Noche

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Authors: Carmine Carbone

Noche

 

 

Carmine CARBONE

 

 

––––––––

Traducido por Ángela Caramazana González

“Noche”

Escrito por Carmine CARBONE

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Traducido por Ángela Caramazana González

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Tabla de Contenidos

 

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Noche

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Carmine Carbone

 

Noche

1

 

Era una de esas noches en las que si mirando al cielo podías te sentías incapaz de entender la inmensidad del universo y lo poco que importaba que estuvieras allí en ese momento.

Pero estabas.

La luna era tan grande e intensa que iluminaba todo a su alrededor y, a su lado, las estrellas parecían brillar en un manto azul oscuro.

Se podía ver la luz de los astros en todo aquello que fuera líquido o metálico: el charco de agua que había pisado, los coches que pasaban por la calle a gran velocidad, el gran parabrisas del autobús y sobre todo en el agua del río, haciéndolo del todo irreal.

Desde la elevada Continental (así era como llamábamos a la carretera principal), aquel río brillante parecía un rayo partiendo el cemento de la ciudad.

Era una noche de lunes normal.

Normal para mí, que veía la normalidad de la vida con una mirada distinta al resto de la gente.

Para muchos la noche del lunes era volver a casa cansados después del primer día laborable de la semana, era ir al bar con los amigos a tomarse una cerveza y hablar sobre aquello que había hecho su equipo de fútbol favorito el día anterior, era ir al cine con alguien a quien había conocido durante el fin de semana.

Pero no para mí. Para mí era la noche en la que recogía la ropa y la manta limpias de la asociación.

El lunes y el jueves: recojo trastos. Cómo iba a olvidarlo, si hacía diez años que estos dos días de la semana transcurrían del mismo modo.

Normalmente, de noche dormía en la plaza que hay detrás del mercado, pero los lunes se reunía el Comité del Barrio y me tenía que poner en otro sitio.

Me encantaban las orillas del río, y con una noche así de bonita no podía dejar pasar la ocasión.

Disfrutaba poco de la vida, pero apreciaba la belleza de la naturaleza, me hacía sentir libre de todo, libre de la vida cotidiana, libre de mi condición, libre de no sentirme diferente y a menudo discriminado, libre de no tener que decir a la gente que llamarme vagabundo, o que no tengo donde caerme muerto, me fastidiaba y que prefería
trotamundos
. Me daba un aire de importancia, o mejor dicho, de todos los términos era el que me parecía más elegante. Desde ese lugar del río, cercano al puente donde buscaba cobijo, podía divisar lo mejor de la ciudad: la parte moderna con rascacielos y edificios que siempre estaban iluminados; la parte antigua con monumentos y banderas en los tejados que recordaban y glorificaban vidas y eventos del pasado; la parte
tranquila
de la ciudad, donde las luces de las casas se apagaban a partir de las once de la noche, donde todos dormían y lo único que se escuchaba era el ruido de los animales abandonados escarbando en la basura o el de algún socio de mi asociación preparándose para noche; la parte a la que llamo
caótica
, donde se puede disfrutar de las 24 horas del día, locales, bares, restaurantes, clubs y casinos.

Frecuentaba mucho aquella zona, sobre todo los martes, sábados y domingos.

Los martes en el MAGIK había música jazz de gran calidad y el contenedor de basura que había detrás era un asiento en primera fila, si mirabas a través de la pequeña rejilla de la ventilación podías casi ver el número que calzaban los músicos del escenario.

El sábado en el CLOY se podía disfrutar de la música étnica. El sábado pasado, desde el tejado, escuché música afro y bailé durante tres horas, dando saltos adelante y atrás como si fuera un mono, gracias también a un cartón de vino de algún lugar de Francia.

El domingo en el GRUNGE se podía escuchar lo mejor de la música rock, desde los viejos clásicos hasta los géneros actuales. Gracias a Luigi, el cocinero italiano de su minúscula cocina, además de acomodarme entre los fregaderos podía saborear algún plato delicioso. No es que en la asociación se comiese mal, pero era raro que te dieran lasaña, macarrones y vino italiano.

De todas maneras no iba allí por la comida sino por la música.

Mi pasión: la música.

¡Eso es! La música era otra de las cosas que apreciaba.

La belleza de la naturaleza y la música.

2

 

Mi pasión y mi ruina. La música.

Cómo podía no amarla.

Todo lo que había hecho en mi infancia y juventud era tocar la guitarra.

Estaba entre los mejores guitarristas emergentes del panorama, o mejor dicho, para muchos era el mejor, sobre todo para Jesse, Tom y Faith, con los que llevaba tocando desde los once años.

Habíamos crecido en el mismo orfanato y unas Navidades, no recuerdo de qué año, los regalos que recibimos nos habían cambiado la vida.

Una guitarra, una batería y un bajo donados por STUDIO RECORDER, que se ubicaba allí cerca.

Fue como si nuestro destino, nuestro devenir, nos hubiera cogido de la mano y llevado por el camino prefijado: la Música.

De todas maneras no teníamos ningún plan o proyecto mejor.

Desde aquellas Navidades hasta que cumplimos la mayoría de edad nos dedicamos a nuestra pasión.

Tocábamos a cada vez que teníamos oportunidad, teníamos mucho tiempo. Aquel tiempo llamado Vida.

Habíamos dejado los estudios y solo íbamos a la escuela para tocar en las fiestas que organizaban.

La guitarra se había convertido en mi arte.

Estábamos muy bien considerados en el panorama local y a menudo nos invitaban a tocar en clubs de todo el país.

Queríamos triunfar y, algún día, llegar a ser importantes.

Teníamos proyectos. Por primera vez podíamos planear e imaginar nuestro futuro.

En ese momento teníamos medios para hacerlo.

Cuando fuimos mayores de edad dejamos el orfanato, queríamos perseguir nuestro ego.

Hicimos gira por varios festivales de música.

Éramos nómadas en busca de nuevas sinfonías y notas.

No teníamos que preocuparnos de aquello que dejábamos a nuestra espalda. Estábamos unidos como hermanos y con los años había encontrado el amor.

El amor por ella, nuestra cantante. Faith.

Era lo más bonito que me había ocurrido jamás y éramos inseparables, la música nos había unido para siempre.

Una primavera decidimos participar en un concurso regional de nuevos talentos que, cómo no, ganamos.

Ganamos instrumentos nuevos y un buen puñado de dinero. Nos sentíamos los reyes del mundo.

De manera unánime decidimos comprar, con el dinero del premio, una autocaravana para poder viajar y alojarnos sin problema.

Todo era perfecto.

Con las noches de gira por el país ganábamos lo suficiente para vivir y para ahorrar para un cambio radical.

Soñábamos con viajar al norte del Viejo Continente y aquella primavera decidimos ir.

Aquella elección, aquella decisión, que era nuestra esta vez y no del Destino, cambiaría nuestra vida. Para siempre.

3

 

Durante el día había cogido algunas cajas de muebles. En el lateral había un eslogan: «Monta tu casa». ¡Anda! Además de los muebles también se podían montar las cajas.

Pude hacerme una cama cómoda en un banco.

Para mí valía más que un ático en Rose Hills, el barrio rico. Desde allí no se podía ver el amanecer como, unas horas más tarde, habría visto yo.

Mientras contemplaba con orgullo mi regia cama, vi al otro lado del río, en la otra orilla, a Markus entrando en lo que él llamaba su madriguera.

Markus era un trotamundos como yo. Era ruso, lo llamaba Mr. Vodka porque su cara era idéntica a una botella de vodka, pero odiaba ese nombre porque era abstemio.

¡Un ruso abstemio! ¡Qué raro!

Habría sido más fácil encontrar un fajo de billetes en la calle que a otro ruso abstemio.

Era un tipo solitario, pero bueno y, no sé por qué, me tenía aprecio.

Era muy viejo.

Probablemente no lo era, pero tantos años en la calle le hacían parecerlo.

Le gustaban los perros, andaba por la ciudad con un montón de ellos siguiéndole. Los trataba como hijos, pensaba más en su bienestar que en el suyo propio.

Su madriguera era un viejo local de descarga en la orilla del río. Por ahí se decía que vivía con cien perros o más.

Lo saludé gritando su nombre, contestó levantando el brazo y haciendo ladrar a sus hijos.

Volví a acostarme en aquel banco y miraba el manto azul que tenía encima. Era una dulce canción de cuna que me mecía, era estupendo quedarse dormido esa noche. Pero no sabía por qué...

No recuerdo si ya estaba dormido pero un ruido me distrajo. Un susurro continuo que, a pesar del cansancio, no conseguía ignorar y que tenía que parar si quería volver a dormir.

Aquel ruido fastidioso no era otra cosa que la página de un periódico pillada bajo una pata de mi banco.

La cogí con rabia y alivio. Eran las páginas cuatro y cinco del
FREE NEWS
, un periódico gratuito que se encontraba por la ciudad, en el metro, en el bus o por la calle. Era un periódico plagado de noticias, desde política hasta deportes, desde concursos a crucigramas, desde apuestas hasta anuncios.

Muchas veces los usaba como pañuelos, pero aquella noche esas páginas llamaron mi atención y además ya había perdido el sueño.

Empecé a leerlo.

La página cuatro era la de la crónica local, los problemas de la ciudad eran los mismos que los de otros lugares del país.

Esta ciudad no era peor que las otras, pero esto era una opinión mía, y estando al margen de la sociedad, percibía de manera acentuada lo bueno y lo malo de la vida cotidiana.

A veces no entiendo cómo la gente tiene tan mala consideración de su propia ciudad, los medios de transporte que se retrasan, las colas en las tiendas, no encontrar aparcamiento, el tráfico que te saca de quicio.

O sea, entiendo que son problemas pero, ¿cómo pueden tener tanta importancia en sus vidas?

Para mí el problema estaba en encontrar un plástico cuando llovía, estar atento a los controles del autobús y del metro porque viajaba sin billete, esperar encontrar comida en la asociación y despertarme cada día sin haber tenido problemas con cualquier drogadicto o borracho que me molestase.

También entiendo que todo aquello que no vives no lo tienes siquiera en cuenta.

Bah, era como si a mí me preocupase el precio del petróleo o de la gasolina, de las hipotecas desorbitadas, de las tasas que te imponen.

«¡Hostia! Soy un trotamundos, alguna ventaja tendría que tener», me dije autoconvenciéndome.

4

 

Estaba en aquel banco echado.

Echado leyendo en posición supina.

Lo estaba también aquel día.

Aquel lejano día.

Aquel lejano día en el que todo cambió.

Estaba tumbado en la cama de la autocaravana. Leía algunas partituras que Tom me había pasado.

No sé qué carretera de montaña recorríamos y Jesse conducía, como de costumbre.

Era un buen conductor pero no sé qué ocurrió aquel día.

Lo último que recuerdo es salir volando por la ventanilla, sin apenas darme cuenta salí despedido a la carretera.

Por lo que pude recordar cuando desperté del coma, casi nueve meses después, supe que la autocaravana había derrapado y caído por un precipicio.

Me había salvado porque, imprudentemente, estaba tumbado en la cama con la ventanilla lateral abierta y en una curva había salido disparado sin precipitarme. Me encontraron sin sentido unas horas después.

Había perdido a mis seres queridos, a mi amor y a mi pasión de una tacada.

Había perdido mi vida y no podía retomarla haciendo aquello que sabía hacer, tocar la guitarra.

Me había despertado en aquella habitación de paredes azules, en aquella cama de hospital, con una cicatriz enorme en la cara, el brazo derecho que había perdido parte de su movilidad y sin el pulgar, índice y corazón de la mano izquierda.

Recuerdo aquellos días en la cama, tumbado entre las sábanas intentando relacionar esos momentos tras haber despertado con aquella vida despreocupada y feliz que ya me parecía desconocida.

Era como si todo en mí se hubiera borrado y fuera consciente de tener que labrarme un nuevo porvenir.

¡Qué sensación tan extraña!

Ignoraba lo que me había sucedido y lo que estaba por venir, a mi alrededor veía desconocidos vestidos de blanco, hablando de manera incomprensible para mí, ya fuera por el lenguaje que desconocía o por el trauma que tenía.

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