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Authors: Guillermo del Toro,Chuck Hogan

Oscura (33 page)

 

 

 

 

T
HUD-BUMP!

Nora se estremeció ante el primer impacto. Todos lo sintieron, pero pocos supieron de qué se trataba. Ella no sabía mucho sobre los túneles del North River
que conectaban Manhattan y Nueva Jersey. Supuso que, en circunstancias normales —algo que realmente ya no existía—, era un trayecto que duraba de dos a tres minutos en total, a varios metros por debajo del río Hudson. Un viaje de ida sin escalas. La única forma de atravesar el túnel en ambos sentidos. Era probable que ellos no hubieran llegado siquiera a la mitad, a la parte más profunda debajo del río.

¡Bam-bam! ¡¡BAMMM!! ¡Bam-bam!

Otro golpe. Se escuchó un traqueteo debajo del chasis del tren. El ruido y una fuerte vibración, procedentes de la parte delantera, sacudieron el suelo
del tren hasta la parte posterior —ella lo sintió bajo sus pies—, y luego se desvaneció. Muchos años atrás, su padre, que iba conduciendo el Cadillac de su hermano, atropelló un tejón mientras recorría las montañas de Adirondack. El ruido fue casi el mismo, sólo que éste era mucho más fuerte.

Pero esta vez no se trataba de un tejón.

Y tampoco —sospechó ella— de un ser humano.

El miedo la envolvió. Los golpes despertaron a su madre, y Nora agarró instintivamente su frágil mano. Como
respuesta, recibió una sonrisa vaga y una mirada vacía.

«Mejor que sea así», pensó Nora, y se estremeció aún más. Era mejor no hacerles frente a sus preguntas, sospechas y temores. Nora ya tenía de sobra con todo lo que estaba viviendo.

Zack seguía bajo la influencia de sus auriculares, con los ojos cerrados, balanceando suavemente la cabeza sobre la mochila que tenía en el regazo; quizá seguía el ritmo de la música, o tal vez estaba dormido. De cualquier manera, no sintió los golpes ni la preocupación creciente entre los pasajeros del vagón. Aunque no por mucho tiempo...

¡Bump-CRUNCH!

Los pasajeros comenzaron a jadear. Los impactos eran más frecuentes ahora, y los ruidos más fuertes. Nora imploró que pudieran atravesar el túnel a tiempo. Algo que siempre había odiado de los trenes y metros subterráneos era que nunca podía ver nada por las ventanas delanteras. No puedes ver lo mismo que el conductor. Lo único que alcanzas a ver es una imagen borrosa, pero no qué viene en camino.

Más golpes. Ella creyó reconocer el chasquido de huesos y ¡otro sonido!, un gruñido que no era humano, no muy diferente al de un cerdo.

Parecía que al conductor se le había agotado la paciencia; activó el freno de emergencia, produciendo un chirrido metálico, rasgando la «pizarra del miedo» de Nora con uñas de acero.

Los viajeros que iban de pie se agarraron a los respaldos de los asientos y a los asideros del techo. Los golpes se convirtieron en uno solo, estruendoso y aterrador, con el peso del tren aplastando más cuerpos. Zack alzó la cabeza, abrió los ojos y miró a Nora.

El tren comenzó a resbalar, con el estrépito de las ruedas contra los raíles. Se desató un estremecimiento descomunal y repentino, y el compartimento interior se sacudió con tal violencia que muchos pasajeros cayeron al suelo.

El tren se detuvo con un chirrido estridente, y los vagones se inclinaron hacia la derecha.

Se había salido de las vías.

Descarrilado.

Las luces titilaron y se apagaron. Estalló un gemido agudo, con notas de pánico.

Las luces de emergencia se encendieron con un brillo tenue.

Nora ayudó a Zack a ponerse en pie. Era hora de empezar a moverse. Llevó a su madre de la mano, avanzando hacia la parte delantera del vagón antes de que los demás pasajeros se recobraran del impacto. Quería echarle un vistazo al túnel aprovechando los faros del tren. Pero inmediatamente se percató de que el pasillo era intransitable. Demasiadas personas, demasiado equipaje en el suelo.

Nora tiró de la cuerda de la bolsa con las armas y condujo a Zack y a su madre hacia la salida que había entre los vagones. Se comportó con civismo, esperando a que los demás pasajeros recogieran
sus equipajes de mano, cuando escuchó los primeros gritos en el vagón de delante.

Todos los pasajeros se dieron la
vuelta.

—¡Vamos! —les dijo a Zack y a su madre, abriéndose paso en medio del tumulto hacia las puertas de salida. No le importó que los demás pasajeros la miraran mal: ella tenía dos vidas que proteger, sin contar la suya.

Vio, por encima de los pasajeros confundidos, unos movimientos frenéticos en el siguiente vagón, mientras esperaba que un tipo lograra abrir las puertas automáticas en un extremo del vehículo. Unas figuras oscuras se movían rápidamente... y una explosión de sangre arterial salpicó la puerta de cristal que separaba los compartimentos.

 

 

L
os cazadores les habían dado, a Gus y a sus compinches, Hummers blindados, de color negro y accesorios cromados. La mayoría de los adornos habían desaparecido tras chocar con otros vehículos en su intento por cruzar rápidamente los puentes y calles de la ciudad.

Gus conducía en dirección contraria por la calle 59, y los faros delanteros eran las únicas luces para alumbrar el camino. Fet iba delante, en el asiento delantero, con la bolsa de armas a sus pies. Ángel y los Zafiros los seguían en otro vehículo.

La radio estaba encendida, y el locutor
del programa deportivo había puesto música, tal vez para darle un descanso a su voz o a su vejiga. Fet reconoció, mientras Gus giraba abruptamente hacia la acera para esquivar algunos vehículos abandonados, la letra de una canción de Elton John:
No dejes que el sol caiga sobre mí...

Gus apagó la radio.

—No mames —dijo.

Poco después se detuvieron frente a un edificio con vistas a Central Park, justamente el tipo de lugar donde Fet siempre había imaginado que podía vivir un vampiro. Desde la acera, se veía como una torre gótica recortada contra el cielo cubierto de humo.

Fet entró por la puerta delantera junto a Setrakian, ambos con sus espadas en ristre. Ángel iba detrás, y Gus silbaba una melodía a su lado.

El vestíbulo, forrado con papel pintado de color marrón, estaba vacío y sumido en la penumbra.

Gus tenía una llave del ascensor, una pequeña jaula de hierro forjado verde de estilo victoriano con todos sus cables a la vista.

El pasillo del último piso se encontraba en construcción, o al menos eso parecía.

Gus descargó sus armas en un andamio.

—Hay que dejar todas las armas aquí —ordenó.

Fet miró a Setrakian, que no parecía dispuesto a soltar las suyas, y el exterminador sujetó su espada con fuerza.

—Como quieras —dijo Gus.

Ángel permaneció detrás mientras Gus los conducía por la única puerta, y subieron tres escaleras que daban a una antesala oscura. Allí estaba la tintura habitual de tierra y amoniaco, y una sensación inequívoca de calor. Gus retiró una pesada cortina, revelando una sala amplia con tres ventanales que daban al parque.

Perfilados contra cada uno de ellos había tres seres de pie, inmóviles, calvos y completamente desnudos, hieráticos como estatuas montando guardia sobre el monumento de Central Park.

Fet levantó su espada de plata, con su hoja erguida como la aguja de un instrumento que midiera la presencia del mal. Sintió un golpe súbito en la mano, y la empuñadura del florete resbaló de sus dedos. Su otro brazo, con el que sostenía la bolsa del armamento, se estremeció a la altura del hombro, y el exterminador se sintió más ligero.

Le habían cortado las asas
de su bolsa. Giró su cabeza a tiempo para ver su espada incrustarse en la pared lateral, perforándola, la hoja vibrando y la bolsa de las armas colgando de ella.

Luego sintió un arma blanca a un lado de su garganta. No era una hoja de plata, sino la punta de un pincho de hierro.

Y junto a él, un rostro tan pálido que casi resplandecía. Sus ojos tenían la profundidad escarlata de la posesión vampírica, su boca curvada en una mueca desdentada.

La garganta hinchada le latía, no por el flujo sanguíneo, sino debido a la ansiedad.

—Oye... —La voz de Fet desapareció en el vacío.

Todo había terminado para él. La rapidez con que ellos se movían era increíble. Mucho más rápido que los animales.

Pero los tres seres de las ventanas seguían inmóviles.

Setrakian
.

La voz, que irrumpió en su mente, estuvo acompañada por una sensación de entumecimiento que nubló sus pensamientos.

Fet le echó un vistazo al profesor. Todavía tenía su arma con la hoja envainada. Un cazador estaba a su lado, apuntándole con un arma en la sien.

—Vienen conmigo —les dijo Gus, acercándose a ellos.

Ellos tienen armas de plata
.

Era la voz de un cazador, más enérgica que la del Anciano.

—No vengo para destruirte. Esta vez no —dijo Setrakian.

Nunca te acercarías tanto
.

—Pero he estado muy cerca en el pasado, y tú lo sabes. No revivamos viejas batallas. Mi deseo actual es dejar todo eso a un lado por ahora. Me he puesto a merced tuya por una razón: quiero hacer un trato.

¿Un trato? ¿Qué podrías ofrecerme?

—El libro. Y al Amo.

Fet sintió que el vampiro gorila retiraba el arma sólo unos pocos milímetros; la punta seguía apretada contra su piel, pero ya no le pinchaba la garganta.

Los seres permanecían inmóviles en las ventanas, pero la voz imponente se escuchaba firme en su cabeza.

¿Y qué es lo que quieres a cambio?

—El mundo —respondió Setrakian.

 

 

N
ora vio a las figuras oscuras ensañándose con los pasajeros del vagón de atrás. Golpeó a un hombre detrás de la rodilla, tirando de su madre y de Zack, y empujando a una mujer vestida con un traje de chaqueta y zapatillas deportivas en su intento por salir del tren descarrilado.

Logró que su madre bajara el peldaño alto sin caerse. Miró hacia el lugar donde la locomotora se había salido de la vía, ladeada contra la pared del túnel, y comprendió que tendrían que ir hacia el otro lado.

Había cambiado la claustrofobia del tren atascado por la claustrofobia de un túnel que pasaba por debajo de un río.

Nora abrió el cierre lateral de su bolsa y sacó la lámpara Luma. La encendió y la batería regresó a la vida; la bombilla UVC se calentó e irradió sus rayos de color índigo. Las vías se iluminaron. Por todas partes había desechos de vampiros, un guano fluorescente que cubría el suelo y se deslizaba
por las paredes. Era evidente que miles de ellos habían utilizado este camino durante varios días para pasar a tierra firme. Era un ambiente perfecto para ellos: oscuro, sucio y oculto a los ojos de la superficie.

Otros pasajeros bajaron del tren, alumbrando el camino con las pantallas de sus teléfonos móviles.

—¡Oh, Dios santísimo! —gritó uno.

Nora se dio la
vuelta y vio, iluminadas por los teléfonos de los pasajeros, las ruedas del tren cubiertas con sangre blanca de vampiros. Muchos pegotes de piel pálida y de cartílago negro de los huesos triturados colgaban del chasis.

Se preguntó si habían sido atropellados accidentalmente o si se habrían arrojado a las vías del tren.

Esta última opción le parecía más probable. Pero ¿por qué lo habrían hecho? Nora creyó saberlo. Con la imagen de Kelly aún fresca en su mente, pasó su brazo por el hombro de Zack, agarró
a su madre de la mano y corrió hacia la parte posterior del tren.

Nueva Jersey estaba relativamente lejos, y ellos no estaban solos allí. Oyeron más gritos en el tren: pasajeros mutilados por las criaturas pálidas que merodeaban por los vagones. Nora procuró impedir que Zack viera sus cabezas apretadas contra las ventanillas, regurgitando saliva y sangre.

Llegó a un extremo del tren y pasó al otro lado, caminando sobre la multitud de cadáveres de vampiros aplastados en las vías, matando con su luz ultravioleta a los gusanos de sangre que acechaban en el suelo. Avanzó hacia la locomotora por un tramo despejado.

Los túneles transmiten sonidos y los distorsionan. Nora no estaba segura de lo que escuchaba, pero su cercanía le produjo un susto adicional. Invitó a los pasajeros que la seguían a detenerse un momento y a permanecer inmóviles y en silencio.

Oyó un sonido repetitivo, como si varias personas corrieran, pero lo atribuyó al efecto del sonido magnificado por el túnel. Aguzó sus oídos. El sonido venía de atrás, de la ruta ya recorrida por el tren: era una horda de pasos.

La luz de las pantallas telefónicas y de la lámpara UV de Nora no era muy potente. Algo se acercaba a ellos desde la oscuridad impenetrable. Nora abrazó
a Zack y a su madre, y empezó a correr en dirección opuesta.

 

 

E
l cazador se apartó de Fet, sin dejar de apretar el punzón contra su cuello. Setrakian había comenzado a informar a los Ancianos sobre la alianza entre Eldricht Palmer y el Amo.

Ya lo sabemos. Vino a pedirnos la inmortalidad hace algún tiempo
.

—Pero vosotros se la negasteis, y entonces llamó a la puerta de al lado.

No cumplía con nuestros requisitos. La eternidad es un hermoso regalo; es la entrada a una aristocracia inmortal. Somos rigurosamente selectivos
.

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