Mascaró, el cazador americano (12 page)

—¿Qué es eso?

—Mi nombre.

—Señor Perinola…

—Perinola sólo.

—Oye, pequeño hijo de puta, en adelante te llamaré como quiera, ¿entiendes?

—Sí, monseñor —respondió el enano sin inmutarse y pegó un salto mortal.

—Si espantas al caballo te aplastaré con un dedo.

Oreste miró al Príncipe con expresión dolorida.

—No te preocupes. Estos enanos son perversos por naturaleza —lo tranquilizó el Príncipe—. Dime, repugnante mirmidón, ¿es éste el grandioso y afamado circo de los hermanos Scarpa?

—No es éste el afamado y glorioso circo de los hermanos Scarpa —respondió el enano con voz de falsete—, sino el mugriento espoliario del roñoso señor José Scarpa.

Pegó otro salto.

—Bien, ¿dónde está ahora ese señor?

—Ponte de rodillas y te lo diré.

El Príncipe tomó lo primero que tenía a mano, la escupidera enlozada, y se la arrojó con fuerza a la cabeza. El enano la esquivó con un salto mortal, y cuando el Príncipe empuñaba una de las damajuanas señaló con un dedo en dirección a uno de los carromatos.

—Ve y dile que está el Príncipe Patagón en persona.

—Ya tenemos un príncipe.

—¡No me importa! Ve y díselo ahora mismo.

El enano sonríe con malicia, pero cuando el Príncipe levanta la damajuana se aleja tranquilamente a los saltos en dirección al carromato.

El Príncipe de todas maneras ordena a Boca Torcida que los lleve hasta ahí. Más de cerca advierten que el enano tiene bastante razón. Aquello es una ruina, un campamento de vagabundos. Unos tipos con disfraces ajados y rotosos o en el mejor de los casos con ropas que parecen disfraces entran y salen por los agujeros de la lona. Tienen todos una linda cara de muertos de hambre. La ropa tendida entre los carromatos está en las mismas condiciones que la carpa. El viento hincha un mameluco de
arlecchino
que salta y bailotea en la soga como si estuviera vivo. Hay cuatro jaulas que despiden un fuerte olor a establo. En la primera pasea de una punta a otra un oso con el pelo descolorido, en la segunda dormita un león que se confunde con la paja que cubre el piso, la tercera está vacía, en la cuarta hay una pareja de monos que chillan a los recién llegados. Algo más apartado hay un corral con algunos caballos y un poney que trota incansablemente con los ojos clavados en el suelo. Un sujeto con breches y polainas y el torso desnudo se afeita frente a una palangana sujeta por una armazón de alambre y a un trozo de espejo colgado de un poste.

Un letrero de lienzo, suspendido entre dos palos, dice: GRAN CIRCO SCARPA, y varios otros de papeles, pegados por todas partes, principalmente sobre la carpa y casi con seguridad sobre un agujero, dan cuenta del programa:

ATENCIÓN
Pocas Funciones ATENCIÓN

GRAN CIRCO SCARPA

Nuevo y variado programa dividido en dos partes

PRIMERA PARTE

Gran Pout-pourri artístico con todo el personal de la compañía.

LAS TRES BARRAS FIJAS

Por el célebre y sin rival gimnasta Iván Mitrenko.

GRAN ESCAMOTEO

En medio de la platea por el famoso conde Stroface.

EJERCICIOS ECUESTRES

Por la amazona señorita Lombardi en carácter de Primera India, haciendo muchas pruebas arduas y elegantes para concluir con el dificultoso esfuerzo de la escarpada.

GRACIOSA INTERVENCIÓN

del payaso enano Perinola.

JUEGO DE LA MUERTE

El temerario y sin igual conde Stroface bailará en la maroma el fandanguillo con los ojos vendados, marchará con prisiones estando la cuerda guarnecida de puñales y poniéndose de cabeza sobre la misma con las prisiones en los pies y concluirá haciendo varios equilibrios en una silla sobre la maroma.

EL DENTISTA LOCO

o nuevo método de arrancar un diente por virtud de la pólvora a cargo del payaso Perinola.

EL CACIQUE ARAUCANO

o sea el renombrado ecuestre José Scarpa se presentará en su veloz caballo Selim en traje de indio araucano exhibiendo las armas propias de sus costumbres y ejecutando diversas y difíciles actitudes académicas del mejor gusto.

EL HOMBRE VOLANTE

Nuevas y sobrecogedoras pruebas a cargo del gimnasta Iván Mitrenko.

EL NIÑO MÁGICO

o sea el niño-fenómeno Coquito, que, transportado en su Globo Volante, desarrollará nutridos juegos malabares y el extraordinario experimento japonés.

EL REY DE LA SELVA

Única y soberbia presentación de animales selváticos amaestrados a la palabra y presentados en libertad por el famoso beluario Mr. Crosby.

LOS BINARIOS

Nueva y desopilante entrada del enano Perinola, esta vez en alternadas y ocurrentes situaciones con el

eximio payaso blanco señor Max.

GRAN PARADA

o desfile ecuestre al son de música adecuada con la participación de los jinetes volantes señorita Lombardi y señor Scarpa, montando para el evento el payaso Perinola al singular poney Farfante. El ecuestre señor Scarpa ejecutará en esta ocasión el número más difícil de su extraordinario repertorio, o sea el salto a través de un bocoy cayendo de pie en su caballo mientras éste proseguirá a toda carrera.

Intermedio: 20 minutos

La Banda de la empresa conducida por el maestro Marsiletti ejecutará
El Aeroplano
,
Tus ojitos negros
,
Besos Locos
y otras selectas partituras del repertorio universal.

SEGUNDA PARTE

Se pondrá en escena el interesante drama en 2 actos y 10 cuadros
Zuleia
o
El juramento de la doncella
con la actuación magistral de la célebre dramática Emma Montaldi y la participación especial en el papel de Alfaro del renombrado actor Dante del Alba.

Imprenta «La Unión», de López y Castillo.

El Príncipe lee con entusiasmo aquel generoso programa que seguramente, con algunos retoques, pertenece a la fértil inspiración de Vicente Scarpa, hombre elevado en todo sentido, imaginando al mismo tiempo su propio nombre entre aquella dulce señorita Lombardi y el ostentoso Stroface. Scarpa, además de ilusionista y funámbulo como conde Stroface y ecuestre con su propio nombre, interviene casi con seguridad como beluario y actor dramático bajo las respectivas figuras de Mr. Crosby y Dante del Alba, y muy probablemente encarna también a ese sospechoso señor Max, que aparece una sola vez, puesto que el mismo traje de beluario sirve muy bien para el payaso blanco que viene después. El Niño mágico Coquito no es otro que el degenerado enano Perinola suspendido en su globo volante de una maroma a cierta altura sobre el picadero. La señorita Lombardi y Emma Montaldi son una misma dulce persona. Estas capacidades y mutaciones, aunque resienten el oficio, por cierto que favorecen a la vida, pues uno se multiplica, se redobla, convive, en tantos y más. Transportado por tales ponderaciones, que borran de
ipso facto
zozobras y fatigas, el Príncipe se golpea el pecho y abraza al señor Nuño, conmovido en iguales términos. Entre tanto Oreste, que ha saltado del carro atraído por las jaulas de los animales, intercambia alegres morisquetas con el par de monos.

Farfante deja de dar vueltas. Cabecea comadrón, caballito niño. La señorita Lombardi acaba de aparecer por un costado, cuerpo figurín tamañito de lindo. Lleva los pantalones de montar, bien ceñidos, y esas botinas de becerro tan menudas y una blusa blanca. Acaricia al pasar a Farfante. Luego se desplaza a los saltitos por delante de los señores, les sonríe. El Príncipe se pone de pie y se quita el sombrero. El Nuño lo imita boquiabierto. La señorita observa un momento a ese señor que salta de puntillas con los brazos encorvados delante de la jaula de los monos. Suelta una risita y Oreste se vuelve confundido. Saluda demasiado tarde, porque la señorita se ha ido. En su lugar le responde el maldito enano, que acaba de salir del carromato. Detrás de él aparece el señor Scarpa, alias Stroface, alias míster Crosby, alias señor Max.

—¡El señor Scarpaface! —anuncia el enano con una reverencia.

Se raja un viento y señala al susodicho.

El señor Scarpa se quita una gorra de hule que deja al descubierto una pelada encarnada y pelusienta como el culo de un bebé y golpea con fuerza los talones de las botas.

—¡Mi querido Príncipe!

El señor Scarpa abre los brazos, pero no baja inmediatamente del carromato. Sonríe de oreja a oreja mientras sus renegridos ojos observan atentamente a cada uno de aquellos vagabundos. Es flaco como un espárrago, con una cara espesa, color aceituna, blanda de carnes y unos bigotes en forma de manubrio que se sostienen rígidos y curvados a base de tragacanto. Tiene una mano vendada y un tajo en la frente.

—¡Mi querido y dilecto amigo! —prorrumpe a su vez el Príncipe, todavía bajo los efectos de aquellas reconfortantes visiones y tan nobles pensamientos.

Scarpa baja la escalera con los brazos extendidos. Lleva puesto un guardapolvo oscuro que parece un hábito. Es un tipo lúgubre.

El enano camina hacia el Príncipe con los brazos igualmente abiertos, un poco detrás de Scarpa, y mientras los dos hombres se abrazan él hace la comedia abrazando el aire y esquivando un pie del Príncipe que lo patea de costado.

—¡Vaya sorpresa! —exclama Scarpa con alguna puta intención, pues sus ojos, que no tienen nada que ver con el resto de la cara, expresan otra cosa.

Vuelve a abrazar al Príncipe.

Mientras aguanta el fuerte olor del señor Scarpa que le introduce en la oreja derecha una punta del bigote, el Príncipe se pregunta en qué consiste la sorpresa, pues aquel viaje ya había sido arreglado en un par de cartas que se cruzaron por iniciativa de este señor. Todavía conserva en el bolsillo del pantalón la última de Scarpa, donde conviene las condiciones basadas en las pretensiones del Príncipe, que son las comunes sencillas, y de paso, expone algunas sugerencias acerca de un cierto número de levitación mediante el empleo de un cable de acero de 3/8, un pretal y la denominada luz negra.

—El señor Nuño, trágico-lírico, discípulo del gran Gamarra —procede el Príncipe, señalando al ex maestro cocinero.

El Nuño se inclina con un breve crujido de los pantalones.

—¡Ah! Gamarra, Gamarra… —dice Scarpa con aire mundano, como si aquel nombre le atrajera recuerdos muy personales.

—El señor Oreste —prosigue el Príncipe—, transformista.

Oreste inclina el cuerpo (siente aún un chorrito de arena que resbala por la espalda), encoge una pierna y revolea la mano derecha, lo cual, en principio, desconcierta al señor Scarpa, que se frota los bigotes y revuelve los ojos.

El enano Perinola repite las presentaciones y saluda por su cuenta, cosa que al Príncipe lo altera profundamente, no así al señor Scarpa, que parece ignorar su existencia.

—El señor Boca Torcida —dice el Príncipe, haciendo un notable esfuerzo para no retorcerle el pescuezo al pigmeo hijo de mil putas—, caballista y pirófago.

—El señor Culo Torcido, pirollista y cabafago —gorgojea Perinola.

Boca Torcida aparta el asqueroso cigarro, echa una bocanada de humo que borra por el momento su cara y escupe a los pies del señor Scarpa con notable puntería.

—Creí que vendría solo —comenta Scarpa muy por arriba.

—Es así, en cierta forma, pues estos gentiles señores son mis ayudantes coadjutores —verborrea el Príncipe—. Los tantos compromisos y muchos trajines me han obligado a ello, querido maestro.

—Los tantos y muchos mean obligados, querido maestro. ¡Ja!

—Oye, no rompas —dice Scarpa brevemente a Perinola. Le halaga el título. Es una costumbre que se ha perdido en estos roñosos tiempos.

—Supongo que comen —observa con todo.

—Son de buen diente —responde el Príncipe, que aunque está acostumbrado a pasar hambre, en ese momento siente un enorme vacío en el estómago.

Scarpa se frota los bigotes aún más nervioso. Sin embargo, habituado como está a las contrariedades de este mundo, ordena al enano Perinola una jarra de sangría y algunos bocadillos para agasajar a los amigos. Los señores toman asiento en dos tablones a ambos lados de una mesa destartalada a la sombra del carromato del señor Scarpa que se recorta oblicuamente sobre la tierra pelada. El señor Scarpa pregunta acerca de lugares y personas, y aunque parece interesado y hasta conmovido por los recuerdos que aporta el Príncipe, sus ojos divagan de un lado a Otro, no ya alarmados o precavidos, sino simplemente tristes.

El Príncipe menciona al pasar al hazañoso Carpoforo, campeón de lucha de todos los géneros, incluida la lucha al aceite.

—¡Ah! Carpoforo, Carpoforo… —rememora Scarpa con verdadero cariño. Boca Torcida, que está sentado a su lado, le arroja a la cara el humo de su apestoso cigarro, pues la torcedura apunta directamente sobre él, pero el señor Scarpa se limita a apretarse la nariz con discreción cada vez que se frota los bigotes. Boca Torcida, por lo visto, no sólo se siente cómodo con ese nombre, sino que se comporta como si perteneciera a aquel grupo de señores hace un tiempo, lo mismo que el perro que los ha seguido desde el puerto, y que en este momento olfatea prolijamente una bota del señor Scarpa.

—Gracioso animalito —comenta éste con relativa sinceridad. Y añade, balanceando peligrosamente la aguda punta de la bota:— ¿Es de ustedes?

—¡Califa! ¡El Mastín excéntrico! Ven acá, hijo —dice el Príncipe con absoluta naturalidad.

Oreste lo mira a través de la mesa.

El chucho se acerca al Príncipe, que hace sonar los dedos.

—Saluda al señor maestro, hijo.

El chucho se para en dos patas y con las otras dos bonitamente recogidas y la lengua afuera cabecea en dirección a Scarpa, que sonríe por primera vez.

—Con franqueza, aparenta un perro cualquiera.

—Los verdaderos magistas ni siquiera se dan cuenta de que son tal cosa —dice el Príncipe.

—En efecto —confirma Scarpa sacudiendo la cabeza y entrecerrando los ojos, aunque no entiende muy bien a qué se refiere el otro.

El enano Perinola vuelve seguido por un tipo vestido con jubón y calzones que trae una jarra enlozada y una bandeja de lata con algunos platitos y unos jarros.

El señor Scarpa llena los jarros, y antes de beber saluda con el suyo en alto a los señores. El Príncipe responde en la misma forma, pero los demás desgraciados tienen las manos ocupadas en llevarse a la boca puñados de maníes, trozos de galleta y unas grasientas rodajas de salame, que en eso consisten o más bien consistían los bocaditos. Le queda el consuelo de comprobar que el enano Perinola manotea en el aire, pues el señor Boca Torcida, que es el más rápido, le aparta velozmente los platitos cada vez que trata de alcanzarlos.

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