capilla desde hace tal vez cincuenta años. —Sonrió. Hacía cincuenta años que ella y Ariel habían llegado.

—Más, a buen seguro.

—Mereces una recompensa —dijo Istariel, con la sonrisa congelada—. ¿Hay algo que pueda conseguirte para tus estudios?

Ariel, por supuesto, diría que se conformaba con servir.

—Sin duda —respondió Ariel.

Para cuando partió, Ariel había arrancado a Istariel su consentimiento para todas las peticiones. Ni siquiera había tenido la delicadeza de añadir algo que en realidad no quería para que Istariel pudiera negárselo y ofrecer a su orgullo el bálsamo de una pequeña victoria.

Istariel se recostó en su asiento y contempló su pelo en el espejo, deseosa de tenerlo perfecto para su reunión con el emisario alitaerano. Por lo menos su melena rubia seguía siendo hermosa. Tenía a las demás hermanas jurando y perjurando que una cabellera tan lustrosa, abundante y perfecta era cosa de magia. No lo era, pero siempre le complacía oír la sospecha.

Su cabeza regresó a la declaración de Ariel de que la fascinaría la fea Trace Arvagnosequé. Istariel frunció el ceño y el espejo reveló una serie de poco favorecedoras arrugas en un rostro digno pero del montón. Si Ariel tuviera sentido del humor, Istariel se sospecharía el blanco de una broma muy sutil.

Emitió un bufido. Ariel, tener sentido del humor. Eso sí que era una broma.

Capítulo 23

Kylar miró por el cristal de la puerta del balcón. En la oscuridad de la alcoba de la reina, una pareja se revolcaba en la cama real. A juzgar por su ritmo frenético, o estaban muy cerca de acabar o eran muy briosos. Llevado por el hábito, Kylar observó las bisagras de la puerta del balcón y luego cayó en la cuenta de que podrían chirrían como una piara de cerdos sin que aquellos dos se dieran cuenta. Volvió a mirar adentro, con repentina timidez. Seguían dale que te pego.

Un caballero esperaría. Un ejecutor aprovecharía la distracción. Kylar entró a hurtadillas.

El joven gruñó y se quedó inmóvil. Se oyó un sonoro palmetazo cuando la mujer lo agarró por las nalgas y lo instó a seguir a lo suyo. Él embistió dos veces más y luego se enmustió.

—¡Joder! —exclamó Terah de Graesin mientras se lo quitaba de encima—. Pensaba que esta vez lo iba a conseguir.

—Lo siento, hermanita —dijo Luc de Graesin.

Kylar sintió un repentino mareo. El ka’kari silbó bajito.

—Hacía un par de siglos que no veía un incesto real, y eso fue en Ymmur, donde es algo que se espera.

Luc se acurrucó contra el costado de Terah y posó la cabeza en su pecho. Teniendo en cuenta que era bastante más alto y corpulento que su hermana, el gesto resultaba extrañamente sumiso. A Kylar le llamó la atención la diferencia de edad. Luc tendría unos diecisiete años, y parecía más joven; Terah había cumplido los veinticinco y parecía mayor. ¿Cuánto tiempo hacía que duraba aquello?

Durzo había enseñado a Kylar que, cuando algo te sorprendía en pleno trabajo, solo importaba una cuestión: ¿cambia esto lo que tengo que hacer? La respuesta en ese momento era que no, a menos que Luc se quedara toda la noche. Kylar dejó de lado todas las cábalas sobre lo que aquello significaba y se reconcentró. No le quedaba más remedio que esperar, de modo que se colocó detrás de un pilar en un rincón tranquilo de la habitación.

Luc se incorporó sobre un codo.

—Hermana, quería hablar contigo sobre lo de mañana por la mañana. Lo de esta mañana, como sea.

—Vas a dirigir tu primera batalla —dijo Terah, mientras le retiraba un mechón de pelo detrás de la oreja—. Estarás a salvo. He dado órdenes a la guardia de que te mantengan alejado de...

—Es eso, Ter. —Luc salió de la cama y empezó a vestirse—. No luché en la arboleda de Pavvil. No participé en ningún asalto. No combatí contra los montañeses en Aullavientos...

—No me hables de Logan de Gyre.

—Soy el comandante en jefe de los Reales Ejércitos de Cenaria, y mi experiencia de la batalla se reduce a la pelea a puñetazos que tuve con el hijo del porquero. Tenía diez años. Él ocho. Perdí e hiciste que lo azotaran.

—Los generales combaten con el cerebro. Tus exploradores resultaron cruciales para nuestra victoria en la arboleda de Pavvil —dijo Terah.

—¿Cómo lo haces? —preguntó Luc, haciendo una pausa en el acto de atarse la túnica—. Encajas dos mentiras en una sola frase. No fue nuestra victoria. Fue de Logan. Por qué gobernamos ahora, en vez de decorar un par de picas con nuestras cabezas, no lo sé. Y manejando a los exploradores metí la pata de mala manera. Los hombres se preguntaban si lo estaba jodiendo todo aposta. Lo hice tan mal que pensaban que era un traidor.

—¿Quién dijo eso? —preguntó Terah, con los ojos encendidos.

—Da lo mismo.

—¿Qué quieres, Luc? Te lo he dado todo.

Luc levantó las manos.

—¡Es lo que intento decir! Me has dado todo lo que un hombre podría ganar tras una vida de...

—¿Qué quieres? —lo interrumpió ella.

—Creo que deberíamos dejarlo.

—¿Dejarlo?

—Tú y yo, Ter. Nosotros. Esto. —No pudo mirarla a la cara.

—¿Todavía me quieres?

—Hermana...

—Es una pregunta sencilla.

—Con locura —dijo Luc—. Pero si la gente lo descubre, coronarán a Logan en un santiamén.

—Logan no nos amenazará por siempre.

—Hermana, es un buen hombre. Un héroe. No vas a matarlo.

Terah esbozó una sonrisa ominosa.

—No me digas cómo gobernar, Luc.

—Terah —insistió él.

—Escúchame. Tú remugarás, lloriquearás y te preocuparás, como siempre. Y yo me ocuparé de ello, como siempre. Yo asumo los riesgos y tú recoges las recompensas. Así que ¿por qué no os vais tú y tu conciencia a follaros a todas las doncellas mientras a mí me llaman puta?

—¿Esperas que me crea que no te acostaste con todos esos nobles? —preguntó Luc.

Terah le dio un bofetón.

—Serás cabrón. Nunca me pusieron una mano encima.

—Sin manos pueden hacerse muchas cosas.

Su hermana lo abofeteó otra vez. Luc no hizo nada.

—Les dejo que me llamen puta —dijo Terah—. Dejo que te folles a otras mujeres. Me despierto dos horas antes de amanecer las noches que me visitas para que una doncella pueda cambiar mis sábanas de forma que cuando mi lavandera, que es una espía del Sa’kagé, las lave no haya pruebas de lo nuestro. ¿Por qué? Porque te quiero. De modo que considero que merezco un poco de gratitud.

Luc le sostuvo la mirada durante unos breves instantes, y luego se vino abajo.

—Lo siento, Ter. Es que tengo miedo, nada más.

—Ve a dormir un poco. Y ven a mí tras tu victoria. —Su sonrisa encerraba una promesa.

A Luc se le encendieron los ojos con picardía infantil.

—¿Y si voy a ti ahora?

—No —dijo ella—. Buenas noches, Luc.

—¿Por favor?

—Buenas noches, Luc.

Cuando Luc se hubo ido y la reina llevaba media hora dormida, Kylar sacó su daga testicular. Estaba roída y embotada por los poderes corrosivos del Devorador.

—Lo siento.

Estiró el brazo para despertar a Terah con la punta, pero se frenó. Había cosas más amenazadoras que una daga reconcomida.

Estudió a Terah de Graesin como había aprendido a estudiar a sus murientes. Era una mujer cuyo atractivo debía más a su porte y reputación que a los dones de la naturaleza. En aquel momento, desprevenida y desmaquillada, parecía más una granjera flacucha que una reina: los labios finos, agrietados e incoloros; las cejas, meras líneas minúsculas; las pestañas, cortas; la nariz, algo aguileña; la piel lechosa, estropeada por varios granos, y la cara, oculta por varios mechones de pelo suelto.

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