—No tomo todas esas cosas, doctor —le dijo—. Sólo las cápsulas para la alergia.
Shaw miró las cápsulas, leyó la composición y declaró que no tenían nada de malo, y pasó a las pastillas para dormir.
—¿Tiene problemas para conciliar el sueño?
—No desde que vivo en el campo. Creo que no he tomado ni una sola pastilla desde que estoy aquí.
—Bueno, bueno, eso está muy bien. —Le dio una palmadita en un hombro—. No tiene usted absolutamente nada, querida. Yo diría que, en ocasiones, tiende a preocuparse en exceso. Eso es todo. Estas cápsulas son muy suaves. Hay muchísimas personas que las toman en la actualidad y no les hacen ningún daño. Siga tomándolas si quiere, pero deje en paz las píldoras para dormir.
—La verdad es que no entiendo el motivo de mi preocupación —me disculpé con Ellie—. Supongo que fue por algo que dijo Greta.
—Ah. —Ellie se rió—. Greta siempre se preocupa por las cosas que tomo. Ella nunca toma nada. Haremos una limpieza en el botiquín y tiraremos la mayoría de lo que hay.
Ellie se estaba haciendo amiga de la mayoría de nuestros vecinos. Claudia Hardcastle venía bastante a menudo y, de vez en cuando, salía a cabalgar con Ellie. Yo no montaba. Toda mi vida me había ocupado de los coches y de su mecánica. No sabía ni una palabra de caballos a pesar de haber limpiado establos durante un par de semanas en Irlanda. Así y todo, tenía pensado que, cuando estuviéramos en Londres, iría a algún club hípico de lujo y aprendería a montar correctamente. No quiero empezar aquí, estoy seguro de que la gente se reiría al verme. Considero que está muy bien para Ellie ya que disfruta muchísimo montando.
Greta la animaba, aunque ella tampoco sabía ni media palabra de caballos.
Ellie y Claudia fueron a una venta y, aconsejada por Claudia, mi esposa se compró un caballo, un zaino llamado
Conquer
. Le insistí a Ellie para que tuviera mucho cuidado cuando saliera a cabalgar sola, pero se rió de mí.
—Llevo cabalgando desde que tenía tres años —manifestó.
Así que salía a cabalgar dos o tres veces por semana. Greta cogía el coche y se marchaba a Market Chadwell para hacer las compras.
—¡Tú y tus gitanos! —comentó un día Greta a la hora de la comida—. Esta mañana me tropecé con una vieja espantosa. Apareció de pronto en medio de la carretera. Estuve a punto de atropellarla y ella tan tranquila. Tuve que frenar en seco justo cuando subía la colina.
—¿Por qué? ¿Qué quería?
Ellie nos escuchaba pero sin participar en la conversación. Sin embargo, me pareció que estaba preocupada.
—La muy desvergonzada me amenazó —respondió Greta.
—¿Te amenazó?
—Verás, me dijo que me marchara de aquí. «Ésta es tierra gitana. Váyase. Váyanse todos. Márchese si quiere estar a salvo. —Después levantó un puño y lo agitó delante de mi cara—. Si la maldigo, nunca más volverá a tener buena suerte. Vienen aquí, compran nuestras tierras y edifican casas. No queremos casas en un lugar donde tendrían que estar nuestras tiendas.»
Greta contó muchas más cosas. Más tarde, Ellie me comentó con una expresión preocupada:
—Resulta bastante extraño, ¿no crees, Mike?
—Creo que Greta estaba exagerando un poco.
—No me acaba de convencer —añadió Ellie—. Me pregunto si Greta no se habrá inventado una parte.
—¿Por qué iba a hacer algo así? —repliqué, para después preguntarle bruscamente—. Por casualidad, no habrás visto a Esther últimamente, ¿verdad? Me refiero a cuando sales a cabalgar.
—¿La gitana? No.
—No lo dices muy segura, Ellie.
—Creo haberla atisbado, ya sabes, oculta entre los árboles, pero nunca con la suficiente claridad como para saber a ciencia cierta si era ella.
Sin embargo, al cabo de un par de días, Ellie regresó pálida y temblorosa de su cabalgada. La vieja había salido repentinamente de entre los árboles. Ellie había detenido el caballo para hablar con ella. Me comentó que la gitana hacía gestos amenazadores y no dejaba de murmurar imprecaciones.
—Esta vez me puse realmente furiosa —manifestó Ellie—. Le dije: «¿Qué busca aquí? Esta tierra no le pertenece. En nuestra tierra y nuestra casa», y ella me respondió: «Nunca será su tierra y nunca le pertenecerá. Se lo advertí una vez y se lo advierto de nuevo: no pienso volvérselo a repetir. Ahora ya no tardará mucho, créame. Veo a la Muerte. Ahora está detrás de su hombro izquierdo. Es la Muerte quien está junto a usted y la Muerte se la llevará. Ese caballo que monta tiene una pata blanca, ¿No sabe que trae mala suerte montar un caballo con una pata blanca? ¡Veo a la Muerte y cómo se derrumba esa gran casa que se ha construido!
—¡Esto tiene que acabar! —exclamé enojado.
Esta vez Ellie no se rió. Tanto ella como Greta parecían asustadas. Sin perder ni un instante, me fui al pueblo. Primero me acerqué a la casa de Mrs. Lee. Comprobé que no había nadie y entonces me dirigí a la comisaría. Conocía al sargento Keene, un hombre amable y sensato. Me escuchó con atención.
—Lamento mucho que tenga usted estos trastornos —manifestó—. Es una mujer muy vieja y a veces se hace pesada. En realidad, nunca nos ha ocasionado problemas. Hablaré con ella y le diré que deje de molestarles.
—Se lo agradezco.
—No me gusta sugerir nada —añadió el sargento tras un momento de duda—, pero hasta donde usted sabe, Mr. Rogers, ¿hay alguien de por aquí que podría tenerle, quizá por algún motivo trivial, cierta inquina a usted o a su esposa?
—Diría que es muy poco probable. ¿Por qué lo pregunta?
—Verá, en los últimos tiempos, Mrs. Lee parece disponer de abundante dinero, y no sé de dónde lo consigue.
—¿Qué quiere decir?
—Bien podría darse el caso de que alguien le estuviera pagando, alguien que quiere hacerles marchar de aquí. Hace muchos años ocurrió un incidente parecido. La vieja aceptó dinero de alguien del pueblo para espantar a uno de los vecinos. Hizo lo mismo: amenazas, advertencias, la historia del mal de ojo. La gente de los pueblos es supersticiosa. Se sorprendería usted de la cantidad de pueblos en Inglaterra que se vanaglorian de tener una bruja. En aquella ocasión le hicimos una advertencia y, por lo que yo sé, nunca volvió a intentarlo desde entonces, pero todo es posible. Le tiene mucho apego al dinero. Es capaz de hacer cualquier cosa si se la pagan bien.
A mí me pareció una idea un tanto descabellada. Le señalé a Keene que nosotros éramos unos absolutos desconocidos para la gente del pueblo.
—Todavía no hemos tenido tiempo de hacernos con enemigos.
Preocupado y perplejo, regresé a casa dando un paseo. Al llegar a la terraza, oí los suaves acordes de la guitarra de Ellie. Una figura alta, que se encontraba junto a la ventana, se volvió y se acercó a mí. Por un momento, creí que se trataba de la gitana de marras, pero entonces me tranquilicé al comprobar que era nada menos que Santonix.
—¡Ah, eres tú! —exclamé—. ¿De dónde ha salido? Hace tiempo que no tenemos noticias tuyas.
No hizo caso de mis palabras. Me cogió por el brazo y me llevó lejos de la ventana.
—¡Así que ella está aquí! —comentó—. No me sorprende. Estaba seguro de que acabaría por instalarse. ¿Por qué se lo permitiste? Es peligrosa. Tú tendrías que saberlo.
—¿Te refieres a Ellie?
—No, no, no me refiero a Ellie. ¡A la otra! ¿Cómo se llama? Greta.
Le miré sorprendido.
—Tú sabes cómo es Greta, ¿o no te has dado cuenta? Está aquí, ¡Ha tomado posesión! Ahora no podrás librarte de ella. Ha venido para quedarse.
—Ellie se torció el tobillo —repliqué—. Greta vino para cuidarla. Supongo que no tardará en marcharse.
—Tú no entiendes nada de nada. Siempre tuvo la intención de venir a instalarse aquí. Lo sé. Le descubrí el juego cuando apareció por aquí para ver cómo iban las obras.
—Ellie quiere tenerla a su lado —rezongué.
—Claro, por supuesto. Greta lleva tiempo con Ellie, ¿no es así? Ella sabe cómo manejarla.
Eso mismo había dicho Lippincott, y yo había tenido ocasión de comprobarlo personalmente.
—¿Quieres tenerla aquí, Mike?
—No puedo echarla de la casa —respondí ligeramente irritado—. Es una vieja amiga de Ellie, mejor dicho, su mejor amiga ¿Qué demonios puedo hacer al respecto?
—No. Supongo que no puedes hacer nada.
Me miró. Fue una mirada muy extraña. Santonix era un hombre extraño. Nunca sabías cuál era el verdadero significado de sus palabras.
—¿Sabes cuál es tu meta, Mike? ¿Tienes alguna idea? Algunas veces creo que no tienes ni la más remota idea de cuáles son tus objetivos.
—Claro que lo sé. Estoy haciendo lo que quiero. Estoy consiguiendo mis propósitos.
—¿De veras? No lo sé. Me pregunto si de verdad sabes lo que quieres. Me da miedo verte a merced de Greta. Ella es mucho más fuerte que tú.
—No sé de dónde has sacado esa conclusión. Aquí no se trata de una cuestión de fuerza.
—¿No? Yo creo que sí, ella es de las fuertes, de las personas que siempre se salen con la suya. Tú no querías tenerla aquí, eso fue lo que me dijiste. Pero está aquí y las he estado observando: Greta y Ellie sentadas juntas, en tu casa, charlando cómodamente instaladas. ¿Qué eres tú, Mike? ¿El intruso? ¿O tú no eres el intruso?
—Estás loco. Hay que ver las cosas que dices, ¿A qué te refieres con eso de que soy el intruso? Soy el marido de Ellie, ¿no?
—¿Eres el marido de Ellie o Ellie es tu esposa?
—Eres un tonto. ¿Cuál es la diferencia?
Exhaló un suspiro. De pronto, hundió los hombros como si hubiese perdido todo el vigor.
—No puedo llegar hasta ti —se lamentó Santonix—. No consigo que me escuches. No puedo hacértelo comprender. Algunas veces creo que me comprendes y hay otras en las que creo que no sabes nada de ti ni de nadie.
—¡Ya está bien, Santonix! No tengo por qué aguantarlo. Eres es un magnífico arquitecto, pero...
Su rostro cambió de aquella manera tan particular.
—Sí. Soy un buen arquitecto. Esta casa es lo mejor que he hecho. Casi podría decir que estoy satisfecho. Tú querías una casa como ésta. También Ellie quería una casa como ésta para vivir en ella contigo. Ambos conseguisteis lo que anhelabais. Saca a esa otra mujer de aquí, Mike, antes de que sea demasiado tarde.
—No me veo con ánimos de trastornar a Ellie.
—Esa mujer te tiene donde quería —manifestó Santonix.
—Vamos por partes. No me gusta Greta. Me pone los nervios de punta. Precisamente el otro día tuvimos una discusión tremenda, pero nada es tan sencillo como crees.
—No, con ella nada puede ser sencillo.
—El tipo que llamó a este lugar el Campo del Gitano y dijo que estaba maldito no iba muy desencaminado —señalé furioso—. Tenemos gitanas que aparecen de detrás de los árboles, nos amenazan con los puños y nos advierten que, si no nos marchamos, nos sucederá una terrible desgracia. Este lugar tendría que ser bueno y bonito.
Estas últimas palabras realmente resultaron muy extrañas en mi boca. Las dije como si las pronunciara otra persona.
—Sí, tendría que ser así —manifestó Santonix—, pero nunca lo será porque hay algo malvado que la posee.
—¿No creerás que... ?
—Creo en muchísimas cosas extrañas. Sé algo sobre el mal. ¿No te has dado cuenta, no lo has notado, que yo también soy en parte maligno? Siempre lo he sido. Por eso lo reconozco. Sé cuando lo tengo cerca, aunque no siempre puedo precisar exactamente dónde está. Quiero ver esta casa que construí libre de la maldad, ¿lo comprendes? —Su tono era amenazante—. ¿Lo comprendes? Para mí es importante.
Entonces, bruscamente, volvió a cambiar de actitud.
—Venga, basta ya de decir tonterías. Entremos a ver a Ellie. —Entramos y Ellie saludó a Santonix con gran placer.
El arquitecto mostró sus mejores actitudes durante la velada. Se comportó de una manera alegre y despreocupada. Dedicó una atención especial a Greta, como si quisiera convertirla en la destinataria de todo su encanto, y esto era algo que él tenía en abundancia. Cualquiera hubiese jurado que Santonix se había prendado de la joven y que hacía todo lo posible por caerle bien y complacerla. Llegué a la conclusión de que Santonix era en realidad un hombre muy peligroso, y que no era tan fácil de entender como había creído en un principio.
Greta siempre respondía a la admiración y se mostró como nunca. Había ocasiones en la que disimulaba su belleza, pero esta noche era una auténtica diosa. Le sonreía a Santonix y parecía hechizada por sus palabras. Me preguntó qué se traería entre manos el arquitecto. Nunca se sabía con Santonix. Ellie le invitó a quedarse unos días pero él meneó la cabeza. Tenía que marcharse al día siguiente.
—¿Está construyendo otra casa? ¿Está usted ocupado?
El arquitecto respondió que no. Acababa de salir del hospital.
—Me han remendado un poco, pero probablemente será la última vez.
—¿Remendado? ¿Qué le hicieron?
—Sacaron la sangre mala de mi cuerpo y me pusieron sangre fresca.
—Oh. —Ellie se estremeció.
—No te preocupes. Nunca tendrás que pasar por ese trance.
—¿Por qué ha tenido que pasarle a usted? —quiso saber Ellie—. Es cruel.
—No, no lo es. Oí lo que cantaba hace un rato.
El hombre fue hecho para la alegría y la pena, y cuando nosotros lo descubrimos avanzamos por la vida con seguridad...
«Avanzo con seguridad porque sé por qué estoy aquí. En cuanto a ti, Ellie...
Todas las noches y todas las mañanas, unos nacen para el dulce placer.
»Ésa eres tú.
—Desearía sentirme segura —declaró Ellie.
—¿No te sientes segura?
—No me gusta que me amenacen. No me gusta que nadie me eche una maldición.
—¿Te refieres a la gitana?
—Sí.
—Olvídala —dijo Santonix—. Olvídala por esta noche. Seamos felices. A tu salud, Ellie, te deseo una larga vida y un final rápido y piadoso para mí. Buena suerte para Mike... —Se detuvo con la copa en alto y la mirada puesta en Greta.
—¿Sí? ¿Y para mí, qué?
—¡Para ti, lo que deseas! ¿El éxito, quizás? —Lo dijo con una sonrisa burlona y un tono irónico.
Se marchó a la mañana siguiente.
—Que hombre tan extraño. Nunca acabaré de entenderlo.
—Yo ni siquiera entiendo la mitad de las cosas que dice.
—Sabe cosas —comentó Ellie pensativa.
—¿Te refieres a que puede ver el futuro?