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Authors: James Ellroy

Tags: #Biografía

Mis rincones oscuros (11 page)

Recibieron más pistas.

11/7/58:

Un tal Padilla se presentó en la comisaría de El Monte. Dijo que el 30 de junio lo habían soltado de los calabozos del Palacio de Justicia y que había visto salir de un bar de South Main Street a un hombre parecido al sospechoso.

13/7/58:

Un tal Don Kessler se presentó en la Oficina del Sheriff de Temple City y declaró que trabajaba en El Monte Bowl y que había visto en su local a un hombre que se parecía al sospechoso. La madre de Kessler había seguido al individuo hasta el bar Bonnie Rae, donde logró escabullirse. Iba sucio y tenía aspecto de mexicano. 14/7/58:

El sheriff de Temple remitió una pista a la policía de El Monte. Se refería a otro individuo desastrado que había sido visto en El Monte Bowl.

El hombre encajaba con la descripción del sospechoso. Vestía pantalones de color tostado, muy sucios. Poco después, un agente de El Monte encontró en la calle unos pantalones parecidos. El agente los recogió, los llevó a la comisaría y los dejó sobre el escritorio del capitán Bruton.

El Departamento de Policía de El Monte tenía la «fiebre de la mujer blanca muerta».

El martes 15 de julio se llevó a cabo una encuesta forense, presidida por el doctor Charles Langhauser. Jack Lawton representó a la Oficina del Sheriff del condado de Los Ángeles.

Un jurado compuesto por seis personas evaluó las pruebas. La encuesta tuvo lugar en la sala 150 del Palacio de Justicia.

El primero en testificar fue Armand Ellroy. Declaró que llevaba más de dos años sin ver a su ex esposa y que en ese tiempo no había mantenido ninguna relación con ella. Manifestó que había visto el cuerpo el lunes 23 de junio, y repitió que el nombre completo de ella era Geneva Hilliker Ellroy, tenía cuarenta y tres años de edad y había nacido en Wisconsin.

El siguiente testigo fue George Krycki, quien describió una breve conversación que había sostenido con la víctima el sábado 21 de junio. No le había parecido que Jean estuviera ebria. Resultaba curioso, agregó; siempre daba la impresión de que acabara de maquillarse.

Jack Lawton hizo varias preguntas a Krycki. Insistió en las amistades de Jean.

Krycki respondió que no conocía a sus amigos. Quizá su esposa, que mantenía una relación más estrecha con la señora Ellroy.

Anna May Krycki prestó declaración. Langhauser le solicitó que repitiese qué había hecho la noche del 21 de junio y volvió sobre el tema de las amistades de Jean. La señora Krycki contestó que sólo sabía de una pareja; gente mayor que en aquellos momentos se encontraba de viaje por Europa.

Lawton intervino para preguntar a la señora Krycki si en alguna ocasión Jean le había pedido que le recomendase un local donde tomar una copa.

La señora Krycki respondió que sí, pero añadió que le había dicho que no había ninguno al que pudiera ir sin acompañante. Reconoció haber mencionado el Desert Inn y Suzanne's. Eran dos clubes nocturnos de El Monte, muy concurridos.

Lawton le preguntó si le había recomendado algún restaurante. La señora Krycki respondió que le había hablado de Valdez's y de Morrow's. La conversación había tenido lugar un mes antes de que Jean fuera asesinada, y ésta jamás le había comentado que hubiese visitado esos locales.

Lawton le preguntó si en alguna ocasión había visto borracha a la víctima. La señora Krycki respondió que nunca. Lawton quiso saber si la señora Krycki la había visto tomar aunque sólo fuera una copa. Esta vez, la mujer rectificó su línea argumental de que Jean era abstemia y señaló que la difunta tomaba alguna copita de jerez, por la tarde.

Lawton le preguntó si Jean le había confiado sus problemas alguna vez. La señora Krycki respondió que, de vez en cuando, Jean mencionaba a su ex marido. Lawton se interesó por las amistades masculinas de la víctima. La señora Krycki negó que tales amistades existieran.

El doctor Langhauser le dijo a la señora Krycki que podía retirarse.

El agente Vic Cavallero ocupó el estrado y describió el escenario del crimen, en el instituto Arroyo.

Margie Trawick prestó juramento. Describió los hechos que había presenciado en el Desert Inn. Dijo que el sospechoso tenía la cara tan chupada como si le hubiesen extraído la dentadura.

Jack Lawton testificó. Hizo un resumen de las tres semanas de investigaciones sobre el caso. Dijo que, al parecer, la víctima estaba borracha cuando fue vista en el Stan's Drive-In. Añadió que varias personas creían haberla visto ese sábado por la noche, pero que aún no se había verificado nada al respecto. Los únicos testigos oculares cuyo testimonio había sido ratificado eran Margie Trawick, Lavonne Chambers y Myrtle Mawby. Tras investigar a un buen puñado de sospechosos, todos los cuales tenían coartada, la investigación proseguía.

El jurado se retiró de la sala para deliberar, pero regresó muy pronto con su veredicto:

«Asfixia debido a estrangulamiento mediante ligadura, infligida a la difunta por una o más personas cuya identidad este jurado desconoce por el momento. Basándonos en los testimonios presentados en esta sesión, resolvemos que la muerte de la fallecida fue homicidio y que quien lo haya cometido es responsable por ello ante la justicia.»

Salvador Quiroz Serena era un ex mecánico de Airtek. Se trataba de un mexicano de treinta y cinco años, un metro setenta de estatura, setenta kilos de peso, cabellos negros y ojos pardos. Un amigo suyo, Enrique Tito Mancilla, lo delató como autor de la muerte de Jean Ellroy. Serena tenía un sedán Oldsmobile del 55.

Un miembro de la Brigada de Homicidios atendió la llamada. Hallinen y Lawton estaban ilocalizables, de modo que se encargó al sargento Al Sholund que siguiese la pista.

Sholund envió un teletipo al Servicio de Archivos del estado. La respuesta llegó enseguida: Serena tenía un largo historial delictivo, que incluía robo con escalo, atraco a mano armada y una condena por bigamia. El sospechoso estaba fichado como extranjero residente y como ex convicto residente.

Sholund envió otro teletipo al Departamento de Vehículos a Motor del estado. También recibió respuesta de inmediato.

Serena tenía un Oldsmobile cupé del 54. Su última dirección conocida era Westmoreland 952, Los Ángeles.

Como las señas no coincidían con las que Mancilla le había dado, Sholund decidió interrogar a éste, para lo que se dio una vuelta por Airtek.

Mancilla dijo que conocía a Serena desde hacía dos años; habían trabajado juntos en la empresa y luego habían seguido frecuentándose. Serena era amigo de otros dos tipos de Airtek: Jim Foster y George Erqueja.

Serena había estado en México recientemente y había regresado a Los Ángeles hacía un mes. Jim Foster le había encontrado alojamiento en su casa de apartamentos, en Culver City.

Mancilla visitó a Serena el 23 de junio, o alrededor de esa fecha. «¿Te has enterado de lo que le ha ocurrido a Jean?», le preguntó. Cuando Serena respondió que no, Mancilla le contó que la habían asesinado, lo que no pareció sorprender a aquél.

Serena dijo que el año anterior había bailado con Jean en una fiesta campestre de la empresa. «Y me la habría tirado si hubiese querido», añadió.

Siete u ocho días después Serena fue a ver a Mancilla a su casa y le pidió que le prestase el coche. Se negó. Esa misma noche Serena regresó para informarle de que se trasladaba a Sacramento.

Sholund localizó a Jim Foster y a George Erqueja en las instalaciones de la empresa. La versión de ambos coincidía: Serena se había trasladado a Sacramento, donde había encontrado empleo en la compañía Aerojet. Sholund volvió al Palacio de Justicia y redactó un informe detallado para Jack Lawton.

El informe llegó a Lawton, quien llamó a Aerojet y habló con el jefe de personal. Este le comentó que era muy probable que Salvador Quiroz Serena fuese un trabajador recientemente contratado bajo el nombre de Salvador Escalante. Lawton le dijo que se acercaría por allí para hablar con él, y le pidió que mantuviese el asunto en secreto.

El jefe de personal aseguró que colaboraría. Lawton llamó a Jim Bruton y lo puso al corriente del asunto Escalante. Resolvieron ir juntos a Sacramento esa misma noche. Alquilaron una habitación en un motel y a la mañana del día siguiente, 17 de julio, se presentaron en Aerojet.

El jefe de seguridad les entregó a Serena, alias Escalante. Lawton y Bruton lo condujeron a la Oficina del Sheriff del condado de Sacramento, donde lo encerraron.

Serena era de constitución robusta, por lo que no parecía el tipo que buscaban. Explicó que el 3 de junio se había casado en México y que había regresado a California tres semanas después, aproximadamente. Mientras conducía por El Centro oyó que en la radio hablaban del asesinato de la enfermera; al día siguiente habló de ello con Tito Mancilla, con quien se había encontrado por casualidad. Según él, su coartada era su esposa. Pero la mujer no hablaba inglés.

Bruton llamó a la oficina local de la Patrulla de Fronteras y consiguió un intérprete. Todos se reunieron en casa de Escalante.

Hablaron con Elena Vivero de Escalante, quien respaldó las palabras de su esposo de forma bastante convincente. El 21 de junio, la pareja se encontraba en México. La mujer corroboró todas las declaraciones de su marido.

El sospechoso quedó en libertad.

Homicidios de la Oficina del Sheriff era una división centralizada. La componían quince sargentos, dos tenientes y un capitán. La sala central de la unidad se encontraba encima del depósito de cadáveres del condado. De vez en cuando, la peste que subía de allí era insoportable.

Los asesinatos a investigar se distribuían por turno rotatorio. No había equipos fijos; los hombres se agrupaban según la disponibilidad de cada uno. Era una unidad de elite encargada de los casos complicados de extorsión, bajo las órdenes directas del sheriff Biscailuz. Éste enviaba directamente a Homicidios todas aquellas historias sórdidas que quería mantener en secreto.

La unidad se encargaba de los suicidios, de los accidentes laborales y de treinta y cinco a cincuenta asesinatos al año. Doce subcomisarías y un puñado de ciudades la proveían de víctimas. La mayoría de sus componentes guardaba botellas en el escritorio, bebía en la sala de guardia y visitaba los bares de Chinatown camino de casa.

Ward Hallinen tenía cuarenta y seis años. Jack Lawton, cuarenta. Sus estilos eran diferentes y, en ocasiones, opuestos.

Ward era conocido como «el Zorro Plateado». Se trataba de un hombre menudo, de ojos azul claro y cabello ondulado y canoso. Llevaba trajes ajustados que le sentaban mejor que al maniquí de un escaparate. Era de hablar suave, sentencioso y meticuloso. No le gustaba portar armas y le disgustaban los aspectos más rudos de la labor policial. También le desagradaba trabajar con compañeros impacientes e irreflexivos. Su suegro era el ex sheriff Traeger. Tenía una hija en el instituto y otra en primer curso de universidad.

Jack era de estatura mediana, corpulento y bastante calvo, así como tenaz, trabajador y meticuloso. Si uno le caía mal, no dudaba en hacérselo saber. Le gustaban los niños y los animales y tenía por costumbre rescatar a los perros y gatos que encontraba en la escena de un crimen. Había hecho sus primeros pasos en homicidios en el Ejército, investigando los crímenes de guerra japoneses. Le encantaba la seriedad de su trabajo, pues guardaba una relación profunda con las partes etéreas y protectoras de su carácter. Tenía tendencia a perder los estribos. Estaba casado y era padre de tres hijos pequeños.

Ward y Jack se llevaban bien. Sabían hacer concesiones cuando las circunstancias obligaban a ello. Nunca permitían que sus diferencias de estilo echaran a perder un caso.

El asunto Ellroy no avanzaba. No había modo de dar con la rubia y el hombre moreno.

Los compromisos judiciales interrumpieron sus pesquisas. A Hallinen le adjudicaron el caso de un mexicano, un tal Hernández, que el 24 de julio había muerto apuñalado. En la escena del crimen se detuvo a tres hispanos. El origen de la reyerta había sido alguna deuda pendiente entre bandas juveniles o que alguien estaba acostándose con la hermana de otro.

El 1 de agosto la Brigada de Narcóticos de la Oficina del Sheriff recibió una pista sobre el caso Ellroy. La confidente era una enfermera, la señora Waggoner.

La mujer dijo que había respondido al anuncio de un club de encuentros y había conocido a un hombre mexicano, llamado Joe
el Barbero
. Este tenía cuarenta y cinco años, medía un metro sesenta de estatura y pesaba noventa kilos. Conducía un Buick del 55 verde pálido. La señora Waggoner estaba liada con Joe
el Barbero
, quien le contó que vendía marihuana y la incitaba a robar alcaloides del hospital donde trabajaba.

A un agente de Narcóticos le gustó la maniobra de la mujer. Comunicó la pista a Homicidios y Joe
el Barbero
fue interrogado y descartado como sospechoso.

El 3 de agosto llegó otra pista al Departamento de Policía de El Monte. La comunicaron en persona dos hombres mexicanos y una mujer blanca.

Dijeron que una noche en que estaban bebiendo en un local mexicano de La Puente conocieron a un tipo que se ofreció a llevarlos donde quisieran. Era blanco, de entre veinticinco y treinta años, un metro ochenta de estatura, setenta kilos aproximadamente, cabello castaño oscuro y ojos azules. Los tres subieron al Chevrolet Tudor del 39 del individuo, quien los llevó al cauce seco del San Dimas. Una camioneta Ford del 46 se detuvo detrás de ellos. El conductor era blanco, treinta años, un metro ochenta de estatura, noventa kilos de peso, cabello rubio y ojos azules.

Todos se reunieron en el cauce seco. El hombre del Chevrolet agarró a la mujer por el collar y le dijo que, si no andaba con cuidado, terminaría como esa enfermera de El Monte. El tipo de la camioneta hizo su numerito de «odio a los mexicanos». Uno de los hispanos saltó sobre él, le dio una paliza y fue tras su compañero y la mujer, que habían escapado.

Los comunicantes dejaron sus nombres al oficial de guardia, que realizó un informe a máquina y lo dejó en la bandeja del capitán Bruton.

El asunto Ellroy no avanzaba. El 29 de agosto, Hallinen pasó a ocuparse del caso de un hombre asesinado por su mujer. Lillian Kella había apuñalado a Edward Kella con precisión letal. La mujer dijo que la golpeaba en la cabeza con demasiada frecuencia. A finales del verano solían presentarse casos como ése.

La patrulla de Temple informó de un extraño suceso producido el 2 de septiembre. Todo había comenzado frente a la puerta del bar Kit Kat de El Monte.

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