Mass effect. Ascensión (26 page)

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Authors: Drew Karpyshyn

Tags: #Ciencia Ficción

—Hemos conocido a un quariano llamado Lemm mientras dormías. Él nos va a ayudar a escondernos de una gente que nos busca.

—Cerberus —dijo ella, y los adultos se miraron nerviosamente uno al otro, sin saber de dónde había sacado aquel nombre.

—Sí —dijo Hendel, tras un momento—. Quieren hacerte daño, pero no dejaremos que te pase nada.

Gillian frunció el ceño y se mordió el labio. Tras varios segundos de silencio, lanzó la misma pregunta que había estado preocupando a Kahlee:

—¿Por qué nos ayuda Lemm?

Ninguno de los dos tenía una respuesta preparada para aquello.

—Supongo que tendremos que preguntárselo cuando se despierte —admitió Kahlee, finalmente.

Por suerte, no tuvieron que esperar mucho. En menos de una hora, oyeron los pasos irregulares de Lemm andando por el pasillo. Llevaba la pierna cubierta por una bota dura y sellada herméticamente, que le protegía y daba apoyo desde la punta de los dedos hasta la articulación de la rodilla. Aún llevaba su máscara y traje ambiente, por supuesto; Kahlee sospechaba que no se los quitaría hasta que llegaran a la flotilla.

—Lemm —dijo Kahlee cuando le vio entrar en la cabina de pasajeros—. Ésta es Gillian. Gillian, éste es Lemm.

El quariano dio un paso adelante e hizo una pequeña reverencia con la cabeza al tiempo que extendía la mano enguantada, en un gesto dé saludo común a ambas especies. Para sorpresa de Kahlee, Gillian le tomó la mano y se la estrechó.

—Encantada —dijo.

—Igualmente. Me alegro de verte de nuevo en pie —contestó él y soltó la mano al tiempo que se sentaba grácilmente en el asiento de su lado, de cara a Kahlee y Hendel.

—¿Por qué nos ayudas? —le preguntó Gillian.

Kahlee se estremeció. No habían tenido tiempo de avisar al quariano de la enfermedad de Gillian y esperaba que el quariano no se ofendiera por la falta de tacto de la pequeña.

Por suerte, Lemm no pareció inmutarse.

—Veo que te gusta ir al grano —dijo riendo tras la máscara.

—Soy autista —respondió Gillian, sin mostrar la más mínima emoción.

No tenía claro si Lemm entendía completamente el significado de aquella palabra, pero Kahlee supuso que sería lo bastante inteligente para hacerse una idea básica. Antes de que pudiera responder, Gillian repitió su pregunta.

—¿Por qué nos ayudas?

—Yo también me lo pregunto —añadió Hendel y se apoyó contra el respaldo de la silla mientras levantaba la pierna y la cruzaba sobre la rodilla izquierda.

—Estoy de Peregrinaje —empezó el quariano—. Estaba en el mundo de Kenuk cuando encontré a dos miembros de la tripulación de la
Bavea
, una nave de reconocimiento del crucero
Idenna
. Me dijeron que otra nave de reconocimiento, la
Cyniad
, había ido a Omega a cerrar un trato y no había vuelto. Entonces decidí venir a Omega a buscar a la tripulación de la
Cyniad
. Esperaba poder rescatarlos o al menos descubrir qué les había pasado. En Omega otro quariano, un hombre llamado Golo, me dijo que la
Cyniad
había hecho negocios con un pequeño grupo de humanos. Me infiltré en el almacén esperando encontrar a la tripulación, pero os encontré a vosotros en su lugar.

—Pero… ¿por qué arriesgaste la vida para salvamos? —preguntó Hendel.

—Sospeché que vuestros captores eran traficantes de esclavos. Ninguna especie merece ser comprada y vendida. Era mi obligación moral liberaros.

Kahlee no dudaba de que sus palabras fueran sinceras, pero también sabía que aquello no era toda la historia.

—Me has reconocido —dijo—. Sabías mi nombre.

—El nombre de Kahlee Sanders se ha hecho muy famoso entre mi gente en los últimos meses —admitió—. Y te reconocí por una imagen antigua que encontramos en la Extranet. Casi no has cambiado en estos últimos dieciocho años.

Las piezas empezaron a encajar en la mente de Kahlee. Dieciocho años atrás había participado en un proyecto ilegal de IA de la Alianza, liderado por un hombre llamado doctor Shu Qian. Pero Qian traicionó al proyecto y forzó a Kahlee a huir desesperadamente para salvar la vida. Así había conocido al capitán Anderson… y a un espectro turiano llamado Saren Arterius.

—Es por mi conexión con Saren —dijo ella, esperando confirmación.

—Tu conexión con él y su conexión con los geth —aclaró Lemm—. La revuelta geth es el acontecimiento más importante en la historia de mi pueblo. Ellos nos empujaron al exilio; un ejército de máquinas sintéticas, despiadadas, infatigables e imposibles de detener. Pero Saren lideró un ejército de geth contra la Ciudadela. Encontró la manera de hacer que lo siguieran. La manera de controlarlos y plegarlos a su voluntad. ¿Te extraña que estemos interesados en él y en cualquiera que tenga o haya tenido relación con él?

—¿Kahlee? —preguntó Hendel, separando las piernas, y se puso erguido con los músculos tensos—. ¿De qué está hablando?

—Cuando estaba en la Alianza, Saren era el espectro que enviaron a investigar un proyecto en el que yo trabajaba.

Nunca había hablado sobre lo que ocurrió en aquella misión con nadie que no fuera Anderson, y no le apetecía demasiado empezar a hacerlo ahora.

—¿Cómo os enterasteis los quarianos de todo eso? —preguntó Kahlee, levantando la voz.

Le empezaba a entrar miedo y eso la irritaba.

—Esos archivos de la Alianza estaban clasificados.

—Cualquier información puede comprarse si se paga el precio adecuado —le recordó el quariano.

Era difícil leerle la expresión con la máscara puesta, pero el tono de su voz parecía calmado.

—Y como ya he dicho tenemos una obsesión bastante fácil de entender por los geth. En cuanto supimos que Saren los lideraba en forma de ejército, empezamos a reunir toda la información posible acerca de él: historia personal, misiones pasadas… Cuando descubrimos que tenía tratos con un científico humano que trabajaba en un proyecto ilegal de IA, lo natural fue investigar al científico también.

—¿IA ilegal? —murmuró Hendel, sacudiendo la cabeza sin poder creer lo que oía.

—Eso fue hace mucho tiempo —le dijo Kahlee al quariano.

—El capitán de la
Idenna
querrá hablar contigo.

—No os puedo ayudar —insistió ella—. No sé nada de Saren ni de los geth.

—Puede que sepas más de lo que crees —replicó Lemm.

—Tal y como lo dices parece que no tenga ninguna opción —apuntó Hendel, con voz oscura.

—No sois prisioneros —les aseguró el quariano—. Si os llevo a la Flota será como invitados de honor. Si no queréis ir, podemos cambiar de rumbo ahora mismo. Os llevaré al mundo que queráis. Pero si nos reunimos con la Flota es posible que no os dejen marchar inmediatamente —admitió—. Mi pueblo es muy precavido cuando se trata de proteger sus naves.

El jefe de seguridad lanzó una mirada hacia Kahlee.

—Lo que tú digas. Tú eres la estrella.

—Esto pondrá fin a tu Peregrinaje, ¿verdad? —quiso saber— . Hablar conmigo es el regalo que le llevas al capitán.

Él asintió en silencio.

—Si no hago esto no podrás volver a la Flota, ¿verdad?

—Entonces tendré que seguir mi viaje hasta que encuentre algo valioso para llevar a mi pueblo. Pero no te forzaré a hacerlo. El regalo que llevamos no puede haber sido obtenido a través del dolor o el sufrimiento de otros, quarianos o no quarianos.

—De acuerdo —dijo, después de pensar un poco—. Hablaré con ellos. Te debemos la vida, y esto es lo mínimo que puedo hacer. Aparte —añadió—, no creo que vayamos a estar seguros en ningún otro sitio.

Cuarenta horas más tarde salieron del viaje MRL a menos de quinientos mil kilómetros de la Flota Migrante. Lemm estaba de nuevo en el asiento del piloto, con Kahlee sentada a su lado. Hendel estaba en lo que se había convertido en su lugar favorito, de pie en el marco de la puerta que daba a la sección para pasajeros, e incluso Gillian había acudido a la diminuta cabina de pilotaje y estaba directamente detrás del quariano.

La niña parecía haberle tomado cariño a Lemm. Había empezado a seguirlo por todos lados y a mirarle fijamente cuando se sentaba o dormía unas pocas horas. Gillian no iniciaba conversaciones con él, pero siempre respondía inmediatamente cuando él le hablaba. Era raro, pero alentador, verla responder tan bien ante alguien, de manera que ni Kahlee ni Hendel intentaron detenerla cuando había acudido a la cabina con ellos.

La Flota Migrante, cuyos miles y miles de naves volaban en una densa formación, apareció en sus pantallas como una única mancha oblonga de color rojo. Lemm activó la propulsión y empezaron a moverse hacia la flotilla.

Cuando llegaron a menos de ciento cincuenta mil kilómetros, la pantalla de navegación mostró diversas naves de pequeño tamaño que se desviaban del cuerpo principal de la armada y tomaron una ruta curvada para interceptar su trayectoria.

—Las patrullas de la marina retan a cualquier nave que se aproxime a la flotilla —les había avisado antes Lemm—. Van completamente armadas y usarán su armamento contra cualquier nave que no se identifique o se niegue a retirarse.

Considerando lo que sabía acerca de la sociedad quariana, Kahlee pensó que aquélla era una reacción perfectamente comprensible. En el corazón de la Flota Migrante flotaban las tres enormes bionaves: gigantes naves agrícolas que abastecían y almacenaban la mayoría de la comida para los diecisiete millones de individuos que vivían en la flotilla. Si un enemigo llegara a dañar o destruir incluso sólo una de las bionaves, el resultado inevitable sería una hambruna catastrófica y la horrible perspectiva para millones de quarianos de morir lentamente de hambre.

Lemm abrió un canal de comunicaciones y respondió ante la patrulla que se les aproximaba. Minutos después, una voz quariana chirrió en los altavoces, aunque por supuesto la diminuta traductora que Kahlee llevaba en el collar la convirtió inmediatamente en inglés.

—Está entrando en un área restringida. Identifíquese.

—Al habla Lemm’Shal nar Tesleya, pido autorización para reincorporarme a la Flota.

—Verifique autorización.

Lemm les había explicado antes que la mayoría de los quarianos que salían de Peregrinaje solían volver a la flotilla en naves nuevas. Como no tenían ningún dato acerca del registro o señales de la nave, la única manera de confirmar la identidad de sus ocupantes era a través de un sistema de palabras clave único. Antes de salir a llevar a cabo su rito de paso, el capitán de la
Tesleya
, la nave natal de Lemm, le había hecho memorizar dos frases específicas. Una, la frase de alerta, era un aviso de que algo había ido mal, como por ejemplo que en la nave había elementos hostiles que querían forzar al piloto a ayudarlos a infiltrarse en la Flota. La frase de alerta haría que la patrulla armada abriera fuego inmediatamente sobre la nave. La segunda frase, en cambio, les daría el derecho de pasar sanos y salvos a través de la patrulla y unirse a la densa masa de otras naves, lanzaderas y cruceros.

—La búsqueda del conocimiento me ha enviado lejos de mi pueblo; el descubrimiento de la sabiduría me trae de vuelta.

Se produjo un largo silencio mientras la patrulla reenviaba el diálogo a la
Tesleya
, en algún lugar dentro de la flotilla, para que lo confirmaran. A Kahlee le sudaban las palmas de las manos y la boca se le había quedado seca. Tragó con fuerza y aguantó la respiración. La lanzadera de Grayson estaba construida para ser rápida y viajar grandes distancias; no tenía armas, ni sistemas de defensa
GARDIAN
ni casi blindaje en el casco. Si Lemm se había confundido de frase o había algún problema, la patrulla los desintegraría en segundos.

—La
Tesleya
te da la bienvenida a casa, Lemm —fue la respuesta, y Kahlee pudo dejar escapar un largo suspiro de alivio.

—Me alegro de estar de vuelta —respondió—. Tengo que hablar con la
Idenna
.

De nuevo hubo una larga pausa, aunque esta vez Kahlee no sintió la tensión insoportable de la vez anterior.

—Enviando coordenadas y frecuencias de llamada para la
Idenna
—respondieron finalmente.

Lemm verificó la recepción del mensaje y luego desconectó el canal de comunicaciones. A medida que se aproximaban a la Flota, la enorme mancha roja se iba convirtiendo en innumerables puntitos rojos, agrupados tan cerca los unos de los otros que Kahlee se preguntó cómo podían evitar las naves chocar entre ellas.

Con mano experta y firme, su piloto los llevó entre la masa de naves y avanzó lentamente hasta la posición que la
Idenna
ocupaba entre el resto de la sociedad quariana. Veinte minutos más tarde, abrió de nuevo el canal de comunicaciones y mandó una señal de llamada.

—Al habla Lemm’Shal nar Tesleya. Solicito permiso para acoplamiento en la
Idenna
.

—Al habla la
Idenna
. Permiso concedido. Avance hasta la plataforma de acoplamiento tres.

Los tres dedos de Lemm volaron sobre los controles e hicieron los ajustes necesarios para la aproximación. Cuando la esclusa de aire universal se conectó a la esclusa de la lanzadera, dos minutos después, notaron el ligero golpe del acoplamiento, seguido de un sonido afilado.

—Solicito equipos de seguridad y cuarentena —dijo Lemm por el canal de comunicaciones—. Que vengan en trajes ambiente. La nave no está limpia.

—Solicitud aceptada. Los equipos están en camino.

El quariano también les había avisado acerca de aquello. El equipo de cuarentena era un paso necesario cada vez que una nueva nave se incorporaba a la flotilla. Los quarianos no podían arriesgarse a que bacterias, virus y otras impurezas de antiguos dueños no quarianos se extendieran accidentalmente por la flotilla.

Del mismo modo, pedir que un equipo de seguridad investigara la nave al llegar se consideraba una cortesía básica entre los quarianos: mostraba que no había nada que ocultar. Lo típico era que el equipo subiera a bordo, se hicieran las presentaciones pertinentes y nadie registrara realmente nada.

Sin embargo, aquella situación era de todo menos típica. En los tres siglos de su exilio, ningún no quariano había pisado una nave de la flotilla. Por mucho que Lemm quisiera llevar a Kahlee ante el capitán de la
Idenna
, no tenía la autoridad para hacerlo. Y la aparición inesperada de humanos en una nave que había atravesado las patrullas de la Flota seguro que causaría sorpresa y alarma.

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