Odio (26 page)

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Authors: David Moody

Tags: #Terror

Aun así seguimos atravesando a trompicones la carnicería, con el suelo bajo nuestros pies cada vez más irregular y lleno de cascotes. Los restos de gente como yo mezclados con los de soldados enemigos. En este grotesco baño de sangre es imposible diferenciarlos. Las explosiones no hacen diferencias entre nosotros y ellos. A mi alrededor puedo ver brazos y piernas arrancados, huesos destrozados y trozos de metal retorcidos y afilados como cuchillas.

—Moveos —grita otra voz.

Noto la lluvia en mi cara y me doy cuenta de que vuelvo a estar en el exterior, aunque hay pequeños montones de cascotes a ambos lados de algo que antes eran paredes. Otros se han parado, pero yo sigo adelante. Otro estruendo ensordecedor me distrae y miro hacia arriba para ver un helicóptero que ruge muy bajo. Dispara un misil hacia una larga fila de camiones, parados a lo largo de lo que ha quedado del edificio, ahora en llamas, del que acabo de escapar. Coño, esto es una jodida guerra en toda regla. Atravieso corriendo un área baldía e irregular y me tiro al suelo cuando más proyectiles explotan cerca de mí. A mi izquierda surge un brillante rayo de luz y siento cómo mi cuerpo se desplaza solo sobre el suelo, impulsado por la enorme fuerza expansiva de otra explosión. Estoy sordo de un oído e intento recobrar el equilibrio cuando me levanto para seguir adelante. A mi alrededor están los cuerpos de los que han caído. La cara de un joven ha recibido toda la fuerza de la explosión. Sus ojos sin vida me miran impotentes. La parte inferior de su cara, todo lo que hay por debajo del labio superior, ha desaparecido. A mis pies se encuentra el cuerpo de una mujer, boca abajo entre los escombros. Su espalda está ennegrecida y calcinada, y la mayor parte de su ropa se ha quemado. Podría ser Karin, la chica de la fila. Durante una fracción de segundo me asalta la idea de volver para comprobarlo pero sé que eso no tiene ningún sentido. No importa.

En el cielo, directamente encima de mí, un segundo helicóptero desciende en picado y dispara hacia el edificio del que acabo de escapar, matando a decenas de personas desprotegidas que siguen abriéndose paso entre los escombros. Consigo dar unos pocos pasos tambaleantes más antes de volverme a tirar al suelo, cuando vuelve el primer helicóptero y abre fuego sobre el segundo. Un misil dirigido con precisión impacta en el centro de la cola, separando el rotor del resto del aparato, que cae haciendo espirales hasta el suelo, donde impacta y explota, llenando la noche con más fuegos. El caos se ha desatado a mi alrededor, el ruido ensordecedor y la histeria de una batalla a muerte. Pero ¿quién está luchando?

—Salid de aquí —grita un soldado, tirando de gente como yo para que se levante del suelo y empujándola para que siga adelante.

Sigo a la multitud hacia una puerta abierta en lo que queda de la valla de alambre de espino que rodeaba el lugar. Casi como si fuéramos una sola persona, corremos por un sendero de grava que se pierde serpenteante en la oscuridad. Ahora que estamos libres nos vemos como una jauría. Aquí los enemigos son pocos y están aislados. Cuando los descubrimos nos lanzamos sobre ellos y los destrozamos. Detrás de mí, el edificio en llamas se encuentra bañado en luz. Miro hacia atrás el tiempo suficiente para ver a cientos de figuras huyendo de él en todas las direcciones.

Más soldados nos apremian por un camino que sube hacia la oscuridad, cuando otro helicóptero cae lentamente en picado sobre nuestras cabezas. ¿Amigo o enemigo? Es imposible decirlo hasta que lanza una salva de misiles hacia la multitud. Cuando otra bola de fuego ilumina el cielo, a mis espaldas, el súbito fogonazo de la explosión me permite ver claramente los alrededores por primera vez. El terreno está cubierto con un número increíble de cuerpos. Muchos de ellos son víctimas de la batalla que se está librando, pero por su posición, otros son claramente los cadáveres de gente como yo, ejecutada por los otros. Sus cadáveres se encuentran apilados, dispuestos para su eliminación. Aquí han asesinado a cientos de personas. ¿Cuántos lugares más como éste existen y cuántos más habrían muerto aquí esta noche? ¿Cuántos de nosotros han sido asesinados por estos bastardos y quiénes son ahora los Hostiles?

La cima de esta colina baja aparece ahora por delante. Cojo fuerzas y sigo corriendo con los pies deslizándose y patinando en la hierba empapada. Puedo oír más ruido de lucha por delante y corro hacia allí, desesperado por formar parte de la batalla y deseando cobrarme venganza por toda la muerte y destrucción que he visto. Unos pocos segundos más sin aliento y finalmente alcanzo la cima. Otra gran explosión baña de nuevo el mundo y puedo ver que una oleada de soldados enemigos avanza hacia nosotros. Desprotegido y sin temor por las consecuencias, corro hacia ellos. Miro a uno y otro lado, y veo que somos cientos moviéndonos hacia ellos. Tenemos que destruirlos antes de que puedan destruir a uno más de nosotros.

El primer enemigo que alcanzo está disparando contra la multitud. Ella está de espaldas. Sin pararme a pensar, me coloco detrás y cierro mis brazos alrededor de su cuello. La agarro por la barbilla y por la nunca, girando con toda la fuerza que puedo, sintiendo una gran satisfacción cuando se rompe el cuello y cae al suelo. En un segundo estoy de nuevo en camino, buscando la siguiente presa. Uno de ellos me está apuntando directamente con el arma. Antes de que pueda disparar corro en línea recta hacia él y lo derribo. Me muevo con una velocidad y un poder que no había sentido antes, y me siento vivo. Enfrentado la muerte, ¡ahora me siento más vivo! Le quito el fusil, que el soldado sujetaba con patética debilidad y le meto el cañón en la boca. Disparo y veo cómo explota la parte superior de su cabeza. A mi alrededor todo el mundo se está dejando llevar por este instinto animal y matamos para seguir vivos. Yo he nacido para esto.

Ahora otro. Le arranco al soldado el casco y le doy la vuelta para que me mire a la cara. Patética criatura. Esos ojos. Esos jodidos ojos me miran y están llenos de odio. Le meto los pulgares en las cuencas y le arranco esos malditos ojos, dejando al soldado gritando y pataleando en el suelo.

Toda la confusión y la incertidumbre han desaparecido. El dolor ha desaparecido. Sin miedo, luchamos con una fuerza y ferocidad inigualables. Rompo huesos y arranco carne, y termino con vidas una y otra vez, y otra y otra.

En los destellos de luz y fuego que siguen llenando los cielos a mi alrededor, soy capaz de ver toda la extensión de la batalla. Ahora se desarrolla en una gran extensión de terreno. Es brutal y sin cuartel, elemental y casi medieval. Las armas se han dejado de lado. El combate es cuerpo a cuerpo, uno a uno, y nuestro enemigo no tiene respuesta ante nuestra fuerza y determinación. Puede que nos superen en número pero nosotros tenemos más que eso. Tenemos el deseo de destruirlos y de protegernos a nosotros y a otros como nosotros. Cada uno de nosotros luchará hasta el último aliento.

Otro helicóptero aparece en el cielo. Levanto la mirada y veo que cuatro rastros de fuego cruzan la oscuridad sobre mi cabeza, acompañados por un silbido ensordecedor y un regusto súbito a aire recalentado. Miro hacia atrás un instante para ver cómo los misiles impactan en los destrozados y ahora prácticamente vacíos restos del edificio del que hemos escapado. Hay una pausa momentánea —como el lapso del tiempo más corto posible entre el rayo y el trueno—, seguida de la explosión más potente que he oído hasta el momento, cuando el sitio infernal salta en millones de pedazos. Incluso desde esta distancia puedo sentir el calor del fuego en la piel.

Salido de la nada, un cuchillo brilla delante de mí y me corta el brazo. La adrenalina amortigua el dolor que siento e inmediatamente me giro hacia mi atacante. De nuevo blande la hoja contra mí. De alguna manera, soy capaz de agarrar su mano a mitad del arco. Giro el puño hacia él y fuerzo que el cuchillo penetre en sus entrañas. Cae junto a los restos en llamas de un vehículo tumbado. ¿Dónde he aprendido a hacer eso? ¿De dónde vienen esta fuerza y esta velocidad? Es instintivo e imparable.

—Adelante —grita una voz, casi inaudible por encima de la confusión. Levanto la mirada y veo que la batalla en la colina está terminando. A pesar de que la lucha alrededor de los restos del edificio sigue adelante, aquí arriba, en la cima, hemos destruido al enemigo—. Seguid adelante —nos ordena la voz. Sigo al resto de la multitud cuando nos empezamos a mover a través de la oscuridad.

43

Es tarde y aquí afuera el mundo está en silencio. El ruido de la batalla hace tiempo que se ha ido reduciendo hasta desaparecer. Rodeado aún por hordas de personas, nos movemos con rapidez por el campo desierto. Exploradores armados nos guían por la oscuridad. No sé adónde vamos, pero sé que puedo confiar en esa gente y la sigo con los ojos cerrados. Tengo la sensación en la boca del estómago de que, más pronto que tarde, voy a empezar a tener la respuesta a las miles de preguntas que estoy desesperado por formular.

Hemos andado durante más de una hora y no he visto ni oído a nadie más. Nuestra ruta ha evitado todas las carreteras y todos los edificios, y en la práctica cualquier señal de civilización. Ahora nos movemos por el fondo de un profundo valle, ocultos a la vista por árboles y arbustos. Nos paramos.

—Aquí —dice uno de nuestros guías, conduciéndonos hacia un gran bosque.

Sin hacer preguntas penetramos entre los árboles, deteniéndonos sólo cuando hemos llegado a lo más denso del bosque. Aquí casi no penetra la luz. Una de las exploradoras revuelve entre la maleza como si buscase algo. Su pie golpea un pequeño montículo en el suelo cubierto de hojas. Se agacha y coge la correa de una bolsa que alguno de ellos debe haber escondido con anterioridad. Tira de la correa y saca una gran mochila. Hojas y tierra caen de ella cuando la levanta y le quita la suciedad. La abre y empieza a vaciar el contenido.

—Sentaos y descansad —ordena otro de los exploradores, mientras su colega nos lanza paquetes de comida y botellas de agua—. Recuperad las fuerzas —prosigue—, después escuchad el mensaje y marchaos.

¿El mensaje? ¿Qué mensaje? ¿De qué está hablando? Decido que ya lo averiguaré más tarde. Ahora mismo comer los primeros alimentos en más de un día es más importante que cualquier otra cosa.

Estoy sentado con otras tres personas. En medio de nosotros hay un teléfono móvil, dispuesto para reproducir el mensaje. Este mensaje, nos han informado nuestros guías, es lo más cerca que vamos a estar esta noche de la verdad. Ha sido distribuido como un archivo digital por gente como nosotros y se ha propagado por todo el país como un virus informático. Ahora se encuentra en cientos de miles de teléfonos, ordenadores, reproductores y otros aparatos, demasiado extendido para ser eliminado.

—¿Chris qué? —pregunta un hombre sentado a mi lado.

—Chris Ankin —contesta uno de los guías.

—¿Quién demonios es?

—Era un político —explica—. Tenía un cargo bastante importante en Defensa. Era consejero del gobierno cuando empezó. Tuvo la oportunidad de escuchar un montón de información antes de cambiar.

—¿Dónde está ahora?

—Los rumores dicen que está muerto.

—Estupendo.

—No importa. Hizo lo que quería hacer antes de que lo atraparan.

—¿Qué era?

—Quería que supiéramos lo que estaba ocurriendo. Quería avisarnos. Quería coordinarnos.

—¿Coordinarnos?

—Asegurarse de que todos supiéramos lo que debemos hacer.

—¿Y de qué se trata?

—¿Por qué no reproduces el jodido mensaje?

El hombre se inclina hacia delante y recoge el teléfono. Se debate con los botones durante un segundo pero enseguida consigue localizar el archivo y lo abre. Al principio resulta difícil comprender las palabras. Ajusta el volumen y levanta el teléfono para que todos podamos escuchar lo que se está diciendo.

—Si estáis escuchando esto —dice la cansada voz de Ankin, que suena débil y distorsionada— es muy posible que no tengáis ni la más mínima idea de lo que os ha ocurrido o de lo que le está ocurriendo al resto del país. No sabéis por qué os sentís como os sentís o por qué vuestra vida ha cambiado radicalmente. Os daré un poco de información pero no seré capaz de responder a todas vuestras preguntas. Os explicaré lo que sé pero eso no es lo importante ahora. En última instancia no importa por qué ha ocurrido o qué lo ha provocado, lo que importa es cómo lo manejaremos. Por la naturaleza sin precedentes del cambio y de sus efectos en nuestra sociedad tenemos que actuar ahora mismo y lo debemos hacer con rapidez. Habrá tiempo suficiente para buscar las razones cuando la lucha haya terminado.

Me remuevo en el suelo y miro los otros rostros reunidos alrededor del teléfono. Miran fijamente el aparatito con una expresión sorprendida. No estoy seguro de que alguno de ellos crea lo que está escuchando.

—Dicho con sencillez —prosigue la voz de Ankin—, existe una diferencia genética fundamental entre nosotros y ellos. Una diferencia básica y fundamental que, hasta ahora, había permanecido latente. Aún no puedo deciros por qué, pero ha ocurrido algo que ha disparado el cambio y dicho cambio ha creado el odio. Si estáis esperando de mí una explicación más científica, no puedo darla. Si estáis esperando que explique por qué no podemos seguir viviendo junto a las personas que amamos, con las que hemos vivido y trabajado hasta hace sólo un par de semanas, no lo sé. Algún día lo comprenderemos, pero hoy no tenemos el lujo del tiempo ni de los recursos para descubrirlo.

«Inicialmente se supuso que el cambio estaba limitado a una pequeña minoría de la población. Antes de que me pasara a mí, cuando todavía conservaba el cargo, vi cifras que indicaban que nuestro número era mucho mayor de lo que se pensaba al principio. Es posible que tres de cada diez sean como nosotros. Eso representa alrededor del treinta por ciento de la población. Eso es suficiente para plantarles batalla y tener posibilidades de victoria.

»El cambio elimina algunos de los frenos que tenemos. En palabras muy sencillas, nos hace menos susceptibles de comer mierda y más dispuestos a la acción. El cambio parece que amplía nuestros instintos. Inmediatamente sabemos quién es como nosotros y quién no. Sabemos quién representa una amenaza y quién está de nuestro lado. Muchas de las capas de condicionamiento y control que nos impone la sociedad han sido eliminadas por el cambio. Ahora luchas cuando tienes que luchar y destruyes al enemigo porque sabes que te destruirá si le das la más mínima oportunidad.

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