Noche Eterna (16 page)

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Authors: Agatha Christie

Tags: #policiaco, #Intriga

—No, no me refería a eso. Conoce a las personas. Te lo dije hace tiempo. Conoce a las personas mejor que ellas mismas. Precisamente por eso a veces las odia y otras las compadece. Sin embargo, no se compadece de mí.

—¿Por qué iba a compadecerse?

—Oh, porque...

Capítulo XVI

Fue por la tarde del día siguiente, mientras caminaba a paso rápido por la parte más oscura del bosque donde las sombras de los pinos impresionaban mucho más que en cualquier otra zona, cuando vi la figura de una mujer alta en el camino de entrada a la casa. Me aparté del sendero rápidamente, convencido de que se trataba de nuestra gitana, pero me detuve sorprendido al descubrir quién era en realidad. Era mi madre. Estaba allí, quieta como una estatua y con una expresión severa en el rostro.

—¡Dios santo! —exclamé—. Menudo susto me has dado, mamá. ¿Qué haces aquí? ¿Has venido a vernos? Ya era hora de que aparecieras, después de haberte invitado tantas veces.

Era mentira. Sólo la había invitado en una ocasión y sin mucho entusiasmo. Le había enviado una carta, escrita de una manera que dejaba bien claro mi poco interés. No quería verla por aquí, no quería verla en mi casa.

—Tienes razón —contestó—. Por fin he venido a verte. Quería comprobar que todo iba bien. Así que ésta es la gran casa que has construido. Reconozco que es magnífica —añadió, mirando por encima de mi hombro.

Me pareció detectar en su voz el agrio reproche que ya me esperaba.

—Demasiado para alguien como yo, ¿eh?

—Yo no he dicho tal cosa, muchacho.

—Pero lo piensas.

—No has nacido para esto, y nada bueno puede resultar de vivir por encima de nuestra clase social.

—Nadie llegaría nunca a ninguna parte si te hicieran caso.

—Sí, sé que eso es lo que dices y piensas, pero, que yo sepa, la ambición nunca le ha hecho ningún bien a nadie. Es algo que vuelve agrio cualquier manjar.

—Oh, por amor de Dios, deja de quejarte. Ven, acompáñame y contempla nuestra magnífica casa, así podrás despreciarla a placer, y también podrás ver a mi magnífica esposa y despreciarla a ella también si te atreves.

—¿Tu esposa? Ya la conozco.

—¿Qué quieres decir con que ya la conoces?

—Así que ella no te lo contó, ¿eh?

—¿Contarme qué?

—Que vino a verme.

—¿Ella fue a verte? —pregunté atónito.

—Sí, allí estaba ella un día, delante de mi puerta, tocando el timbre y con aspecto de estar un poco asustada. Es una muchacha bonita y muy dulce a pesar de todo esas prendas elegantes que lleva. Me dijo: «Usted es la madre de Mike, ¿no es así?» y yo le repliqué: «Sí. ¿Quién es usted?». «Soy su esposa. Tenía que venir a conocerla. No me parecía correcto no conocer a la madre de Mike», y le contesté: «Me jugaría el cuello a que él no quiere que me conozca». Al ver que vacilaba añadí: «No es necesario que me lo diga. Conozco a mi chico y sé lo que quiere». Entonces ella dijo: «Quizás usted cree que se avergüenza porque ustedes son pobres y yo soy rica, pero no es así en absoluto. De veras». Le contesté: «No hace falta que me lo diga, muchacha. Conozco los defectos de mi chico y ése no es uno de ellos. No se avergüenza de mí ni tampoco se avergüenza de sus comienzos. En todo caso lo que sí puede es tenerme miedo. Verá, le conozco demasiado bien». Eso le pareció divertido. Comentó: «Supongo que las madres siempre creen lo mismo: que lo saben todo de sus hijos y, precisamente por eso, los hijos se sienten avergonzados.

»Le respondí que bien podía ser cierto, Cuando eres joven, siempre estás aparentando delante de todo el mundo. Yo también lo hacía cuando era niña y vivía en casa de mi tía. Recuerdo que en mi cuarto, sobre la cabecera de la cama, había un cuadro con un gran ojo y un marco dorado y la leyenda: «Dios siempre te observa». Me producía un miedo tremendo cuando me acostaba.

—Ellie tendría que haberme dicho que había ido a verte —protesté—. No entiendo qué necesidad tenía de convertirlo en un secreto. Tendría que habérmelo dicho.

Yo estaba furioso, muy pero que muy furioso. Nunca se me había pasado por la cabeza que Ellie fuera capaz de tener secretos para mí.

—Quizá se sintió un poco asustada por lo que había hecho, pero no tenía motivos para tenerte miedo.

—Ven, entra y verás nuestra casa.

No sé si le gustó o no. Más bien creo que no. Echó un vistazo a las habitaciones y enarcó las cejas. Después fuimos al salón que daba a la terraza. Ellie y Greta se encontraban allí. Acaban de entrar y Greta llevaba una rebeca de lana roja echada sobre los hombros. Mi madre las miró a las dos. Por un momento permaneció inmóvil, como clavada en el suelo. Ellie se levantó de un salto y se acercó corriendo.

—Oh, es Mrs. Rogers —exclamó. Luego se volvió hacia Greta para decirle—: Es la madre de Mike que ha venido a visitarnos y a conocer la casa. ¿No es maravilloso? Ésta es mi amiga Greta Andersen.

Tendió las manos y cogió las de mamá. Mi madre la miró a ella y después miró a Greta con una expresión muy dura.

—Ya veo —murmuró—. Ya veo.

—¿Qué ve? —le preguntó Ellie.

—Me preguntaba —respondió mi madre— cómo sería la casa. —Miró en derredor—. Sí, es una casa bonita. Buenas cortinas, buenos muebles y unos cuadros preciosos.

—Tiene usted que tomar una taza de té —dijo Ellie.

—Por lo que se ve, ustedes acaban de tomarlo.

—El té es algo que nunca se acaba —replicó Ellie. Después se dirigió a Greta—: No llames a la criada, Greta. ¿Puedes encargarte tú misma de ir a la cocina y preparar la tetera?

—Desde luego, cariño. —Greta salió de la habitación, pero antes miró a mi madre por encima del hombro, con una expresión curiosa, como si le tuviera miedo.

Mi madre se sentó.

—¿Dónde está su equipaje? —preguntó Ellie—. ¿Ha venido para quedarse? Espero que así sea.

—No, querida, no me quedaré. Regreso en el tren que sale dentro de media hora. Sólo quería verla. —Luego añadió rápidamente, quizá porque quería decirlo antes de que Greta volviera de la cocina—: Deje de preocuparse. Le he contado que usted vino a verme.

—Lamento no habértelo dicho, Mike —manifestó Ellie con voz firme—, pero creí más conveniente no hacerlo.

—Vino a visitarme impulsada por la bondad de su corazón —señaló mi madre—. Te has casado con una buena chica, Mike, y muy bonita por cierto. Sí, es muy bonita. —Luego, añadió casi para ella misma—: Lo siento.

—¿Lo siente? —repitió Ellie un tanto intrigada.

—Siento haber pensado algunas cosas —contestó mi madre, y agregó con un tono tenso—: Como usted dice, las madres somos así. Siempre tienden a sospechar de las nueras, pero cuando la vi a usted comprendí que él había tenido mucha suerte. Me pareció demasiado bueno para ser cierto. Eso fue lo que pensé.

—¡Vaya impertinencia! —protesté, pero lo hice con una sonrisa—. Siempre he tenido un gusto excelente.

—Tendrías que decir que tienes gustos caros —replicó mi madre con la mirada puesta en las cortinas de brocado.

—Yo tampoco me quedo atrás en cuanto a gastar —manifestó Ellie sonriente.

—Hágale ahorrar un poco de dinero de vez en cuando —le recomendó mi madre—. Le vendrá bien a su carácter.

—Me niego a mejorar mi carácter —afirmé—. La ventaja de tener una esposa es que ella siempre cree que todo lo que haces es perfecto. ¿No es así, Ellie?

Ellie volvía a estar contenta. Se echó a reír.

—¡A veces eres increíble, Mike! Menudo presuntuoso.

Greta entró con la tetera. Al principio, todos habíamos estado un poco tensos, pero ahora nos sentíamos más cómodos. Sin embargo, en cuanto apareció Greta, la tensión reapareció en el acto. Mi madre rechazó todos los intentos por parte de Ellie para que se quedara y mi mujer abandonó el tema. Ellie y yo acompañamos a mi madre por el camino entre los árboles hasta la verja de entrada.

—¿Cómo se llama la finca?

—El Campo del Gitano —contestó Ellie.

—Ah, sí, hay gitanos por los alrededores, ¿no?

—¿Cómo lo sabes? —le pregunté.

—Vi a una gitana mientras subía por el camino. Me miró de una manera extraña.

—Es inofensiva —comenté—. El único problema es que está un poco trastornada.

—¿Por qué dices que está un poco trastornada? Me miró con una expresión muy curiosa. ¿Os tiene ojeriza por alguna cosa?

—No creo que sea nada concreto —manifestó Ellie—. Se imagina cosas. Cree que la hemos echado de sus tierras o algo así.

—Supongo que lo que busca es dinero —opinó mi madre—. Todos los gitanos son iguales. No dejan de quejarse y proclamar que los demás abusamos de ellos. Pero se callan de inmediato en cuanto les pones un poco de dinero en sus manos pedigüeñas.

—A usted no le gustan los gitanos —dijo Ellie.

—Son una pandilla de ladrones. Son incapaces de trabajar como la gente honrada ni pueden mantener las manos apartadas de lo que no es suyo.

—Bueno, olvidémonos de los gitanos —propuso Ellie.

Mi madre se despidió y fue entonces cuando sacó el tema:

—¿Quién es la joven que vive con ustedes?

Ellie le explicó que Greta había estado con ella durante tres años antes de casarse y que, de no haber sido por ella, su vida hubiese sido muy desgraciada.

—¿Vive con usted o está de visita?

—Bueno, verá —contestó Ellie, evitando una respuesta directa—, de momento vive con nosotros porque me torcí un tobillo y necesitaba alguien que me cuidara. Pero ahora estoy recuperada.

—Las parejas casadas necesitan estar solas cuando comienzan —opinó mi madre.

Permanecimos junto a la verja mientras mi madre bajaba la cuesta.

—Tiene una personalidad muy fuerte —comentó Ellie con expresión pensativa.

Yo estaba enojado con Ellie, realmente muy enfadado porque había averiguado la dirección de mi madre y la había ido a ver sin decirme nada. Pero cuando se volvió para mirarme con una ceja un poco levantada y una sonrisa entre tímida y satisfecha, propia de una niña pequeña, me olvidé del enfado.

—Eres una pequeña mentirosa de tomo y lomo.

—Algunas veces tengo que serlo —replicó.

—Es como en una obra de Shakespeare que vi una vez. La representaron en la escuela. —Un tanto avergonzado recité—: «Ella engañó a su padre y quizá te esté engañando a ti.»

—¿Qué papel interpretabas? ¿El de Otelo?

—No, hacía de padre de la muchacha. Por eso recuerdo las palabras. Eran casi las únicas que decía.

—Ella engañó a su padre y quizá te esté engañando a ti —repitió Ellie con voz pensativa—. Que yo recuerde nunca engañé a mi padre. Quizá lo hubiera hecho más tarde.

—Supongo que él no hubiera aceptado alegremente que te casaras conmigo. Se habría comportado como tu madrastra.

—Creo que tiene razón. Era un hombre bastante convencional. —Volvió a sonreírme—. Creo que habría tenido que comportarme como Desdémona y engañar a mi padre para escaparme contigo.

—¿Por, qué tenías tanto interés en conocer a mi madre, Ellie? —pregunté incapaz de contener la curiosidad.

—No es que tuviera mucho interés en conocerla, sino que me parecía muy poco procedente no conocerla. Nunca mencionas a tu madre si lo puedes evitar, pero yo creo que ella siempre ha hecho todo lo posible por ti. Te sacó adelante y trabajó muy duro para que pudieras ir a una buena escuela y cosas así. Me pareció que sería un comportamiento ruin de mi parte no ir a verla.

—En todo caso, no hubiera sido culpa tuya, sino mía —afirmé.

—Sí, quizá tú no querías que fuera a verla.

—¿Crees que tengo un complejo de inferioridad por ser mi madre como es? Pues no, Ellie, te lo aseguro. No es como te lo imaginas.

—No. —Ellie adoptó una expresión pensativa—. Ahora me doy cuenta. Se trataba de que tú no querías que se ocupara de sus obligaciones de madre.

—¿Obligaciones de madre?

—Verás —me explicó Ellie—, es obvio que se trata de una de esas personas que tienen muy claro lo que deben hacer los demás. Me refiero a que quería que tú trabajaras en determinado tipo de empleo.

—Así es. Que tuviera un trabajo fijo, que sentara la cabeza...

—No es que sea algo muy importante en estos tiempos —señaló Ellie—, pero yo diría que es un consejo excelente. Sin embargo, no era el adecuado para ti, Mike. Tú no eres de los que se conforman con un empleo fijo y la seguridad de un sueldo a final de mes. Tú quieres salir, ver y hacer cosas, estar en la cima del mundo.

—Quiero estar contigo en esta casa.

—Quizá durante un tiempo, pero creo que siempre querrás volver aquí. Yo también. Creo que vendremos aquí cada año y que seremos más felices que en cualquier otra parte. Pero tú también quieres ir a otros lugares. Quieres viajar, ver lugares y comprar cosas. Quizá ya estás pensando en nuevos planes para hacer un jardín aquí. Tal vez iremos a Italia y al Japón para ver cómo son los jardines allí y en otras partes del mundo.

—Haces que la vida parezca muy emocionante, Ellie. Lamento haberme enfadado.

—No me importa que te enfadaras —dijo Ellie—. No te tengo miedo. —Frunció el entrecejo—. A tu madre no le gustó Greta.

—Hay muchas personas a quienes Greta no les cae bien.

—Incluido tú.

—Escucha, Ellie, siempre repites lo mismo. No es verdad. Sólo que al principio estaba un poco celoso, nada más. Ahora nos llevamos bastante bien. Creo que el problema radica en que algunas personas se ponen a la defensiva cuando la tratan.

—A Mr. Lippincott tampoco le agrada, ¿verdad? Cree que ejerce demasiada influencia sobre mí.

—¿La tiene?

—Quisiera saber por qué lo preguntas. Sí, creo que la tiene. Es algo natural. Tiene una personalidad dominante y yo necesito tener a alguien en quien confiar y que de la cara por mí.

—Lo que tú quieres es alguien que te ayude a salirte con la tuya —afirmé, riendo.

Entramos en la casa cogidos de la mano. Por alguna razón, parecía oscura. Supongo que sería porque el sol acababa de marcharse de la terraza y había dejado atrás una sensación de oscuridad.

—¿Qué pasa, Mike?

—No lo sé. De pronto he sentido como si alguien caminara sobre mi tumba.

—Un ganso camina sobre tu tumba. El dicho correcto es así, ¿no?

No vimos a Greta por ninguna parte. Los sirvientes nos dijeron que había salido a dar un paseo.

Ahora que mi madre lo sabía todo de mi matrimonio y había conocido a Ellie, hice lo que quería hacer desde hacía tiempo. Le envié un cheque por una cantidad considerable. Le dije que se mudara a una casa mejor y que se comprara muebles nuevos y todo lo que le hiciera falta. Desde luego, tenía mis dudas sobre si aceptaría o no. No era dinero ganado con mi trabajo ni tampoco podía hacer como si lo fuera. Como había supuesto, me devolvió el cheque roto en dos pedazos junto con una nota: «Nunca cambiarás. Ahora lo sé. Que Dios te ayude». Se la enseñé a Ellie.

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