Misterio En El Caribe

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Authors: Agatha Christie

 

Miss Mrple está de vacaciones en Barbados, invitada por su generoso sobrino. Siempre alerta, pasa su primer día en el hotel Golden Palm, conociendo al resto de los invitados: Tim y Molly Kendal dueños del hotel, Edward y Evelyn Hillingdon quienes, con Greg y Lucky Dyson, invierten su tiempo en expediciones botánicas que no son lo que intentan aparentar. Está también el excéntrico millonario Jason Rafael, su secretaria, Esther Walters y su sirviente Jackson. Finalmente está el mayor Palgrave, el pesado del hotel, cuyo catálogo de interminables cuentos le convierten en un payaso para el resto de los invitados. Él aborda a Miss Marple con un cuento sobre una extraña coincidencia...

Agatha Christie

Misterio En El Caribe

ePUB v1.0

Ormi
06.09.11

Título original:
A Caribbean Mystery

Traducción: Ramón Margalef Llambrich

Agatha Christie, 1964

Edición 1979 - Editorial Molino - 252 páginas

ISBN: 842720275X

Guía del Lector

En un orden alfabético convencional relacionamos a continuación los principales personajes que intervienen en esta obra:

DYSON
(Greg) y
DYSON
(Lucky): Esposos inseparables del matrimonio Hillingdon.

ELLIS
(Jim): Esposo de Victoria Johnson.

GRAHAM
: Médico.

HILLINGDON
(Edward): Coronel, militar retirado.

JACKSON
: Ayuda de cámara de mister Rafiel.

JOHNSON
(Victoria): Chica nativa de la isla en que se desarrolla la acción.

KENDAL
(Tim): dueño del “Golden Palm Hotel”.

KENDAL
(Molly): Esposa de Tim.

MARPLE
(Miss): Dama ya entrada en años, huésped del “
Golden Palm Hotel
”, y protagonista de esta novela.

PALGRAVE
: Comandante, militar retirado.

PRESCOTT
: Canónigo, uno de los huéspedes del “
Golden Palm Hotel
”.

PRESCOTT
(Joan): Hermana del anterior.

RAFIEL
(Mister): Anciano impedido, hombre de negocios muy rico.

ROBERTSON
: Médico de la policía.

WALTERS
(Esther): Secretaria de mister Rafiel.

WESTON
: Inspector, miembro de la policía de St. Honoré

Capítulo I
 
-
El Comandante Palgrave Cuenta Una Historia

—Fíjese usted en todo cuanto se habla de Kenya —dijo el comandante Palgrave—. Gente que no conoce aquello en absoluto, haciendo toda clase de peregrinas afirmaciones. Mi caso es distinto. Pasé catorce años de mi vida allí. Los mejores de mi existencia, a decir verdad...

Miss Marple inclinó la cabeza.

Era éste un discreto gesto de cortesía. Mientras el comandante Palgrave seguía con la enumeración de sus recuerdos, nada interesantes, miss Marple, tranquilamente, tornó a enfrascarse en sus pensamientos. Tratábase de algo rutinario, con lo cual estaba ya familiarizada. El paisaje de fondo variaba. En el pasado, el país favorito había sido la India. Los que hablaban eran, unas veces, comandantes y otras, coroneles o tenientes generales... Utilizaban una serie de palabras:
Simia
, porteadores, tigres,
Chota Hazri, Tiffin, Khitmagars,
etc. En el caso del comandante Palgrave los vocablos eran ligeramente distintos: safari,
Kikuyu
, elefantes,
swahili
... Pero, en su esencia, todo quedaba reducido a lo mismo: un hombre ya entrado en años que necesitaba de alguien que le escuchara para poder evocar los días felices del pasado, aquellos en que había estado corriendo por el mundo, cuando la espalda se mantenía bien derecha, los ojos eran vivos y los oídos muy finos. Algunos de tales parlanchines habían sido en su juventud arrogantes mozos y otros habían carecido, lamentablemente, de todo atractivo. El comandante Palgrave, en posesión de una faz purpúrea, un ojo de cristal y un cuerpo que, en general, recordaba al de una rana hinchada, pertenecía a la última de las categorías citadas.

Miss Marple había ejercitado en todos aquel tipo de caridad. Había permanecido sentada, inmóvil, inclinando, de vez en cuando, la cabeza, en un dulce gesto de asentimiento, siempre pendiente de sus propias reflexiones y gozando de lo que tuviera en tales momentos a mano o al alcance de la vista: en este caso, el azul del mar Caribe.

¡Qué amable, Raymond! Pensaba en él, agradecida. ¡Habíase mostrado tan atento, en realidad...! No acertaba a explicarse por qué razón se había tomado tantas molestias con su vieja tía. ¿Le remordía la conciencia, quizá? ¿Viejos sentimientos familiares que revivían? Seguramente le tenía cariño y...

Miss Marple se dijo que Raymond había demostrado siempre quererla. A su manera, eso sí. Se había empeñado en «ponerla al día». ¿Cómo? Enviándole libros, novelas modernas... Ella no acertaba a pasar por ciertas cosas. En esos libros aparecía gente desagradable, difícil, que no paraba de hacer cosas raras, las cuales, por añadidura, no producían a sus autores ningún placer, aparentemente. «Sexo.» Era ésta una palabra muy pocas veces mencionada en los años de juventud de miss Marple. Naturalmente, en relación con sus diversas sugerencias había habido de todo. En resumen: años atrás se gozaba frecuentemente más que en la actualidad, en determinados aspectos, y no se hablaba tanto. Bueno, eso creía ella, al menos. Todo el mundo había sabido ver dónde estaba el pecado y también pensar en éste de una manera lógica, preferible a la vigente después, en que aquél se consideraba casi una especie de deber.

Su mirada se posó por un momento en el libro que tenía abierto sobre su regazo, por la página 23. Hasta ésta había llegado y la verdad era que no tenía muchas ganas de seguir.

«—¿Quiere usted decir que carece por completo de experiencia sexual? —inquirió el joven, con un gesto de incredulidad—.¿ A sus diecinueve años ? ¡Pero si eso es absurdo! Se trata de una necesidad vital.

La chica abatió la cabeza, compungida. Sus brillantes cabellos cayeron en cascada sobre su rostro.

—Lo sé, lo sé... —murmuró.

Él la miró... Estudió detenidamente su manchado y viejo jersey, sus desnudos pies, con las sucias uñas de los pulgares. Olía a grasa rancia.. A continuación se preguntó por qué la encontraba tan tremendamente atractiva.»

Miss Marple también se formuló esa pregunta. ¡Qué cosa! Por supuesto, el ansia de saber, en el terreno sexual, era apremiante a más no poder, por lo cual no admitía aplazamientos... ¡Pobre juventud!

«Mi querida tía Jane: ¿por qué te empeñas en ocultar la cabeza debajo de un ala igual que si fueses, perdóname, un avestruz? Esta idílica vida rural te consume, te cierra todas las salidas. Una vida real, de verdad, eso es lo que importa.»

Este era Raymond... Tía Jane había bajado la cabeza avergonzada. Juzgábase de otro tiempo, pasada de moda.

Pero la vida rural no tenía nada de idílica. La gente del tipo de Raymond ignoraba muchísimas cosas. Durante el desarrollo de sus tareas en una parroquia campesina, Jane Marple había adquirido una serie de amplios conocimientos relativos a determinados hechos de la vida rural. No había experimentado la necesidad de hablar de ellos y mucho menos de darlos a conocer por escrito. Sin embargo, se los sabía de memoria. No se le habían olvidado, no. Recordaba innumerables complicaciones dentro del campo de lo sexual, unas veces naturales y otras... todo lo contrario: violaciones, incestos, perversiones de todas clases... (Había casos sorprendentes, de los cuales no tenían noticia ni siquiera los cultos hombres de Oxford, que se dedicaban exclusivamente a escribir libros).

Miss Marple volvió a concentrar su atención en el Caribe y cogió el hilo de la narración en que, ignorante de aquellas ausencias mentales, andaba empeñado el comandante Palgrave.

—Una experiencia nada vulgar —comentó—, muy interesante...

—Podría referirle un puñado de casos semejantes. Claro que no todos ellos son indicados para unos oídos femeninos...

Con la facilidad que da una larga práctica, miss Marple bajó los ojos, parpadeando levemente. El comandante Palgrave continuó con su versión extractada de las costumbres tribales en el escenario de su juventud, en tanto que su dócil oyente se ponía a pensar en su afectuoso sobrino.

Raymond West era un novelista de éxito, que ganaba mucho dinero. Amablemente se había propuesto hacerle la vida agradable a su tía. El invierno anterior ésta había padecido un fuerte amago de pulmonía. El médico habíale aconsejado mucho sol. Generosamente, Raymond sugirió un viaje a las Indias Occidentales. Miss Marple había formulado algunas objeciones: los gastos, la distancia, las incomodidades inherentes al desplazamiento... Tenía que abandonar su casa de St. Mary Mead. Raymond había echado todos sus argumentos por tierra. Un amigo que estaba escribiendo un libro necesitaba un lugar solitario, enclavado en plena campiña. «Cuidará de la casa. Es muy amante del hogar y sabe apreciar los detalles caseros. Un tipo extravagante. Bueno, quiero decir...»

Raymond se interrumpió al llegar aquí. Parecía ligeramente confuso... Estaba bien. Apelaba a la comprensión de su tía Jane, que sabía bastante de tipos raros.

Luego pasó a ocuparse de los siguientes puntos. El viaje no suponía en sí nada de particular. Utilizaría el avión... Una de sus amigas, Diana Horrocks, visitaría Trinidad, comprobando así si se hallaba debidamente acomodada. En St. Honoré pasaría a alojarse al «Golden Palm Hotel», que administraban los Sanderson. Una agradable pareja. Harían cuanto estuviese en su mano para que se hallase a gusto. Raymond se proponía escribirles inmediatamente.

Sucedió que los Sanderson habían regresado a Inglaterra. Pero sus sucesores, los Kendal, habíanse mostrado muy amables, asegurando a Raymond que no tenía por qué preocuparse con respecto a su tía. En la isla había un prestigioso doctor que podía ser utilizado en caso de emergencia. Por otro lado, ellos no perderían de vista a la dama en cuestión y se esforzarían por lograr que estuviese contenta.

La pareja había respondido a sus esperanzas. Molly Kendal era una rubia de aspecto candoroso que contaría apenas veinte años de edad. Por lo que había visto, siempre estaba de buen humor. Había acogido a miss Marple muy afectuosamente, desvelándose para que no echara de menos su casa. Idéntica disposición había descubierto en Tim Kendal, su marido, un hombre delgado, moreno, de unos treinta años.

Así, pues, allí se encontraba miss Marple, alejada de los rigores del clima inglés, propietaria, temporalmente, de un lindo «bungalow», rodeada de sonrientes chicas nativas que la atendían a la perfección. Tim Kendal solía recibirla a la entrada del comedor y siempre le gastaba alguna que otra broma oportuna al aconsejarla a la vista del menú de cada día. Un cómodo camino partía de la entrada de su casita en dirección a la playa, donde miss Marple podía sentarse cómodamente en un sillón de mimbre, viendo cómo los otros huéspedes del hotel se bañaban. Incluso había en el establecimiento varias personas de su edad. Mejor. Así disfrutaría de su compañía si ése era su deseo en determinado momento. Con tal fin podía pensar en mister Rafiel, el doctor Graham, el canónigo Prescott y su hermana, y el caballero que tenía delante, el comandante Palgrave.

¿Qué más podía desear una dama como ella, ya entrada en años?

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