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Authors: Guillermo del Toro,Chuck Hogan

Oscura (32 page)

—Han pasado ya varias décadas desde la última vez que ingerí alimentos por vía oral —dijo Palmer—. Me acostumbré a no comer mientras me recuperaba de varias intervenciones quirúrgicas. En realidad, puedes perder el gusto por la comida con una facilidad sorprendente.

Observó cómo Eph masticaba y tragaba.

—Al cabo
de un tiempo, el simple acto de comer llega a parecer bastante animal. Grotesco, de hecho. Nada diferente de un gato comiéndose a un pájaro muerto. El tracto digestivo conformado por boca, garganta y estómago es un medio de alimentación muy burdo. Y por lo tanto, primitivo.

—Para ustedes, todos nosotros somos unos simples animales, ¿verdad? —comentó Eph.

—El término aceptado es «clientes» —anotó Palmer—. Pero ciertamente, nosotros, la clase superior, nos hemos valido de esos impulsos humanos básicos, evolucionando considerablemente a través de su explotación. Hemos monetizado el consumo, manipulado la moral y las leyes para dominar a las masas con el miedo o el odio, y al hacerlo, hemos logrado crear un sistema de enriquecimiento
y remuneración que ha concentrado casi toda la riqueza del mundo en manos de unos pocos. Creo que el sistema ha funcionado bastante bien durante los últimos dos mil años. Pero todo lo bueno debe terminar. Y tras el reciente desplome del mercado bursátil, ya lo ha
visto, es evidente que hemos estado cimentando un objetivo imposible. El dinero se acumula sobre el dinero en una espiral interminable. Quedan dos opciones: el colapso total, que no le atrae a nadie, o que los más ricos pisen
el acelerador a fondo y se queden con todo. Y en eso estamos.

—Ha traído
al Amo hasta aquí. Hizo
los preparativos para que viajara en ese avión —señaló Eph.

—Desde luego. Pero, doctor, he estado tan obsesionado durante los últimos diez años con la orquestación de este plan que hacerle un relato
pormenorizado sería desperdiciar las últimas horas que me quedan.

—¿Está
vendiendo a la raza humana para asegurarse
una vida eterna, como vampiro?

Palmer juntó las manos como en un gesto de oración, y se las frotó para calentarse un poco.

—¿Sabía
que esta isla fue alguna vez el hogar de tantas especies diferentes como las que alberga hoy el Parque Nacional de Yellowstone?

—No, no lo sabía. ¿De modo que nosotros los humanos ya sabíamos cuál era nuestro destino? ¿Eso es lo que quiere
decir?

Palmer esbozó una sonrisa casi imperceptible.

—No, eso no es cierto. Sería demasiado moralista. Todas las especies dominantes han asolado la Tierra con un entusiasmo similar, en mayor o igual medida. Mi opinión es que la Tierra no importa. El cielo tampoco. Todo el sistema está estructurado en torno a un amplio deterioro
y a su eventual renacimiento. ¿Por qué valora
tanto a la humanidad? Creo que puede
ver cómo todo se les está yendo de las manos. Se están desintegrando. ¿Esa sensación es tan mala realmente?

Eph recordó —con un poco de vergüenza— su apatía mientras esperaba a ser interrogado por el FBI. Miró con disgusto el cóctel que Palmer esperaba que bebiera.

—La decisión más inteligente hubiera sido llegar a un acuerdo —prosiguió Palmer.

—Yo no tenía nada que ofrecer —observó Eph.

Palmer meditó en esto.

—¿Por eso todavía se resiste?

—En parte. ¿Por qué deberían divertirse únicamente las personas como usted?

El millonario dejó descansar
sus manos en el apoyabrazos, con un aire de certeza cercano a la revelación.

—Son los mitos, ¿no? Las películas, los libros y las fábulas: se han arraigado profundamente. El entretenimiento que vendíamos tenía por objeto aquietaros. Manteneros sometidos, sin que dejarais de soñar. Necesitábamos que siguierais deseando, que tuvierais esperanzas y ambiciones. Cualquier cosa que desviara vuestra atención de la sensación animal y se volcara a la ficción de una existencia superior, de un propósito más elevado. Algo que estuviera más allá del ciclo del nacimiento, reproducción y muerte.

Una sonrisa de satisfacción afloró en el rostro de Palmer. Eph tomó la palabra, señalándolo con el tenedor.

—Pero ¿no es eso lo que está haciendo ahora precisamente? Piensa que está a punto de ir más allá de la muerte. Por lo tanto, cree en las mismas ficciones.

—¿Yo? ¿Una víctima de ese gran mito? —Palmer sopesó esa posibilidad, pero pronto la descartó—: Me he labrado un nuevo destino. Estoy renunciando a la muerte para alcanzar la liberación. Creo que la humanidad, que tanto conmueve su
corazón, ya está subyugada y totalmente programada para el sometimiento.

Eph levantó la mirada.

—¿Subyugación? ¿Qué quiere
decir con eso?

—No voy a darle
una información detallada —respondió Palmer, haciendo un gesto de negación—. Y no porque tema que pueda
hacer algo heroico con dicha información. Es demasiado tarde. La suerte ya está echada.

Eph hizo un recuento mental. Recordó el discurso que había dado Palmer ese mismo día, los tres puntos de su propuesta.

—¿Por qué una cuarentena ahora? ¿Para qué quieren aislar las ciudades? ¿Cuál es su objetivo? A menos que pretendan reunirnos en una manada.

Palmer no respondió.

—No pueden convertir a todo el mundo —continuó Eph—, porque se quedarían sin sangre para alimentarse. Ustedes necesitan una fuente de suministro fiable.

Eph pensó en la tercera propuesta y ató cabos. Un sistema de distribución de alimentos. La planta empacadora de carne.

—¿Es...? No...

Palmer posó sus viejas manos en el regazo.

—¿Qué pasa con las plantas de energía nuclear? ¿Por qué necesitan que entren en funcionamiento? —lo presionó Eph.

—La suerte ya está echada —repitió Palmer.

Eph dejó su tenedor, limpiando la hoja del cuchillo con la servilleta antes de depositarlo en el plato. Esas revelaciones habían espantado su necesidad biológica de consumir proteínas.

—No está loco, después de todo —dijo Eph, intentando descifrarlo—. Ni siquiera está mal. Está desesperado, y ciertamente es usted un megalómano. Absolutamente perverso. ¿Todo esto obedece al miedo que siente un hombre rico frente a la muerte? ¿Está tratando de comprar una manera de evitarla? ¿Realmente está eligiendo una alternativa? Pero ¿para qué? ¿Qué no ha hecho ya para conseguir lo que desea? ¿Qué otras cosas podría anhelar?

Por un brevísimo instante, los ojos de Palmer mostraron un indicio de fragilidad, incluso de miedo. Y entonces se reveló tal como era: un hombre frágil, viejo y enfermo.

—Usted no entiende, doctor Goodweather. Toda mi vida he estado enfermo. No tuve infancia ni adolescencia. He luchado contra mi propia podredumbre durante tanto tiempo como puedo recordar. ¿Que si le temo a la muerte? Todos los días camino a su lado. Lo que quiero ahora es trascenderla. Silenciarla. ¿Qué he ganado con mi condición humana? Todos los placeres que he sentido han estado manchados por el áspero susurro de la decadencia y de la enfermedad.

—Pero ¿ser un vampiro? Una..., ¿una criatura? ¿Un chupasangre o algo peor?

—Bueno..., se han hecho ciertos arreglos. Seré exaltado en cierto modo. Incluso en la siguiente fase tiene que haber un sistema de clases, como ya sabe. Y me han prometido un lugar en la cúspide.

—Es una promesa hecha por un vampiro, por un virus. Pero ¿ y qué hay de su voluntad? Él se apoderará de ella como lo ha hecho con la de todos los demás. ¿De qué le
sirve eso? Simplemente cambiaría un susurro por otro...

—Me han tratado peor, créame. Pero es muy amable por su parte mostrar preocupación por mi bienestar. —Palmer miró los grandes ventanales, más allá de su reflejo, hacia la ciudad moribunda—. Cualquier persona preferiría un destino diferente, supongo. Pero tarde o temprano le darán la bienvenida a nuestra alternativa. Ya lo verá. Aceptarán cualquier sistema y cualquier orden que les prometa una ilusión de seguridad. —Palmer miró hacia atrás—. No ha probado su bebida.

—Tal vez no estoy tan preprogramado. Tal vez las personas son más impredecibles de lo que piensa
—dijo Eph.

—No lo creo. Cada modelo tiene sus anomalías individuales. Un médico y científico reputado se convierte en un asesino. Es divertido, ¿no le parece? La mayoría de los seres humanos carece de visión, de una visión de la verdad. De la capacidad de actuar con una certeza absoluta. No la tienen, reconózcalo. Como grupo, un rebaño, según sus palabras, son fáciles de manejar, y maravillosamente previsibles. Capaces de venderse, de convertirse, de matar a los que dicen amar a cambio de un poco de paz mental o de un bocado de comida.

Palmer se encogió de hombros, decepcionado de que Eph hubiera terminado de comer y de que la cena hubiera llegado a su fin.

—Ahora regresará
de nuevo al FBI.

—¿Esos agentes están involucrados? ¿Hasta dónde llega
esta conspiración?

—¿«Esos agentes»? —Palmer negó con la cabeza—. Al igual que en cualquier institución burocrática (el CDC, pongamos por caso), una vez que controlas los estamentos superiores, el resto de la organización simplemente cumple las órdenes. Los Ancianos han actuado así durante años, y el Amo no es la excepción. ¿No ve
que los gobiernos fueron instituidos precisamente por esa razón? Así que no hay ninguna conspiración, doctor Goodweather. Ésta es la misma estructura que ha existido desde que se lleva la cuenta del tiempo.

Fitzwilliam desconectó a Palmer del alimentador.

Eph advirtió que Palmer ya era un vampiro a medias; el paso de la alimentación por vía intravenosa a una dieta de sangre no era muy grande.

—¿Por qué me ha hecho venir?

—No ha sido
para regodearme. Creo que eso ha quedado claro. Y mucho menos para aliviar las tribulaciones de mi alma. —Palmer se rió entre dientes antes de adoptar un aire serio—. Ésta es mi última noche en calidad de humano. Cenar con mi aspirante a asesino
me pareció un colofón exquisito... Mañana, doctor Goodweather, existiré en un lugar fuera del alcance de la muerte. Y su
raza existirá de una forma que está más allá de todo lo que hayan podido imaginar hasta ahora.

—¿Mi raza? —dijo Eph, interrumpiéndolo.

—Les
he entregado a un nuevo Mesías y la cuenta está saldada. Los constructores de mitos tenían razón, excepto en la caracterización que hicieron del segundo advenimiento del Mesías. Dios promete la vida eterna y el Amo la hace posible. En efecto, él resucitará a los muertos. Presidirá el Juicio Final. Y establecerá su reino sobre la Tierra.

—¿Y qué gana usted con eso? ¿Se convertirá
en un hacedor de reyes? Parece
un ser sin autonomía que se limita a cumplir sus órdenes.

Palmer frunció sus labios resecos de una manera condescendiente.

—Ya veo. Otro intento torpe de sembrar dudas en mí. El doctor Barnes me advirtió que era
muy obstinado. Pero supongo que tendrá
que intentarlo una y otra vez.

—No estoy intentando nada. Si no puede darse
cuenta de que él le
ha estado manipulando, entonces lo que se merece
es una buena bronca.

Palmer conservó su expresión flemática. Pero algo más se escondía detrás de ésta.

—Mañana —dijo— será el día.

—¿Y por qué aceptó él compartir el poder con otro ser? —preguntó Eph. Se incorporó, dejando caer las manos debajo de la mesa. Comenzó a improvisar, pero se sentía lúcido—. Piense en ello. ¿Qué tipo de obligación lo ata a él a este acuerdo? ¿Qué van a hacer ustedes dos? ¿Darse la mano? No son hermanos de sangre, todavía no. En el mejor de los casos, mañana a esta hora se habrá convertido en una sanguijuela más de su colmena. Se lo dice un epidemiólogo. Los virus no hacen negocios.

—Él no sería nada sin mí.

—Querrá decir sin su dinero. Sin su influencia mundana. Todo lo cual... —Eph asintió al mirar hacia abajo— ha dejado de existir.

Fitzwilliam se apartó
de Eph.

—El helicóptero ha regresado. Así que buenas noches, doctor Goodweather —dijo Palmer, antes de comenzar a alejarse en su silla—. Y adiós.

—Él ha estado convirtiendo personas a diestro y siniestro. Así que pregúntese lo siguiente: si es usted tan malditamente importante, Palmer, ¿por qué le hace esperar en la fila?

Palmer se fue alejando despacio. Fitzwilliam ayudó a incorporarse a Eph, que había tenido suerte: el cuchillo de plata que llevaba escondido en la cintura
del pantalón sólo le rozó el muslo.

—¿Y a ti que te han ofrecido? —le preguntó Eph a Fitzwilliam—. Estás demasiado sano
para soñar con la vida eterna como una sanguijuela.

Fitzwilliam no dijo nada. Eph sentía el cuchillo todavía apretado contra su cadera mientras era conducido de nuevo a la azotea.

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