Nivel 5 (47 page)

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Authors: Lincoln Child Douglas Preston

Tags: #Trhiller, Biotecnología, Guerra biológica

«Pero ¿no puedo llevarle conmigo utilizando su enlace remoto?»

«No. La unidad infrarroja sin hilos conectada a su ordenador personal nos permite comunicarnos sólo a través de la red estándar, y sólo desde la situación actual que ocupa usted ahora. El transceptor interno de GeneDyne se halla situado en el séptimo piso, a muy corta distancia del ascensor. Por eso le he hecho quedarse ahí aparcado.»

«¿Puede decirme alguna otra cosa?»

«Puedo decirle que los recursos de computación que absorbe esa cosa hace que, comparativamente, las rutinas de las trayectorias de los misiles del Mando Aéreo Estratégico parezcan contadores automáticos de monedas. Y se necesitan varios terabites de almacenamiento de datos. Sólo los archivos masivos de vídeo exigirían eso. Todo puede ser más real de lo que pueda imaginar.»

«No es probable, con una pantalla de nueve pulgadas como la que tengo», replicó Levine.

«¿Es que estaba usted dormido mientras le daba mis charlas, profesor? Scopes trabaja con pantallas mucho más grandes en su sede central. ¿O no se ha dado cuenta?»

Levine se quedó mirando las palabras sin comprender. Finalmente se dio cuenta de lo que quería decir Mimo.

Levantó la mirada de la pantalla. La vista desde el ascensor era impresionante. Pero había algo extraño en ella que no había observado al entrar apresuradamente. En el cielo oriental, las estrellas colgaban sobre el sereno paisaje. Podía ver el puerto extenderse bajo él, con un millón de diminutos puntos de luz en la cálida oscuridad de Massachusetts.

Y, sin embargo, sólo se encontraba en el séptimo piso. La vista que se le ofrecía había sido tomada desde un punto mucho más elevado.

Lo que miraba no era una mampara de cristal, sino un panel plano que ocupaba toda la pared, y en el que se mostraba una imagen virtual de una vista imaginaria fuera del edificio de GeneDyne.

«Comprendo», tecleó.

«Bien. He marcado su ascensor como fuera de servicio y en reparación. Eso evitará miradas curiosas. Pero procure no permanecer ahí más tiempo del necesario. Yo permaneceré aquí, conectado a la red mientras pueda, para actualizar de vez en cuando su estatus de reparación y evitar así cualquier sospecha.

Me temo que eso es todo lo que puedo hacer para protegerlo.»

«Gracias, Mimo.»

«Una cosa más. Dijo usted algo acerca de que esto no era un juego. Le pediría que recordara su propio consejo. GeneDyne mira con muy malos ojos a los intrusos, tanto dentro del ciberespacio como fuera. Se ha embarcado usted en un viaje extremadamente peligroso. Si lo encuentran, me veré obligado a huir. No podré hacer nada por usted, y no tengo la intención de ser un mártir por segunda vez. Si me descubren, me quitarán todos mis ordenadores. Y si sucediera eso, lo mismo me daría estar muerto.»

«Comprendo», tecleó Levine.

Se produjo una pausa.

«Es posible que no volvamos a hablarnos nunca más, profesor. Quisiera decirle que he valorado mucho el haberle conocido.»

«Yo también.»

MTRRUTMY; MTWABAYB; AMYBIHHAHBTDKYAD

«¿Mimo?»

«Sólo ha sido un viejo y sentimental dicho irlandés, profesor Levine. Adiós.»

La pantalla parpadeó y quedó en blanco. Ahora no disponía de tiempo para tratar de descifrar el largo acrónimo de Mimo. Levine respiró profundamente y tecleó otra orden breve: «lancet».

—¿Qué ocurre? — preguntó Susana cuando Carson se sentó abruptamente en la arena.

—Acabo de oler algo —susurró—. Creo que un caballo.

Se humedeció un dedo y lo levantó en la brisa.

—¿Uno de los nuestros?

—No. El viento no viene de esa dirección, pero juro que acabo de oler a caballo sudoroso. Detrás de nosotros.

Se produjo un silencio. Carson experimentó una repentina y fría sensación en el estómago. Era Nye. No había otra explicación. Y estaba muy cerca.

—¿Está seguro…?

Carson le cubrió la boca con una mano y con la otra le acercó la oreja a sus labios.

—Escúcheme. Nye está al acecho ahí fuera, en alguna parte. No se marchó con los Hummers. Una vez que se haga de día, estaremos muertos. Tenemos que salir de aquí en el mayor silencio, ¿comprende?

—Sí —fue la casi inaudible respuesta.

—Nos moveremos hacia nuestros caballos. Pero tendremos que caminar a tientas. No se limite a poner un pie delante de otro; déjelo a un par de centímetros por encima del suelo hasta que esté segura de que puede dar el paso. Si tropezamos con una hierba seca o un trozo de matojo, él nos oirá. Tendremos que desatar los caballos sin hacer el menor ruido. No monte enseguida, primero aleje el caballo. Será mejor que vayamos al este, de regreso a los campos de lava. Es nuestra única esperanza de perderlo. Efectúe un giro de noventa grados a la derecha con respecto a la estrella del norte.

Sintió más que vio la cabeza de ella que hacía un vigoroso gesto de asentimiento.

—Yo continuaré por el mismo camino, pero no trate de seguirme. Está demasiado oscuro. Procure coger un curso lo más recto posible, pero agáchese, porque podría verla moverse contra el brillo de las estrellas. Podremos vernos el uno al otro en cuanto empiece a amanecer.

—Pero ¿y si él oye…?

—Si nos persigue, monte y cabalgue como alma que lleva el diablo hacia la lava. Cuando llegue allí, desmonte, déle una palmada al caballo y ocúltese lo mejor que pueda. Lo más probable es que siga a su caballo. — Hizo una pausa antes de añadir—: Es lo mejor que se me ocurre ahora. Lo siento.

Hubo un breve silencio. Carson advirtió que la mujer temblaba ligeramente. La soltó. Su mano buscó a tientas la de ella y se la apretó.

Se movieron lentamente hacia el sonido tintineante de los caballos. Carson sabía que sus posibilidades de supervivencia, que nunca habían sido buenas, eran ahora mínimas. Las cosas ya habían estado bastante mal sin Nye. Pero el jefe de seguridad les había encontrado. Y lo había hecho con bastante rapidez. No se había dejado engañar por la desviación sobre el campo de lava. Contaba con el mejor caballo, y además tenía aquel condenado rifle.

Carson se dio cuenta de que había subestimado a Nye.

Mientras avanzaba por la arena acudió a su memoria una repentina imagen de Charley, su tío abuelo medio ute. Se preguntó qué truco sináptico le había hecho pensar en Charley precisamente ahora.

La mayoría de las historias que le había contado el anciano versaban sobre un antepasado ute llamado Gato, que había emprendido numerosas incursiones contra los navajos y la caballería. A Charley le había encantado hablarle de aquellas incursiones. También le contó otras historias sobre las hazañas de rastreo de Gato y sobre sus habilidades con un caballo. Y también sobre los diversos trucos empleados para eludir a sus perseguidores, habitualmente soldados. Charley le había contado todas aquellas historias con serena satisfacción, sentado en la mecedora, delante de la chimenea encendida.

Carson encontró a
Roscoe
en la oscuridad y empezó a desatarle las cuerdas, susurrándole palabras muy bajas para evitar cualquier relincho delator. El caballo dejó de pacer y levantó las orejas. Carson le acarició con suavidad el cuello, le pasó la cuerda por la cabeza y quitó cuidadosamente la cincha del ronzal. Luego, con cuidado, ató el ronzal e hizo un lazo con la cuerda alrededor del pomo de la silla. Se detuvo a escuchar: el silencio de la noche era absoluto.

Tomó al caballo por las riendas y lo condujo hacia el oeste.

Una de sus piernas se le había dormido, y Nye cambió de posición, sosteniendo el rifle al hacerlo. Un tenue resplandor empezaba a aparecer por el este, sobre las montañas Fray Cristóbal. Debían de faltar otros diez minutos, quizá menos. Se volvió a mirar la oscuridad, satisfecho de nuevo al comprobar que estaba bien oculto. Miró por detrás de la elevación y distinguió el difuso perfil de su caballo, que seguía allí. Sonrió. Realmente, sólo los ingleses sabían entrenar bien a sus caballos. Aquella mística del vaquero estadounidense no era más que una tontería. Ellos no sabían prácticamente nada sobre caballos.

Volvió la atención hacia la amplia hondonada. Dentro de pocos minutos, la luz del alba le mostraría lo que necesitaba ver.

Con cuidado, quitó el seguro del Holland Holland. Apuntaría contra un objetivo inmóvil, quizá dormido, situado a trescientos metros. Sonrió sólo de pensarlo.

La luz fue aumentando lentamente por detrás de las montañas Fray Cristóbal, y Nye escudriñó la hondonada en busca de formas oscuras que indicaran la presencia de caballos o personas. Había una serie de yucas condenadamente parecidas a personas a la débil luz del amanecer. Pero no pudo ver nada lo bastante grande para que fuera un caballo.

Esperó, y pudo oír el lento y regular latido de su corazón. Le complacía observar la firmeza de su respiración, y la sequedad de la palma de su mano contra la culata del rifle.

Lentamente, empezó a crecer en su mente la idea de que la hondonada estaba vacía.

Y entonces volvió a sonar la voz, con una risa baja y cínica. Se volvió y allí encontró una sombra, en la semipenumbra.

—¿Quién demonios es? — murmuró Nye.

La risita aumentó de intensidad, hasta que las risotadas arrancaron ecos en el desierto. Y Nye se dio cuenta de que aquella risa se parecía notablemente a la suya.

En un instante, Boston se desvaneció y quedó a oscuras.

La impresionante vista del tabique del ascensor había desaparecido. El paisaje había parecido tan real que, por un horrible instante, Levine se preguntó si se habría quedado repentinamente ciego. Entonces se dio cuenta de que las suaves luces del ascensor seguían encendidas, y que era simplemente la pantalla que ocupaba todo un tabique la que había quedado a oscuras. Extendió la mano para tocar la superficie. Era dura y opaca, similar a los paneles que había visto en el pasillo de GeneDyne, pero mucho más grande.

Entonces, de improviso, el ascensor pareció dos veces más grande. Varios hombres de negocios, vestidos con trajes y llevando maletines, le miraron desde arriba. A Levine estuvo a punto de caérsele el ordenador del regazo y se puso en pie con presteza antes de darse cuenta, una vez más, de que aquello era, simplemente, una imagen proyectada que hacía que el ascensor pareciera más profundo y repleto de personal de GeneDyne. Se maravilló ante la resolución de vídeo necesaria para crear una imagen tan realista.

Luego, la imagen volvió a cambiar y la negrura del espacio se abrió ante él. Por debajo, la superficie gris de la luna giraba perezosamente en el éter claro, revelando sin pudor su cutis surcado de viruela. Por detrás de ella, Levine pudo observar la débil curva de la Tierra, como una bola azulada que colgaba en la distante negrura. La sensación de profundidad fue enorme, y el profesor tuvo que cerrar los ojos un momento para superar la sensación de vértigo.

Comprendió lo que estaba sucediendo. Cuando el programa «lancet» de Mimo conectó con el servidor privado de Scopes, tuvo que haber interrumpido la rutina normal del dispositivo de software que controlaba las imágenes del ascensor. Temporalmente descontroladas, las diversas imágenes disponibles aparecían una tras otra, como una proyección estrafalaria de diapositivas. Levine se preguntó qué otras vistas habría programado Scopes para diversión y consternación de los pasajeros del ascensor.

La imagen volvió a cambiar, y Levine contempló un extraño paisaje: una construcción tridimensional de pasarelas y edificios que se elevaban desde un vasto espacio, aparentemente sin fondo. Parecía ver este paisaje desde una plataforma de terrazo, cubierta con baldosas de un apagado color marrón, rojo y amarillo. Desde el extremo de la plataforma, una serie de puentes y pasarelas conducían en muchas direcciones, algunas hacia arriba, otras hacia abajo, mientras que otras continuaban horizontalmente para perderse en espacios inconcebiblemente vastos. Elevándose por encima de las pasarelas había docenas de enormes estructuras, oscuras y con incontables y diminutas ventanas iluminadas. Entre los edificios se extendían grandes rayos de luz coloreada, que se bifurcaba y parpadeaba en la distancia, como rayos.

El paisaje era hermoso, e incluso despertaba admiración por su complejidad, pero al cabo de pocos minutos Levine empezó a sentirse impaciente y a preguntarse por qué el programa de Mimo tardaba tanto tiempo en acceder al ciberespacio de GeneDyne. Cambió de posición sobre el suelo del ascensor.

El paisaje se movió con él.

Levine bajó la mirada. Comprobó entonces que había movido inadvertidamente el botón giratorio del tablero de su ordenador. Lo giró hacia adelante.

Inmediatamente, la superficie de terrazo situada delante de él retrocedió, y se encontró equilibrado en el mismo borde del espacio, con una delgada pasarela delante de él, flotando fantasmagóricamente en el negro vacío. La suavidad de la respuesta del vídeo sobre la enorme pantalla le produjo una sensación de movimiento hacia adelante casi insoportablemente real.

Levine aspiró profundamente. Esta vez ya no se encontraba mirando una imagen de vídeo, sino dentro mismo del ciberespacio de Scopes.

El profesor apartó un momento las manos del ordenador para calmarse. Luego, cuidadosamente, colocó un dedo sobre el botón y los de la otra mano sobre las teclas del cursor de su ordenador. Trabajosamente, inició la tarea de aprender a controlar su propio movimiento dentro de aquel paisaje extraño. La inmensidad de la pantalla del ascensor, y la notable resolución de la imagen, le dificultaron la comprensión. Siempre se veía agobiado por el vértigo. A pesar de saber que estaba en el ciberespacio, el temor a caer de la plataforma de terrazo hacia las profundidades hacía que sus movimientos fueran lentos y meticulosos.

Finalmente, dejó el ordenador a un lado y se frotó la espalda. Miró el reloj y se asombró al ver que habían transcurrido tres horas. ¡Tres horas! Y ni siquiera se había movido de la plataforma sobre la que había empezado. La fascinación que le producía ese ambiente computarizado era divertida e inquietante a un tiempo. Pero ya iba siendo hora de encontrar a Scopes.

Cuando volvió a colocar las manos sobre el teclado, fue consciente de un leve sonido grave, una especie de cántico susurrado. Procedía de los mismos altavoces usados por el ascensor para anunciar los pisos. No se había dado cuenta del momento en que empezó a oírlo; quizá había estado allí desde el principio. Se sintió incapaz de imaginar qué significaba.

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