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Authors: Megan Maxwell

Tags: #Romántico

Olvidé olvidarte (34 page)

Por la tarde apareció en el hospital Tony, el compañero de Elsa, con su novio Conrad. Tras pasar unas horas en la habitación del hospital, éste propuso a los hombres bajar a la cafetería para tomar algo. Así las chicas podrían estar a solas durante unos minutos.

—¿Qué os parece el bombero? —preguntó Aída, que se moría por hablar de aquello.

—¡Cotillas! —dijo Rocío haciendo reír a Elsa.

—El tío está cachas, se nota que hace deporte —rió Shanna.

—¿Será el superhéroe que siempre has buscado? —preguntó Celine.

Rocío sonrió. Todavía no podía creer que Kevin, ese tipo tan increíble, estuviera allí, más aún cuando entre ellos no había ocurrido nada. Aunque ahora tenía que reconocer que su visita y la dulzura con que le hablaba la estaban empezando a volver loca.


¡Ozú!
No sé si será mi superhéroe, pero os puedo asegurar que me siento muy feliz de haberle conocido —dijo la muchacha sonriendo—. No sé qué ocurrirá entre nosotros, pero me gusta que ese «bomberazo» venga a visitarme. Además, me encanta ver cómo cuida de
Wally
.

—No dudo que os cuidará muy bien —respondió Elsa, tomándola de la mano y, mirando a su amiga, Aída preguntó—: Pocahontas, ¿qué tal se tomó Mick la suspensión de la comunión?

—Muy bien —respondió ésta—. Es increíble que nos hayamos tenido que separar para que seamos capaces de hablar y dialogar como personas normales—. Y tú, Tempanito, qué callado tenías lo del bodeguero.

—¡No es bodeguero, pedazo de gorda! —sonrió Celine—. Es viticultor, y si no dije nunca nada fue porque ya sabéis que soy un poco rara, pero prometo cambiar.

—Más te vale —añadió Rocío desde su cama—. No quiero más sorpresas.

—Mira, Tempanito —rio Aída acercándose a su amiga—. Te dejo que me llames gorda porque así me siento, pero cuando tenga al bebé, como me vuelvas a llamar así, prometo sacarte los ojos.

—¡Vale, Pocahontas! —suspiró aceptando el abrazo de su amiga.

—Y tú, ¿qué tal va tu vida de casada? —preguntó Elsa sonriendo por el buen humor que se respiraba en la habitación.

—De momento, bien. —Y bajando la voz comentó—: Sólo os diré que no he visto nada de Maui que no fuera la habitación del hotel.

Aquello provocó las risas generalizadas, hasta que Shanna preguntó:

—¿Cómo fue lo de Javier?

Aquel asunto era algo pendiente entre ellas, pero ya había llegado el momento de hablarlo. Sabían que el encuentro entre Javier y ella no había sido lo que ésta esperaba. Elsa necesitaba unos días para, por lo menos, dejar de llorar.

—No muy bien —murmuró al ver cómo la miraban y para asombro de todas, dijo—: Pero estoy dispuesta a seguir intentándolo. Creo que sé cuál es la mejor manera de volver a conquistarle.

—¡Ésa es mi chica! —aplaudió Shanna mientras Celine y Rocío levantaban sus pulgares.

—¿Qué vas a hacer? —preguntó Aída.

Elsa, con los ojos chispeantes y llenos de confianza porque aquello le saliera bien, dijo:

—Ya lo veréis, so cotillas.

En ese momento sonó el móvil de Rocío. Era Candela. Llamaba todos los días por lo menos diez veces desde España, y al final siempre terminaba llorando por no poder estar junto a ella. Rocío, que sabía de su pánico a los aviones, la tranquilizaba diciéndole que en cuanto pudiera viajar ella iría a verla a España.

Al día siguiente por la noche, Elsa se informó sobre si Javier seguía todavía en urgencias, y le dijeron que allí estaba. Se disculpó ante todos. Debía salir un momento del hospital. Shanna le preguntó adónde iba y ella, con una sonrisa, le dijo que a intentar solucionar su futuro. Rocío, al escuchar aquello, la miró y sonrió. Después, Elsa salió de la habitación y del hospital. A todas le quedaba la duda de lo que iba a hacer. Media hora después, volvía a entrar en el edificio, y dirigiéndose a urgencias, preguntó por Javier a una enfermera. Ésta le dijo que el doctor se encontraba en su despacho hablando con los padres de un chaval al que debían operar. Con toda la paciencia que pudo, esperó a que esos señores terminaran de hablar con él. Mientras estaba allí, pensaba en cómo iba a terminar todo aquello. Necesitaba que Javier la escuchase, y ahora ella sentía en sus propias carnes y en su dolorido corazón lo que Javier debió de sentir durante todos aquellos meses en los que ella, una y otra vez, le rechazó.

Estaba ensimismada en sus pensamientos cuando notó que la puerta del despacho se abría. Salieron dos señores que, con una sonrisa y un apretón de manos, se despidieron de Javier. Éste, al verla allí sentada, se quedó mirándola.

—¿Ocurre algo? —preguntó sin saber si estaba contento o no por verla allí.

Elsa, segura de sí misma, cosa que desconcertó a Javier, preguntó acercándose hasta él:

—¿Puedo pasar a tu despacho?

Percibió el olor de su perfume, ese perfume que no la abandonaba nunca y que había llegado a odiar.

—Elsa…

—Por favor… te prometo que no te volveré a dar la tabarra. Pero déjame hablar contigo.

Incapaz de negarle nada a aquella mujer, él aceptó.

—Por supuesto. Pasa.

Una vez dentro, Javier se sentó al otro lado de la mesa. Necesitaba poner aquella separación entre los dos. Elsa se sentó en la silla de las visitas y clavó su mirada en él.

—Soy egoísta, cabezona, maniática, tonta, antipática y, además de todo eso, contigo me he portado de veras como una mala persona.

Javier la escuchó sintiendo que las rodillas le temblaban. Deseaba estar con ella, ¡pero estaba tan enfadado con aquella mujer que se había negado a darle una oportunidad!

—Eso lo estás diciendo tú, no yo —dijo él mirándola a los ojos.

Nerviosa por cómo él la observaba ella prosiguió. Si se paraba en ese momento, ya no sería capaz de continuar.

—Reconozco que lo hice mal, pero odio las mentiras en la pareja y cuando descubrí que…

Javier no la dejó terminar y preguntó enfadado:

—¿Cuando descubriste qué?

—Me sentí engañada, Javier, por… lo de Belén.

—Me niego a hablar de aquello. Tú no me diste la más mínima oportunidad de explicarme, y ahora yo no tengo que contarte nada al respecto.

Al notar la dureza de su voz, ella susurró:

—Lo siento, de verdad lo siento mucho. Javier, yo…

—No, Elsa, no lo sientas. No merece la pena —dijo con aspereza dejándola sin palabras, mientras intuía que aquello no tendría buen fin.

En ese momento, se abrió la puerta. Era el doctor Menkil.

—Discúlpame, Thorton. Han traído a siete chicos heridos en una pelea callejera.

—Ahora mismo voy —dijo al recibir la noticia. Y la puerta se cerró.

Tras unos segundos en silencio, en los que Javier no apartó sus oscuros ojos de Elsa, él dijo:

—Nadie ha llegado a mi corazón como tú lo hiciste. No quiero estar enfadado contigo, pero necesito estar tranquilo. Sabes que tú has sido el amor de mi vida. Me enamoré de ti siendo un crío, pero tú nunca te has parado a pensar que el amor es algo de dos y no de uno sólo. Cuando te volví a ver, juré que te amaría el resto de mi vida, pero el problema no fui yo. El problema siempre has sido tú, y lo sabes. Y como no estoy dispuesto a seguir sufriendo por ti y hay gente herida que me necesita, creo que lo más inteligente para dos adultos como nosotros es que esta conversación acabe aquí.

—De acuerdo —susurró ella levantándose.

Intentando mantener el tipo, Elsa se dirigió a la puerta. Lo que más le apetecía en aquel momento era llorar y patalear como una loca, pues él no quería perdonarla.

Antes de salir, se volvió para mirarle y se encontró con una mirada dura, al mismo tiempo que dulce y cariñosa, y, con una sonrisa, dijo para desconcertarle:

—Adiós, Javier.

Y salió por la puerta.

Camino del ascensor su mente daba vueltas y más vueltas pensando en lo que acababa de ocurrir. Oyó un ruido y volviéndose vio a Javier salir de su despacho y dirigirse hasta la entrada de urgencias. Su aspecto era ceñudo, casi desafiante. Ella se detuvo, y abrió su bolso. Observó aquel último cartucho que tenía para quemar con Javier. Se sentó en una butaca de la sala de espera y pensó qué hacer. ¿Debía enviar aquella última señal o desistir? Tras meditarlo durante un rato, se levantó con decisión y se dirigió de nuevo hasta el despacho. Abrió la puerta y tras dejar algo encima de la mesa de Javier, se marchó.

Mientras tanto, en la habitación de las chicas charlaban Rocío y Celine. Todos se habían marchado. Shanna y George se habían ido a la casa de Elsa. Aída había vuelto a la suya con su padre. Kevin se había marchado a trabajar y Marco había salido a cenar.

—¿Cómo os encontráis? —preguntó Elsa al entrar.

—Mejor —dijo Celine, quien se reía por algo que había comentado Rocío.

—Yo estoy ¡divina! —añadió Rocío mirando a Elsa. Acto seguido, dijo—: Oye, ¿te acuerdas de cuando estuvimos en Oklahoma con Sanuye?

—Sí —asintió ella con ganas de llorar.

—¿Recuerdas lo que me dijo cuando me leyó los posos del café?

Pero Elsa tenía la cabeza en otra parte, no muy lejos de aquella habitación.

—¿Sobre qué?

—Me dijo que encontraría un amor valiente y enloquecedor que aparecería con el fuego —recordó sonriendo—. ¿Tendrá algo que ver eso con Kevin?

Al escucharla, Celine volvió a reír y Elsa asintió.

—Quizá tenga que ver. Ya sabes que Pocahontas siempre dijo que su bisabuela tenía premoniciones.

—No tengo el placer de conocer a esa señora —comentó Celine partiéndose de risa—, pero creo que lo que te dijo y la aparición del cachas de Kevin seguro que tienen mucho que ver.

En ese momento, se abrió la puerta y la cara de las tres fue un poema al comprobar quiénes entraron.

—¡Virgencita del Rocío y
tosssss
sus arcángeles! —gritó Rocío poniéndose a llorar—. ¡Mamá!

Candela, junto a Bárbara, la madre de Elsa, estaba allí.

—¡Mamá! ¿Qué haces aquí? —gritó también Elsa mientras veía a su amiga y su madre llorar y besarse.

—Candela quería superar su fobia al avión, así que decidí acompañarla para, de paso, verte a ti. ¿Cómo estás, cariño? —Ambas se fundieron en un abrazo que las reconfortó enormemente después de tantos meses sin verse.

Celine, emocionada, las miraba con algo de envidia. Sin embargo, al recibir el abrazo de Candela y los mimos de Bárbara, se sintió tranquila y en paz consigo misma.

—Mis niñas —comentó Candela—. ¿Cómo estáis, tesoros míos?

—Mamá, estamos bien, algo magulladas pero bien —respondió Rocío, que todavía no había superado la sorpresa de ver a su madre allí—. Pero ¿quién te ha convencido para que te subieras a un avión?

—Fue él —dijo señalando a Marco, que sonreía al ver el cariño que aquellas dos mujeres repartían entre aquellas tres muchachas—. Tuvimos una conversación muy interesante por teléfono. Nos acompañó una enfermera que él me mandó durante todo el viaje, por si me daba algún tabardillo y me volvía loca. —Eso hizo reír a todos—. Pero, hija, ha ido todo fenomenal.

Celine, emocionada, le tomó de la mano, y Rocío le sonrió y le tiró un beso.

—Una vez te dije que nunca te apostaras nada conmigo. Además, creo recordar que te dije que si yo me proponía que tu madre viniera, lo conseguiría.

—Gracias —susurró Rocío con una enorme sonrisa, apretándole la mano, cosa que a él le encantó, al tiempo que con otra sonrisa espectacular Celine le miraba.

Pasados los primeros minutos de preguntas y respuestas, Bárbara comenzó a organizarlo todo.

—Veamos, esta noche nos quedamos nosotras aquí con las chicas. Tú te vas a dormir a tu casa, que no me gusta la cara que tienes, y tú te vas a descansar a tu hotel —dijo señalando a su hija y a Marco.

Este último intentó protestar, pero los ojos de Celine le pidieron que hiciera caso. Él también necesitaba descansar. Por eso sonrió y asintió.

—Pues no se hable más —comentó Candela besando a su hija y luego a Celine.

40

En la planta baja del hospital las urgencias hervían de actividad. Javier, junto al doctor Menkil, daba su diagnóstico a distintos profesionales sobre los chicos que habían llegado heridos tras una pelea callejera. Después de horas organizándolo todo, Javier regresó agotado a su despacho. Necesitaba un momento de paz. Al entrar fue directamente hasta su mesa y no reparó en el papel que había encima de la misma hasta que estuvo sentado frente a él. Se quedó sin palabras cuando, al fijarse, vio unas florecillas encima del escritorio junto a una nota.

Al reconocer aquellas flores, cerró los ojos. No sabía si reír o llorar. Finalmente, decidió abrir aquella nota.

Hace casi once años, en la boda de Aída, tú me regalaste unas flores y me dijiste que su nombre científico era
Myosotis palustris.
Ahora te las regalo yo a ti, y espero que recibas el mensaje que, en su momento, yo no supe apreciar. Siempre te querré.

Elsa

Javier sonrió por primera vez en mucho tiempo. Recostándose en el sillón, leyó aquella nota mil veces, mientras con la otra mano tocaba aquellas flores llamadas nomeolvides. Abriendo un cajón de la mesa, sacó una foto de Elsa y él sonriendo. ¿Cómo olvidar a Elsa? Era imposible. El amor que sentía por ella era más fuerte que él mismo y, según pasaban los segundos, se dio cuenta de que no podía ni quería controlarlo.

Volvió a leer la nota y sonrió al ver cómo ella recordaba el nombre científico de aquellas florecillas,
Myosotis palustris
. Recordó el momento exacto en que le había regalado aquellas flores. Bailaban. Las cogió de un gran cesto y, mintiéndole sobre su verdadero nombre, se las regaló esperando que no le olvidase. Pero lo que nunca llegó a imaginar era que, con el paso de los años, ella le regalaría las mismas flores a él. Incapaz de negar lo evidente, Javier besó la foto de Elsa y, levantándose del sillón, corrió hacia el ascensor. Necesitaba decirle que la quería, que la perdonaba, que la amaba. La necesitaba tanto como respirar. Olvidando su orgullo herido, decidió concederle a Elsa no una, sino mil oportunidades. Cuando llegó frente a la habitación de las chicas, abrió la puerta, pera su cara cambió cuando no encontró allí a quien deseaba.

—Hola, Javier —saludó rápidamente Rocío al verle aparecer.

Candela al verle, se dirigió hacia la puerta para abrazarle.

—Javier, hijo, ¿cómo estás, corazón?

Intentando ocultar su decepción, saludó primero a Candela y luego a Bárbara.

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