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Authors: David Brin

Navegante solar (5 page)

¿Qué artefacto subconsciente era aquella luz azul? ¡Un atisbo de neurosis que se defiende tan ferozmente tiene que significar problemas! ¿Qué miedo oculto he sondeado?

Mientras emergía, recuperó el sentido de la audición.

Se oían pasos delante. Los distinguió de los sonidos del viento y el mar, pero en su trance parecían los suaves pasos que los pies de un avestruz podrían hacer si calzaran mocasines.

El profundo trance se rompió por fin, varios segundos después del estallido subjetivo de luz. Jacob abrió los ojos. Un alto alienígena se encontraba ante él, a varios metros de distancia. Su impresión inmediata fue de altura, blancura y grandes ojos rojos.

Por un momento, el mundo pareció tambalearse.

Las manos de Jacob volaron a los lados de la mesa, y su cabeza se hundió mientras se equilibraba. Cerró los ojos.

¡Menudo trance!, pensó. ¡Siento la cabeza como si fuera a chocar contra la Tierra y salir por el otro lado!

Se frotó los ojos con una mano, y luego alzó cuidadosamente la mirada.

El alienígena estaba aún allí. De modo que era real. Era humanoide, al menos de dos metros de altura. La mayor parte de su delgado cuerpo estaba cubierta por una larga túnica plateada. Las manos, cruzadas en la Actitud de Espera Respetuosa, eran largas, blancas y brillantes.

Su cabeza grande y redonda se inclinó hacia delante. Los ojos rojos, redondos y sin párpados, eran enormes, al igual que la boca.

Dominaban el rostro, donde unos cuantos órganos dispersos tenían funciones que Jacob desconocía. Esta especie era nueva para él.

Los ojos brillaban llenos de inteligencia.

Jacob se aclaró la garganta. Todavía tuvo que luchar contra las oleadas de aturdimiento.

—Discúlpeme... Puesto que no hemos sido presentados, yo... no sé cómo tratarle, ¿pero he de suponer que ha venido a verme?

La cabeza grande y blanca asintió.

—¿Pertenece al grupo que el kantén Fagin me pidió que conociera?

El alienígena asintió de nuevo.

Supongo que eso significa que sí, pensó Jacob. Me pregunto si puede hablar, sea cual sea el mecanismo inimaginable que se esconde tras esos labios enormes.

¿Pero por qué estaba aquí esta criatura? Había algo en su actitud...

—¿Debo suponer que pertenece a una especie pupila y espera permiso para hablar?

Los «labios» se separaron levemente y Jacob pudo ver un atisbo de algo brillante y blanco. El alienígena volvió a asentir.

— ¡Bien, entonces hable, por favor! Los humanos somos notablemente breves respecto al protocolo. ¿Cómo se llama?

La voz del alienígena era sorprendentemente grave. Surgió siseando de la amplia boca con un acento bastante fuerte.

—Me llamo Culla, sheñor. Graciash. Me han enviado para ashegurarme de que no eshtaba perdido. Shi quiere venir conmigo, losh otrosh eshtán eshperando. O shi lo prefiere, puede sheguir meditando hashta que llegue el momento previshto.

—No, no, vamos ya. —Jacob se puso en pie, tambaleándose. Cerró los ojos un momento para despejar su mente de los últimos jirones de su trance. Tarde o temprano tendría que dilucidar qué había sucedido, pero ahora tendría que esperar.

—Guíeme.

Culla se volvió y caminó con paso lento y ágil hacia una de las puertas laterales que conducían al Centro.

Al parecer, Culla era miembro de una especie «pupila» cuyo contrato con su especie «tutora» aún estaba vigente. Una raza así tenía un lugar bajo en el orden galáctico. Jacob, todavía sorprendido por lo complicado de los asuntos galácticos, se alegró de que un accidente fortuito hubiera conseguido que la humanidad ocupara un lugar mejor, aunque inseguro, en aquella jerarquía.

Culla le guió hasta una gran puerta de roble. La abrió sin anunciarse y precedió a Jacob hasta la sala de reuniones.

Jacob vio a dos seres humanos y, más allá de Culla, a dos alienígenas: uno bajito y peludo, y el otro aún más pequeño, con aspecto de lagarto. Estaban sentados en cojines entre unos grandes arbustos de interior y un ventanal que daba a la bahía.

Intentó clasificar sus impresiones de los alienígenas antes de que se fijaran en él, pero alguien lo interpeló.

—¡Jacob, amigo mío! ¡Qué amable por tu parte venir a compartir con nosotros tu tiempo! —Era la voz aflautada de Fagin. Jacob miró rápidamente alrededor.

—Fagin, ¿dónde...?

—Estoy aquí.

Jacob volvió a mirar el grupo junto a la ventana. Los humanos y el E.T. peludo se ponían en pie. El alienígena-lagarto continuó en su cojín.

Jacob ajustó su perspectiva y de repente uno de los «arbustos de interior» se convirtió en Fagin. El follaje plateado del viejo kantén tintineaba suavemente, como movido por la brisa.

Jacob sonrió. Fagin representaba un problema cada vez que se veían. Con los humanoides uno buscaba una cara, o algo que sirviera para el mismo propósito. Normalmente hacía falta algún tiempo para encontrar un lugar donde fijar la vista en los extraños rasgos de un alienígena. Casi siempre había partes de la anatomía a las que uno aprendía a dirigirse como centro de otra consciencia. Entre los humanos, y a menudo entre los E.T., este punto estaba en los ojos.

Los kantén no tenían ojos. Jacob suponía que los brillantes objetos plateados que hacían aquel sonido de campanillas eran los receptores de luz de Fagin. Si era así, tampoco servía de nada. Había que mirar a todo Fagin, no a una cúspide del ego. Eso hizo que Jacob se preguntara qué era más improbable: que le gustara el alienígena a pesar de este inconveniente, o que todavía se sintiera incómodo con él a pesar de tantos años de amistad. El oscuro cuerpo frondoso de Fagin se acercó con una serie de quiebros que hicieron avanzar sucesivas raíces al frente. Jacob le dirigió una inclinación de cabeza medio formal y esperó.

—Jacob Álvarez Demwa, un-Humano, ul-Delfín-ul-Chim-pancé, te damos la bienvenida. Este pobre ser se complace de sentirte hoy de nuevo.—Fagin hablaba con claridad, pero con un soniquete incontrolado que hacía que su acento pareciera una mezcla de sueco y cantones. El kantén hablaba mucho mejor delfín o ternario.

—Fagin, un-Kantén, ab-Linten-ab-Siqul-ul-Nish, Mihorki Keephu.

Me complace volver a verte una vez más.

Jacob se inclinó.

—Estos venerables seres han venido a intercambiar su sabiduría con la tuya, Amigo-Jacob —dijo Fagin—. Espero que estés preparado para las presentaciones formales.

Jacob se dispuso a concentrarse en los retorcidos nombres de las especies de cada alienígena, al menos tanto como en su apariencia.

Los patronímicos y los múltiples nombres de sus pupilos decían mucho sobre el estatus de cada uno. Asintió, indicando a Fagin que podía empezar.

—Ahora te presentaré formalmente a Bubbacub, un-Pil, ab-Kissa-ab-Soro-ab-Hul-ab-Puber-ul-Gello-ul-Pring, del Instituto Biblioteca.

Uno de los E.T. dio un paso hacia adelante. La impresión inicial de Jacob fue la de un osito de peluche gris de metro y medio de altura.

Pero un ancho hocico y un puñado de cilios alrededor de los ojos traicionaban aquella impresión.

¡Éste era Bubbacub, el director de la Sucursal de la Biblioteca! La Biblioteca de La Paz consumía casi todo el exiguo equilibrio de comercio que la Tierra había acumulado en un solo contacto. Incluso así, gran parte del prodigioso esfuerzo de adaptar una diminuta Sucursal «suburbana» a referentes humanos fue donado por el gran Instituto Galáctico de la Biblioteca como caridad, para ayudar a la «atrasada» raza humana a ponerse al día con el resto de la galaxia. Como jefe de la Sucursal, Bubbacub era uno de los alienígenas más importantes de la Tierra. El nombre de su especie también implicaba un alto estatus, superior incluso al de Fagin.

El prefijo «ab» repetido cuatro veces significaba que la especie de Bubbacub había sido conducida a la inteligencia por otra que a su vez había sido nutrida por otra, y así hasta el mítico principio de la época de los Progenitores, y que cuatro de esas generaciones de «Padres» estaban aún vivas en algún lugar de la galaxia. Derivar de una cadena semejante significaba estatus en una difusa cultura galáctica donde las especies que surcaban el espacio (con la posible excepción de la humanidad) había sido sacada del salvajismo semi inteligente por alguna razón previa y viajera.

El prefijo «ul» repetido dos veces significaba que la raza pil había creado a su vez dos culturas propias. También esto suponía estatus.

Lo único que había impedido el completo desdén de la raza humana «huérfana» por parte de los galácticos fue el hecho de que el hombre hubiera creado dos nuevas razas inteligentes antes de que la Vesarius hubiera traído a la Tierra el contacto con la civilización extraterrestre.

El alienígena hizo una leve reverencia.

—Soy Bubbacub.

La voz parecía artificial. Procedía de un disco que colgaba del cuello del pil.

¡Un vodor! Así pues, la raza pil requería asistencia artificial para hablar inglés. Por la sencillez del aparato, mucho más pequeño que los utilizados por los visitantes alienígenas cuyas lenguas maternas eran chirridos y trinos, Jacob supuso que Bubbacub podía pronunciar palabras humanas, pero en una frecuencia que los humanos no podían oír.

Quiso suponer que el ser era capaz de oírle.

—Soy Jacob. Bienvenido a la Tierra —dijo.

La boca de Bubbacub se abrió y cerró varias veces en silencio.

—Gracias. Me alegro de estar aquí —zumbó el vodor, con palabras entrecortadas.

—Y yo de servirle como anfitrión. —Jacob inclinó la cabeza un poco más de lo que lo había hecho Bubbacub al acercarse. El alienígena pareció satisfecho y se retiró.

Fagin reinició sus presentaciones.

—Estos dignos seres son de tu raza. —Una rama y un puñado de pétalos señalaron vagamente en la dirección de los dos humanos. Un caballero de pelo gris, vestido de tweed, y una hermosa mujer alta y negra, de mediana edad.

—Ahora os presentaré —continuó Fagin—, de la manera informal que prefieren los humanos.

»Jacob Demwa, te presento al doctor Dwayne Kepler, de la Expedición Navegante Solar, y a la doctora Mildred Martine, del Departamento de Parapsicología de la Universidad de La Paz.

El rostro de Kepler quedaba dominado por un grueso bigote retorcido. Sonrió, pero Jacob estaba tan sorprendido que se limitó a responder un monosílabo.

¡La Expedición Navegante Solar! La investigación en Mercurio y en la cromosfera solar había sido últimamente tema de debate en la Asamblea de la Confederación. La facción «Adapta y Sobrevive» decía que no tenía sentido gastar tanto en busca de un conocimiento que podía ser conseguido en la Biblioteca, cuando por la misma cantidad se podía emplear varias veces a un montón de científicos en la Tierra con proyectos inmediatos. No obstante, la facción «Autosuficiente» se había salido de momento con la suya, a pesar de las presiones de la prensa danikenita.

Pero a Jacob la idea de mandar a hombres y naves al interior de una estrella le parecía una enorme locura.

—Kant Fagin fue entusiasta en sus recomendaciones —dijo Kepler.

El líder de la expedición sonreía, pero tenía los ojos enrojecidos, hinchados por alguna preocupación interna. Apretó con fuerza la mano de Jacob. Su voz era grave, pero no ocultaba ningún temblor—. Hemos venido a la Tierra sólo de paso. Damos gracias al cielo de que Fagin haya podido persuadirle para que se reúna con nosotros. Esperamos que pueda unirse a nosotros en Mercurio y concedernos su valiosa experiencia en el contacto interespecies.

Jacob se quedó sorprendido. ¡Oh, no, esta vez no, monstruo vegetal! Quiso volverse y mirar a Fagin, pero incluso la informalidad humana requería que atendiera a esta gente y charlara con ella. ¡Nada menos que Mercurio!

El rostro de la doctora Martine adoptó fácilmente una sonrisa agradable, pero cuando le estrechó la mano parecía un poco aburrida.

Jacob se preguntó si podía inquirir qué tenía que ver la parapsicología con la física solar sin dar a entender que le interesaba, pero Fagin se lo impidió.

—Interrumpo, como se considera aceptable en las conversaciones formales entre los seres humanos cuando se produce una pausa. Queda un digno ser por presentar.

Jacob confió en que este eté no fuera de los hipersensibles. Se volvió hacia el lugar donde se hallaba el extraterrestre con aspecto de lagarto, a su derecha, junto al mosaico multicolor de la pared. Se había levantado del cojín y se acercaba a ellos sobre sus seis patas. Tenía menos de un metro de longitud y unos veinte centímetros de altura.

Caminó junto a él sin siquiera mirarlo y se puso a frotarse contra la pierna de Bubbacub.

—Ejem —dijo Fagin—, Eso es una mascota. El digno ser a quien estás a punto de conocer es el estimable pupilo que te condujo a esta sala.

—Oh, lo siento —Jacob sonrió, y luego se obligó a adoptar una expresión seria.

—Jacob Demwa, un-Humano, ul-Delfín-ul-Chimpancé, te presento a Culla, un-Pring, ab-Pil-ab-Kisa-ab-Soro-ab-Hul-ab-Puber, Ayudante de Bubbacub en las Bibliotecas y Representante de la Biblioteca en el Proyecto Navegante Solar.

Tal como Jacob esperaba, el nombre sólo tenía patronímicos. Los pring carecían de pupilos propios. Sin embargo, pertenecían a la línea puber/soro. Algún día tendrían un elevado estatus como miembros de ese linaje antiguo y poderoso. Jacob había advertido que la especie de Bubbacub también procedía de los puber/soro y deseó poder recordar si los pila y los pring eran tutor y pupilo.

El alienígena dio un paso al frente, pero no le ofreció la mano. Las suyas eran largas y tentaculares, con seis dedos al final de sus brazos largos y finos. Parecían frágiles. Culla despedía un leve olor, como de heno recién cortado, que no era del todo desagradable.

Los grandes ojos columnarios destellaron mientras Culla se inclinaba para hacer la presentación formal. Los «labios» del E.T. se retiraron para mostrar un par de cosas blancas y brillantes, parecidas a dientes capaces de cortar y aplastar, una arriba y otra abajo. Los labios parcialmente prensiles unieron las cuchillas con un blanco «¡clack!» de porcelana.

Eso no puede ser un gesto amistoso, pensó Jacob, estremeciéndose. El alienígena posiblemente enseñaba los dientes para imitar una sonrisa humana. La visión era perturbadora y al mismo tiempo intrigante. Jacob se preguntó para qué eran. También esperó que Cuña mantuviera sus labios quietos en adelante.

—Soy Jacob —dijo, asintiendo levemente.

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