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Authors: César Pérez Gellida

Tags: #Intriga, #Policíaco

Memento mori (30 page)

—¿A qué información han accedido? —preguntó la juez Miralles.

—Destruido —matizó el informático—. El ataque tenía como objetivo eliminar cualquier dato relacionado con el número del DNI de la segunda víctima, su nombre y el de su hijo. Todos esos documentos fueron infectados con un virus que inutiliza el archivo en el momento en que se ejecuta. Lamentablemente, solo nos quedan los datos custodiados en Clara; exclusivamente, el DNI de la difunta.

—Veo que nos enfrentamos a un rival muy complicado —intervino de nuevo la juez—. Capaz de violar nuestros sistemas, de falsificar documentos oficiales, de escribir poesía y con los arrestos de mostrarse físicamente ante nosotros.

—¡Está riéndose de nosotros! —exclamó Pemán.

—Ahí se equivoca, señor… —participó el psicólogo haciendo una mueca exculpatoria.

—Pemán, Pablo Pemán.

—Eso. Le puedo asegurar, señor Pemán, que su propósito no es otro que obtener información sobre su rival. Es decir, sobre nosotros. Él sabe bien que no gana nada mofándose. La burla es, precisamente, el hecho de que siga actuando con impunidad. Si cometemos el error de menospreciarle, estaremos dándole más ventaja. Todavía más ventaja —precisó.

—Bueno. Quizá sea el momento de que nos dé su punto de vista sobre el caso, señor Lopategui —sugirió el subdelegado del Gobierno.

—Con mucho gusto, pero, por favor, señor Lopategui no. Armando o Carapocha, como figura en el informe. De señor tengo poco o nada —aclaró mientras se frotaba los ojos con las manos y se acomodaba en la silla—. Me van a disculpar si no me encuentran hoy muy brillante, he dormido pocas horas porque he estado estudiando el caso.

Sancho esbozó una tenue sonrisa que fue malinterpretada por Pemán y por Travieso.

—Lo primero que tengo que decirles es que mi único papel aquí es el de elaborar un perfil psicológico que nos ayude a conocer a quien está cometiendo estos crímenes con el objeto de que los investigadores puedan anticiparse a su siguiente movimiento. Dicho esto, y ya que se ha mencionado el término, me gustaría aclarar que aún no podemos calificar al sujeto de asesino en serie, ya que, hasta la fecha, pensamos que solamente ha cometido dos asesinatos, y no se le puede considerar como tal hasta que no cometa el tercero en un lugar y período temporal distinto.

—Parece que da por hecho que va a seguir matando —intervino la juez Miralles.

—Es más que probable. Antes, hizo mención a los arrestos que tuvo Samsa y, sin querer quitarle mérito, le diré al respecto que es frecuente que un asesino en serie participe en la investigación, bien como testigo o incluso ayudando a la familia en la búsqueda de la víctima desaparecida durante semanas o meses, por poner un ejemplo. Les gusta regocijarse de la desgracia ajena desde dentro.

—Ha dicho antes que es muy probable que vuelva a matar. ¿Podría establecer algún porcentaje? Creo que es importante que podamos cuantificar los riesgos —solicitó Travieso.

Carapocha se giró a su derecha para contestar al comisario provincial y, con gesto solemne, aseveró:

—Exactamente, del cincuenta por ciento.

—¿Exactamente?

—Eso he dicho. Puede que vuelva a matar o puede que no.

En la sala se hizo un silencio incómodo, como si alguien hubiera pulsado el
pause
. Solo se movían las miradas, transitando en la misma dirección, buscando una reacción en el comisario provincial que llegó en forma de evolución cromática. Pasó con más vergüenza que gloria por toda la paleta del rojo: rojo fresa, rojo llama, rojo cereza, rojo ladrillo, rojo carmín, rojo burdeos y granate antes de teñir su rostro con el color purpurado cardenalicio. Sancho puso todo su empeño en retener la carcajada que se estaba criando en su interior, cuya presentación en sociedad estaba a punto de producirse. Carapocha retomó la palabra para alivio del inspector:

—Disculpe la broma. No se puede establecer ningún porcentaje aproximado, aunque yo me inclino a pensar que volverá a intentarlo basándome en los informes de la investigación y en mi propia experiencia. Lo que no podemos saber es cuándo lo hará ni qué tipo de víctima seleccionará.

Travieso no pareció satisfecho con la disculpa, lo cual fue advertido por el psicólogo criminalista que aparentaba estar disfrutando.

—No obstante —continuó—, si lo que me pide son números, yo tengo unos cuantos que seguramente le resultarán de interés. Mire, los asesinatos en serie suponen el uno por ciento del total de crímenes violentos del mundo. Casi el noventa por ciento de los mismos es cometido por varones con una horquilla de edad comprendida entre los veinticinco y los treinta y cinco años. En la actualidad, más del noventa por ciento de los asesinatos en serie se produce en países altamente desarrollados; tres de cada cuatro, en los Estados Unidos. Más datos: el sesenta y cinco por ciento de las víctimas de estos
serial killers
son mujeres, y casi el noventa por ciento son de raza blanca. No obstante, hay notables excepciones, como los más de treinta asesinatos perpetrados entre 2006 y 2009 por una brasileña de diecisiete años con un cuchillo; todos hombres. Para terminar, del total de asesinatos en serie cometidos en Estados Unidos, el cincuenta por ciento, es justo la mitad —remató.

—¿No te encanta este tipo? —cuchicheó Sancho al oído de la juez Miralles.

—Ahora bien, ¿de qué nos sirve conocer estos datos? De muy poco, diría yo. Creo que deberíamos centrarnos en otras cuestiones más importantes, señor.

A pesar de su marcado acento, Carapocha hablaba con tal firmeza y de forma tan convincente que los asistentes permanecían inmóviles con sus miradas fijas en los ojos grises del psicólogo. Era como si estuvieran disfrutando de un proceso hipnótico.

Al no existir respuesta ni objeción en el foro, siguió hablando:

—Entonces —dijo retomando la palabra—, ¿qué información es la que realmente nos interesa y nos urge conocer? —Alargó la pausa como esperando una respuesta que sabía que no iba a llegar—. Aquella que nos aporte datos específicos sobre el individuo al que nos enfrentamos. Más concretamente, de los motivos por los que mata. Si entendemos esto, podremos ser capaces de llegar a la tipología de la víctima y tendremos alguna oportunidad de anticiparnos. De otra forma, solo podemos esperar a que cometa algún error que, dicho sea de paso, suele ser la forma habitual en la que terminan las carreras de los asesinos en serie.

—Bonito panorama —concluyó Pemán.

—¡Y tanto! —refrendó Travieso.

«Como canta el abad, responde el sacristán», juzgó Sancho.

—No nos alarmemos. Con el tiempo, estos sujetos se sienten más cómodos y dejan de tomar tantas precauciones; en ese momento, la probabilidad de que cometan un error aumenta considerablemente.

—En resumidas cuentas, que lo más probable es que, hasta que no cometa un error, no vamos a dar con él —intervino por primera vez Mejía.

—Eso es, comisario. Para no haber hecho otra cosa que estar mirando todo el rato por la ventana, ha entendido usted perfectamente —expuso el psicólogo adoptando la sonrisa del
joker
.

Mejía paladeó la acusación y le devolvió una mirada gélida antes de replicar:

—Siendo así, será mejor que saquemos unas cartas y no perdamos el tiempo con estas chorradas. ¿Reparte usted?

—Si no hay alcohol, no juego a las cartas. Lo siento, pero permítame que le diga algo: que seamos conscientes de que un error del asesino sea la forma más probable de detenerle no quiere decir que tengamos que entretenernos jugándonos las nóminas al póquer. Tenemos que hacer todo lo posible para forzarle a cometer ese error cuanto antes. Esta es la clave, señores, y el resto no es más que abono para el campo.

La juez Miralles asintió la primera y su entusiasmo se contagió al resto como una ola en el Estadio Azteca.

—Bien —intervino Sancho cuando le llegó la ola—. Por tanto, no difiere mucho de cualquier investigación criminal.

—¡Exacto! —contestó Carapocha señalando con el índice al inspector—. Tenemos que centrar nuestros esfuerzos en establecer el móvil para clasificar a nuestro sujeto como asesino visionario, misionario, hedonista, lúdico o dominador. Según mi criterio, y basándome en los poemas que «nos dedica», yo diría que tiene mucho de hedonista, pero normalmente están presentes más de una de estas características. Una de ellas, eso sí, más marcada que las demás. Es posible que tenga algo de lúdico también.

—¿Quiere decir que la diversión es lo que le mueve a matar? —preguntó Pemán.

—Es muy probable, sí. O puede que el hecho de matar le inspire para elaborar sus poemas. En estos momentos es difícil de asegurar pero lo cierto es que se arriesga a dar la cara, aunque sea disfrazado, y que viola los sistemas de seguridad de la policía sabiendo que cabe la posibilidad de dejar rastro. Si planteamos esta investigación como una «cacería», tenemos que asumir que nuestra «presa» conoce mejor el terreno que nosotros y que nos lleva bastante ventaja, aunque esto no quiere decir que no podamos atraparle. Ya sabemos algo importante sobre su comportamiento, lo cual nos va a permitir soltar a nuestros perros en las zonas en las que pensamos que podría moverse.

—¿Puede explicarse mejor? —pidió la juez Miralles.

—Desde luego. Tenemos los informes de la Policía Científica sobre los escenarios, del forense sobre el tratamiento a las víctimas y de la investigación policial sobre su modus operandi, todo lo cual nos permite clasificar al sujeto como un criminal organizado. La mala noticia es que enfrentarse con este tipo de asesinos requiere más ingenio que en el caso de los desorganizados, ya que es menos probable que cometa errores. ¿Qué sabemos? Primero, que actúa con premeditación. El último asesinato es una prueba irrefutable, porque sabemos que planificó el asalto a la vivienda y que esperó pacientemente a que llegara su víctima.

—Sin embargo —objetó Sancho—, no tenemos tan claro que la elección de la víctima fuera premeditada en el primer asesinato; es más, todo parece indicar que no fue así.

—Es posible, pero la premeditación en estos casos se entiende como el deseo o la necesidad de matar. El caso de John Wayne Gacy,
el payaso Pogo
, es un ejemplo muy esclarecedor. Este sujeto se disfrazaba de payaso para amenizar fiestas de niños, y era reconocido por todos cuantos le rodeaban como un hombre afable y con mucha mano para entretener a los más pequeños. Pues bien, cuando tenía la necesidad, salía de su casa con la intención de matar; algunos días lo conseguía, y otros no. La víctima era lo de menos, el fin último era su secuestro, tortura, violación y asesinato. Total, treinta y tres jóvenes, de los cuales veintiocho enterrados en el sótano de su casa. Por cierto, le cazaron al comprobar el origen del hedor que inundaba el vecindario.

—Treinta y tres, ¡carallo! —repitió Peteira.

—Continúo. Segundo, el asesino organizado tiene dotes para la persuasión y el engaño, por lo que suelen ser personas que cuidan su aspecto físico y sus modales para no generar rechazo en sus futuras víctimas. Tercero, dispone de sus propios medios para perpetrar los asesinatos; en nuestro caso, la pistola paralizante, las herramientas para el cuidado de bonsáis, la cinta adhesiva y la bolsa de plástico, que sepamos hasta ahora. Esto nos lleva a pensar que, con el tiempo, nuestro asesino saldrá de casa bien pertrechado por si le surge la oportunidad; el coche suele ser el sitio perfecto para tal fin. Cuarto, se preocupa por ocultar pruebas incriminatorias; prueba de ello es que no se recogieran restos de ADN en ninguno de los escenarios ni en las propias víctimas. Quinto, suele ocultar los cadáveres. No es así en nuestro caso, y esto me preocupa bastante. —Hizo una pausa esperando alguna reacción que encontró en la elevación de cejas del subdelegado Pemán—. El hecho de que no le importe que encontremos los cadáveres es un claro indicador de la seguridad con la que él cree que actúa, y esto favorece que aparezcan más víctimas. Sexto, trata de conservar a la víctima con vida durante el mayor tiempo posible. Sabemos por el informe forense que torturó a la segunda. Con respecto a la primera, no podemos asegurarlo. Decía Carl Gustav Jung, una eminencia en psicología analítica, que el hombre sano no tortura a otros; por norma, es el torturado el que se convierte en torturador. Es más que probable que nuestro sujeto haya sufrido malos tratos durante su niñez. Sexto… —remarcó antes de hacer una nueva pausa.

—Séptimo —corrigió Mejía sin dejar de mirar al exterior.

—Me alegra comprobar que todavía hay alguien que sigue atento. Gracias, comisario.

—De nada.

El comisario provincial Travieso hizo un gesto de desaprobación que fue inmediatamente respondido con un guiño de Carapocha antes de proseguir:

—Séptimo, suele llevarse «recuerdos» de sus víctimas. Trocitos de carne. Que no se hayan encontrado los restos amputados genera una serie de incógnitas. ¿Por qué mutila? No parece que sea por sadismo, ya que lo hizo post mórtem en ambos casos. ¿Necrofilia? Podría ser, aunque yo me decantaría más por factores de desfeminización de sus víctimas, ya que deja los cuerpos a la vista de cualquiera. ¿Y qué hace con los trocitos de carne que se lleva? ¿Canibalismo? Hay muchos más casos de los que pensamos. ¿O son solo
souvenirs
? Al margen, en la segunda poesía nos dice que ha arrebatado un tesoro a su segunda víctima. ¿Qué es? No sabemos. Como habrán comprobado ya, hay muchas cosas que no sabemos, pero también hay algunas importantes que sí.

—Aquí, la cuestión es saber cómo sacar provecho de la información que tenemos —apostilló Sancho.

—Eso es. Hay que ir encajando piezas, el objetivo es poder anticiparnos. Prosigo para no perder el hilo. Si partimos del hecho de que es un asesino organizado, podemos afirmar casi con total seguridad que nos encontramos ante un psicópata o un sociópata o, como escriben ahora algunos afamados colegas míos en sus manuales superventas, un sujeto que sufre un trastorno de la personalidad antisocial: un TPA —dijo como sacando un cartel invisible con la mano y mirando al infinito.

—¿Podría decirnos cuáles son las diferencias entre uno y otro? —preguntó Pemán.

Carapocha clavó sus ojos grises en el techo y cogió aire.

—Temía que fuera a llegar esta pregunta. Verán, podría hablarles de las distintas teorías que existen sobre las diferencias que hay entre los psicópatas y los sociópatas, pero estaríamos desviándonos del meollo de la cuestión. Sin embargo, no quisiera dejarle sin su respuesta, así que podría decirle de forma esquemática que la diferencia principal radica en el camino que siguen unos y otros. Me explico, parece ser que la psicopatía tiene un común denominador en la herencia genética. Es decir, el psicópata sufre un funcionamiento deficiente de su actividad cerebral que le empuja a tener comportamientos antisociales. En la sociopatía, por el contrario, parece no existir esa componente genética, y es el entorno social el que hace que el sujeto se rebele en su contra de forma violenta.

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