Misterio en la casa deshabitada (12 page)

Sus compañeros miráronle de hito en hito. Bets sintió un pequeño escalofrío en la espalda. Aquel John Henry Smith se le antojaba una persona en extremo temible y sospechosa, a quien no tenía el más mínimo deseo de conocer.

—No... no podemos ir a Limmering —tartamudeó la niña, con una vocecita apenas perceptible.

—No convino Fatty—. Pero ya os he dicho antes que podríamos telefonear. ¿Qué número era, Pip? ¿Limmering, 021?

—Eso es —asintió Pip—. Telefonea «tú», Fatty. Esto es muy importante. Si alguno de nosotros debe hablar con John Henry Smith, es preferible que seas tú.

—De acuerdo —masculló Fatty, con aire importante—. Iré a la cabina del teléfono público y telefonearé desde allí, ¿no te parece, Pip? Porque si tu madre me oye telefonear desde aquí, a lo mejor quiere enterarse de lo que ocurre.

—Tienes razón —convino Pip—. Ve al teléfono público. «Buster» se quedará aquí para no cansar su pata herida.

—¡Guau! —ladró «Buster», patéticamente.

Aquel día el perrito estaba muy raro, pues cada vez que quería un poco de bulla se levantaba cojeando miserablemente, moviendo a los chicos a profunda compasión. Por entonces, su fuerte patita estaba casi curada y ya no necesitaba vendaje. Pero «Buster» deseaba sacar el máximo partido de la situación mientras ésta se prolongase.

Así, pues, acompañó a Fatty demostrando con ello que no estaba dispuesto a abandonar a su amo bajo ningún pretexto. Y cojeando exageradamente lo siguió a la cabina telefónica.

Fatty sentíase algo excitado. ¡John Henry Smith era la clave del misterio... y, a poco, se pondría al habla con él!

Tomando el receptor, Fatty pidió el número que deseaba.

Una voz indicóle el dinero que tenía que introducir en la ranura. El chico obedeció y aguardó una respuesta, con el corazón palpitante. Por fin, oyó una voz al otro extremo del hilo que decía:

—¡Dígame!

—¡Ah... oiga! —respondió Fatty—. ¿Sería usted tan amable de decirme si vive ahí el señor John Henry Smith?

Sobrevino un silencio. Por último, la voz inquirió:

—¿Qué número pide usted?

Fatty repitió el número.

—¿Quién le dijo que podía usted llamar al señor Smith a este número? —insistió la voz—. ¿Quién es usted?

Fatty inventóse un nombre.

—Soy Donald Duckleby —murmuró.

Sucedióse otro raro silencio.

—¿«Qué» nombre ha dicho? —murmuró la voz, al fin.

—¿Podría usted decirme si el señor Smith vive aún en Limmering o bien se ha mudado a Peterswood? —aventuró Fatty, optando por valerse de la audacia.

Sabía perfectamente que John Henry Smith «no» se había mudado a Peterswood, pero pensó que no estaría de más darle un sobresalto.

Sobrevino un nuevo silencio. Esta vez fue tan largo, que Fatty intentó quebrarlo, diciendo:

—¡Oiga, oiga!

Pero no obtuvo respuesta. La persona al otro lado de la línea colgó el receptor. Fatty hizo lo propio, pensativo.

¡Poca cosa había sacado en limpio! ¡Ni siquiera sabía si el hombre con quien había hablado era John Henry Smith o no. En realidad, la gestión había sido muy poco satisfactoria. Aunque Fatty no había cifrado grandes esperanzas en aquella llamado telefónica, lo cierto es que esperaba algo más concreto de ella.

Al salir de la cabina pública, encontróse con el viejo Ahuyentador, que había estado observándole a través del cristal. De ahí los gruñidos de «Buster» en el curso de la llamada.

El señor Goon estaba francamente intrigado. ¿A quién telefoneaba aquel chico? ¿Acaso no tenía teléfono en su casa? ¡Pues claro que lo tenía! Pero probablemente había ido a un teléfono público para evitar que su madre se enterase de lo que decía. ¡Saltaba a la vista que aquella llamada telefónica guardaba relación con el misterio en que andaban metidos los muchachos!

—¿A quién has telefoneado? —inquirió el Ahuyentador.

—No creo que eso sea de su incumbencia —repuso Fatty adoptando el tono cortés que tanto solía sacar de tino al señor Goon.

—¿Habéis vuelto a Milton House? —preguntó el policía convencido de que aquella casa era la clave del misterio.

—¿A Milton House? —repitió Fatty, inocentemente—. ¿Dónde está eso?

Con un resoplido, el señor Goon sonrojóse gradualmente, hasta cobrar aquel tono púrpura que tanto fascinaba a los niños.

—No me vengas con monsergas —espetó el hombre—. Sabes perfectamente dónde está Milton House. ¡Incluso mejor que yo!

—¡Ah! —exclamó Fatty, como aquel que recapacita—. ¿Se refiere usted a aquel caserón donde estuvimos jugando al escondite hace unos días? ¿Por qué no viene usted alguna vez a jugar con nosotros, señor Goon?

«Buster» empezó a gruñir de nuevo, en tanto el señor Goon intentaba apartarlo. Aquello era lo malo que tenían sus conversaciones con Fatty. Que el chico llevaba siempre consigo al perro, y éste se las arreglaba para poner fin enseguida al diálogo.

Así, pues, cuando «Buster» se abalanzó a los tobillos del señor Goon, el policía propinóle un puntapié.

—¡Ahora no le lastime usted la «otra» pata! —protestó Fatty, induciendo a creer al señor Goon que el vendaje de la pata de «Buster» obedecía a los puntapiés que le había dado dos o tres días atrás.

—¡Pues llámalo para que me deje en paz! —rugió el Ahuyentador—. ¡Y tú, lárgate de aquí! ¿Qué tienes que hacer en un teléfono público? ¡La cuestión es enredar y meteros en lo que no os importa!

Y, dicho esto, el hombre alejóse, enfurruñado. El muchacho sonrió para sus adentros. ¡Pobre viejo Ahuyentador! ¡La labia de Fatty dejábale siempre aturullado!

El gordito regresó a casa de Pip. Los demás acogieron con interés los detalles de la llamada telefónica y regocijáronse al saber los recelos del Ahuyentador.

—De todos modos, Fatty —objetó Larry, tras reflexionar unos instantes—, no estoy seguro de que estuvieses muy acertado sacando a relucir Peterswood. Es posible que con ello «le» hayas puesto en guardia. Quiero decir que, si el señor Smith lleva algún juego bajo mano en Milton House, se habrá sobresaltado al saber que le conoce alguien en Peterswood, donde tiene su casa.

—¡Sopla! —exclamó Fatty, recordando la rapidez con que la persona con quien había hablado colgó el receptor al oír la palabra «Peterswood»—. ¡Creo que tienes toda la razón!

Milton House hallábase en las afueras de Peterswood. Por consiguiente, era muy posible que semejante alusión hubiese puesto seguidamente en guardia al señor John Henry Smith.

—¡En fin! —suspiró Fatty—. Si de veras le he puesto en guardia, probablemente acudirá corriendo a Peterswood para comprobar si su preciosa habitación secreta sigue intacta. De modo que, a lo mejor, precipitamos los acontecimientos. En lo sucesivo, vigilaremos constantemente la Milton House y así, si acude el señor Smith, podremos averiguar qué aspecto tiene.

—Pero por la noche no podremos vigilar —repuso Larry, dudosamente.

—¿Cómo que no? —saltó Fatty—. «Yo» puedo hacerlo perfectamente. Mi madre nunca sabe si estoy acostado o no.

—¡Pero, Fatty! —profirió Bets, horrorizada—. ¡No te atreverás a ir a Milton House a altas horas de la noche! Hará mucho frío y estará negro como boca de lobo. ¡Qué miedo me daría!

—No estará oscuro —replicó Fatty—. Tenemos casi luna llena. Y no pasaré frío. Me fijé que había una especie de glorieta en el jardín, vieja y ruinosa, y, si me llevo un par de buenas mantas, estaré estupendamente allí metido.

Sus amigos miráronle, atemorizados. A ninguno le habría hecho ninguna gracia ir solo a Milton House en plena noche.

—Nunca he sido miedoso —jactóse Fatty recreándose en la admiración de sus compañeros—. Por ejemplo, cuando tenía dos años fui a...

—¡Silencio! —ordenaron Larry y Pip—. Siempre lo estropeas todo cuando empiezas a fanfarronear.

—¿Te llevarás a «Buster»? —preguntó Bets.

—No sé —repuso Fatty—. Por una parte sería una compañía, pero por otra, a lo mejor le da por ladrar si oye pasos.

—¡Fijaos! —exclamó Bets súbitamente—. ¿Está nevando mucho!

En efecto, grandes copos blancos caían quedamente. Los muchachos acercáronse a la ventana a contemplarlos.

—Eso significa que tendré que extremar las precauciones para no dejar huellas de pisadas —decidió Fatty—. Entraré por el seto que rodea el jardín. La única ventaja será que «podré» averiguar si ha ido alguien a la casa, porque las huellas cantarán.

—¿Qué te parece si fuésemos todos a Milton House ahora? —propuso Pip—. Sólo para comprobar si hay alguna novedad.

—No —repuso Fatty—. Iremos mañana. No es probable que nuestro señor John Smith acuda hoy a la casa. Seguramente aguardará hasta mañana. Entonces, es posible que veamos algún rastro de él. Ahora propongo que juguemos a cualquier cosa.

Y tras jugar un rato a los Disparates, Fatty despidióse de los demás, diciendo:

—Presiento que nuestro misterio se está animando por momentos. ¡No me sorprendería que pronto empezaran a suceder cosas!

CAPÍTULO XIV
UNA NUEVA VISITA A MILTON HOUSE

A la mañana siguiente, los Cinco Pesquisidores y «Buster» encamináronse a Milton House. Como había una espesa capa de nieve, dejaron las huellas de sus pisadas tras sí.

Además, Pip y Bets debían pasar ante la casa del señor Goon para reunirse con los demás, no pudieron evitar que el policía les viera. El hombre estaba tan seguro de que los chicos andaban tras algún nuevo misterio, que decidió seguirlos, incapaz de soportar la idea de que, una vez más, le tomasen la delantera.

Comprendiendo que la bicicleta más bien le serviría de estorbo con toda aquella nieve, emprendió la marcha a pie, sin perderles de vista, procurando al mismo tiempo no ser descubierto por los interesados.

No obstante, apenas Pip y Bets reuniéronse con los demás, «Buster» descubrió que les seguían. El perrito se detuvo con un gruñido y volvióse a mirar tras sí. Los chicos le imitaron y vislumbraron el familiar uniforme azul marino deslizándose en un portillo.

—Es el Ahuyentador —refunfuñó Fatty, contrariado—. ¡Qué fastidio de hombre! No podemos ir a Milton House con él pisándonos los talones todo el tiempo. ¿Qué haremos?

—No estamos muy lejos de mi casa —observó Larry—. ¿Y si entrara yo un momento a escribir una nota que le indujese a pensar que «estamos» desentrañando un misterio distinto del que nos ocupa, esto es, un misterio inventado?

Todos se rieron.

—Sí —accedió Fatty—, y la dejaremos caer por el camino para que la recoja. Apuesto a que se abalanzará sobre ella y la leerá sin darse cuenta que es una trampa para atraerle a una pista falsa. Tal vez entonces cesará de molestarnos.

Total que Larry metióse en el jardín de su casa y escribió una precipitada nota con lápiz, que decía:

«Querido Fatty:

Te escribo unas letras para comunicarte que estoy sobre la pista del ladrón que robó aquellas joyas. Reúnete conmigo en Felling Hill, y te indicaré dónde escondió los objetos robados antes de llevárselos de nuevo. Tuyo,

LARRY.»

Con una sonrisa, Larry cerró el sobre y corrió a reunirse con los demás. A poco, la pandilla reanudó la marcha por la carretera, con la esperanza de que el señor Goon procediese a seguirles otra vez.

Fatty echóse a reír cuando Larry le dijo lo que había escrito.

—¡Qué gracia! —exclamó—. Ahora el viejo Ahuyentador creerá que andamos tras un ladrón de joyas y echará a correr como una liebre a Felling Hill para explorar el terreno. ¡Eso nos librará unas horas de él!

—Está allí, detrás de aquel árbol —susurró Bets—. No miréis atrás. Vosotros dos. Larry y Fatty, empujaos el uno al otro como si jugaseis, y, mientras lo hacéis, dejad caer la nota. Así el Ahuyentador creerá que la perdisteis.

—Buena idea, Bets —aprobó Fatty—. Prometes ser una excelente detective.

Los chicos prosiguieron el camino y cuando juzgaron estar lo suficiente a la vista del Ahuyentador, procedieron a empujarse los unos a los otros como si jugasen alocadamente.

Larry y Fatty acercáronse al bordillo de la acera, y en plena refriega, Larry soltó la nota. Luego, los cinco chicos y «Buster» reanudaron la marcha. «Buster» estuvo a punto de estropearlo todo, retrocediendo para olfatear la nota.

—¡Eh, «Buster»! —cuchicheó Fatty—. ¡Ven acá, estúpido, y deja eso! ¡Pobre de ti si lo coges y lo traes!

Aunque sorprendido, «Buster» tuvo el buen sentido de dejar la nota donde estaba, y, cojeando, siguió a los muchachos, algo ofendido por el rapapolvo de Fatty.

—¿Conseguiremos ver si el viejo Ahuyentador la recoge? —interrogó Larry con excitación— Supongo que lo hará.

—Vosotros seguid andando —ordenó Fatty—. Entretanto yo entraré en la confitería para observar sus movimientos.

Y, mientras compraba chocolate, Fatty comprobó con satisfacción que el señor Goon recogía la nota.

«¡Apuesto a que la leerá! —se dijo Fatty, complacido— ¡Es tan fisgón el hombre!»

El señor Goon metióse el sobre en el bolsillo con el propósito de leer su contenido. Por espacio de unos instantes, estuvo indeciso entre seguir a los chicos o regresar a su casa a leer la nota, diciéndose que tal vez ésta le sacaría de dudas de una vez.

Por fin decidió volver a casa. Tras leer la nota, exclamó con un resoplido:

—¡Atiza! ¡Ya decía yo que esos chicos traían algo entre manos! Ahora se dedican a seguir la pista a un ladrón. Me figuro que se trata del robo Sparling. ¿Quién iba a suponer que el ladrón vendría por aquí? Los chicos aseguran que anda por Felling Hill. Tendré que darme una vuelta por allí, ¡y cómo me llamo Teófilo Goon que sacaré algo en limpio!

El hombre rebosaba de satisfacción.

«Esos chicos se creen muy listos —pensó el policía—, pero, a las primeras de cambio, pierden una nota y descubren su juego. Ahora sé que persiguen. ¡Ya me figuraba que andaban metiendo nuevamente las narices donde no deben! ¡Qué pandilla de entrometidos!

Y tras reflexionar unos instantes, murmuró:

—Vamos a ver: Larry afirma que el ladrón escondió las joyas en Felling Hill y luego se las llevó otra vez. ¿Adonde, pregunto yo? ¿Por qué se interesan tanto esos chavales en Milton House? ¡Ah, ya caigo! ¡Seguramente el ladrón ha escondido las joyas en algún rincón de aquella casa deshabitada!

Eso no era en modo alguno lo que Larry deseaba que pensara el señor Goon. Pero el policía, por su parte, no cabía en sí de gozo. ¡Por fin veía las cosas claras! Aquellos chavales habían descubierto el misterio del robo Sparling, la pista del ladrón y el lugar donde éste había escondido, provisionalmente, su botín. Al presente, los chicos estaban de nuevo sobre la pista del mencionado botín... y, a buen seguro, Milton House era la clave del misterio que estaban persiguiendo.

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