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Authors: Marcela Paz

Tags: #Infantil

Papelucho y el marciano (4 page)

La gente nos hacía el quite como si fuéramos un tractor sin chofer y los autos frenaban para darnos el paso igual que a los huelguistas. "Era una carrera muda, con el puro sonido de las lenguas afuera.

Perros desocupados se iban juntando al desfile y los más chiquititos galopaban atrás dando saltos mortales para alcanzarnos. Era un desfile impotente y choriflai.

Correr así en multitud es supersónico, sobre todo cuando uno no sabe a dónde va ni tampoco le importa.

De pronto se oyó la estérica sirena policial y un enorme guanaco apuntó hacia nosotros con su genial chorro de agua. Su fuerza nos arrolló en un pelotón mojado y revolcado y perdiendo nuestro centro de gravedad patinamos a lomos con las patas arriba.

Pero entre la gente a veces hay cristianos. Una señora gorda abrió un portón de su garaje y con su escoba nos ayudó a rodar dentro y aunque el chorro de agua nos seguía, cerró la puerta y se plantó al frente como un guerrero.

Poco a poco nos sacudimos del agua y nos enderezamos en silencio mientras oíamos la brava pelea de la señora con los carabineros.

Abra y largue esos perros que son de la perrera —decía una voz.

No abro porque es mi casa —su voz estaba mojada.

—En nombre de la ley tiene que abrir.

Traiga una orden del juez y ahí veremos —estornudaba ella.

Por fin partió el guanaco con tremendos ruidos de cambios. El garaje se abrió atrás por una puertecita misteriosa y apareció la señora trayendo una bandeja llena de platillos con leche.

—¡Ah! —dijo al verme—. Tú no eres perro y no me das confianza… ¡Mejor te largas!

—Me iré cuando esté seguro de que ellos no serán recogidos por la perrera —clamé con voz de héroe.

—¿Qué te crees? ¿Que soy una traidora?

—No, pero usted quiere echar a su único amigo que soy yo.

El Choclo se puso a ladrar y con él todos los perros a un tiempo y como el garaje tenía eco, tronaban las murallas como si fuera a venirse abajo.

Entonces la señora entendió y se puso reverenciosa conmigo.

—Perdón —dijo—. Ahora lo comprendo. Ellos me lo han dicho y estoy a tus órdenes. ¿Qué puedo hacer por ustedes?

—Aunque es asunto suyo, creo que es mejor que nos deje en libertad antes de que vuelva la perrera con su famoso juez en orden.

—¡Bravo! —aplaudió con sus manitos gordas y sonoras de anillos y pulseras—. Bravo, bravo, es una gran idea… —y abrió de par en par la puerta por donde habíamos entrado y nos lanzamos todos al galope cada uno en dirección distinta. Lo último que vi de su cara eran sus ojos con lágrimas.

Cuando llegué a mi casa había un radio-patrulla en la puerta.

Casi me volví atrás, pero ahí estaba la Domi llorando mientras el maestro del yeso la consolaba.

—¡Alabado sea Dios! —dijo al verme—. Todo el mundo buscándolo…

Entró el Choclo primero y lo seguí. Ahí estaba el papá paseándose, la mamá sollozando en una silla y la Ji abrazada del teniente, además de dos vecinas que hablaban a un tiempo.

Al vernos todos quedaron mudos.

Se oyó un golpe en el techo y el Choclo levantó sus bellas orejas. Yo lo sujeté fuerte mientras el papá hacía una carraspera y la mamá se sonaba definitivamente.

—Veo que ha vuelto el niño —dijo el teniente.

—En efecto —dijo el papá, poniéndome la mano paternalmente en la cabeza.

—Antes de que me retire ¿desea usted hacer una declaración? —preguntó el teniente.

Como el papá no parecía seguro de hacerla, hablé yo.

—Señor teniente —le dije—. Si usted tuviera un perro que es su mejor amigo, ¿dejaría que se lo llevara la perrera?

—No, desde luego que no.

—Yo hice lo que usted habría hecho, nada más. Es mi declaración.

Las señoras vecinas se miraron, le suspiraron a la mamá y al papá y por fin se fueron.

El teniente me dio un tremendo apretón de manos y me dejó todos los dedos pegados para siempre.

La gente es muy distinta de lo que uno aprende en la Historia Sagrada. Siendo que yo era un hijo completamente pródigo, no hicieron ninguna fiesta para recibirme y me trataron igual que si nada hubiera pasado. Ni siquiera me preguntaron la aventura de la perrera. Porque son padres modernos o tal vez subdesarrollados.

La cosa es que se fueron a comer donde la tía Lala porque la mamá tiene alergia al yeso y a los temblores de casas en ruinas.

La Domi nos dio comida que le sobró del almuerzo y lo que nos sobró a nosotros se la llevamos a los ratones con la Ji.

Ahí estaban los pobrecitos nerviosos y acorralados en su cueva oscura, muertos de miedo que fuéramos enemigos. Como no me conocen, tuve que salirme del rincón para que se atrevieran a banquetearse.

En el entretecho había una gran ventana al cielo y por ella pudimos ver con la Ji varios platillos voladores de esos que llaman ovnis. Det se puso saltón cuando los vimos y empezó a hacer unos ruidos extraños que no pude entender. Seguramente se estaba comunicando con ellos.

Debe ser raro cuando uno está en otro planeta divisar a los amigos que se acercan pero no llegan hasta uno. Debe ser muy tremendo…

Yo, pensando esto, quise ayudar a Det y asomé la cabeza por el hoyo donde faltaba la teja. Abrí la boca y traté de tener hipo, pero sin resultado.

Un platilo se había detenido arriba frente a nosotros. Era rojo, luminoso y con olor de noche. Hacía muchas señas con su luz pestañeante y yo sentía que Det recibía los mensajes porque se iba poniendo pesado y más pesado, igual que la noche que se metió en mí.

De pronto me recorrió un tilimbre de la cabeza a los pies y me caí por el hoyo y el otro hoyo y fui a dar a mi cuarto..

No sé si me dormí o simplemente me aturdí. La cosa es que esa noche no desperté jamás, ni siquiera a la hora del desayuno…

Cuando íbamos a almorzar, vino el Choclo a buscarme con su novia. Era una quiltra fina de esas regalonas premiadas y escobilladas que están siempre ladrando en una ventana de auto o de casa pituca. Se habría arrancado de unos brazos polvorosos y pulserosos de los que aburren con sus cariños viejos. Ayer había corrido al lado del Choclo en el desfile y yo no pensé jamás que era por interés de él. Según dice la Domi anoche durmió aquí en la cocina, más feliz que en la cama pituca que le tendrá su dueña. Lo malo es que el Choclo no sirve para marido. Uno se da cuenta de que es solterón egoísta y ni la mira, se come solo la comida que les dan a los dos y por último le preocupan más los ratones de mi cueva que su novia.

El papá y la mamá están muy cariñosos conmigo y me ponen atención cada vez que les ha" blo. Me hacen sentirme "otro". Tampoco les parece mal que tenga ahora dos perros en vez de uno, y no me preguntan nada ni me prohiben cosa alguna. Uno llega a pensar que uno no es uno mismo y claro, le dan ganas de probar si es uno el que ha cambiado o son ellos.

Por eso hice Un ensayo para saber quién es quién.

—Mamá, una vez dijo usted que me daría una fiesta para mi cumpleaños.

—Por supuesto que te la daré —dijo limpiando una foto apestada de moscas.

—Lo malo es que ya pasó mi cumpleaños… —dije fatalmente.

—¡No me digas! ¿Cuándo fue? —paró de limpiar, me miró y escupió el trapo para seguir limpiando.

—Usted debería acordarse. Yo era guagua cuando nací.

—En realidad, lo siento. Pero podemos celebrarte cuando quieras.

—En ese caso podríamos hacer una fiesta de… matrimonio. Tengo un amigo que se quiere casar.

—¿Qué? —dejó caer el trapo y los brazos. Ahí me di cuenta que ella era ella. ¿Sería yo yo mismo?

—No es de esos matrimonios con flores y velos. Es el Choclo el que se casa. Me gustaría celebrarlo en vez de mí.

La mamá se sentó en el suelo y empezó a reír y reír y reír y de repente frenó y se puso seria como esas señoras que uno pisa en el micro.

—Lo celebraremos, hijo. ¿Cuándo será la boda?

—Mamá los perros no tienen boda. Pura celebración.

—Entiendo —puso cara de estar sacando la cuenta del almacén—, invitarás a tus amigos y compraremos helados y galletas.

—Invitaremos a los amigos del Choclo, claro. Los helados tendremos que derretirlos ¿no?

—Sí, seguramente. Pero supongo que el Choclo tiene pocos amigos. Pelea con todos los perros vecinos. Yo diría que no tiene amigos.

—Se ve que usted hace muchos años que salió del colegio —dije—. Pelear es ser más amigos, es tener confianza. Yo creo que serán veinte los invitados para que de verdad parezca fiesta.

Nunca supe lo que quería decir con los movimientos raros de cabeza en órbita, pero sí me quedó mirando como si yo fuera "otro".

—Tú dispondrás la fiesta como quieras —me miraba como si yo fuera obispo—. Un matrimonio es una celebración importante, y la haremos a tu gusto.

Justo en ese momento entró el Choclo seguido de su novia y como ella no conocía a la mamá empezó a ladrarle.

Ipso flatus Det se volvió molestoso y comenzó a fregar. No sé qué pasa con los ladridos de perros y los marcianos, pero se ve que les producen tilimbre o electro-rabia y se desesperan.

—Hasta cuándo me tienes encerrado —clamaba Det sulfuroso—, la famosa Tierra es una lata y quiero irme… Hace dos días que duermo sin alivio ¡Sácame a respirar!

—¡Por mí puedes respirar hasta que revientes! —le dije en mi dentror tratando de que la mamá no se pusiera sospechosa o detective. Para disimular mi pelea con Det, comencé a pillarle las pulgas al Choclo y a su novia, así no ladraban. Pero Det con su carácter marciano siguió buscando la camorra:

—¡En mala hora me vine a la Tierra cuando pude irme al Sol! —decía—. Aquí todo se vuelve murallas, techos, ruedas, motores y colegios. Hasta para volar se encierran en cuartuchos duros y ruidosos…

—¡Tú te callas! —contesté—. Eres un simple marciano caído de su platillo y eso no sirve a nadie. Si al menos lo tuvieras todavía, te daríamos boleto…

Mientras le sacaba pica, iba echando las pulgas en una caja de fósforos. Det comenzó a rascarse dentro de mí como si las pulgas me las hubiera tragado y claro yo me retorcía con sus retortijones.

La mamá redondeó sus ojos y sacó rápidamente una de sus pastillas que siempre tiene a mano. La echó en un vaso de agua con mano tiritona para hacérmela tomar.

—Bébete esto, mi lindo y te sentirás mejor

—decía.

—¿Es bueno para los nervios? —pregunté.

—Sí y para todo lo demás…

Aproveché que la mamá partió a guardar el frasco para darle el agua con pastillita al Choclo que era el nervioso.

Las mamas no saben de planetas, de marcianos, de ovnis ni de nada científico y ni sospechan lo que nos sucede.

El Choclo bostezó y empezó a quedarse dormido con todas sus pulgas mientras yo íne hacía el leso de todo lo que transmitía Det rezongando del mundo.

—Eres un niño juicioso —dijo la mamá al ver el vaso vacío.

—No tanto como usted cree —contesté—. Mamá, ¿por qué no lee algo sobre planetas?

—No tengo tiempo —dijo lavando bien el vaso como si adivinara que tenía lengua de perro—. Y dame esa caja de pulgas…

—¿Qué hará con ellas?

—No hagas preguntas tontas.

—Es que las necesito —contesté definitivamente.

—¿Para qué?

—Usted no entiende de ciencia… ¿Qué saco con explicarle dé un motorcito a retroimpulso palpitante vitalicio inodoro?

—¿Eso es ciencia? Lo que sí sé es que si largas esas pulgas se infestará toda la casa y no acabaremos nunca con ellas.

—¿Cómo se le puede ocurrir que voy a largarlas con lo que me ha costado juntarlas? Algún día usted comprenderá por qué las guardo, cuando vea que el mundo reemplaza un motor a bencina por otras cosas…

Me miró de hipo en hipo/ sin hablar, y yo guardé la caja en mi bolsillo. El Choclo roncaba a nuestros pies y su novia parecía preguntar qué le habíamos hecho.

Entonces apareció la Domi a avisar que se había terminado el gas y le cambió a la mama la preocupación de mí por la del balón.

Si yo hubiera sabido todo lo que iba a pasarme con alojar al marciano, lo habría dejado escapar el primer día.

Ahora me he acostumbrado a que me crean cucú. Tengo dentro un marciano que también me cree ídem, así que llego a convencerme que a lo peor estoy cucú.

A ratos me consuelo pensando que a los sabios siempre los creen locos; pero lo malo es que los pobres sabios trabajan toda la vida para hacer un invento y resulta que ese invento lo hace otro y de pura casualidad, y sin ser sabio tampoco.

Así que para inventar un platillo volador que se lleve al marciano, con o sin migo, tengo que trabajar en cosas fomes, y así me resulta seguramente de casualidad. Por eso guardo mis pulgas para después que resulte, o sea para mañana o pasado.

Yo sé que Dios ha puesto en el mundo miles de cosas choras para que uno las descubra o las invente. Pero sólo a algunos nos da el radar de pillarlas.

A mí me da la tincada de que los perros son trasmisores y tienen su antena de temblores y patillas con los astros. Yo creo que sus am tenas son las pulgas, o sea su teletipo. Por eso me interesan y también porque nadie las quiere.

Cada vez que me vienen estas ideas trato de ponerme distraído y pensar en tonteras y hacer leseras. Igual que Santiago Watt cuanto tapó la tetera con la cuchara, sin pensar…

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