Observe a su gato

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Authors: Desmond Morris

Tags: #GusiX, Ensayo, Ciencia

 

Si eres dueño de un gato vas a verlo reflejado en cada capítulo, y si no lo tienes te vas a hacer una idea muy cercana de como son estos pequeñajos entrometidos. Realmente es un libro que contesta a aquellas preguntas que siempre nos hemos hecho sobre las conductas que aveces no entendemos de nuestros compañeros felinos.

Desmond Morris

Observe a su gato

ePUB v1.1

Nibbler / GusiX
11.09.12

Título original:
Catwatching

Desmond Morris, 1986

Traducción: Lorenzo Cortina Toral

Retoque portada: GusiX

Editor original: Nibbler (v1.0)

Segundo editor: GusiX (v1.1)

Corrección de erratas: GusiX

ePub base v2.0

INTRODUCCIÓN

El gato doméstico es una contradicción. Ningún otro animal ha desarrollado una relación tan íntima con el hombre, y, al mismo tiempo, ha exigido y ejercido tal independencia de movimientos y de acción. El perro puede ser el mejor amigo del hombre, pero raramente se le consiente que vagabundee de jardín en jardín o de calle en calle. Al obediente perro se le saca a pasear. El testarudo gato sale a pasear sin compañía.

El gato lleva una doble vida. En casa es un gatito crecido que mira imperturbable a sus amos. Pero cuando se va de juerga es todo un adulto, es su propio jefe y hasta una criatura salvaje, de vida libre, avispado y autosuficiente, entonces sus protectores humanos quedan por completo en el olvido. Este cambio de animal de compañía a animal salvaje, y luego doméstico otra vez, resulta algo fascinante de observar. Cualquier dueño de un gato que, accidentalmente, haya seguido al animal fuera de casa, y le encuentre profundamente enfrascado en algún serial felino de sexo y violencia, sabrá de qué estoy hablando. Cuando, en un momento dado, el animal, enzarzado por completo en un intenso drama de galanteos y actos amorosos, localiza, con el rabillo del ojo, a su dueño humano que lo está viendo todo, se produce un momento de turbación, de titubeo, y el animal cruza la calle a la carrera, se frota contra la pierna de su amo y se convierte una vez más en el gatito casero.

El gato logra continuar siendo un animal doméstico a causa de las secuencias de su educación. Al vivir con otros gatos (su madre y los compañeros de camada) y con el hombre (la familia que lo ha adoptado) durante su infancia y madurez, se apega a ambos y considera que pertenece a las dos especies. Es como un niño que crece en un país extranjero y, como consecuencia, se hace bilingüe. El gato se vuelve bimental. Físicamente puede ser un gato, pero mentalmente es a la vez felino y humano. Sin embargo, cuando es adulto del todo la mayoría de sus respuestas son felinas y tiene sólo una reacción más importante respecto de sus dueños humanos. Los trata como a unos seudopadres.

Esto se debe a que lo apartan de su auténtica madre en un estadio muy sensible del desarrollo del minino, y empiezan a darle leche, alimentos sólidos y brindarle comodidad mientras sigue creciendo.

Éste es una especie de lazo más bien diferente del que se desarrolla entre hombre y perro. El perro ve a sus amos como seudopadres, al igual que el gato, y en este aspecto el proceso de afección es similar. Pero el perro tiene un nexo adicional: la sociedad canina es de una clase organizada, y la sociedad felina no. Los perros viven en manadas con relaciones de status altamente controladas entre los individuos. Hay perros grandes, perros medianos y perros pequeños y, en unas condiciones naturales, se mueven entre sí guardando siempre una jerarquía. Por lo tanto, el perro doméstico adulto ve a su familia humana, a un tiempo, como seudopadres y como miembros dominantes de su manada. De aquí su reconocida reputación para la obediencia y su celebrada capacidad para la lealtad. Los gatos pueden tener una compleja organización social, pero nunca cazan en manada. En estado salvaje, pasan la mayor parte del tiempo en cacerías solitarias. El dar un paseo con una persona carece de atractivo para ellos. Simplemente, no están interesados en aprender cosas tales como «ven aquí», «échate», «siéntate». Unos ejercicios como éstos carecen de sentido para ellos.

Así, desde el momento en que un gato se las arregla para persuadir al dueño que abra una puerta (la más odiada de las invenciones humanas), ya le tenemos fuera sin echar la vista atrás. En cuanto cruza el umbral, se transforma por completo. La parte cerebral de gatito doméstico se desconecta y se conecta el cerebro de gato salvaje. En una situación de este tipo, el perro mira hacia atrás para ver si su compañero humano de manada le sigue para unirse a él en las juergas exploratorias, cosa que el gato no hace. La mente del gato se ha formado en otro mundo diferente y felino por completo, donde no tienen sitio los extraños monos bípedos.

Dada esta diferencia entre el gato doméstico y el perro doméstico, también los amantes de los gatos tienden a ser más bien diferentes respecto de los amantes de los perros.

Como regla general, poseen una personalidad más fuerte, más independiente e inclinada a la acción. El tan ensalzado fenómeno de la «lealtad al grupo» es algo tan ajeno a los gatos como a las personas que los aman. Si se es amante de reuniones, miembro de una peña, uno de la pandilla de muchachos o componente de un equipo, existe la posibilidad casi segura de que en su casa no haya un gato acurrucado junto al fuego. El yuppie ambicioso, el político en ascenso, el futbolista profesional, no son típicos dueños de gatos. Es difícil imaginarse a un rudo jugador con un gato en el regazo: resulta mucho más fácil imaginárnoslo sacando a su perro a dar un paseo.

Los que han estudiado a los dueños de gatos y a los amos de perros como dos grupos distintos, informan incluso de la existencia de una tendencia marcada por sexos. Existe una gran preponderancia de mujeres entre las personas a las que les gustan los gatos. Esto no resulta sorprendente si tenemos en cuenta la división de trabajo que se ha desarrollado a través de la evolución humana. Los hombres prehistóricos se especializaron como cazadores en grupo, mientras que las mujeres se dedicaban a la recolección de alimentos y al cuidado de los niños. Esta diferenciación llevó al macho humano a una «mentalidad de manada», algo que se encuentra menos marcado en las hembras. Los lobos, los antepasados salvajes de los perros domésticos, también se convirtieron en cazadores en manada, por lo cual el perro moderno tiene mucho más en común con el macho humano que con la hembra humana. Un comentarista antifeminista se referirá a las mujeres y a los gatos como seres carentes de espíritu de equipo; y un antimachista verá a hombres y perros como gángsters.

Esta discusión puede llevarnos más lejos: la autosuficiencia felina y el individualismo contra la camaradería canina y la buena amistad. Pero resulta importante subrayar que, para llegar a un punto válido, he caricaturizado ambas posiciones. En realidad, existen muchas personas que disfrutan por igual de la compañía de gatos que de perros. Y todos nosotros, o casi todos nosotros, tenemos a un tiempo elementos felinos y caninos en nuestra personalidad. Padecemos estados de ánimo en que deseamos estar solos y callados, y en otro momento queremos encontrarnos en el centro de una estancia ruidosa y abarrotada.

Tanto el gato como el perro son animales con quienes nosotros, los humanos, hemos suscrito un solemne contrato. Hemos convenido un pacto no escrito con sus antepasados salvajes, por el que les ofrecíamos comida, bebida y protección, a cambio de cumplir ciertos deberes.

Para los perros los deberes eran complejos, abarcaban todo un abanico de tareas: cazar, guardar la propiedad, defender a sus amos de los ataques, destruir las alimañas y actuar como bestias de carga tirando de nuestros carritos y trineos.

En tiempos más recientes se le ha conferido un mayor campo de deberes al paciente y sufrido can, incluyendo en los mismos actividades tan diversas como guía para ciegos, perseguir a los criminales y participar en carreras.

Para los gatos, los términos del antiguo contrato fueron mucho más simples y han seguido siéndolo. Sólo existieron dos tareas, una primaria y otra secundaria. Se les requirió para que actuaran, en primer lugar, como reguladores de ratas y ratones; luego, además, como animalitos de compañía. Como cazadores solitarios de pequeñas presas, resultan de escasa utilidad para los cazadores humanos en el campo. Como no viven en grupos sociales estrechamente organizados ni dependen de la ayuda de otros para sobrevivir, no dan la alarma cuando entran desconocidos en la casa, por lo que tienen escasa aplicación como guardianes del hogar o como defensores de sus dueños. Como por su pequeño tamaño no pueden prestar ayuda, tampoco sirven como bestias de carga. En nuestro tiempo, aparte de compartir los honores con los perros como animales de compañía para el hogar, y participar ocasionalmente en actuaciones en películas y obras de teatro, los gatos no han podido diversificar más su utilidad para el hombre.

A pesar de este menor compromiso en los asuntos humanos, el gato se las ha arreglado para conservar su puesto en nuestros afectos. Según una reciente investigación, en las islas Británicas existen casi tantos gatos como perros: unos cinco millones de gatos contra seis millones de perros. En Estados Unidos la proporción es levemente menos favorable para los felinos: unos veintitrés millones de gatos contra cuarenta millones de perros.

Incluso así, se trata de una gran población de gatos domésticos que, en todo caso, está más bien subestimada.

Aunque existen aún cazadores de ratones y de ratas, cumpliendo con sus antiguos deberes como destructores de alimañas, la inmensa mayoría de los gatos domésticos de hoy son animales de compañía o supervivientes salvajes.

Dentro de los animalitos de compañía, algunos son de un fastuoso pedigrí, pero la mayoría son mestizos de cruces anteriores. La proporción de gatos de raza respecto de los mestizos es, probablemente, más baja que la de los perros de raza con relación a los mestizos. Aunque los concursos de gatos son tan encarnizados como las exhibiciones caninas, lo cierto es que se celebran en menor número, por existir menos razas de gatos de concurso. Sin el amplio espectro de las antiguas funciones que llevar a cabo existe una menor especialización en las razas que en otros tiempos. Además, difícilmente puede haber algunas. Todas las razas de gatos son buenas cazadoras de ratones y de ratas, y tampoco se pide más de ellas. Por lo tanto, cualquier modificación en la longitud del pelaje, en el color, en la pauta del mismo o en las proporciones del cuerpo, surge sólo en base de las preferencias locales y los caprichos de los dueños. Esto ha llevado a lograr razas de gatos de pedigrí sobremanera bellos, pero no hay la asombrosa amplitud de tipos tan diferentes como se encuentran entre los perros. No existe un equivalente en gato del gran danés o del chihuahua, del san bernardo o del dachshund. Existe un alto grado de variaciones en cuanto al pelaje y el color, pero muy bajo en lo que se refiere a la forma corporal y al tamaño. Un gato verdaderamente grande, pesa más o menos nueve kilos; el menor, kilo y medio. Esto significa que, aunque considerásemos a un felino como un monstruo de circo en un extremo, los grandes gatos domésticos pesan sólo unas seis veces más que los pequeños; la situación entre los perros es bien distinta: un san bernardo pesa 300 veces más que un pequeño terrier Yorkshire. En otras palabras, la variación de peso de los perros es cincuenta veces mayor que en los gatos.

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