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Authors: James Ellroy

Tags: #Biografía

Mis rincones oscuros (7 page)

P. ¿Cómo se llama la camarera?

R. Myrtle Mawby.

P. Con referencia a la chica pelirroja, ¿podría decirme qué edad, peso y estatura aproximados le calcula?

R. Yo diría que unos cuarenta años y algo más de un metro sesenta de estatura. En cuanto al peso, me resulta difícil calcularlo. No creo que me fijara demasiado. Cincuenta y pico o sesenta kilos, posiblemente.

P. ¿Se fijó en si llevaba alguna joya?

R. No me fijé.

P. ¿Se fijó en algo más que pudiera ser relevante?

R. La única razón por la que me fijé en esa chica en particular fue que, en un momento determinado, se quitó el gabán para ponerse a bailar con un tipo que se acercó a la mesa.

P. ¿Puede describir a la otra chica?

R. Era una rubia friegaplatos, llevaba un abrigo corto, beige o tostado, echado sobre los hombros. Calzaba zapatos de tacón bajo y, hasta que la vi bailar, no hay mucho más que describir. Cuando se puso a bailar, me dio la impresión de que pesaba unos cinco kilos más que la pelirroja. Era una mujer de caderas anchas.

P. ¿Qué edad tenía?

R. La misma que la otra, aproximadamente. Unos cuarenta.

P. ¿Y la estatura?

R. La misma que su amiga, aproximadamente. Calzaba zapatos de tacón bajo, ya le digo. La pelirroja llevaba tacones altos.

POR EL SARGENTO LAWTON:

P. ¿Se fijó en los zapatos de la pelirroja?

R. No.

P. ¿Le dio la impresión de que la pelirroja estaba ebria?

R. Ninguna de las dos lo parecía.

POR EL SARGENTO HALLINEN:

P. Una vez que las dos chicas que acaba de describir se sentaron a la mesa, ¿qué más sucedió?

R. Llamé la atención de la señora Mawby acerca de las dos clientes recién llegadas y ella dejó la conversación con el caballero de la barra. Mientras tanto, un tipo alto y delgado, con aspecto de mexicano, se acercó por detrás a la silla de la pelirroja. No oí que la invitase a bailar. Ella se levantó de la silla al instante.

P. Antes de continuar, ¿puede describir de forma un poco más detallada a ese hombre?

R. Yo diría que medía alrededor de un metro ochenta, era muy delgado, y tenía la cara chupada. Su cabello era oscuro, y lo llevaba peinado hacia atrás, muy engominado.

P. ¿No tenía ondas?

R. Ninguna.

P. ¿Se peinaba con raya?

R. No; tenía entradas pronunciadas.

P. ¿Cómo iba vestido, si lo recuerda?

R. Traje oscuro. Camisa sport oscura, abierta y con el cuello por fuera de la chaqueta.

P. ¿Vio si el hombre llevaba algo blanco o claro?

R. No.

P. ¿Qué edad tenía?

R. Yo diría que no… Debía de tener la misma edad, más o menos, que las dos mujeres.

P. ¿Unos cuarenta?

R. Sí, señor. Entre cuarenta y cuarenta y cinco.

P. Cuando ese hombre se acercó a la mesa, ¿oyó de qué conversaban?

R. No, ni palabra.

P. ¿Tuvo la impresión de que el hombre conocía a alguna de las dos chicas?

R. Me pareció que formaba parte del grupo.

P. ¿En qué basa esa suposición?

R. En la manera en que se acercó a la pelirroja. Ella se levantó de la silla y se quitó el gabán. Él la ayudó a doblarlo, con el forro hacia fuera; lo colgó del respaldo de la silla y se dirigió a la pista tras ella.

P. ¿Y la rubia de la coleta? ¿Se quedó sentada a la mesa sola?

R. La señorita Mawby se dispuso a tomarles el pedido pero se detuvo por un momento junto a mi mesa porque antes de servirles las bebidas debía esperar a ver si todos tenían edad suficiente. A continuación, les tomó el pedido: una cerveza y dos whiskis con soda. «Largos», le oí decir a la rubia, y supe que una de las dos iba a tomar un trago largo.

P. ¿En ese momento estaban los tres sentados a la mesa?

R. Sí.

P. ¿Qué es lo siguiente que recuerda?

R. Mi siguiente recuerdo es que Mike sacó a bailar a la rubia.

P. ¿Sabe el apellido de ese tal Mike?

R. No. En esos momentos ni siquiera sabía que se llamara Mike.

P. ¿Ha sabido su nombre después?

R. Eso es.

P. Querría repasar algunos puntos de esta declaración y preguntarle si puede recordar la hora aproximada en que las dos chicas llegaron y ocuparon la mesa.

R. Yo diría que llevaba allí media hora, por lo menos, o sea que debieron de llegar hacia las once menos cuarto.

P. ¿Podría hacernos una descripción de la persona que usted conoce por Mike?

R. Tiene el cabello castaño claro. Yo casi diría que es rubio, por sus rasgos faciales. Sí, se me hace que debe de ser rubio. Es un hombre joven, de veintitrés o veinticuatro años. Llevaba una camisa oscura; azul marino o negra. Para mí, lo más sorprendente era que se lo veía muy desastrado. Con la camisa totalmente desabrochada por delante. Pantalones oscuros y zapatillas de tenis.

P. ¿Es la misma descripción que nos hizo usted antes de saber que esa persona se llama Mike?

R. Sí.

P. ¿Qué fue lo que hizo Mike?

R. Respecto a si me solicitó que bailase con él, Mike entró por la puerta del bar, se acercó a la barra, pidió una cerveza y se acercó a mi mesa para preguntarme si me apetecía bailar. Le dije que la pieza era demasiado rápida y entonces me preguntó si bailaría una lenta, a lo que respondí que no, gracias. Él se puso muy gallito y me dijo si al menos sabía bailar. Luego volvió a la barra, cogió su cerveza y se sentó a la mesa del rincón, la que separa el bar del comedor del local. La camarera… le comenté a la camarera que el tipo era un jactancioso y que me parecía muy joven. La señorita Mawby se acercó al tipo, volvió por un cenicero y una servilleta limpios, los colocó en su mesa y regresó a la mía: «No. Tiene edad suficiente», me dijo. Al cabo de un rato vi que bailaba con la rubia de la coleta que ocupaba la mesa central con la pelirroja.

P. ¿Observó si Mike se acercaba a la mesa antes de ponerse a bailar con la chica de la coleta?

R. No, lo vi ya sentado a la mesa con el grupo, que en aquel momento estaba compuesto por cuatro personas: el mexicano, el joven y las dos chicas.

P. ¿Recuerda cuál era la situación de cada uno de los cuatro en relación con la distribución del bar?

R. Las dos chicas estaban de espaldas a mí.

P. Y eso, ¿hacia qué lado significa que miraban?

R. Estaban de espaldas al norte, mirando hacia la pista. Mike se encontraba sentado más cerca de la rubia de la coleta, en un ángulo que le permitía observar también la pista de baile.

P. ¿Eso sería hacia el oeste?

R. Sí, hacia el oeste. El mexicano seguía de cara a mí. Es decir, mirando hacia el norte.

P. ¿Y a la barra y las chicas?

R. Exacto.

P. ¿Y al este de Mike?

R. Ajá.

P. ¿Observó si pedían más copas en esa mesa?

R. Por lo que vi, la camarera sólo sirvió dos rondas.

P. ¿Recuerda quién las pidió?

R. No.

P. ¿Le pareció que las personas sentadas a esa mesa estaban ebrias?

R. Ese joven, el tal Mike, estaba borracho. Los otros tres, no.

P. ¿Los dos hombres bailaron con ambas chicas?

R. A partir de ese momento, dejé de prestar especial atención porque me marché a las once y media.

P. ¿Los cuatro seguían sentados a la mesa cuando usted se marchó?

R. Sí, señor.

P. ¿Dejó usted el Desert Inn acompañada?

R. Sí, señor.

P. ¿Y eran aproximadamente las once y media cuando se marchó?

R. Exacto.

P. ¿Regresó usted al local en algún momento de la noche?

R. A la una menos diez. Acompañé de vuelta al mismo tipo, que tenía que recoger un dinero que le debían.

P. ¿A qué hora llegaron?

R. A la una menos diez.

P. ¿Se fijó usted en la clientela que ocupaba las mesas y la barra del Desert Inn?

R. La zona de bar estaba prácticamente vacía.

P. ¿Se fijó en la mesa que, según ha dicho, ocupaban esas cuatro personas?

R. Estaba vacía.

P. ¿Vio usted en el restaurante a alguna de las personas que antes ha descrito?

R. No, a ninguna.

P. ¿Cuánto tiempo se quedó allí?

R. Unos minutos, apenas.

P. ¿Y entonces se marchó?

R. Sí, entonces me fui a casa.

POR EL SARGENTO LAWTON:

P. Si volviera a ver a ese mexicano alto y delgado que ha descrito, ¿sería capaz de identificarlo?

R. Creo que sí. Tenía esta parte de la cara tan chupada que si no lo hubiese visto sonreír habría jurado que le faltaban los dientes.

P. ¿Se refiere a la zona de la mandíbula?

R. Sí.

P. ¿Es el hombre que sacó a bailar a la pelirroja?

R. Sí. Y no oí que se lo pidiera.

P. ¿Pero bailaron?

R. Sí.

P. ¿Ese hombre era el que a usted le dio la impresión de que ya conocía a la pelirroja?

R. Exacto.

P. Muchísimas gracias, señora.

DECLARACIÓN CONCLUIDA A LAS 22.10 HORAS.

El miércoles por la mañana llegaron dos cartas a la comisaría de El Monte, dirigidas al jefe de Policía. La primera estaba escrita a máquina y llevaba matasellos de Fullerton, California.

Hemos estado siguiendo al señor C.S.I., de Santa Mónica, y en la fecha que dicen lo vimos arrojar ese cuerpo, el de la chica pelirroja, desde su Plymouth del 54 bicolor, rosa salmón y marrón chocolate. Verá que el hombre tiene antecedentes en varios departamentos de Policía del sur de California y que ha amenazado a varias personas. Lo consideramos basura y es el hombre a quien andan buscando. En el KI-28114 le dirán más.

La carta venía firmada por «Peggy Jane y Virgil Galbraith y señora, testigos oculares. Fullerton».

La segunda carta, con matasellos de Los Ángeles, estaba escrita a mano. En el sobre ponía: «Considere sus costumbres.»

Y así venga su pobreza como una que viaja y lo quiere como un hombre armado.

Olga creció en una casa de mala fama y aprendió de otros profesionales todo cuanto tenía que saber acerca de robos, hurtos y distracciones, y el ladrón es como un asesino. Su rastro se salpica de atracos a bancos; en los últimos meses, la sucursal de la calle Nueve y Spring, así como el «trabajo» en un banco de San Francisco, ciudad donde se la conocía como la Abuela. Olga se disfraza; ya ha rondado por los estudios de cine y ha sido ascensorista en el Ambassador; de este último empleo y del trabajo de camarera de hotel, ha desarrollado la técnica de robo y asesinato que ha puesto en práctica en Hollywood para matar a una mujer en un hotel, la señora Greenwald, a la señorita Epperson y a una mujer en un hotel de Los Ángeles. Numerosos asesinatos más; en meses recientes, una tal Stepanovich en MacArthur Park, y otros que no se han revelado al público. Olga merodea por la estación y museo de autobuses de Santa Fe Trailways y por Forest Lawn, así como por zonas y barrios al azar donde puede encontrar un hombre al que sisar la cartera, una mujer a la que sodomizar, un borracho al que atizar, un viajero al que desplumar, Olivera Street donde vende su cuerpo y limpia los bolsillos de los viajeros, y jóvenes —normalmente dos— con los que dormir en su guarida.

Olga tiene que dormir así que encuentra un hotel al otro lado del puente, en la calle Siete oeste de Los Ángeles. Por el camino está la tienda de Anthony Jr. y del viejo Thomas. Allí, Anthony la sedujo y A le paga con frecuencia. Ahora A vive en El Monte, para evitar un nuevo crimen. Llevaos a Anthony de El Monte, aplacándolo con fuego, u Olga os matará, a vosotros, a vuestros hijos y a vuestro amor porque quiere sacarle dinero a Anthony. Por eso, expulsadlo de nuestra ciudad, a menos que deseéis una epidemia social. Si nuestra ciudad permanece abierta de par en par a malhechores como Olga, continuaremos erradicando este mal. Los gobernantes son un terror para el mal. Ahora, el escritor busca dos eunucos para arrojar a Olga por la ventana. Por eso debéis enviarla donde están los eunucos, en un lugar donde las mujeres se precipitan. Enviadla al hospital del estado con el pretexto de arreglarle los pies. Ella nunca lleva pantalones —eso viola la ley contra la exhibición indecente—, y por eso se sube los calcetines, lo que le produce venas varicosas. Le puede dar un calambre y caer entre los coches, y, en el revuelo, el sheriff, el juez del Tribunal Supremo y el director médico del hospital del estado pueden ser arrollados y morir. ¿Dónde estaríais? Olga es rubia, tiene entre cuarenta y cuarenta y cinco y es su sospechosa.

Si los robos y asesinatos cesan, Olga es culpable de los que ya se han cometido. Cuanto más tiempo pase en la institución, más necesitará para que se perpetren crímenes con su marca habitual. Esto acabará por descubrirse, y entonces se caerá en la cuenta de que, aunque hay otros crímenes sin resolver en la zona en que ella vive y que se han atribuido a varones, ustedes, la policía, han estado buscando al sospechoso equivocado en el libro de la ciencia de la criminología del cual se les paga para que coman, duerman, hablen y viajen de vez en cuando. Una ciencia… El ladrón es un asesino, y aquel que gana un sueldo bajo, un envidioso; Olga sólo recibe unas pocas respuestas a sus anuncios, y los pies la obligan a dormir. Hay más mujeres que hombres y los disturbios en la zona de nacimiento por acciones y objetos simulados son parte del «trabajo» de un varón exhibicionista. Por lo tanto, el o la que ejerce violencia en el cuerpo de una persona debe escapar a un buen refugio. Que ningún hombre pague hasta que esa bestia femenina que denunciamos sea gaseada.

La carta no tenía firma. Iba acompañada de una hoja arrancada de una revista en italiano. En una cara de la hoja había un texto científico. En la otra, una gran fotografía de un colibrí.

La secretaria del jefe dejó ambas cartas en la bandeja de correspondencia del capitán Bruton.

El miércoles por la mañana circuló un boletín especial.

BOLETÍN ESPECIAL

ATENCIÓN… A LOS ORGANISMOS POLICIALES Y CUERPOS DE SEGURIDAD CIUDADANA DEL VALLE DE SAN GABRIEL

EL 22 DE JUNIO DE 1958 SE ENCONTRÓ EN LA ZONA DE EL MONTE EL CADÁVER DE UNA MUJER ESTRANGULADA. HA SIDO IDENTIFICADA COMO JEAN ELLROY, TAMBIÉN CONOCIDA COMO JEAN HILLIKEN Y COMO GENEVA O. ELLROY. SE CREE QUE EL SOSPECHOSO TODAVÍA TIENE CONSIGO O SE HA DESPRENDIDO DE VARIOS ARTÍCULOS DE VESTIR Y EFECTOS PERSONALES DE LA VÍCTIMA, INCLUIDOS UN BOLSO, DE DESCRIPCIÓN DESCONOCIDA, LAS LLAVES DEL BUICK 1957 DE LA VÍCTIMA, UN PAR DE ZAPATOS DE LA VÍCTIMA, POSIBLEMENTE DE PLÁSTICO DE COLOR CLARO CON TACONES ALTOS, UNAS BRAGAS DE MUJER Y UN LIGUERO.

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