Muerte de la luz (43 page)

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Authors: George R.R. Martin

Tags: #Ciencia Ficción

Frente a Dirk, el kimdissi adoptaba una actitud intranquila y suspicaz, ahogándolo alternativamente con sus efusiones y volviendo a la normalidad cuando Dirk se mostraba reticente. De los comentarios de Ruark durante la primera guardia que hicieron juntos, Dirk dedujo que el ecólogo no veía el momento de abordar el
Teric neDahlir
, la nave del Confín que debía arribar la semana entrante. Lo único que parecía interesarle era permanecer en un refugio seguro y marcharse de ese mundo lo antes posible.

Pero Gwen Delvano, pensaba Dirk, esperaba algo totalmente diferente. Mientras Ruark escrutaba el horizonte con aprensión, Gwen no cabía en sí de ansiedad. Dirk recordó las palabras que ella le había dicho mientras conversaban en Kryne Lamiya: "Es hora de que
nosotros
seamos los cazadores". Esas palabras seguían en pie. Cuando Dirk montaba guardia con ella, Gwen se hacía cargo de todo. Se sentaba frente a la ventana alta y angosta con una paciencia casi infinita, los binoculares colgados sobre el pecho, los brazos acodados en el alféizar, el jade-y-plata junto al hierro vacío. Hablaba con Dirk sin mirarle; siempre tenía los ojos vueltos hacia afuera. Gwen rehusaba apartarse de la tronera, salvo para ir al baño. De vez en cuando alzaba los binoculares y estudiaba un edificio distante donde creía haber atisbado algún movimiento, y con menos frecuencia le pedía a Dirk un cepillo y se alisaba la melena negra que el viento le arremolinaba de continuo.

—Espero que Jaan se equivoque —dijo una vez mientras se cepillaba la cabellera—. Prefiero que quienes vuelvan sean Lorimaar y su
teyn
, y no Bretan —Dirk le dio a entender que estaba de acuerdo pues Lorimaar, mucho más viejo y para colmo, herido, sería mucho menos peligroso que el duelista tuerto que lo perseguía. Pero ante esas palabras, Gwen bajó el cepillo y lo miró con curiosidad—. No —dijo—, no es por eso, en absoluto.

En cuanto a Jaantony Riv Lobo alto-Jadehierro Vikary, nada parecía abatirlo tanto como la espera. Mientras estaba en acción, mientras se le exigía ejecutividad, había sido el Jaan Vikary de costumbre: fuerte y enérgico, un líder. El ocio lo había transfigurado. No tenía función que cumplir; por el contrario, disponía de un tiempo ilimitado para sus cavilaciones, y eso no era bueno. Aunque rara vez se mencionaba a Garse Janacek en esos días, era obvio que el espectro del
teyn
barbirrojo acosaba a Jaan, que a menudo se comportaba hurañamente. Empezó a sumirse en hoscos silencios, que a veces duraban horas.

En un principio había insistido en que nadie abandonara nunca la torre; ahora era él quien salía a caminar largamente al alba y al atardecer, cuando no le tocaba guardia. En las horas de guardia solía divagar evocando su niñez en los clanes de la Congregación de Jadehierro. También contaba relatos históricos cuyos héroes eran mártires como Vikor alto-Acerorrojo y Aryn alto-Piedraviva. Nunca hablaba del futuro, y muy rara vez de las circunstancias presentes. Observándolo, Dirk casi creía entrever el torbellino interior del hombre. En esos pocos días, Vikary lo había perdido todo: su
teyn
, su mundo y su pueblo, y hasta el código por el que había regido su vida. Ahora luchaba contra él. Ya había adoptado a Gwen como
teyn
, aceptándola con una independencia plena y total que nunca había demostrado hacia ella misma, o hacia Garse, individualmente. Y Dirk percibía que Jaan también trataba de atenerse a su propio código, se aferraba desesperadamente a los jirones de honor kavalar que aún le quedaban. Era Gwen, no Jaan, quien hablaba de cazar a los cazadores, de animales que se mataban unos a otros, ahora que no había códigos en Worlorn. Parecía hablar por su
teyn
y por ella misma, pero Dirk no creía que ése fuera el caso. Cuando Vikary aludía a una lucha inminente, siempre parecía sugerir que tendría que enfrentar en duelo a Bretan Braith. Cuando salía a caminar por la ciudad practicaba con el rifle y la pistola. "Si he de batirme a duelo con Bretan, tengo que estar preparado", solía decir. Y se ejercitaba diariamente como un autómata, por lo general a la vista de la torre; se entrenaba para cada modo de duelo kavalar. Un día practicaba el cuadrado de la muerte y el tiro a diez pasos, abatiendo a sus inexistentes antagonistas. Y al siguiente, disparaba a discreción y a lo largo de la línea, y luego practicaba el duelo a un disparo, y de nuevo el cuadrado de la muerte. Los que montaban guardia lo cubrían y rogaban que ningún enemigo avistara las reiteradas vibraciones luminosas. Dirk tenía miedo, Jaan era la fuerza del grupo, y ahora estaba perdido en ese ensueño marcial, en esa presunción de que Bretan Braith respetaría pese a todo las cortesías del código. Pese a la célebre destreza duelística de Vikary, pese al ritual de diario entrenamiento, a Dirk le parecía cada vez más improbable que el Jadehierro pudiera derrotar a Bretan en un combate individual.

La cara deforme del Braith solía atormentar a Dirk en pesadillas recurrentes: Bretan con su extraña voz y su ojo fulgurante y su tic grotesco, el perfil delgado, terso e inocente de Bretan, Bretan el destructor de ciudades. Dirk despertaba de esos sueños sudoroso y exhausto, en medio de la cama deshecha, recordando los chillidos de Gwen (lamentos ásperos y agudos como el canto de Kryne Lamiya), y el modo en que Bretan lo miraba a él. Para borrar esas visiones sólo contaba con Jaan, y Jaan, aunque conservara cierta fortaleza, era ahora víctima de un tenaz fatalismo.

Era la muerte de Janacek, pensaba Dirk, y más que eso, las circunstancias que rodeaban esa muerte. Si Garse hubiera muerto en forma más normal, Vikary sería un vengador más feroz, más implacable e invencible que Myrik y Bretan combinados. Pero así, Jaan estaba convencido de que su
teyn
lo había traicionado para perseguirle como a un animal o un Cuasi-hombre. Y esa convicción lo destruía. Más de una vez, montando guardia en compañía del Jadehierro, Dirk se sintió tentado de contarle la verdad, de precipitarse hacia él y gritarle
¡No, no! ¡Garse era inocente, Garse lo amaba, Garse habría muerto por usted!
Pero no le dijo nada. Si la melancolía, el peso de la traición y la pérdida de la fe consumían de tal modo a Vikary, la verdad lo habría matado en el acto.

De modo que los días transcurrían y las fisuras aumentaban. Y Dirk observaba a sus tres compañeros con creciente aprensión. Mientras Ruark esperaba la fuga, Gwen la venganza, y Jaan Vikary la muerte.

Capítulo 15

El primer día de vigilancia llovió casi toda la tarde. Los nubarrones habían estado apiñándose hacia el este toda la mañana, cada vez más oscuros y amenazadores, velando de tal modo al Gordo Satanás y sus hijos que el día era aún más lúgubre que de costumbre. Cerca del mediodía se desató la tormenta. El ruido era atroz. Los vientos silbaban con tanta tenacidad que la torre de vigilancia parecía temblar, e hirvientes ríos de agua parda barrían las calles y se despeñaban en las alcantarillas de piedraviva. Cuando finalmente salieron los soles, poco antes del atardecer, Larteyn brilló con un resplandor húmedo, las calles y los muros se veían más limpios que nunca. La Fortaleza de Fuego casi infundía esperanzas. Pero eso fue el primer día.

El segundo día todo volvió a la normalidad. El Ojo del Infierno trazó un lento surco rojo en el cielo, abajo Larteyn relumbró pálida y negra, y el viento trajo nuevamente el polvo del llano que el día anterior habían lavado las lluvias. En el crepúsculo de la tarde Dirk atisbó un aeromóvil. Se materializó por encima de las montañas, un punto negro, y sobrevoló el llano antes de emprender el descenso. Dirk lo observó atentamente por los binoculares, los brazos acodados en el antepecho de piedra de la tronera. No conocía ese vehículo, un artefacto negro y muerto, un pequeño murciélago estilizado con alas anchas y enormes ojos-faros. Vikary compartía la guardia con él. Dirk lo llamó y Jaan observó con indiferencia.

—Sí, conozco ese aparato —dijo Jaan—. Nada que nos importe, t'Larien. Sólo los cazadores de la Confraternidad de Shanagato. Gwen informó que los vio partir esta mañana —el aeromóvil ya había desaparecido, perdiéndose tras de los edificios de Larteyn. Vikary volvió a su asiento y dejó a Dirk librado a sus reflexiones.

En los días que siguieron, Dirk vio varias veces a los Shanagato, y nunca dejaban de parecerle irreales. Qué extraño era pensar que iban y venían sin sentirse afectados por lo sucedido, que seguían viviendo como si Larteyn fuera aún una ciudad tan pacífica y moribunda como aparentaba, como si nadie hubiera perecido en ella. Estaban tan cerca de todo, y a la vez tan distantes y alejados; podía imaginarlos de regreso en su clan de Alto Kavalaan, comentando lo monótono y aburrido que era Worlorn. Para ellos nada había cambiado; Kryne Lamiya aún cantaba su elegía gemebunda y Desafío era todavía una ciudad pletórica de luz, vida y promesas. Los envidiaba.

El tercer día Dirk despertó de una pesadilla especialmente virulenta en la que luchaba solo contra Bretan. Y no pudo volver a conciliar el sueño. Gwen, que descansaba de su guardia, caminaba de un lado al otro en la cocina. Dirk se sirvió un tazón de cerveza y escuchó las quejas de Gwen.

—Ya deberían estar aquí —protestaba—. No puedo creer que aún sigan buscando a Jaan. ¡Sin duda, tienen que haberse enterado de lo que pasó! ¿Por qué no vuelven? —Dirk simplemente se encogió de hombros y deseó que no aparecieran nunca; el
Teric neDahlir
no tardaría en llegar. Esas palabras irritaron a Gwen—. ¡No me importa! —barbotó, y luego se sonrojó avergonzada; se acercó y se sentó a la mesa, bajo el ancho pañuelo verde tenía profundas ojeras. Tomó la mano de Dirk y entrecortadamente le contó que desde la muerte de Janacek, Vikary no la había tocado siquiera. Dirk le dijo que las cosas cambiarían en cuanto llegara la nave estelar, en cuanto todos estuvieran lejos de Worlorn. Gwen salió sonriendo y luego rompió a llorar. Cuando ella lo dejó a solas, Dirk fue en busca de la joya susurrante y la apretó en el puño, recordando.

El cuarto día, mientras Vikary daba una de sus riesgosas caminatas crepusculares, Gwen y Arkin riñeron durante la guardia, y ella le dio un culatazo en la cara, que sólo recientemente se había empezado a deshinchar, gracias al hielo y los ungüentos. Ruark bajó la escalerilla de la torre farfullando que Gwen había perdido la cabeza y trataba de matarlo. Dirk, arrancado de un profundo sueño, estaba de pie en la sala cuando apareció el kimdissi, quien al verlo a él quedó petrificado. Ninguno de los dos hizo comentarios, pero después de ese episodio Ruark adelgazó rápidamente, y Dirk tuvo la certeza de que Arkin
sabía
lo que hasta el momento sólo había sospechado.

La mañana del día sexto, Ruark y Dirk compartían la guardia en silencio cuando el kimdissi, en un repentino acceso de furia, arrojó el láser al otro lado del cuarto.

—¡Maldito sea! —exclamó—. Braith, Jadehierro…, lo mismo da. Son todas bestias kavalares, eso es lo que son, ¡sí! Y usted, el gran hombre de Avalon, ¿eh? No es mejor que ellos, de ninguna manera. Mírese un poco. Debí dejar que se batiera a duelo, para matar o ser muerto, como usted quería. Eso lo habría hecho feliz, ¿eh? Claro, claro. Amé a la dulce Gwen y a usted lo consideré un amigo, ¿y cómo me lo agradecen? ¿Cómo, cómo? —las carnosas mejillas estaban huecas y consumidas; los ojos pálidos se movían incesantemente.

Dirk lo ignoró, y Ruark no tardó en callarse. Pero más tarde, esa misma mañana, después de pasar horas de cara a la pared con el láser en la mano, el kimdissi volvió a hablar.

—Yo también fui amante de ella, ¿sabe? —dijo—. Ella no se lo ha contado, lo sé. Pero es la verdad, la pura verdad. En Avalon, mucho antes que ella conociera a Jaantony y aceptara ese maldito jade-y-plata, la noche que usted le envió la joya susurrante. Estaba totalmente ebria. Hablamos y hablamos, y ella bebía y bebía, y más tarde me llevó a la cama. Y al día siguiente ni se acordaba, ¿sabe usted? Ni se acordaba… Pero eso no importa. Lo cierto es que yo también fui su amante —le temblaba el cuerpo—. Nunca se lo dije a ella, t'Larien, ni traté de revivir el episodio. No soy un idiota como usted, y sé lo que soy; fue sólo algo pasajero pero en ese momento existió, y le enseñé muchas cosas y fui amigo de ella, y soy muy bueno en mi trabajo, claro que sí —se interrumpió, recobró el aliento y luego abandonó la torre calladamente, aunque aún faltaba una hora para que Gwen viniera a relevarlo.

Cuando ella al fin subió, lo primero que hizo fue preguntarle a Dirk qué le había dicho a Arkin.

—Nada —respondió él, sinceramente; después preguntó por qué, y ella le contó que Ruark la había despertado a gritos, repitiéndole una y otra vez que ocurriera lo que ocurriese, ella tenía que asegurarse de que el trabajo que habían realizado se publicara, y que el nombre de él también debía figurar. Dirk cabeceó, dejó los binoculares y le cedió a Gwen el puesto frente a la tronera. Pronto cambiaron de conversación.

El séptimo día Dirk y Jaan Vikary compartieron la guardia de la noche. La ciudad kavalar refulgía opacamente; los bulevares de piedraviva parecían láminas de cristal negro bajo las que ardían tenues llamas rojas. Cerca de la medianoche, una luz titiló sobre las montañas. Dirk la observó acercarse a la ciudad.

—No se ve bien, está oscuro —dijo—. Pero me parece que tiene forma de cúpula. ¿Lorimaar…?

Vikary se le acercó. El aeromóvil se aproximó en silencio, deslizándose sobre la ciudad, y la silueta se recortó con nitidez.

—Es el coche de Lorimaar —dijo Jaan.

Lo observaron sobrevolar el llano y luego virar nuevamente hacia la pared rocosa y la entrada del garaje subterráneo.

—Nunca lo habría creído —dijo pensativamente Vikary.

Bajaron a despertar a los demás.

El hombre emergió de la oscuridad de los elevadores para encontrarse frente a dos láseres. Gwen le apuntaba con la pistola, casi con resignación. Dirk, armado con un rifle de caza, había esperado apuntando a la puerta del ascensor y ahora apretaba la mirilla contra la cara, listo para disparar. Jaan Vikary era el único que no lo encañonaba; asía el rifle entre los dedos, y llevaba la pistola en la funda.

Las puertas del ascensor se cerraron a espaldas del hombre, que se quedó rígido, comprensiblemente asustado. No era Lorimaar. No era nadie que Dirk conociera.

Dirk bajó el arma y el hombre los miró uno por uno. Finalmente, se detuvo en Vikary.

—Alto-Jadehierro —dijo con un hilo de voz—, ¿qué significa esto?

Era un hombre de estatura mediana, de cara equina y barbada, larga melena rubia y figura desgarbada. Vestía un traje tornasolado que entonces era gris rojizo, arrebatado y febril como los bloques de piedraviva del embaldosado. Vikary estiró el brazo y apartó suavemente la pistola de Gwen, que de pronto enfundó el arma como despertando de un trance.

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