Muerto Para El Mundo (21 page)

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Authors: Charlaine Harris

Era algo que no me había sucedido nunca. Nadie, nadie, había sospechado jamás que estuviera escuchándole. Me agaché detrás de la barra para coger el paquete de sal, me enderecé y con cuidado rellené el salero que había cogido de la mesa de Kevin y Kenya. Me concentré con todas mis fuerzas en llevar a cabo esa tarea tan mínima y, cuando hube terminado, el cartel ya estaba colgado. Hallow estaba entreteniéndose, prolongando su conversación con Sam para descubrir quién había entrado en su cabeza, y el señor Musculitos me miró de reojo —aunque sólo como los hombres miran a las mujeres— cuando regresé con el salero a la mesa. Holly seguía sin reaparecer.

—Sookie —me llamó Sam.

Oh, por el amor de Dios, tenía que responder. Era mi jefe.

Me acerqué al grupo de tres, muerta de miedo en mi corazón y con una sonrisa en la cara.

—Hola —dije a modo de saludo, lanzando una sonrisa neutral a la alta bruja y a su fornido compinche. Levanté la ceja como para preguntarle a Sam qué quería.

—Te presento a Marnie y Mark Stonebrook —dijo.

Moví la cabeza para saludarlos. "Hallow, en realidad", pensé. "Hallow" era mucho más espiritual que "Marnie".

—Están buscando a este tipo —dijo Sam, señalando el cartel—. ¿Lo conoces?

Naturalmente, Sam sabía que conocía a Eric. Me alegré de tener años de experiencia en esconder mis sentimientos y pensamientos a los demás. Miré con atención el cartel de forma deliberada.

—Claro que lo he visto —dije—. Cuando fui a aquel bar de Shreveport. Cómo olvidarlo, ¿verdad? —Le regalé a Hallow (Marnie) una sonrisa. Como si Marnie y Sookie fueran dos adolescentes compartiendo el típico momento íntimo de chicas.

—Un chico guapo —concedió con voz ronca—. Ha desaparecido y ofrecemos una recompensa a quienquiera que pueda proporcionarnos información.

—Ya lo veo por lo que dice el cartel —dije, permitiendo que mi voz dejara entrever un poco de rabia—. ¿Existe algún motivo en concreto por el que pensáis que puede estar por aquí? No me imagino lo que podría estar haciendo un vampiro de Shreveport en Bon Temps. —Le lancé una mirada inquisitiva. ¿Verdad que no estaba fuera de tono mi pregunta?

—Buena pregunta, Sookie —dijo Sam—. No es que me importe colgar el cartel, ¿pero cómo es que estáis buscando a este tipo por aquí? ¿Por qué iba a venir? En Bon Temps nunca pasa nada.

—En esta ciudad reside un vampiro, ¿verdad? —dijo de repente Mark Stonebrook. Su voz era casi pareja a la de su hermana. Estaba tan fuerte que casi esperabas oír la voz de un bajo, e incluso una voz de contralto tan profunda como la de Marnie sonaba extraña saliendo de su garganta. De hecho, por el aspecto de Mark Stonebrook, cabría esperar que saliera un gruñido para comunicar.

—Sí, Bill Compton vive aquí —dijo Sam—. Pero está fuera de la ciudad.

—He oído decir que se ha ido a Perú —dije.

—Oh, sí, he oído hablar de Bill Compton. ¿Dónde vive? —preguntó Hallow, tratando de disimular su excitación.

—Vive al otro lado del cementerio, muy cerca de mi casa —dije, pues no me quedaba otra alternativa. Si hubiesen preguntado a cualquier otro y obtenido una respuesta distinta a la que yo les diera, adivinarían que yo escondía algo (o en este caso, alguien)—. Por Hummingbird Road. —Les indiqué el camino, con escasa claridad, y confié en que se perdieran y llegaran a Hotshot.

—Tal vez nos pasemos por casa de Compton, por si acaso Eric fue a visitarlo —dijo Hallow. Lanzó una mirada a su hermano Mark, ambos asintieron y salieron del bar. Les daba lo mismo que aquello tuviera o no sentido.

—Están enviando brujos a visitar a todos los vampiros —dijo Sam en voz baja. Naturalmente. Los Stonebrook estaban visitando la residencia de todos los vampiros que tuvieran algo que ver con Eric, los vampiros de la Zona Cinco. Sospechaban que uno de esos vampiros podía estar escondiendo a Eric. Hallow estaba segura de que su hechizo había funcionado, pero lo que tal vez no sabía era cómo había funcionado exactamente.

Dejé que la sonrisa se borrara de mi cara y me apoyé con los codos en la barra, esforzándome en pensar.

—Me parece que esto es un gran problema, ¿verdad? —dijo Sam muy serio.

—Sí, es un gran problema.

—¿Necesitas irte? No hay mucho trabajo. Ahora que ya se han marchado, Holly saldrá de la cocina y si necesitas irte a casa, ya me ocuparé yo de atender las mesas... —Sam no estaba seguro de dónde estaba Eric, pero lo sospechaba, y también se había dado cuenta de la repentina desaparición de Holly en la cocina.

Sam se había ganado mi lealtad y mi respeto al menos cien veces.

—Les daré cinco minutos para que salgan del aparcamiento.

—¿Crees que podrían tener alguna cosa que ver con la desaparición de Jason?

—No lo sé, Sam. —Marqué automáticamente el número de la oficina del sheriff y obtuve la misma respuesta que me habían dado a lo largo de todo el día: "No tenemos noticias. Te llamaremos en cuanto sepamos algo". Pero después de decir esto, la telefonista me explicó que al día siguiente iban a inspeccionar el estanque, que la policía había conseguido la ayuda de dos buzos especializados en tareas de rescate. No sabía cómo sentirme después de recibir aquella información. Básicamente, creo que me sentí aliviada porque veía que se habían tomado en serio la desaparición de Jason.

Cuando colgué el teléfono, le comenté la noticia a Sam. Pasado un momento, dije:

—Me parece demasiado creer que hayan desaparecido dos hombres en Bon Temps en tan poco tiempo. Los Stonebrook piensan que Eric anda por aquí. Creo que tiene que haber alguna conexión.

—Esos Stonebrook eran licántropos —murmuró Sam.

—Y brujos. Ándate con cuidado, Sam. Ella es una asesina. Los hombres lobo de Shreveport andan tras ella, y también los vampiros. No te metas en problemas.

—¿Por qué andan todos tan aterrorizados? ¿Por qué la manada de Shreveport tendría que tener problemas con ella?

—Porque bebe sangre de vampiro —dije, lo más cerca de su oído que pude sin verme obligada a besarlo. Miré a mi alrededor y me di cuenta de que Kevin estaba siguiendo con mucho interés nuestra conversación.

—¿Qué quiere de Eric?

—Su negocio. Todos sus negocios. Y a él.

Sam abrió los ojos de par en par.

—De modo que es un asunto de negocios, y también personal.

—Eso es.

—¿Sabes dónde está Eric? —Hasta aquel momento había evitado preguntármelo directamente.

Le sonreí.

—¿Por qué tendría que saberlo? Pero tengo que confesártelo, me preocupa tener a esos dos merodeando cerca de mi casa. Tengo la sensación de que entrarán en casa de Bill. Tal vez se imaginan que Eric se esconde con Bill, o en su casa. Estoy segura de que tiene un buen refugio para que Eric pueda dormir y una cantidad importante de sangre almacenada. —Eso era, básicamente, todo lo que necesitaba un vampiro, sangre y un lugar oscuro.

—¿Vas a ir, pues, a vigilar la propiedad de Bill? Me parece que no es muy buena idea, Sookie. Deja que los del seguro de la casa se encarguen de solventar los daños que puedan provocar con su inspección. Creo que me comentó que tenía la casa asegurada con State Farm. Bill no querría que sufrieras ningún daño defendiendo sus plantas y sus ladrillos.

—No pienso hacer nada que pueda resultar tan peligroso —dije, y lo decía en serio. No pensaba hacerlo—. Pero creo que iré a mi casa. Por si acaso. Cuando vea que se marchan de casa de Bill, me acercaré a inspeccionar.

—¿Necesitas que vaya contigo?

—No, me limitaré a realizar una evaluación de los daños, eso es todo. ¿Tendrás suficiente si se queda Holly sola? —Había salido de la cocina en el instante en que se fueron los Stonebrook.

—Por supuesto.

—Muy bien, pues me voy. Y muchas gracias. —No tuve tantos remordimientos de conciencia cuando me di cuenta de que el bar no estaba ni la mitad de lleno que hacía una hora. Hay noches así, en las que la gente desaparece de repente.

Había notado una sensación de escozor en la espalda, y a lo mejor la habían sentido también todos los clientes. Era la sensación de que por allí rondaba algo que no debería estar: esa sensación de Halloween, como yo la llamo, cuando te da la impresión de que algo malo te espera al doblar la esquina, de que algo te vigila a través de las ventanas.

Para cuando hube cogido el bolso, abierto el coche y emprendido el camino hacia mi casa, me moría de inquietud. Tenía la impresión de que todo se iría al infierno en un abrir y cerrar de ojos. Jason había desaparecido, la bruja estaba aquí en lugar de en Shreveport y además, ahora, a menos de un kilómetro de donde se encontraba Eric.

Cuando me desvié de la carretera local para coger el largo y sinuoso camino de acceso a mi casa, y pisé el freno para evitar el ciervo que cruzaba procedente de los bosques del lado sur para dirigirse hacia los del lado norte —alejándose de casa de Bill, por cierto—, estaba agobiada. Aparqué junto a la puerta trasera, bajé del coche y subí corriendo los peldaños.

A mitad de camino me vi sorprendida por un par de brazos que parecían vigas de acero. Levantada por los aires, me encontré montada sobre la cintura de Eric sin apenas darme cuenta.

—Eric —dije—, no deberías estar fuera...

Mis palabras se vieron interrumpidas por una boca que se cernió sobre la mía.

Durante un minuto, seguir con aquel programa me pareció una alternativa viable. De repente había olvidado todo lo malo y no me importaba hacerlo allí mismo en mi porche trasero, por frío que estuviera. Pero la cordura pudo finalmente con mi sobrecargado estado emocional y me aparté ligeramente. Eric iba vestido con los pantalones vaqueros y la sudadera de los Luisiana Tech Bulldogs que Jason le había comprado en Wal-Mart. Sujetaba mi trasero con sus enormes manos y yo rodeaba su cuerpo con mis piernas, como si ambos estuviéramos acostumbradísimos a hacer eso.

—Escucha, Eric —dije, cuando su boca empezó a descender por mi cuello.

—Calla —susurró.

—No, tienes que dejarme hablar. Tenemos que escondernos.

Eso le llamó la atención.

—¿De quién? —me dijo al oído, y me estremecí. El estremecimiento no tenía nada que ver con la temperatura ambiente.

—De la bruja mala, de la que anda buscándote —intenté explicarle—. Ha venido al bar con su hermano y han colgado ese cartel.

—¿Y? —No parecía muy preocupado.

—Han preguntado dónde vivían otros vampiros del lugar y, naturalmente, hemos tenido que decirles dónde vivía Bill. Nos pidieron instrucciones sobre cómo llegar a casa de Bill, y supongo que están allí buscándote.

—¿Y?

—¡Qué la casa de Bill está justo al otro lado del cementerio! ¿Y si vienen por aquí?

—¿Me aconsejas que me esconda? ¿Que me meta de nuevo en ese agujero oscuro de debajo de la casa? —No parecía estar muy seguro, pero me di cuenta de que le había picado el orgullo.

—Eso es. ¡Sólo un ratito! Eres mi responsabilidad; tengo que mantenerte a salvo. —Pero tuve la terrible sensación de que no había expresado correctamente mis sentimientos. Aquel desconocido provisional, por poco que parecieran importarle las cosas de los vampiros, por poco que pareciera recordar su poder y sus posesiones, tenía todavía esa vena de orgullo y curiosidad que Eric siempre había demostrado en los momentos más extraños. Había dado en el clavo. Me pregunté si tal vez podría convencerlo para que al menos entrara en mi casa, en lugar de quedarse en el porche, a la vista de todo el mundo.

Pero era demasiado tarde. A Eric nunca se le podía decir nada.

Capítulo 8

—Vamos, amante, echemos un vistazo —dijo Eric, dándome un beso rápido. Saltó del porche trasero sin soltarme (estaba amarrada a él como un percebe gigante) y aterrizó en silencio, lo que me pareció asombroso. La que hacía ruido era yo, tanto con mi respiración como con mis gritos de sorpresa. Con una destreza resultado de mucha práctica, Eric me volteó y quedé cabalgando sobre su espalda. Era algo que no había hecho desde niña, cuando mi padre me llevaba a caballito, por lo que me quedé de lo más sorprendida.

Oh, estaba cumpliendo estupendamente bien mi propósito de esconder a Eric. Allí estábamos los dos, trotando por el cementerio, encaminándonos hacia la Malvada Bruja del Oeste, en lugar de escondernos en un agujero oscuro donde no pudiera encontrarnos. Una actitud de lo más inteligente.

Por otro lado, tenía que admitir que me lo estaba pasando en grande, a pesar de lo difícil que me resultaba sujetarme a Eric debido a lo accidentado del terreno. El cementerio estaba en una zona más baja que mi casa. Y la de Bill, la casa de los Compton, también quedaba algo elevada respecto al Cementerio Sweet Home. El viaje cuesta abajo, por suave que fuera la pendiente, fue emocionante. Vi de pasada dos o tres coches aparcados en la estrecha carretera asfaltada que ascendía entre las tumbas. Me sorprendió. De vez en cuando, los adolescentes se decantaban por la intimidad del cementerio, pero nunca se desplazaban en grupo. Pero antes de que pudiera darle más vueltas a qué podían estar haciendo allí, me di cuenta de que habíamos pasado ya por su lado, a toda velocidad y en silencio. Eric avanzó más lentamente cuesta arriba, pero sin mostrar signos de cansancio.

Eric se detuvo cerca de un árbol. Se trataba de un roble gigantesco, que me ayudó a orientarme. A unos veinte metros al norte de la casa de Bill había un roble de aquellas dimensiones.

Eric me soltó las manos para que pudiera deslizarme por su espalda para bajar y me colocó entre él y el tronco del árbol. No tenía muy claro si pretendía atraparme allí o protegerme. Me agarré a sus muñecas en un inútil intento de colocarlo a mi lado. Y cuando oí una voz procedente de casa de Bill, me quedé helada.

—Este coche lleva tiempo sin moverse —dijo una mujer. Hallow. Estaba en el cobertizo donde Bill guardaba el coche, a un lado de la casa. Estaba cerca. Noté que el cuerpo de Eric adquiría rigidez. ¿Le evocaría algún recuerdo el sonido de su voz?

—La casa está cerrada con llave —gritó desde más lejos Mark Stonebrook.

—Nos ocuparemos de eso. —Por el sonido de su voz, estaba caminando hacia la puerta principal. Parecía estar divirtiéndose con la situación.

¡Pensaban entrar en casa de Bill! ¿Tenía que impedirlo? Debí de hacer algún movimiento brusco, pues el cuerpo de Eric presionó el mío contra el tronco del árbol. Tenía el abrigo subido hasta la altura de la cintura y la corteza del árbol se clavó en mi trasero a través del fino tejido de mis pantalones negros.

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