Pálido monstruo (19 page)

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Authors: Juan Bolea

Tags: #Intriga, #Policíaco

—¿Has estado investigándola?

—En tu propio interés, David. Pero volvamos a esa comida y a vuestra discusión. ¿Llegó Eloísa a levantarte la voz, a contestarte airadamente?

—Nunca lo hacía. Era fría. Siempre mantenía el dominio de sí misma.

—Vista esa escena desde la óptica de un observador imparcial, fuiste tú quien se mostró agresivo.

Guzmán asintió, nervioso. Intuía por dónde iba el razonamiento de su defensor y bien sabía él que ese camino de apariencias sólo le llevaría a penosas encrucijadas.

—¿Hasta qué hora duró la comida? —siguió preguntando Fidel.

—Hasta las cuatro, aproximadamente.

—¿Qué sucedió después?

—Fuimos al despacho de Eloísa.

—¿Para qué?

—Ella tenía que recoger unos documentos.

—¿Hicisteis las paces?

—De aquella manera.

—¿Qué más hicisteis en el despacho?

—¿A qué te refieres?

—¿Hicisteis el amor?

Un golpe de rubor coloreó las mejillas de David.

—Sí.

El Viejo se pellizcó el labio superior. Hacía ese gesto cuando estaba seriamente contrariado.

—No usaste protección.

—¿Preservativo? No. A ella no le gustaba. Es más, no lo permitía. Por lo menos, a mí.

—Más te habría valido usarlo —se lamentó su abogado—. Diste positivo en el análisis de esperma, David. Y en todas las demás pruebas: saliva, cabellos, vello púbico… Incluso la piel que Eloísa tenía bajo las uñas, por habérsela arrancado a su agresor, era, según los indicadores de
ADN
, tuya. El fiscal sostendrá que estabas obsesionado con esa mujer y que la mataste por celos.

—¡Eso no es verdad!

—¿Cómo explicas que hubiera restos de tu piel en sus uñas?

Guzmán se mostró inseguro.

—Al salir del restaurante, seguimos discutiendo en la calle y nos zarandeamos.

—¿Le pegaste?

—No.

—Dime la verdad, David.

—¡No lo hice!

—¿Tenemos algún testigo?

—No lo sé, no lo creo… Fue en el callejón de los Mártires. Estaba desierto a esa hora.

Fidel hizo repiquetear una uña contra el cristal de seguridad.

—Con semejantes respuestas, ningún jurado te absolverá, David, y lo sabes perfectamente. Pero deja que siga ordenando mis ideas. Antes que nada, concluyamos la secuencia temporal. Subisteis al despacho de Eloísa en torno a las cuatro de la tarde e hicisteis el amor. ¿Qué pasó a continuación?

Guzmán cerró los ojos, como recordando.

—Un poco antes de las cinco, llamaron a la puerta. Era un cliente suyo. Me fui.

—¿Llegaste a verle?

—Un instante, al cruzarme con ella.

—¿Era una mujer?

—Una señora mayor, de aspecto inofensivo. Llevaba un bolso grande, pero no lo bastante como para esconder un cuchillo.

Fidel premió la broma con una sonrisa.

—Me alegra que vayas recuperando el humor, David, pero no vayas a contar chistes en el juicio. Continúa.

—Como siempre que discutía con Eloísa, me quedé confuso, luchando con sentimientos encontrados. Amor-odio, ya sabes.

—Al juez no le dirás nada de eso. Prosigue.

—Esa tarde necesitaba estar solo y lejos de todo. Fui a mi casa, cogí el coche y conduje sin rumbo.

—A algún sitio irías.

—Estuve dando vueltas por Los Monegros.

—La comarca de Los Monegros es muy grande. ¿A qué parte te dirigiste?

—Hacia la sierra de Alcubierre. Me detuve en un paraje solitario, arbolado, y estuve pensando y paseando.

—¿Sin que te viera nadie?

—Yo, al menos, no vi a nadie.

—¿No entraste a una gasolinera, a un bar?

—No.

Fidel sacó unos impresos de su cartera de cuero y consultó una hilera de datos. A Guzmán le parecieron columnas de números telefónicos.

—¿Cuántas veces llamaste esa tarde a Eloísa?

—No lo recuerdo.

—Yo te lo diré, David. Entre las seis y las siete y media la llamaste por teléfono diez veces. Las dos primeras, te atendió. Las restantes, no. Supongo que desconectaría tanto el móvil como el número fijo de su oficina, pues intentaste comunicar con los dos. Sabías que ella estaba trabajando, que tenía clientes a los que atender, asuntos que resolver y, no obstante, insististe en llamarla una y otra vez. ¿Por qué razón? ¿A qué se debía tanta insistencia?

Guzmán parecía ahora tan desconcertado e inseguro como debió de estarlo en la tarde del 26 de mayo.

—No lo sé, Fidel. Te juro que no lo sé.

—¿Habías bebido?

—Dos o tres copas en el restaurante, pero no estaba ebrio.

—Está bien, sigamos. ¿Volviste al despacho de Eloísa esa tarde?

—Sí —admitió el imputado.

—¿A qué hora?

—Sobre las nueve, pero no me abrió la puerta.

—¿Y qué hiciste entonces?

—Llamé un par de veces más. Como no contestaba, me fui.

—¿Pensaste que Eloísa estaba dentro o que se había marchado?

—Que se había ido.

Fidel dejó de escribir y miró con desesperación a su amigo.

—¿Cómo explicas que las huellas de los zapatos ensangrentados coincidieran con tu número y con la marca que usas?

David tragó saliva y su nuez subió y bajó con fuerza. Hacía un rato que, a modo de tic, estaba percutiendo un puño contra la rodilla, suave, insistentemente, como llamando a una puerta que no le querían abrir.

—No lo puedo explicar, salvo repitiendo que no estuve allí… ¡Sé que todo me acusa, Fidel, pero yo no la maté!

Parecía estar hundiéndose. Su abogado se vio en la obligación de consolarle.

—Te creo, David.

—Necesito saber que no tienes la menor duda.

—No la tengo.

—Gracias, de verdad… Estoy aturdido… En esta maldita jaula se pierde hasta la costumbre de pensar… Si no te importa, quisiera volver a mi celda. Regresa cuando quieras… cuando te apetezca a ti.

Guzmán estaba a punto de echarse a llorar. Se levantó y su espalda desapareció tras la puerta metálica.

Fidel abandonó hondamente conmovido la sala de locutorios. En el exterior, al contacto con la despiadada luz de agosto, sus ojos se irritaron y tuvo que ponerse gafas de sol.

El viejo abogado se dirigió al coche cansadamente. En ese momento, aparentaba su justa edad, pues le habían caído diez años encima.

* * *

El Comercial
, Aragón, 7 de agosto de 2011

UN PERIODISTA, RELACIONADO CON EL CRIMEN DE LA ABOGADA

(Redacción).—
El periodista Luis Murillo, redactor de
El Periódico
y colaborador de distintas agencias de prensa, ha sido trasladado a dependencias judiciales. El juez Mariano Allepuz, instructor del sumario del crimen de la abogada, le tomó declaración en relación con las circunstancias que rodearon la muerte de Eloísa Ángel Ruiz, recientemente asesinada en su céntrico despacho de la capital aragonesa
.

Al término del interrogatorio, que se prolongó durante dos horas, el juez dejó a Murillo en libertad sin cargos, si bien le retuvo el pasaporte, imponiéndole la obligatoriedad de no abandonar el país y de presentarse en el juzgado cada quince días
.

Al parecer, entre Eloísa Ángel y Luis Murillo existía una relación personal, cuyas características no han trascendido. Nuestra redacción ha podido saber que el juez Allepuz ordenó a la policía judicial proceder a un registro del domicilio del periodista, donde se incautó de materiales que tal vez contribuyan a esclarecer este enigmático asesinato
.

Por otro lado, continúa ingresado en la prisión de Zuera el abogado David Guzmán. Según ha podido saber este periódico, en manos de la autoridad judicial obran pruebas y testimonios que le comprometen como presunto autor material del homicidio
.

El caso sigue despertando el máximo interés en la opinión pública. Numerosos medios españoles y algunas cadenas extranjeras, como la BBC, han desplazado corresponsales a Zaragoza para cubrir cualquier noticia relacionada con el entorno de la investigación policial
.

* * *

Capítulo 32

C
ON mayor celeridad de lo habitual, el juicio por el crimen de la abogada se convocó nueve meses después de su asesinato, el 15 de marzo de 2012.

Ese día amaneció despejado. A las ocho de la mañana, el termómetro marcaba quince grados, preludio de los veinticuatro grados que se alcanzarían a las tres de la tarde.

De camino desde la prisión de Zuera a la Audiencia Provincial de Zaragoza, David Guzmán disfrutó con la visión del paisaje. Hacía casi un año que no contemplaba la naturaleza. Los sotos del río Gállego, la sierra de Guara y, al fondo, los Pirineos le despertaron un irrefrenable deseo de libertad.

El furgón de la Guardia Civil carecía de aire acondicionado. El preso pasó calor. Durante la noche anterior apenas había podido dormir, y esa mañana, en el desayuno, no había conseguido tragar nada sólido. Pero no sentía cansancio ni hambre. Sólo calor, mucho calor, y una ansiedad muy próxima a la angustia, debido a su inminente comparecencia ante el tribunal y a la imperiosa necesidad de demostrar su inocencia.

Durante los cuarenta minutos que les llevó el trayecto hasta Zaragoza, el conductor y el guardia civil encargados de su escolta no intercambiaron una palabra.

El vehículo celular accedió al casco antiguo por el puente de Santiago. No podía subir por el Mercado Central, pues el giro hacia el palacio de los Luna, sede de la Audiencia, estaba prohibido. Tomó por Echegaray Caballero, la ronda paralela al Ebro, dobló por la calle don Jaime y se dirigió luego hacia El Coso. Guzmán reconoció con nostalgia las bocacalles sembradas de terrazas en las que tan buenos ratos había pasado. La mañana era soleada y había mucha gente por las calles. El preso agradeció que los cristales del furgón fueran blindados. Si alguien le hubiera reconocido…

Inevitablemente, eso estaba a punto de suceder en el patio de la Audiencia. David había tenido pesadillas con su llegada al juicio, pero ni la peor de ellas representó algo parecido a lo que le aguardaba. Medio centenar de reporteros le esperaban concentrados en el pórtico del
palacio de los Luna
, con los dos gigantes de piedra, custodios de la justicia, elevando sobre las cabezas de los mortales sus amenazadoras mazas. Los focos de las cámaras y el estallido de los flashes deslumbraron al acusado cuando saltó del furgón. Varios policías nacionales le flanquearon mientras, aturdido, oía gritos: «¡Eh, David, mira hacia aquí!»; «¿Sigues declarándote inocente?»; «¿Te beneficia la fórmula del jurado?».

—¡Dejadle respirar, por favor! ¡Y dejadme pasar a mí!

Abriéndose paso entre las cámaras, un alterado Fidel Paternoy logró situarse junto a su defendido. En ese instante, Guzmán no pensó en él como en su abogado, ni mucho menos como en el alcalde de la ciudad, sino como en el único ser humano que en aquella situación, trágica y extrema para él, podía brindarle ayuda. Sintió la mano del Viejo en el hombro y, con su contacto, un nervioso ramalazo de gratitud.

—Voy a traerte de vuelta a casa —le prometió Fidel al oído.

—Sé que lo harás —asintió David, aferrándose a esa esperanza.

—Confía en mí.

—Que Dios nos ayude a los dos —murmuró el procesado con la voz temblorosa. La cabeza le daba vueltas. Si los policías no lo hubieran sostenido, las piernas le habrían fallado y se habría caído al frío suelo de la Audiencia.

* * *

Capítulo 33

(L
OS miembros del jurado toman asiento en sus estrados, a la derecha del juez. Son nueve. El fiscal Juan García del Cid ha rechazado previamente a otros seis candidatos por supuesta incompatibilidad con la causa. Cinco de esos frustrados aspirantes eran varones. La defensa, en cambio, representada por Fidel María Paternoy, no ha censurado a nadie. Tampoco a los sustitutos
.

Definitivamente, el jurado ha quedado compuesto por una mayoría femenina. Cinco mujeres, cuatro varones. Entre un grupo de periodistas, se comenta que esa proporción perjudica al acusado, pues la víctima encontrará solidarios lazos en las mujeres designadas como jurados.

El presidente del tribunal observa que llevan retraso con respecto a la hora prevista y anuncia el comienzo del juicio).

MAGISTRADO PRESIDENTE:
Ruego al alguacil cierre las puertas, y a todos los presentes guarden silencio.

(
Además de los miembros del tribunal, de los del jurado, de los actores de las partes y de la acusación particular promovida por la familia de Eloísa Ángel, en la Sala de lo Penal de la Audiencia Provincial de Zaragoza hay centenar y medio de personas. Los bancos están abarrotados. En los pasillos laterales, varias filas de asistentes se agolpan en pie, incómodamente
).

MAGISTRADO PRESIDENTE:
Tiene la palabra el ministerio fiscal.

(
El foco de atención se desvía hacia el estrado situado a la izquierda de los jueces, donde toman asiento las partes en litigio. La fiscalía es la más próxima a ellos.

El fiscal Juan García del Cid se prepara para intervenir. Lleva unas modernas gafas graduadas con los cristales montados al aire y una delgada corbata negra. Su cabello brilla por el fijador
).

FISCAL:
Con la venia, señoría. (
Al contacto con el micrófono, su voz tiembla ligeramente, pero enseguida irá ganando seguridad
). Es el propósito de este ministerio fiscal demostrar, sin género alguno de duda, que el pasado 26 de mayo de 2011 el acusado, David Guzmán Merlo, natural de Zaragoza, de treinta y tres años de edad, soltero y sin hijos, abogado de profesión, asesinó a Eloísa Ángel Ruiz, zaragozana, de veintinueve años, madre de una hija, divorciada y asimismo abogada de profesión.

(
El fiscal concentra una mirada agresiva en Guzmán, sentado en el primer banco con custodia policial, y prosigue, dirigiéndose al jurado
):

FISCAL:
Igualmente, espero demostrar, de forma argumentada y clara, que Guzmán Merlo cometió homicidio en la persona de Eloísa Ángel y que lo hizo en pleno uso de sus facultades intelectuales y con deliberada voluntad, obedeciendo a una planificación urdida con el firme propósito de acabar con su vida.

Para lo cual, el imputado utilizó un arma blanca con la que asestó a su víctima varias puñaladas. La última de ellas fue mortal, pues le atravesó el pulmón y el corazón, provocando hemorragia interna e incontenible efusión de sangre.

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