Mass effect. Ascensión (24 page)

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Authors: Drew Karpyshyn

Tags: #Ciencia Ficción

—Mejor que conduzcas tú —jadeó Lemm, y apretando los dientes, se arrastró para cambiar de asiento.

La mujer lanzó una mirada a la pierna herida y dio un salto para ponerse al volante, haciendo que el quariano gritara de dolor al chocar con ella.

—¡Perdón! —vociferó y cerró la puerta.

Con el acelerador apretado hasta el fondo, el vehículo se movió marcha atrás. Un proyectil apareció en la pantalla, volando a gran velocidad: el lanzacohetes había sido disparado. Lemm pensó que aquello sería su fin, pero Kahlee dio un golpe de volante en el último segundo. En vez de destrozar el Rover, el misil alcanzó el suelo, junto a éste. Una potente explosión resonó en la sala y el vehículo corcoveó como si fuera un caballo, levantó las ruedas en el aire y se posó de nuevo en el suelo.

Kahlee logró mantener el control, usó la pantalla de navegación para guiar el vehículo mientras avanzaban marcha atrás por el garaje, ganando más y más velocidad. Lemm observó horrorizado que iban a chocar directamente con la puerta metálica.

—¡Agarraos todos! —los avisó ella—. ¡Esto va a doler!

Golpearon contra la puerta con fuerza suficiente para desencajar uno de los lados de los raíles y el metal se dobló fuera del marco. La parte trasera del Rover se abolló y absorbió el impacto. Todos los ocupantes sintieron una fuerza que los impulsaba contra el asiento, como resultado de la deceleración repentina del choque.

Lemm se golpeó la pierna contra la guantera, chilló de nuevo y se esforzó para no perder la consciencia. Se giró hacia Kahlee, que se había quedado momentáneamente aturdida por el impacto, y gritó:

—¡Kahlee, tienes que seguir conduciendo!

Su voz pareció devolverle la consciencia. Después de erguirse de nuevo, volvió a apretar el acelerador hasta el fondo. El vehículo dio un bandazo, aún marcha atrás, y chocó de nuevo contra la puerta. Kahlee mantuvo el motor a plena potencia mientras intentaba abrirse paso a la fuerza a través del metal que les bloqueaba la huida.

—¡Venga, hijo de puta! —soltó la mujer—. ¡Dame todo lo que llevas dentro!

La puerta se dobló ante la presión implacable de las seis ruedas del Rover, pero no cedió completamente y los dejó atascados como un blanco fácil para el siguiente ataque del lanzacohetes.

«¡No puede ser que esté pasando esto!».

Pel no había parado de dar vueltas a esa frase desde el primer momento en que había oído los disparos.

Había dado gritos para que su equipo saliera de las literas y se apresurara a llegar al almacén para cortar la huida; él y Shela, el único miembro que no estaba durmiendo, habían tomado sus armas y se habían apresurado a subir a la planta de arriba. Al llegar habían descubierto que los guardias estaban muertos y los prisioneros habían desaparecido.

Luego habían salido a toda prisa hacia el garaje, tomaron posiciones en el balcón que daba a éste y dispararon desde arriba contra la posición defensiva de Kahlee. En el balcón había un lanzacohetes a medio montar; una nueva adición a las defensas del almacén. Por un momento pensó si no sería mejor ponerlo a punto, pero rápidamente abandonó la idea; quería capturar a uno de los bióticos con vida para poder vendérselo a los Recolectores.

No tardó mucho en arrepentirse de su decisión. Desde donde estaba, Pel tuvo un panorama completo de cómo la mezcla de los disparos de Kahlee y los poderes bióticos de Hendel aniquilaban a su equipo. Por no hablar de los destrozos que provocó uno de sus propios Rovers.

«¡No puede ser que esté pasando esto!», pensó de nuevo.

—¡Pon a punto el lanzacohetes! ¡Destruye el vehículo! —le gritó a Shela.

La mujer se apresuró en preparar el arma mientras seguía disparando en vano hacia los prisioneros que se metían en el Rover. La posición del vehículo no le daba una buena línea de tiro y la única opción que les quedaba para detenerlos no incluía capturarlos con vida.

—¡A punto para disparar! —chilló Shela, mientras el Rover se alejaba de ellos marcha atrás.

—¡Dispara, maldita sea!

El cohete salió volando hacia el blanco, pero el vehículo esquivó en el último momento y el misil impactó contra el suelo del garaje. El Rover siguió acelerando hasta que chocó contra la puerta de acero reforzado, con un estruendo ensordecedor. La puerta se dobló, pero aguantó el impacto.

—¡Elimínalos! —gritó Pel, y Shela apuntó el lanzacohetes para lanzar el segundo y último misil.

Grayson vagó durante casi diez minutos por el incomprensible laberinto de pasillos y escaleras.

«Vete a saber si toda la arena roja que te has tomado durante estos años no te ha destrozado el sentido de la orientación».

Lo único que le hacía seguir adelante era que el sonido de las balas era cada vez más cercano y que sabía que, fuera quien fuera el que había liberado a los demás, se había llevado a Gillian con ellos.

Estaba a punto de destrozar a puñetazos la pared para librarse de su frustración, cuando oyó una explosión de potencia increíble, como la de una granada o un lanzacohetes, seguida de un tremendo choque que parecía salir de detrás de la esquina que tenía enfrente. Se movió con rapidez pero sin hacer ruido, avanzó hasta encontrarse en un pequeño balcón que daba a un gigantesco garaje de dos plantas de alto.

Sobre el suelo había esparcidos cajones y contenedores, junto con varios cadáveres. Al fondo del garaje, un vehículo había chocado contra la puerta. Y en el balcón, de espaldas a él, tenía a tres metros escasos a Pel y a una mujer que no conocía. La mujer llevaba un lanzacohetes al hombro.

Los motores del vehículo rugieron mientras intentaba abrirse paso a través de la puerta. Grayson, considerando la situación, estaba casi seguro de que Gillian y los otros estaban dentro.

—¡Elimínalos! —gritó Pel, y la mujer apuntó el lanzacohetes.

Grayson abrió fuego con el rifle de asalto; no dudó ni un instante antes de dispararle a una mujer por la espalda. La descarga atravesó sus escudos, le destrozó el blindaje corporal y la convirtió en carne picada entre los omóplatos y la cintura. La mujer soltó el lanzacohetes y cayó de frente contra la barandilla del balcón. Una nueva ráfaga la envió al suelo dando un vuelco.

Pel ya se había girado, intentando apuntar con su arma, cuando Grayson disparó de nuevo. Concentró el fuego en el brazo derecho de su enemigo, casi amputándolo a balazos, e hizo que perdiera el control del rifle, que salió volando.

Su antiguo compañero cayó de rodillas, con la mirada vidriosa por la conmoción mientras la sangre brotaba a chorros de la extremidad inutilizada. Abrió la boca para intentar hablar, pero una nueva ráfaga lo silenció para siempre. Aquélla fue la primera vez en casi veinte años que Pel no había logrado tener la última palabra.

El terrible chirrido del metal al fondo del garaje llamó su atención. Dirigió hacia allí la vista y se dio cuenta de que el Rover había logrado hacer fuerza contra una de las esquinas hasta que se dobló hacia fuera. Grayson observó, sin moverse, cómo el Rover se escurría por la abertura y salía al otro lado, como si el garaje hubiera dado a luz al vehículo.

Durante sesenta segundos no hizo ningún movimiento y escuchó cuidadosamente por si se oían señales de otros supervivientes. Lo único que oyó fueron los motores del Rover que rugían cada vez más lejos mientras desaparecía en la noche.

DIECISIETE

Desde el interior del Rover, Kahlee oyó la puerta metálica chirriar contra el techo blindado mientras el vehículo se abría paso hacia las calles de Omega. Siguió marcha atrás aproximadamente media manzana, antes de frenar y pegar un golpe de volante que les hizo dar un giro de quinientos cuarenta grados. Al final avanzaron en la misma dirección, pero ya no iban marcha atrás.

Habían escapado del almacén, pero su huida no habría terminado hasta que no hubieran dejado Omega tras de sí.

—¿Tienes una nave? —te preguntó al quariano del asiento del copiloto.

—Llévanos a los espaciopuertos —respondió él—. No están lejos. Toma la tercera a la izquierda y después la primera a la derecha.

Su voz sonaba débil y tensa a través de la máscara.

Kahlee apartó la mirada de la pantalla de navegación para echarle un vistazo rápido a la pierna herida. Los daños parecían serios, pero no fatales.

—Hendel —gritó hacia el asiento de atrás—. Mira si puedes encontrar un kit médico por ahí.

—Tengo medigel… en… la mochila —logró decir el quariano entre jadeos, luchando contra el dolor.

Kahlee no se atrevió a detener el vehículo mientras le trataban la herida al quariano. Por suerte, Hendel tenía entrenamiento básico para esos casos y no le costaría mucho ocuparse de la pierna, aun dando tumbos dentro del Rover.

Siguiendo las indicaciones del quariano, salieron enseguida de entre los edificios apelotonados unos sobre otros y llegaron a la entrada de las plataformas de acoplamiento del distrito. Ya a campo abierto, la pantalla de navegación mostró las posiciones de tres pequeñas naves al fondo del espaciopuerto.

—Lemm, ¿cuál es tu nave? —preguntó Kahlee.

—La que quieras.

Su voz sonaba más potente. La mujer vio que Hendel le había entablillado la pierna y la había cubierto con vendas esterilizadas para minimizar la exposición a los gérmenes. El medigel también ayudaría a apagar el dolor mientras curaba y desinfectaba las heridas.

Kahlee detuvo el Rover a una docena de metros de la esclusa de la nave más cercana, y se bajó de un salto para ayudar al quariano a salir del vehículo. Lemm se deslizó del asiento hacia la puerta y luego se apoyó en la mujer para bajar del Rover, con su pierna sana. Hendel apareció unos segundos después, cargando con la niña inconsciente en un brazo y la mochila del quariano en el otro.

—Esta sí que es buena —murmuró, observando la lanzadera que había acoplada.

Kahlee no pudo reprimir una sonrisa cuando se dio cuenta de lo que miraba: iban a robarle la nave a Grayson.

El quariano puso manos a la obra para desmantelar el sistema de seguridad de la nave. No tardó más de un minuto en abrir la esclusa y hacer que la rampa descendiera entre el suave sonido de la propulsión hidráulica. Dentro de la nave, Hendel posó a Gillian sobre uno de los asientos de pasajeros. Reclinó el asiento y le ató el cinturón de seguridad mientras Kahlee ayudaba a Lemm a llegar, renqueando, a la cabina del piloto.

—¿Sabes cómo manejar una de éstas? —le preguntó.

Después de estudiar los controles unos segundos, el quariano asintió.

—Creo que sí, parecen unos controles bastante estándar.

El quariano se instaló en el asiento del piloto y alargó la mano enguantada de tres dedos hacia los controles. Kahlee recordó de pronto que, aunque los quarianos parecían vagamente humanos, bajo sus trajes ambiente y máscaras respiradoras eran definitivamente alienígenas. Y ese alienígena había arriesgado la vida para salvarlos.

—Gracias —le dijo—. Te debemos la vida.

Lemm no respondió al agradecimiento, sino que preguntó:

—¿Por qué os tenían prisioneros?

—Iban a vendernos a los Recolectores.

El quariano se estremeció, pero no dijo nada más. Un segundo más tarde, las pantallas se conectaron.

—No parece que nos persigan —murmuró Lemm.

—Cerberus no se rendirá tan fácilmente —le avisó Hendel, entrando en la cabina.

—No trabajan para Cerberus —explicó Kahlee, recordando que Hendel no había oído la conversación en la celda de Grayson—. Ya no. Creo que pensaban que sacarían más beneficio yendo por libre.

Fue entonces cuando se dio cuenta de que ni se había preocupado por preguntar qué había pasado con Grayson.

«Eso es que le odiaba mucho más de lo que yo creía».

A la vista de cómo habían ido las cosas, no podía culparle por ello.

—Tenías razón con Grayson —le dijo—. Era un agente de Cerberus. Seguro que estuvo siempre trabajando con Jiro.

La nave tembló ligeramente con un rumor sordo cuando Lemm encendió los motores.

Las noticias acerca de la verdadera identidad de Grayson no parecieron sorprender a Hendel en absoluto. Claro que tampoco se regodeó diciendo «Ya te lo había dicho», sino que simplemente preguntó:

—¿Lo has matado?

—Que yo sepa, sigue vivo —admitió Kahlee—. Lo tenían prisionero igual que a nosotros. Lo he dejado en su celda.

—Si lo entregan a los Recolectores deseará que lo hubiéramos matado —intervino Lemm.

Kahlee no había pensado en ello, pero la idea hizo que Hendel sonriera.

El quariano hizo varios ajustes y los propulsores se encendieron y levantaron la lanzadora lentamente en el aire.

—¿Qué ruta introduzco? —preguntó.

«Buena pregunta», pensó Kahlee.

—Nada ha cambiado —dijo Hendel, expresando las mismas preocupaciones que la acechaban—. Cerberus no dejará de buscar a Gillian y seguimos sin poder acudir a la Alianza. Puede que ya no tengamos que preocuparnos de Grayson y sus ex amigos, pero Cerberus tiene muchos más agentes.

—Vayamos a donde vayamos, al final nos encontrarán.

—Entonces hay que seguir moviéndose —dijo Kahlee—. Hay que estar siempre un paso por delante de ellos.

—Será muy duro para Gillian —la avisó Hendel.

—No es que tengamos muchas más opciones. Nada nos asegura que no tengan a alguien en cada mundo, colonia y estación espacial habitadas por humanos de la galaxia.

—Yo sé un sitio donde podéis esconderos y Cerberus nunca os encontrará —dijo Lemm, girándose para participar en la conversación—. La Flota Migrante.

Después de la batalla, Grayson exploró detenidamente el almacén de arriba abajo. Por un momento dudó si correr hasta el segundo Rover e intentar salir tras Gillian, pero se dio cuenta de que el otro vehículo ya habría desaparecido. Para encontrar a Gillian tenía que ser paciente y astuto.

Su exploración del suelo del almacén sacó a la luz varios cuerpos, incluido el de la mujer a la que había disparado en la espalda. Dos más habían sido abatidos a tiros, dos yacían aplastados por el vehículo de la fuga y había el cadáver de una mujer junto a la pared, con el cuello roto. Grayson reconoció en el cuerpo las señales de un ataque biótico y sospechó que había sido Hendel, y no Gillian, quien lo había lanzado.

También encontró una escopeta tirada por el suelo. Parecía de manufactura turiana, pero las modificaciones que le habían practicado demostraban el diseño improvisado pero ingenioso que caracterizaba a los quarianos.

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