Navidades trágicas (18 page)

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Authors: Agatha Christie

Tags: #Intriga, #Policiaco

—Porque fui un idiota —declaró ingenuamente Stephen-. Creí que podría seguir con la comedia. Pensé que me comprometería mucho declarar que me hallaba aquí bajo un nombre supuesto. Si no hubiera sido un idiota, habría comprendido que ustedes cablegrafiarían a África del Sur.

—Bien, míster Farr... digo Grant —carraspeó Sugden-. No digo que no crea su historia. Pronto se demostrará si es verdad.

Miró interrogadoramente a Poirot y éste dijo:

—Creo que mademoiselle Estravados tiene algo que decir.

Pilar se había puesto muy pálida. Casi sin aliento declaró:

—Es verdad. Nunca lo hubiera dicho a no ser por Lydia y por el dinero. Estar aquí, vivir bien, tener una casa lujosa, todo ello era agradable y divertido. Pero cuando Lydia me habló del dinero y me dijo que legalmente me correspondía, entonces la cosa ya no fue divertida. El asunto era mucho más serio.

—No te entiendo, chiquilla —dijo Alfred Lee. Pilar continuó:

—Usted cree que soy su sobrina Pilar Estravados, ¿verdad? Pues no lo soy. Pilar murió en un bombardeo cuando viajaba conmigo en auto. La bomba estalló a muy poca distancia del coche y la mató en el acto. Yo no sufrí ningún rasguño. Ella y yo éramos bastante amigas, me había confiado todo lo de su familia, y de que su abuelo, que era muy rico, la hacía ir a Inglaterra. Yo era pobre, no sabía adónde ir, y de pronto se me ocurrió que podría muy bien pasar por Pilar y venir a Inglaterra, donde sería muy rica. La idea era tan emocionante y prometía tantas aventuras, que no vacilé. Tomé el pasaporte de Pilar. La fotografía que había en él no se parecía mucho a mí, pero tampoco se parecía a Pilar. Lo hice tal como había decidido, y al llegar a la frontera ensucié con un poco de tierra el pasaporte, dejándolo caer por la ventanilla del tren, y pude pasar.

—¿Y usted se hizo pasar ante mi padre por su nieta? —clamó Alfred-. ¿Jugó usted con su cariño?

—Sí —asintió Pilar-. En seguida me di cuenta de que podía ganarme su afecto y hacerle dichoso.

—¡Esto es un crimen! —estalló George Lee-. Esto es tratar de obtener dinero por medios ilícitos.

—Pues a ti no te sacó nada —rió Harry-. Pilar, estoy a tu lado. Ahora te admiro más que antes. Y me alegro de no ser tu tío.

—¿Y usted lo sabía? —preguntó Pilar a Poirot. —Mademoiselle —dijo-. Si hubiera usted estudiado las leyes de Mendel, sabría que dos personas de ojos azules no es fácil que tengan un hijo de ojos negros. Sabía que Jennifer Lee había sido una mujer muy honrada. Por lo tanto, usted no podía ser Pilar Estravados. Cuando hizo usted aquel truco con el pasaporte acabé de convencerme. Fue ingenioso, pero no lo suficiente.

—A mí no me parece nada ingenioso —declaró Sugden.

—No lo entiendo —murmuró Pilar.

—Usted nos ha contado una parte de la historia, señorita, pero estoy seguro de que le falta por contar mucho más.

—¡No la moleste más! —exclamó Stephen. Sugden hizo como que no le oía.

—Usted nos ha dicho que después de cenar subió a ver a su abuelo —siguió el inspector-. Dice que al hacerlo obedeció a un impulso irrazonado. Pues bien, voy a sugerir algo más. Fue usted quien robó los diamantes. Quizás al meterlos de nuevo en la caja de caudales se los guardó en algún bolsillo sin que míster Lee lo advirtiera. Cuando descubrió la desaparición, míster Lee se dio cuenta en seguida que sólo dos personas podían haberlos robado. Usted y Horbury.

»En seguida tomó sus medidas. Me telefoneó y me dijo que fuera a verle. Luego le dijo a usted que en cuanto cenase subiese a verle. Usted lo hizo y él la acusó de robo. Usted lo negó. Él insistió. Y al verse descubierta, luchó con él. No era su abuelo y, por lo tanto, nada le impedía cometer el crimen. Después de la lucha y de haberlo degollado, salió usted de la habitación, cerró por fuera y escondióse entre las estatuas.

—¡No es verdad! —chilló Pilar-. ¡No es verdad! ¡No robé los diamantes! ¡No lo maté! ¡Lo juro por la Virgen!

—Entonces, ¿quién lo mató? —preguntó Sudgen-. Dice usted que vio a una persona junto a la puerta de la habitación de míster Lee. Según su historia, esa persona podía ser el asesino. Nadie más pasó ante usted. Pero eso de que había allí una persona sólo lo sabemos por usted. Nada nos demuestra que sea verdad. En otras palabras: esa persona la creó usted para disculparse.

—¡Claro que es culpable! —exclamó George Lee-. La cosa está clarísima. Siempre he sostenido que era un extraño quien mató a mi padre. Es una tontería pretender que alguien de la familia hiciera una cosa tan monstruosa. Es ilógico.

—No estoy de acuerdo con usted —declaró Poirot-. Teniendo en cuenta el carácter de Simeon Lee, lo más natural habría sido que le matase uno de sus parientes.

—¿Eh?

—Y en mi opinión, eso fue lo que ocurrió —siguió Poirot-. Simeon Lee fue asesinado por alguien de su propia sangre y carne.

—¿Uno de nosotros? —exclamó George-. ¡Lo niego!

—Todas las personas aquí reunidas pueden ser culpables. Empezaremos con el caso contra usted, míster George Lee. Usted no quería a su padre. Si mantenía relaciones cordiales con él era por su dinero. El día de su muerte, su padre le amenazó con reducirle la pensión. Usted sabía que a su muerte heredaría una buena suma. Ése es el motivo. Después de cenar fue a hacer una llamada telefónica. Pero ésta sólo duró cinco minutos. Después de eso pudo muy bien ir a la habitación de su padre, charlar con él y luego matarle. Al salir de la habitación, cerró por fuera, pensando que así la culpa se achacaría a un ladrón. Con las prisas se olvidó de abrir las ventanas, para dar más peso a la teoría del ladrón. Perdone que le diga que fue una gran estupidez.

»Sin embargo —siguió Poirot, después de una breve pausa, durante la cual George intentó en vano decir algo-, son muchos los hombres estúpidos que se han dedicado al crimen.

Luego se volvió hacia el lugar en que se encontraba Magdalene.

—También la señora tiene sus motivos —siguió-. Está cargada de deudas, y algunas de las palabras de su suegro le produjeron una gran inquietud. Tampoco ella tiene ninguna coartada. Fue a telefonear, pero no pudo hacerlo, y sólo su palabra demuestra que es verdad. Ninguna prueba la apoya.

»A continuación viene míster David —siguió el detective-. Muchas veces me ha hablado del vengativo carácter de los Lee. Míster David no olvidó jamás ni perdonó a su padre por la forma cómo trató a su madre. Las últimas palabras que contra ella pronunció Simeon Lee fueron la gota de agua que hace rebosar el vaso. Se dice que David Lee estaba tocando el piano cuando se cometió el crimen. Pero por coincidencia estaba interpretando la Marcha Fúnebre. Pero supongamos que era otra la persona que interpretaba dicha Marcha Fúnebre. Alguien que sabía lo que iba a hacer y que aprobaba su conducta.

—Esa sugerencia es infame —declaró Hilda. Poirot se volvió hacia ella.

—Presentaré otra, señora. Fue usted quien cometió el crimen. Fue usted quien subió a ejecutar la sentencia de muerte de un hombre a quien usted consideraba indigno de todo perdón. Usted, señora, es de esas personas que pueden ser terribles cuando se irritan.

—Yo no lo maté —declaró serenamente Hilda.

—Monsieur Poirot tiene razón —intervino Sugden-. Todos, menos míster Alfred Lee y su hermano Harry, pueden ser culpables.

—Ni siquiera ellos dos pueden quedar libres de sospechas —declaró Poirot.

—¡Por Dios, monsieur Poirot! —exclamó Sugden.

—¿Y cuál es la acusación contra mí? —preguntó Lydia.

—Su motivo, señora, lo callaré. Es evidente... En cuanto a lo demás, la noche del crimen usted llevaba un traje muy llamativo, con una capa de la misma tela. Le recuerdo a usted que Tressilian es muy corto de vista. A cierta distancia confunde los objetos. También debe re—cordar que el salón es grande, alumbrado indirectamente, casi en penumbra. Dos minutos antes de que se oyeran los gritos, Tressilian entró a buscar las tazas vacías. Y creyó verla a usted junto a la ventana.

—Me vio —afirmó Lydia.

—Es muy posible que Tressilian viera la capa de su traje, colgada contra la cortina—siguió sin interrupción el detective.

—Yo estaba allí —repitió Lydia.

—¿Cómo se atreve usted...? —empezó Alfred. Harry le interrumpió.

—Déjale seguir, Alfred. Ahora nos toca a nosotros. ¿Cómo puede usted sugerir, monsieur Poirot, que Alfred matara a su queridísimo padre, siendo así que él y yo estábamos discutiendo en el comedor?

Poirot le miró sonriente.

—Eso es muy sencillo —declaró-. Una coartada cobra más fuerza cuando el que la corrobora lo hace contra su deseo. Usted y su hermano se llevan mal. Eso lo sabe todo el mundo. Usted le zahiere en público. Él no dice nunca nada bueno de usted. Pero, supongamos por un momento que todo ello es un plan magistralmente ideado. Supongamos que Alfred Lee está harto de sufrir las imposiciones de su padre. Supongamos que ustedes dos se han puesto en relación hace algún tiempo. El plan se perfila. Usted vuelve a casa. Alfred finge indignarse. Le demuestra, ante todos, celos y odio. Usted lo desprecia. Y llega la noche del crimen que los dos han planeado muy bien. Uno de ustedes permanece en el comedor, hablando en voz alta, como si se estuviera peleando con su hermano. Y en tanto, el otro sube arriba y comete el crimen.

Alfred se puso en pie de un salto.

—¡Es usted un canalla! —rugió con voz entrecortada.

—Pero, ¿de veras cree...?

Sugden miró a Poirot.

Con voz súbitamente autoritaria, Poirot siguió:

—Tenía que demostrar todas las posibilidades. Éstas son las cosas que hubieran podido ocurrir. Ahora, para descubrir la verdad debemos volver al carácter de Simeon Lee.

Capítulo VI

Hubo una breve pausa. Cosa curiosa, todo el rencor y la indignación habían desaparecido. Hércules Poirot mantenía a su auditorio bajo el hechizo de su personalidad. Le miraban fascinados, mientras reanudaba su exposición de los hechos.

—Todo está ahí. El muerto es el foco y el centro del misterio. Debemos ahondar en el corazón y en la mente de Simeon Lee y ver qué encontramos allí. Porque un hombre no vive enteramente para sí. Lo que tiene lo da... a aquellos que vienen tras él...

»¿Qué legó Simeon Lee a sus hijas e hijos? En primer lugar: orgullo. Un orgullo que en el muerto se frustró en su decepción por sus hijos. Luego la cualidad de la paciencia. Sabemos que Simeon Lee esperó pacientemente durante años para vengarse de alguien que le había injuriado. Vemos que ese aspecto de su temperamento fue heredado por el hijo que menos se le parece físicamente. David Lee también es capaz de recordar y alimentar un rencor y resentimiento a través de los años. Físicamente, Harry Lee es el único de sus hijos que se le parece mucho. Ese parecido es notable cuando se examina el retrato de Simeon Lee cuando era joven. La misma nariz aguileña, el mentón saliente, la cabeza echada atrás. Creo que Harry también heredó muchos de los gestos peculiares de su padre. Por ejemplo, ese hábito de echar hacia atrás la cabeza al reír y el de acariciarse la barbilla.

»Teniendo presente todo eso y estando convencido de que el crimen lo cometió una persona íntimamente relacionada con el muerto, estudié a la familia desde ese punto de vista psicológico. Es decir, traté de decir quiénes eran los criminales psicológicamente posibles. Y en mi juicio sólo dos personas reunían esas condiciones. Eran Alfred Lee e Hilda Lee, la esposa de David. A David lo rechacé como posible asesino... No creo que un ser tan delicado pudiera ser autor de un crimen tan brutal. También rechacé a George Lee y a su esposa. Fueran cuales fuesen sus deseos, no creo que tuvieran suficiente temperamento para correr ese riesgo. Ambos son esencialmente cautos. También consideré incapaz de todo acto de violencia a la esposa de Alfred Lee. Al llegar a Harry Lee vacilé. Aparentemente, es un hombre combativo, enérgico, pero sospecho que todo eso es puro bluff, y que esencialmente es débil. Sé también que esa misma era la opinión de su padre. Dijo que Harry no valía más que los otros. Eso me dejaba con sólo dos posibles criminales. Ya los he nombrado. Alfred es un hombre que sabe ser fiel. Se ha sabido dominar durante años, limitándose a ser el subordinado a la voluntad del otro. En tales condiciones siempre es posible que algo salte. Además, es incluso muy posible que alimentara algún rencor secreto contra su padre. Y ese rencor, al no ser expresado de ninguna manera, fue creciendo en intensidad. Son las personas tranquilas y apacibles las que de súbito se demuestran capaces de las mayores violencias. Cuando pierden el dominio de sí mismas, lo pierden por completo. La otra persona a quien consideraba capaz del crimen era Hilda Lee. Es del tipo de personas que en determinadas ocasiones es capaz de tomarse la justicia por sus propias manos. Esos seres son jueces y ejecutores a la vez. En el Antiguo Testamento hay muchos personajes así. Jael y Judith, por ejemplo.

»Luego examiné las circunstancias del crimen. Y lo que primero llama la atención son las extraordinarias condiciones en que ese crimen tuvo lugar. Recordamos la habitación en que halló la muerte Simeon Lee. Había allí una pesada mesa, unas pesadas sillas y sillones, una lámpara y otros objetos, todo volcado. Pero la mesa y los sillones eran lo más curioso. Ambos muebles son de sólido roble. Resulta difícil comprender cómo en una lucha entre dos hombres puede volcarse tanto mueble sólido. El conjunto resulta irreal. Y, no obstante, a ninguna persona con sentido común se le hubiera ocurrido disponer aquella decoración a menos que fuera real. De ser así, el asesino de Lee tenía que ser un hombre vigoroso.

»Otro detalle curioso es el de la puerta cerrada por fuera. No se advierte ninguna razón lógica para semejante comportamiento por parte del asesino. No se podía pretender simular suicidio, ya que nada en la muerte aquella hablaba de suicidio. Tampoco se podía simular una huida por las ventanas, ya que dichas ventanas estaban dispuestas de forma que no se podía huir por ellas. Una vez más nos encontramos ante un hecho que exige tiempo. Tiempo, que es algo precioso para el asesino.

»Otra cosa incomprensible es el hallazgo de un trozo cortado de esponja de la que utilizaba Simeon Lee cortado y un trozo de madera, cosas que me enseñó el inspector Sugden. Esos dos objetos fueron recogidos por una de las primeras personas que entraron en la habitación. Una vez más nos hallamos ante algo que no tiene sentido. ¡No significa absolutamente nada! Y, sin embargo, estaban allí.

»Como pueden observar, el crimen se hace cada vez más raro. Carece de orden y método. No es razonable. »Y ahora llegamos a la principal dificultad. El inspector Sugden fue llamado por míster Lee, quien le informó de un robo cometido en su casa y le pidió que volviera más tarde. ¿Por qué no pidió al inspector Sugden que aguardara abajo, mientras él hablaba con la persona sospechosa? Estando en casa el inspector, habría podido ejercer mayor presión sobre el culpable.

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