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Authors: Agatha Christie

Misterio En El Caribe (16 page)

—No lo dudo, miss Marple.

—Sólo se requiere una leve murmuración en un par de puntos estratégicos. Nunca se afirma que la información fue lograda personalmente. Hay que decir, por ejemplo, que la señora B le dijo al coronel C, que según la opinión de X, etc. Las noticias son, invariablemente, de segunda, de tercera, ¡hasta de cuarta mano!, por lo que es imposible averiguar de quién partió el rumor. ¡Oh, sí! ¡Ya lo creo que es factible eso! Después la gente repite ante nuevas personas la habladuría, que se propaga, que se amplía incluso, que corre con la velocidad de un reguero de pólvora.

—Aquí, entre nosotros, debe haber alguien de cuya inteligencia no cabe dudar —declaró mister Rafiel, pensativo.

—Sí, tiene usted razón.

—Victoria Johnson debió ver algo, debió descubrir algún secreto importante. Supongo que luego pensaría en hacer chantaje.

—Tal vez no llegara siquiera a eso. En estos hoteles grandes las doncellas se enteran de cosas que determinados huéspedes no quieren que se divulguen. Con tal motivo, menudean por parte de aquéllos las propinas espléndidas y hasta los presentes en metálico. Es posible que la chica no advirtiera de buenas a primeras la importancia de su hallazgo o descubrimiento.

—El caso es que lo único que ha sacado en limpio de este asunto ha sido una puñalada en la espalda —señaló mister Rafiel brutalmente.

—Sí. Evidentemente existe alguien interesado en que no hablara.

—De acuerdo. Ahora veamos qué piensa usted de todo esto.

Miss Marple miró con un gesto de extrañeza a su interlocutor.

—¿Por qué está usted empeñado en creer que yo poseo más información que usted?

—Bueno. Es probable que ande equivocado... De todos modos, lo que a mí me interesa es apreciar sus ideas acerca de lo que usted conoce.

—Pero... ¿con qué fin?

—Aquí no puede uno hacer muchas cosas... aparte de dedicarse a ganar dinero.

Miss Marple no pudo disimular su sorpresa.

—Habla usted de dedicarse a ganar dinero... ¿Aquí?

—Si usted quiere, desde ese mismo hotel es posible enviar diariamente media docena de cables cifrados. Así es como yo me divierto.

—¿Cursa usted apuestas? —inquirió miss Marple dudosa, en el tono de quien se expresa en un idioma extraño.

—Algo por el estilo —manifestó mister Rafiel—. Enfrento mi talento con el de otros hombres. Lo malo es que esto no me ocupa mucho tiempo. He aquí la razón de que me haya interesado por lo sucedido en este mundillo del «Golden Palm». Ha conseguido picar mi curiosidad. Palgrave pasaba buena parte de su tiempo hablando con usted. No todo el mundo tiene la misma disposición para encajar un «rollo», miss Marple. ¿En qué se ocupaba normalmente? —Me refería cosas de su juventud, de sus viajes...

—Estoy seguro de que era así. Y de que la mayor parte de sus relatos resultarían pesadísimos. Además, habría que oírlos las veces que a él se le antojaran...

—Los hombres, cuando envejecen, se vuelven así, me parece. Mister Rafiel se irritó.

—Yo no voy por ahí contando cuentos a nadie, miss Marple. Continúe. Todo empezó con una de las historias de Palgrave, ¿no?

—Me dijo que conocía a un asesino. En realidad, nada hay de especial en esto... Me imagino que casi todo el mundo ha pasado por una cosa semejante.

—No comprendo lo que quiere decir.

—Me explicaré. Si usted mira hacia atrás, mister Rafiel, fijando la atención en determinados acontecimientos de su vida, recordará ocasiones en que alguien, sin más ni más, ha pronunciado descuidadamente unas frases como éstas: «¡Oh, sí! Conocía muy bien a Fulano de Tal... Murió de repente. Se dijo por unos y por otros que fue envenenado por su esposa, pero yo aseguraría que sólo hubo habladurías...» ¿Verdad que sí ha oído a alguien expresarse en tales términos?

—Es posible, no sé... Claro que nunca hablando en serio, naturalmente.

—El comandante Palgrave gozaba lo suyo refiriendo aquella historia. Eso es lo que yo pienso. Afirmaba poseer una instantánea fotográfica en la que se veía la figura de un asesino. Se proponía enseñármela..., pero no lo hizo.

—¿Por qué?

—Porque en el instante preciso vio algo, o alguien, mejor dicho. Se puso muy encarnado y tornó a guardar la fotografía en su cartera de bolsillo, pasando a hablar de otro asunto.

—¿A quién vio?

—Eso me ha dado no poco que pensar —declaró miss Marple—. Yo me hallaba sentada junto a mi «bungalow» y él se había acomodado casi enfrente de mí. Sea lo que sea lo que viese hubo de distinguirlo mirando por encima de mi hombro.

—Alguien avanzaba entonces por el camino de la playa a espaldas de usted, hacia la derecha, procedente de la escollera y el aparcamiento de coches...

—Sí.

—¿Divisó usted a alguien en ese camino a que he aludido?

—Por él avanzaba la señora Dyson con su marido y también los señores Hillingdon.

—¿No vio a nadie más?

—No... Desde luego, su «bungalow» caería asimismo dentro de su campo visual...

—¡Ah! Entonces nos vemos obligados a incluir otra pareja en el grupo: Esther Walters y Jackson, mi ayuda de cámara. ¿ Le parece bien? Cualquiera de los dos, supongo, pudo salir del «bungalow» y volver a entrar inmediatamente sin que usted lo advirtiera.

—Quizá... Yo no miré en seguida.

—Tenemos a los Dyson, los Hillingdon, Esther y Jackson... Uno de ellos es el criminal. También podría ser agregado yo a esa lista —dijo mister Rafiel.

Miss Marple sonrió levemente al oír sus últimas palabras.

—Palgrave se refirió a un asesino, concretamente, ¿no? ¿A un hombre, verdad ?

—Sí.

—Perfectamente. Eso nos obliga a prescindir de Evelyn Hillingdon, de Lucky y de Esther Walters. Así, pues, el criminal, suponiendo que todas las insensateces e hipótesis anteriores sean ciertas, hay que buscarlo entre Dyson, Hillingdon y mi querido Jackson, el individuo de las buenas palabras...

—Se ha olvidado de usted mismo —señaló miss Marple. Mister Rafiel no hizo el menor caso de su mal intencionada observación.

—No diga cosas que pueden irritarme... —se limitó a indicar a miss Marple—. Le confesaré algo que me produce una gran extrañeza y en la cual usted no ha reparado, creo. Si el asesino era uno de esos tres hombres, ¿por qué diablos no lo reconoció Palgrave antes? Todos se habrían visto infinidad de veces a lo largo de las dos semanas precedentes. ¿No le parece que eso no tiene sentido?

—Sí, sí puede tenerlo —opinó miss Marple.

—Explíqueme eso.

—Ciñéndonos a la historia referida por Palgrave hemos de tener en cuenta que aquél no había visto jamás al hombre de la fotografía. El relato le fue hecho al comandante por un médico. Éste le regaló la instantánea a título de curiosidad. Es posible que Palgrave la mirase con atención cuando fue puesta en sus manos, pero luego se la guardaría en la cartera, entre otros papeles, convertida en un recuerdo más. Ocasionalmente, quizá, mostraría la cartulina a aquel que escuchase su historia... Otra cosa, mister Rafiel: no sabemos de cuándo data. A mí no me facilitó ninguna indicación en este aspecto. Quiero decir que es posible que llevase años contando su historia. Algunos de sus relatos referentes a la caza de tigres son de veinte años atrás.

—Podían serlo, dada su avanzada edad —comentó mister Rafiel.

—En consecuencia, yo no creo ni por un momento que el comandante Palgrave identificara el rostro del hombre de la fotografía con el de otro que se enfrentara con él casualmente. Lo que a mí me parece que ocurrió, estoy casi completamente segura de ello, es que al sacar la instantánea de su cartera estudió la faz del personaje instintivamente, encontrándose al levantar la vista con otra
igual
, o muy semejante, cuyo dueño se aproximaba a él, hallándose en tal momento el desconocido a una distancia de tres o cuatro metros...

—Efectivamente. Su razonamiento es muy atinado.

—Palgrave se quedó desconcertado —prosiguió diciendo miss Marple—. Entonces se guardó a toda prisa la cartulina en la cartera, comenzando a hablar en voz alta de otra cosa.

—Por supuesto, aquella primera impresión no podía darle seguridades de ningún género —aventuró mister Rafiel.

—No. Pero más adelante, en cuanto se encontrara a solas, se pondría a examinar atentamente la fotografía, tratando de llegar a una conclusión: ¿había dado con una faz semejante o bien el hombre de carne y hueso que acababa de ver era el individuo de la fotografía?

Mister Rafiel reflexionó unos segundos. Luego movió la cabeza expresivamente.

—Aquí se ha deslizado algún error. La idea es inadecuada, absolutamente inadecuada. Él le estaba hablando a usted en voz alta, ¿no?

—Sí —respondió miss Marple—. Acostumbraba siempre a levantar la voz.

—Es cierto. Por consiguiente, cualquiera que se hubiera acercado a ustedes habría podido oírlo.

—Me imagino que su vozarrón era audible en bastantes metros a la redonda.

Mister Rafiel hizo otro movimiento denegatorio de cabeza.

—Es fantástico, demasiado fantástico —manifestó aquél—. ¿Quién no se echaría a reír al conocer tal historia? Aquí tenemos a un tipo ya entrado en años refiriendo un cuento que a su vez le fue relatado, mostrando a continuación una fotografía en la que aparece un individuo que tuvo que ver con un crimen cometido años atrás. Un año o dos, pongamos. ¿Cómo diablos va a preocupar eso al sujeto en cuestión? No existen pruebas... Hay, todo lo más, habladurías, circulando por diversos sitios, una historia de tercera mano. Incluso hubiera podido admitir la semejanza, comentando despreocupadamente: «Pues es verdad que me parezco a ése de la fotografía, tiene gracia. Qué coincidencia, ¿eh?» Nadie hubiera aceptado la sugerencia de Palgrave en serio. El hombre no tiene por qué temer nada, absolutamente nada. De haberse formalizado una acusación hubiera podido reírse de ella tranquilamente. ¿Por qué demonios decidió asesinar a Palgrave? Me parece un crimen innecesario. Piense en eso...

—Ya pienso, ya, en ese extremo —replicó miss Marple—. Y por tal motivo no puedo estar de acuerdo con usted. He ahí la causa de que yo me encuentre tan nerviosa, tan desasosegada. Hasta tal punto es cierto esto, que anoche no llegué a pegar un ojo.

Mister Rafiel escrutó su rostro.

—Veamos qué es lo que está pasando por su cabeza en estos momentos...

—Es posible que esté equivocada —manifestó miss Marple, vacilando.

—Es lo más probable —confirmó mister Rafiel, con su habitual falta de cortesía—. De todos modos, déjeme oír lo que ha estado usted madurando a lo largo de las horas de la madrugada.

—Existiría un móvil perfectamente fundamentado si...

—Si... ¿qué?

—Si dentro de poco, dentro de muy poco tiempo, tenía que haber
otro asesinato.

Mister Rafiel reflexionó. Luego intentó ponerse más cómodo en su silla.

—Acláreme eso.

—¡Oh! ¡Soy tan torpe a la hora de dar explicaciones! —Miss Marple hablaba atropelladamente y con alguna incoherencia. Tenía las mejillas arreboladas—. Supongamos que alguien había planeado cometer un crimen. Usted recordará que en su historia el comandante Palgrave se refirió a un hombre cuya esposa murió en misteriosas circunstancias. Más adelante, transcurrido cierto tiempo hubo otro crimen que presentaba idénticas características. Un hombre que llevaba otro apellido estaba casado con una mujer que falleció en condiciones parecidas y el doctor que contaba esto le identificó como el mismo sujeto pese a haber cambiado de nombre. Bueno. Todo indica, ¿verdad?, que el criminal pertenecía al tipo de los que repiten sus procedimientos...

—Sí. Se encuentran antecedentes de aquél, tanto en la literatura como en la realidad. Continúe.

—Yo entiendo —prosiguió miss Marple—, de acuerdo con lo que he leído y oído asegurar, que cuando un hombre comete una acción de esta clase y todo le sale bien por vez primera se siente inclinado a la repetición. Ve por todos lados facilidades; se tiene por un ser inteligente. Así es cómo llega a la segunda edición de su «hazaña». Al final aquello se convierte en un
hábito
. Elige en cada ocasión escenarios diferentes, adoptando otros nombres. Pero sus crímenes presentan muchos datos semejantes. Así es como yo opino, aunque muy bien pudiera estar equivocada...

—Por un lado admite tal posibilidad y por otro no cree en ella —subrayó con brusquedad el astuto mister Rafiel.

Miss Marple continuó hablando, sin comentar las anteriores palabras.

—De darse dichas circunstancias, de tener ese individuo hechos todos sus preparativos con el fin de cometer un crimen aquí mediante el cual aspiraba a desembarazarse de otra esposa, siendo el mismo el que hacía el número tres o el cuatro, hay que pensar que la historia referida por el comandante cobraba una singular importancia. ¿Cómo iba a tolerar el principal interesado que fuesen puestas de relieve a cada paso ciertas similitudes? Así han sido capturados algunos delincuentes. Las circunstancias en que se cometió un crimen llaman, por ejemplo, la atención de alguien que se apresura a comparar aquéllas con las de otro caso acerca del cual existen abundantes informes, contenidos en una serie de recortes periodísticos. ¿Comprende ya por qué el desconocido criminal no puede consentir que, teniendo su acción minuciosamente planeada y a punto de ser llevada a la práctica, vaya el comandante Palgrave por ahí, refiriendo despreocupadamente su historia y mostrando la pequeña fotografía?

Miss Marple hizo una pausa al llegar aquí, dirigiendo una mirada suplicante a mister Rafiel, quien seguía escuchando con atención, antes de agregar:

—En esas condiciones usted comprenderá que es preciso que actúe con rapidez, con la mayor rapidez posible.

—En efecto —contestó el anciano—. Aquella misma noche, ¿eh?

—Eso es.

—Un trabajo algo precipitado, pero factible —manifestó mister Rafiel—. No hay más que poner las tabletas en la habitación de Palgrave, extender el rumor acerca de su enfermedad y añadir una leve cantidad de esa endiablada droga cuyo nombre tiene, más o menos, una docena de sílabas, al famoso «ponche de los colonos»...

—En efecto... Pero eso ha pasado ya. No tenemos por qué preocuparnos por ello. Es el futuro lo que cuenta ahora. Eliminado el comandante Palgrave, destruida la fotografía,
ese hombre seguirá adelante con su plan, llevando a cabo el asesinato proyectado.

De los labios de mister Rafiel se escapó un silbido.

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