Muerte de la luz (39 page)

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Authors: George R.R. Martin

Tags: #Ciencia Ficción

El viento le acompañaba constantemente; soplaba desde atrás, azotándole la espalda, y él agradecía el impulso extra que le daba. Le hacía restallar el faldón del gabán contra las piernas y le volcaba el pelo en los ojos. Abajo, soplaba en el bosque encorvado, haciendo susurrar los árboles más flexibles, sacudiendo a los más duros con manos frías y frenéticas, arrancándoles las hojas. Sólo los estranguladores permanecían rígidos, pero eran la mayoría. El viento se escurría por las ramas entrelazadas con un silbido salvaje. Era un sonido adecuado, pensó Dirk; éste era el viento de Kryne Lamiya, nacido en las montañas y controlado por las máquinas climáticas de Oscuralba, y ahora corría hacia su destino. Adelante aguardaban las torres blancas, y las manos yertas lo atraían hacia ellas.

También se oían otros ruidos: golpeteos en la espesura, aullidos de depredadores nocturnos, el murmullo de un riachuelo, el fragor de un torrente. Varias veces se oyó el parloteo chillón de los espectros arbóreos, y Dirk vio formas menudas que brincaban de rama en rama. Los ojos y los oídos se le agudizaron extrañamente. Sobrevoló un ancho lago y oyó un chapoteo en las aguas negras, luego ruidos aislados. Lejos, en la costa, un gimoteo sordo y breve rasgó la noche. Y a espaldas de Dirk, una respuesta desafiante; un chillido ululante y prolongado. El banshi.

Ese ruido le amedrentó cuando lo oyó por primera vez. Pero pronto se le fue el miedo. Cuando estaba desnudo en el bosque, el banshi era una amenaza terrible, la muerte materializada en el aire. Ahora tenía rifle y pistola, y la criatura apenas era una amenaza. De hecho, reflexionó, quizás era un aliado. Una vez le había salvado la vida. Tal vez lo hiciera de nuevo…

La segunda vez que el banshi emitió su estridente chillido, aún detrás de él, pero ahora a más altura, Dirk sonrió. Se elevó para volar más alto que la criatura, y trazó un lento círculo para tratar de avizorarla. Pero aún estaba lejos, negra como su ropa tornasolada, y Dirk no vio más que una vaga ondulación contra la arboleda, acaso ramas agitadas por el viento.

Manteniéndose a esa altura, consultó nuevamente la brújula y viró para seguir volando rumbo a Kryne Lamiya. Esa noche creyó oír dos veces más la llamada del banshi, pero el sonido era tenue y distante y no podía estar seguro.

Clareaba hacia el este cuando oyó las primeras notas flotando en el aire; dispersos fragmentos de desesperación, demasiado familiares para su gusto. La ciudad oscuralbina no estaba lejos.

Disminuyó la velocidad, preocupado. Había seguido el curso que presuntamente había tomado Jaan Vikary, pero no había visto nada. Tal vez su conjetura era errónea. Tal vez Vikary había tomado una dirección totalmente opuesta. Pero no lo creía. Lo más probable era que él hubiera pasado de largo, sin ver y sin ser visto, a causa de la oscuridad.

Desanduvo el camino, ahora con el viento en contra, y los dedos fríos y espectrales de Lamiya-Bailis le rozaron las mejillas. Esperaba que la luz del día le facilitara la búsqueda.

El Ojo del Infierno se elevó, y los Soles Troyanos, uno por uno. Nubes tenues y deshilachadas recorrieron el cielo melancólico mientras las brumas matinales empañaban el suelo del bosque. La floresta se tornó amarillo-pardusca; por todas partes los estranguladores se abrazaban como amantes inexpertos, y las ramas cerúleas reflejaban pálidos destellos rojos. Dirk se elevó para ampliar su campo visual. Vio ríos, el destello del sol en el agua. Y lagos plagados de malezas donde el sol relumbraba, pues una pátina verdusca cubría la oscura superficie. Y nieve, o algo que le pareció nieve hasta que al acercarse, comprobó que era una colonia de hongos blancuzcos.

Vio una línea de demarcación, una estribación rocosa que atravesaba el bosque de norte a sur, recta como si la hubieran trazado con regla. Y extensiones fangosas, negras y pardas y hediondas, a ambos lados de un ancho y perezoso curso de agua. Y un peñasco de piedra áspera y gris que se elevaba imprevistamente en medio de la floresta. Había estranguladores al pie del peñasco y también en la cima, en posturas insólitas, pero la rocosa pared vertical estaba desnuda, salvo por algunos líquenes blancos y el cadáver de un enorme pájaro en su nido.

No vio a Jaan Vikary ni a sus perseguidores.

A media mañana, los músculos le dolían de cansancio. El brazo empezaba a molestarle otra vez, y sus esperanzas empezaban a desvanecerse. El boscaje continuaba sin interrupciones, kilómetros y kilómetros; un mundo silencioso velado por el crepúsculo. Era como buscar una aguja en un pajar. Viró nuevamente hacia Kryne Lamiya, convencido de que había retrocedido demasiado. Vagabundeó en zig-zag en lugar de volar en línea recta, escrutando el bosque. Estaba agotado. Cerca del mediodía decidió sobrevolar en círculos la zona más probable, descendiendo en espiral para investigarlo todo.

Y oyó el chillido del banshi.

Esta vez también pudo verlo. Volaba bajo, cerca de los árboles, muy lejos de él. Parecía increíblemente lento y quieto. El cuerpo negro y triangular flotaba como inmóvil; planeaba en el viento de Oscuralba con las alas desplegadas. Cuando quería cambiar de rumbo se dejaba elevar por las corrientes y trazaba un amplio círculo antes de descender nuevamente. Dirk, a falta de otra ocupación, decidió seguirlo. El banshi volvió a chillar. El sonido flotó en el aire.

Y luego Dirk oyó una respuesta.

Tecleó los controles y emprendió un rápido descenso, escuchando, nuevamente alerta. El sonido había sido débil pero inequívoco; una jauría de sabuesos Braith, ladrando de furia y de miedo. Perdió de vista al banshi (ya no le interesaba), y persiguió el eco del ladrido. Creía haberlo oído hacia el norte. Voló hacia el norte.

En las cercanías, un sabueso soltó un aullido.

Dirk de pronto se alarmó. Si volaba muy bajo los sabuesos tal vez le ladraran a él, y no al banshi. Era una situación harto peligrosa. El gabán imitaba los colores del cielo de Worlorn, pero la superficie plateada del patín centellaría en el aire si alguien levantaba los ojos. Y con un banshi en los alrededores, sin duda levantarían los ojos.

Pero si quería ayudar a Jaan Vikary y a su Jenny, no le quedaba alternativa. Aferró el arma con firmeza y continuó descendiendo. Abajo, atravesando la floresta como un cuchillo, corría un río verde azulado. Dirk enfiló hacia él, mirando atentamente en todas direcciones. Oyó el estruendo de unos rápidos, siguió el sonido, los ubicó. Desde arriba parecían turbulentos y peligrosos. Rocas desnudas asomaban como dientes podridos, pardos y deformes, rodeadas de aguas feroces y bullentes; en ambas márgenes se apiñaban los estranguladores. Río abajo el cauce se ensanchaba y las aguas perdían velocidad. Dirk miró fugazmente hacia ese lado, luego observó nuevamente los rápidos. Sobrevoló el agua, viró, volvió a cruzarla.

Ladró un perro, otros le imitaron.

Dirk exploró nuevamente el brazo más apacible. Puntos negros en el río, vadeándolo donde la corriente era más caudalosa. Voló hacia allá. Los puntos crecieron de tamaño y cobraron forma humana. Un hombre cuadrado y menudo con ropas pardo-amarillentas, luchando por vadear el río. Otros hombres en la costa, con seis sabuesos.

El hombre en el agua retrocedió. En la mano llevaba un rifle. Era bajo y corpulento. La cara macilenta, el torso macizo, brazos y piernas gruesas: Saanel Larteyn, el
teyn
de Lorimaar. Y Lorimaar en la orilla, refrenando a la jauría. Ninguno de los dos miraba el cielo. Dirk disminuyó la velocidad para mantenerse a distancia.

Saanel salió del agua. Estaba en la margen del río donde se encontraba Lorimaar, la opuesta a Kryne Lamiya, pero obviamente quería cruzar. Aunque no aquí. Ahora los dos cazadores se alejaban río abajo, tambaleándose entre las malezas, las rocas y los estranguladores que poblaban la ribera. Dirk no los siguió. Tenía el aeropatín y sabía hacia dónde se dirigían; de ser necesario, les encontraría más tarde. Pero, ¿dónde estaban los otros; Rosef y su
teyn
, y Janacek? Viró y voló río arriba tras recobrar un poco las esperanzas. Si la partida se había dividido, todo resultaría más fácil. Voló rápidamente cerca del río, a dos metros del agua hirviente, escrutando las márgenes en busca de otro grupo de cazadores.

Cerca de dos kilómetros al nordeste de los rápidos (el cauce se angostaba y el río era más veloz), encontró a Janacek de pie en la orilla, con una expresión perpleja en la cara. Parecía estar solo. Dirk le saludó a gritos. Janacek levantó los ojos, sobresaltado, y agitó la mano.

Dirk descendió, pero el aterrizaje no fue muy airoso. Una alfombra de musgo verde y resbaloso abría el peñasco donde estaba Janacek, y Dirk patinó sobre ella. Janacek le aferró el brazo y lo salvó de zambullirse en el río.

Dirk apagó el control de gravedad.

—Gracias —farfulló—. No parece un lugar apropiado para nadar.

—Precisamente en eso estaba pensando antes que llegara usted —repuso Janacek; estaba ojeroso, sucio de pies a cabeza, con la barba roja empapada de transpiración, y un largo mechón de pelo desgreñado y grasiento le cubría la frente—. Estaba tratando de decidir si debía arriesgarme a cruzar la corriente o a perder tiempo caminando río arriba, con la vaga esperanza de encontrar un vado. Pero usted ha resuelto el problema, con ese juguete de Gwen… ¿Dónde…? —una tenue sonrisa le iluminaba la cara.

—Pyr —dijo Dirk, y empezó a contarle a Janacek acerca de la persecución.

—Está usted vivo —le interrumpió el Jadehierro—. Y puedo prescindir de los tediosos detalles, t'Larien. Desde ayer en la mañana, han sucedido muchas cosas… ¿Ha visto a los Braith?

—Lorimaar y su
teyn
iban río abajo.

—Eso lo sé —masculló Janacek—. ¿Habían cruzado?

—No, todavía no.

—Bien. Jaan está muy cerca de aquí, tal vez a media hora de camino. Tenemos que ser los primeros en alcanzarle —escrutó la margen opuesta del río y suspiró—. ¿Tiene el otro patín, o debo tomar el de usted?

Dirk dejó el rifle en la roca y se quitó la mochila.

—Tengo el otro —dijo—. ¿Dónde está Rosef? ¿Qué ha ocurrido?

—Jaan ha corrido magníficamente. Nadie habría pensado que atravesaría un trecho tan largo en tan poco tiempo. Y no sólo corrió… También pudo tender trampas —se apartó el pelo de la frente—. Anoche acampó. Nos llevaba una buena distancia. Encontramos las cenizas de la fogata. Rosef cayó en una fosa oculta y se ensartó el pie en una estaca —Janacek sonrió—. Pero ha regresado, ayudado por su
teyn.
¿Y usted dice que Pyr y Arris están muertos? —Dirk asintió mientras sacaba las botas y el otro patín de la mochila; Janacek los aceptó sin comentarios—. Los cazadores son cada vez menos. Creo que hemos vencido, t'Larien. Jaan Vikary ha de estar agotado; ha corrido un día y dos noches sin dormir. Pero sabemos que no está herido, y que está armado. Y es un Jadehierro. Lorimaar y el imbécil de su
teyn
no encontrarán una presa fácil —se arrodilló y empezó a desatarse las botas, sin dejar de hablar—. Esa increíble pretensión de fundar un nuevo clan no los llevará muy lejos. Lorimaar debe estar loco. Creo que esa herida de láser en Desafío, le hizo perder la cabeza —se quitó una bota—. ¿Sabe usted por qué Chell y Bretan no estaban con ellos, t'Larien? Pues porque tuvieron la sensatez de no aceptar esta idea de alto-Larteyn. Rosef me lo contó todo durante la persecución. La verdad es ésta, me dijo. Lorimaar propuso esa locura cuando los Braith regresaron a Larteyn después de la muerte de Myrik. Estaban los seis que encontramos en el bosque, y el viejo Raymaar. Bretan Braith Lantry y Chell fre-Braith no, pues se habían lanzado en persecución de usted y de Jaantony, y recorrieron algunas de las ciudades que consideraron escondites probables. De modo que prácticamente nadie se opuso a Lorimaar, que siempre ha ejercido un ascendiente sobre los otros, salvo quizá sobre Pyr. Pero es que Pyr nunca se interesó más que en la captura de cabezas de Cuasi-hombre —a Janacek le costaba calzarse las estrechas botas de Gwen; forcejeaba y tironeaba para meter el pie—. Cuando Chell regresó, montó en cólera. No estaba dispuesto a aceptar, ni siquiera a escucharles. Bretan trató de apaciguarlo, según dijo Rosef, pero en vano. El viejo Chell es un Braith, y el nuevo clan de Lorimaar le parecía una traición. Lo retó a duelo. En realidad Lorimaar era inmune al reto, puesto que estaba herido, pero no obstante, aceptó. Chell era muy viejo. Como desafiado, Lorimaar hizo la primera de las cuatro elecciones, y eligió el número —Janacek se incorporó pisoteando con fuerza la roca resbaladiza para calzarse mejor la bota—. ¿Necesito aclarar que eligió luchar solo? Habría sido un duelo muy diferente si Bretan Braith hubiera intervenido junto a Chell Brazos-Vacíos. Lorimaar, pese a la herida, venció al viejo con relativa facilidad. Era en el cuadrado de la muerte, y a espada. Chell recibió muchas heridas, demasiadas quizá. Rosef cree que debe estar agonizando en Larteyn. Bretan Braith se quedó con él, pero lo más importante es que también se quedó con su nombre, Bretan Braith —Janacek extendió el aeropatín.

—¿Averiguó algo acerca de Ruark? —preguntó Dirk.

El kavalar se encogió de hombros.

—En general todo concuerda con nuestras sospechas. Ruark llamó a Lorimaar alto-Braith por videopantalla y ofreció revelar dónde se encontraba Jaan, siempre que Lorimaar le nombrara
korariel
y así le brindara protección (el caso es que nadie parece saber dónde se encuentra ahora el kimdissi). Lorimaar accedió de buena gana. Por suerte Jaan estaba en el aeromóvil cuando fueron en su busca. Despegó y emprendió la fuga. Lo persiguieron y finalmente Raymaar lo alcanzó poco más allá de las montañas. Pero él también era un viejo, y como piloto no podía competir con Jaan Vikary —había un matiz de orgullo satisfecho en la voz de Janacek, como el de un padre que exalta al hijo—. El Braith cayó en combate, pero el vehículo de Jaan también fue averiado, y Jaan tuvo que aterrizar y correr. Ya se había ido cuando los altoseñores de Larteyn descubrieron dónde se había estrellado. Habían perdido tiempo tratando de ayudar a Raymaar —agitó la mano con impaciencia.

—¿Por qué se separó usted de Lorimaar? —preguntó Dirk.

—¿Por qué? Jaan está muy cerca… Debo alcanzarlo antes que ellos. Saanel insistió en que sería más fácil vadear la corriente río abajo, y corrí el riesgo de opinar lo contrario. Lorimaar está demasiado exhausto para andar con suspicacias. Sólo piensa en su presa. ¡Aún le arde la herida, t'Larien! Es como si ya viera a Jaan Vikary caído a sus pies y hubiera olvidado a quién está persiguiendo… Así es que me aparté de ellos y caminé río arriba, y por un momento temí haber cometido un error. En efecto, era más fácil cruzar río abajo, ¿verdad? —Dirk asintió—. Entonces, es una suerte que usted haya llegado, indudablemente —sonrió Janacek.

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