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Authors: Iain M. Banks

Tags: #Ciencia Ficción

Materia (79 page)

¡El Dios del Mundo! ¿Llegaría a verlo incluso? ¿Mirarlo? Dios bendito, ¿quizá conversar con él? ¿Aunque solo fuera que el Dios se dirigiera a él? Jamás se había planteado llegar a estar en su presencia. No se lo planteaba nadie. Sabías que estaba allí, eras consciente de que era en cierto sentido otro ser, otro habitante de aquella inmensa y munífica galaxia, pero eso no reducía su divinidad manifiesta, su misterio, el que fuera digno de reverencia.

Algo parpadeó en la oscuridad, en las alturas. Tres diminutos rastros de luz que parecieron converger en un punto implícito. Un rastro se apagó con un parpadeo, otro dibujó una curva y el tercero llameó de repente y se convirtió en un punto de luz que el visor del traje bloqueó por un instante.

–Ya está –dijo Xuss–. Batería cinética. Definitivamente comprometida; acosada por un equipo de ingeniería de combate narisceno que intentaba volver a recuperar el control de la unidad.

–¿Qué les pasó?

–Reventados en mil pedazos –dijo el dron sin inmutarse–. No había alternativa, el cacharro ya estaba acelerando y girando hacia vosotros.

–Genial –murmuró Anaplian–. Así que ahora estamos en guerra con los putos nariscenos.

–Disculpadme, señora, señor –dijo Holse–. ¿Todos los niveles tienen unas armas tan temibles vigilándolos?

–Básicamente, sí –dijo Hippinse.

–Por cierto, me he quedado sin cinco micromisiles y medio de ocho que tenía –dijo el dron–. Un exceso de destrucción, cuestión de aprendizaje, pero creo que puedo ocuparme de algo parecido con solo dos, probabilidad alta de que solo haga falta uno, solo para que conste.

–¿Cinco y medio? –dijo Anaplian.

–Le di la vuelta a uno cuando vi que el tercero estaba entrando y lo guardé. Le queda media carga en el motor.

–Muy ahorrativo por tu parte –dijo Anaplian–. Hippinse, ¿hay algo?

–Sí, estoy dentro de un canal narisceno de noticias militares –dijo el avatoide–. Mierda, los oct y los aultridia están en guerra de verdad. Se captaron naves oct sobre las torres abiertas y los nariscenos las cerraron. Los oct culpan a los aultridia de la explosión en las Hyeng-zhar. Los aultridia sospechan que es una conspiración para aumentar el control oct. Después de la explosión en las Cataratas, algunas naves oct intentaron abrirse camino a la fuerza por las torres abiertas pero las destrozaron. Entre los nariscenos, los oct y los aultridia han cerrado todas las torres.

–¿Debemos seguir adelante, entonces? ¿Vamos bien por donde vamos?

–Eso parece. Doscientos cincuenta segundos para llegar.

Cuatro minutos después volvieron a precipitarse por la atmósfera. En esa ocasión los trajes permanecieron lisos y plateados y apenas frenaron cuando chocaron con los gases. Dejaron un rastro de aire reluciente e ionizado tras ellos, lo bastante brillante como para arrojar sombras desde varios kilómetros de altura. Frenaron tan rápido que dolió y llegaron a la base cubierta de hierba y acanalada de la una torre con más magulladuras todavía. Cuando aterrizaron, el recubrimiento del suelo chisporroteó y ardió bajo sus pies y a su alrededor el vapor de agua se alzó entre chispas. Los trajes continuaron espejados.

Una sección de la pendiente verde que tenían cerca se estaba levantando ya del suelo e iba derramando terrones de hierba y tierra a medida que iba saliendo un cilindro de diez metros de ancho. Cuando frenó apareció un círculo en la superficie curvada y después cayó hacia delante para formar una rampa al dejar de subir. Anaplian se adelantó para guiar a los otros. Cuando la puerta de la rampa empezó a cerrarse otra vez, Turminder Xuss bajó del cielo del golpe. Unos segundos después el cilindro empezó a descender.

–¡Identifíquense! –resonó una voz dentro del interior todavía húmedo del cilindro.

–Soy la agente de Circunstancias Especiales de la Cultura Djan Seriy Anaplian, originaria del palacio real, Pourl, en Sarl. Me acompaña mi hermano, el rey legítimo de Sarl, Ferbin, y un avatoide de la nave de la Cultura
Problema candente.
Sería prudente que supieran que hay una máquina iln destructora de mundos concha suelta. Repito: una máquina iln destructora de mundos concha está aquí, dentro de Sursamen. Se dirige al núcleo, o bien ya está allí, con la probable intención de destruir el mundo. Emitan esto y divúlguenlo lo más posible, informen a los nariscenos y a los morthanveld, es una cuestión de prioridad extrema y absoluta.

–Absténganse de controlar el cilindro.

–No. Hagan lo que les digo. Hay una máquina iln destructora de mundos concha presente en Sursamen. Ya ha matado a todo el mundo en las Hyeng-zhar y se dirige ahora al núcleo, o bien ya está allí. Pretende destruir el mundo. Díganselo a todo el mundo. ¡A todo el mundo!

–¡Insisto! ¡Absténganse de controlar el cilindro de inmediato! ¡No! ¡Paren! ¡Absténganse de controlar el medioambiente del pasillo! ¡Restituyan fluidos de inmediato! ¡Advertencia! ¡Se les considerará apoderados de los aultridia! ¡Les aguarda la captura!

El cilindro empezaba a frenar y se detuvo en unos segundos.

–No –dijo Anaplian, que se adelantó como una especie de extraño sueño plateado y se colocó delante de la puerta circular–. No puedo perder el tiempo con ustedes. Si se ponen en mi camino, los mataré. Emitan todo lo que he dicho en el espacio más amplio posible y con la máxima urgencia. Insisto yo. –Anaplian despegó una pistola de la cadera izquierda de su traje. El arma era igualmente plateada. Turminder Xuss se elevó para flotar justo encima de la puerta, también brillaba como el mercurio.

–¡Absténganse de controlar la puerta! –gimió la voz cuando empezó a abrirse la puerta, que iba bajando como un puente levadizo–. ¡Les aguarda la captura!

Anaplian se elevó a toda prisa para quedarse flotando al mismo nivel que la parte superior de la puerta y apuntó la pistola. La forma diminuta y espejada de Turminder Xuss brilló y desapareció. Unos cuantos destellos se reflejaron en el techo abovedado del pasaje exterior y después la puerta empezó a bajar con un sonido seco.

Anaplian ya estaba descendiendo y adelantándose. Volvió a meterse el arma en la cadera y posó los pies en el suelo justo tras la puerta. Pasó por encima de los cuerpos espasmódicos de una docena de oct bien armados, todos ellos partidos por la mitad o en fracciones más pequeñas. Las armas de las criaturas también habían quedado partidas. Un par de piezas de las armas yacían en el suelo todavía chisporroteando y lanzando chispas, levantando una humareda en los charcos. Los alabeos monofilamentosos de Xuss regresaron a su cuerpo con un chasquido, la maquinita se dio la vuelta y salió disparada por el túnel. Más adelante, una gran puerta circular volvía a meterse en el muro. Brotaron unos fluidos de un metro de profundidad que no tardaron en rodear las piernas de Anaplian. Saltaron las alarmas y alguien empezó a gritar algo en oct.

–No os quedéis atrás –dijo Anaplian por encima del hombro reluciente. Hippinse, Ferbin y Holse salieron de inmediato del cilindro, la riada de fluidos se precipitó hacia ellos e intentaron evitar pisar partes de los cuerpos oct. Después siguieron a Anaplian por el túnel.

Un minuto después y unos cuantos oct muertos más después, se encontraron observando otra puerta circular que se abría, más fluidos que les llegaban por las rodillas pasaron a toda velocidad junto a ellos. Entraron en la cámara resultante. La puerta se cerró tras ellos y oyeron el aire que salía con un silbido.

–A partir de ahora volvemos a estar en el vacío –les dijo Anaplian al tiempo que desenganchaba su AERC de la parte de atrás de su traje y lo comprobaba a toda prisa. Hippinse la imitó. Ferbin y Holse se miraron e hicieron lo mismo. Djan Seriy volvió a colocar el arma láser donde estaba y esta se amoldó a la sección dorsal de su traje, la agente estiró una mano por encima del hombro, tiró de otra de las largas acanaladuras de la espalda y sacó otra arma negra y reluciente. Dejó que el arma se desplegara y la comprobó también. Ferbin se encontró con los ojos de su hermana y esta asintió.

–Iré yo por delante con este quemador de partículas, tú utiliza el rifle cinético, Ferbin. Holse, usted y Hippinse sigan adelante con los AERC. No queremos usar todos lo mismo. –Su máscara perdió la superficie espejada el tiempo suficiente para que pudiera dedicarles una breve sonrisa y un guiño–. Vosotros disparad a lo que disparemos nosotros. –Después el traje volvió a espejarse del todo.

Somos todos espejos,
pensó Ferbin.
Espejos que nos reflejamos unos a otros. Estamos aquí y estas extrañas armaduras reflejan la luz, pero de algún modo, a pesar de todo, somos casi invisibles; la mirada
se
redirige y aparta de cada superficie, se desliza y aleja hasta que vemos algo de lo que nos rodea, como si solo eso fuese real.

Turminder Xuss descendió y se quedó flotando delante de Anaplian, al nivel de su esternón. Un par de formas finas, como dagas puntiagudas, salieron de las pantorrillas de Anaplian y subieron flotando también por delante de ella.

–Tenemos que volver a dejarnos caer un buen rato.

–¿Esto es una torre abierta, señora? –preguntó Holse.

–No –dijo Anaplian–. Estamos a una torre de distancia de una torre abierta, la que usará la nave. Si esa cosa dejó algo para tender una emboscada al que vaya tras él, las abiertas son donde estará esperando. La nave no tiene más alternativa que usar una abierta; nosotros sí la tenemos, pero podemos mantenernos lo bastante cerca de donde va a aparecer la nave para apoyarla. Incluso entonces no vamos a salir por el pozo principal de la torre. –Miró a los dos sarlos–. Somos la infantería, por si no lo habían adivinado, caballeros. Prescindibles. Sacrificables. La nave es el caballero, la artillería pesada, como quieran expresarlo. –Miró a Hippinse cuando la puerta que tenían delante se estremeció–. ¿Hay algo?

–Todavía no –dijo Hippinse. Dos cosas pequeñas y espejadas como dagas diminutas subieron flotando para colocarse a la altura de los hombros del avatoide. Otro par de formas que resplandecían como el mercurio se deslizaron también de los trajes de Ferbin y Holse, subieron flotando y se arremolinaron alrededor de Turminder Xuss.

–Si no les importa, caballeros –dijo el dron con tono despreocupado.

–Por supuesto que no –le dijo Ferbin.

–Ni siquiera sabía que estaban ahí –dijo Holse.

La puerta rodó sin ruido y reveló una oscuridad absoluta. El dron se volvió negro como el hollín, salió disparado y desapareció junto con los otros cuatro misiles más pequeños.

Los humanos atravesaron flotando un tubo que Hippinse dijo que solo tenía treinta metros de anchura. El pozo de una ascensonave. Más allá, una escotilla circular acababa de abrirse como un iris. La atravesaron flotando hasta el interior de la torre principal.

Cuando empezaron a caer, se fueron alejando unos de otros hasta que estuvieron a casi medio kilómetro de distancia.

La verdad es que nunca pensé que estaría haciendo esto,
pensó Holse. Con franqueza, estaba aterrorizado, pero también eufórico. Estar cayendo hacia el Dios del Mundo con unos alienígenas locos para encontrarse con una nave espacial excéntrica que hablaba y que podía saltar entre las estrellas como un hombre saltaba entre las piedras de un río para ir en busca de un iln todavía más perturbado que quería reventar en mil pedazos o derribar el mundo entero, ese era el tipo de cosas con las que ni siquiera soñaba cuando estaba en la granja, limpiando el estiércol de los establos y siguiendo a su padre por el corral ribeteado de escarcha de los castrados, con el caldero de los huevos todavía humeante y las orejas todavía escocidas de la última colleja.

Tenía la inquietante sensación de que Ferbin y él los acompañaban como poco más que señuelos, pero en cierto sentido no le importaba. Estaba empezando a cambiar de opinión sobre ese antiguo código del guerrero que invocaban caballeros y príncipes, por lo general cuando estaban borrachos y con ganas de desahogarse, o cuando intentaban justificar su pobre comportamiento en algún otro campo.

Comportarse con honor y desear una buena muerte. Siempre le había parecido una estupidez interesada, la verdad. La mayor parte de las personas que según le habían dicho eran sus superiores se comportaban de forma bastante venal y deshonrosa, y cuanto más conseguían, más querían los muy codiciosos malnacidos; mientras que los que no eran así y se comportaban mejor, al menos en parte era porque podían permitírselo.

¿Era más honroso morirse de hambre que robar? Mucha gente diría que sí, aunque pocos de aquellos que experimentaban de verdad los efectos de una tripa vacía u oían a un niño gimotear de hambre. ¿Era más honroso morirse de hambre que robar cuando otros tenían los medios para alimentarte pero decidían no hacerlo a menos que les pagases con un dinero que no tenías? A Holse no se lo parecía. Al elegir morirte de hambre te convertías en tu propio opresor, te mantenías a ti mismo a raya, te hacías daño a ti mismo por tener la temeridad de ser pobre cuando por derecho ese debería ser trabajo de la policía. Muestra algo de iniciativa o imaginación y te llaman vago, sospechoso, astuto, incorregible. Holse siempre había despreciado toda esa cháchara sobre el honor, no era más que un modo de hacer que los ricos y poderosos se sintieran mejor consigo mismos y que los pobres e impotentes se sintieran peor.

Pero cuando no vivías precariamente y contabas con ciertas facilidades, lo cierto era que tenías el tiempo libre necesario para reflexionar sobre qué era la vida en realidad y quién eras de verdad. Y dado que tenías que morir, tenía sentido buscar una buena muerte.

Incluso la gente de la Cultura, por incomprensible que fuera, elegía, en su mayor parte, morir, aunque no tenían que hacerlo.

Libre del miedo y de tener que preguntarte de dónde iba a salir tu próxima comida o cuántas bocas tendrías que alimentar al año siguiente o si te iba a despedir tu jefe o si te iban a meter en la cárcel por una indiscreción menor, libre de todo eso tenías la capacidad de elegir y podías optar por una vida normal, tranquila, serena y pacífica y morir con el camisón puesto y parientes impacientes haciendo un montón de ruido a tu alrededor... O podías terminar haciendo algo como aquello y (por mucho miedo que pudiera sentir el cuerpo), el cerebro agradecía la experiencia, la verdad.

Holse pensó en su mujer y sus hijos y sintió una punzada de culpabilidad, en los últimos días habían estado ausentes de sus pensamientos durante mucho tiempo. Había tenido mucho en lo que pensar y muchas cosas nuevas y totalmente extrañas que aprender, pero lo cierto era que le parecían seres de otro mundo y si bien les deseaba solo lo mejor y podía imaginarse (si, por algún milagro, sobrevivían a todo aquello) regresando con ellos y reanudando sus antiguas obligaciones, por alguna razón le parecía que eso no iba a pasar jamás y que ya hacía mucho tiempo que los había visto por última vez.

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