Perdona si te llamo amor (31 page)

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Authors: Federico Moccia

Tags: #Romántico

Alessandro arranca su Mercedes y regresa a casa. Dios mío, en buen lío me he metido. Yo y una chica de diecisiete años. Si lo supiesen mis padres… Si lo supiesen mis dos hermanas, ya casadas y con hijos… Si lo supiesen mis amigos y sus mujeres respectivas… Si lo supiese Elena y, sobre todo, si lo supiesen los padres de Niki… Y así, sin apenas darse cuenta, ha llegado ya a su casa. Nunca había conducido tan rápido. A lo mejor es porque de repente siente ganas de escapar de todos aquellos si… Se monta en el ascensor y poco después ya está de nuevo en su casa. Se cierra por dentro y echa el pestillo. Fiuuu. Un suspiro de alivio. El CD sigue sonando a bajo volumen. Éste es el momento de Ligabue,
L'amore conta
. Qué compilación tan bella ha hecho Enrico. Luego un recuerdo. Y otro. Y otro más. Pequeños flashes.
Frames
de amor. Sabores, perfumes, detalles, los momentos más bellos de una película inolvidable. Niki. Qué sueño. Pero ¿ha sucedido de veras? Claro que ha sucedido. Y qué ha sucedido… Es realmente una muchacha hermosa. Y dulce. Y generosa. Y divertida. E ingeniosa. Y despierta. Y tierna. Y… Y tiene diecisiete años.

Alessandro coge la botella de ron y se sirve un vaso pequeño. No le iría nada mal un poco de zumo de pera. Pero no, ¿por qué hemos de querer siempre algo más para estar satisfechos? Basta con disfrutar el momento, lo dice también Niki, y se lo toma todo de un trago. Sólo ron. Ron puro. Diecisiete años. ¿Te detienen en estos casos? Sí. Qué va. No lo sé. Luego, casi sin querer, se halla de nuevo en la terraza. La música se difunde ligera en aquella atmósfera. Se acerca lentamente al lugar donde todo ha sucedido… El lugar del crimen, le gustaría decir. Pero prefiere no pensar en ello bajo esa luz. Mira. En el suelo, en una esquina, está el vaso de Coca-Cola con su rodajita de limón. Y en la tumbona, en una esquina más lejana, la goma del pelo abandonada. Después se acerca a la mata de jazmines, casi se sumerge en ella e inspira profundamente, llenándose de su perfume. Justo en ese momento, se enciende la luz de la terraza de enfrente. Aparece una señora y grita a pleno pulmón:

—Aldo, Aldo… ¿Dónde estás?

—Estoy aquí, María… ¡No grites!

—Pero ¿no vienes a la cama?

De improviso, un hombre se aleja del seto, haciéndose presente bajo la luz de la lámpara de la terraza. Debe de ser Aldo. Mira hacia Alessandro. La mujer vuelve a entrar.

—Venga, que mañana tenemos que madrugar.

El hombre entra en la casa. Apaga la luz de fuera, después la del salón, luego la del pasillo, desapareciendo de nuevo en la oscuridad. Alessandro sale de la mata de jazmines. Aldo. Se llama Aldo. A lo mejor esta noche ha estado allí, mirando. De todos modos, no cree que haya podido ver gran cosa. Y así, un poco más tranquilo, también Alessandro se mete en casa. Cierra la puerta corredera. Una cosa es segura: al menos esta noche no me ha denunciado.

Cuarenta

Buenos días, mundo. Tu Niki reportando. Espera que me desperece un poco. No me lo puedo creer… ¡Fue maravilloso! Basta, deja de pensar en ello, Niki. Vuelve a la normalidad.
Fly down
… Mantén los pies en el suelo. No a tres metros sobre el cielo… Cuanto más arriba se sube… ¡más daño se hace uno al caer! No quiero traerme mal fario a mí misma, pero ¡vaya! Así. Mejor.
Low profile
. Veamos… ¿qué me pongo hoy? Hoy toca filosofía. Qué mierda. No tengo ningunas ganas. Hoy tiene que explicar a ese Popper, me parece. Me temo que será un plomo. De modo que es preciso que me vista alegre y con colores para que me sirva de antídoto. Niki abre su armario. Observa escrutadora las perchas. Vaqueros Onyx de color rosa con camiseta a rayas. No. Parezco una bombonera. Falda
stretch
con camiseta de cuello en V. Demasiado colegial. Pantalones estrechos azules estilo retro con camisa amarilla sin mangas y de cuello alto. Esto. Popper, te derrotaré con los colores de una mañana de sol. Después, mientras empieza a sacar la ropa del armario cambia de idea. Pero ¡¿qué feliz soy?! ¡Demasiado! Pero tengo un miedo de la hostia…

Todo el mundo llega corriendo a la puerta de la escuela. Una copia unos ejercicios, otra se despereza con aire somnoliento, otra está turnando con una expresión que no deja lugar a dudas sobre si atravesará aquella puerta o no. Otra, más absurda que las demás, se pone un poco de colorete y no deja de mirarse en el espejito de su ciclomotor. O quiere dar el golpe con su nuevo
look
, o espera poder cobrarse alguna deuda con un golpe bajo. Ella no. Ella se siente más mayor que de costumbre. Camina orgullosa, divertida, eufórica como nunca. Bueno, en el fondo es verdad. De alguna manera, ya ha alcanzado la madurez.

—Olas, ¿estáis preparadas? ¡He encontrado al hombre de mi vida!

—¡No me digas! ¿Qué demonios has hecho?

—¿Y nos lo dices así? ¡Estás loca, explícanoslo todo! ¡Rápido!

Parece como si Olly, Diletta y Erica hubiesen enloquecido. Una deja de copiar, la otra de maquillarse, la última tira su cigarrillo.

—Por eso estabas fuera de cobertura anoche. ¡Va, explica! ¿Lo hiciste? ¿Quién es, lo conocemos? ¡Venga, desembucha, que nos tienes en ascuas! —Olly la coge por el brazo—. Si no nos lo cuentas todo, pero todito todo y de prisa… te juro que se lo digo a Fabio.

Niki no puede creer lo que oye. Se vuelve hacia ella y la mira con ojos como platos.

—¿Qué?

—Lo juro. —Olly se pone los dedos cruzados en la boca y los besa. De inmediato se lleva la mano derecha al pecho y levanta la izquierda, luego, creyendo haberse equivocado, lo cambia todo, se pone la izquierda en el pecho y levanta la derecha. Al final opta por levantar sólo dos dedos de la mano derecha—. Te doy mi palabra. Jo, no sé cómo funcionan estas cosas, pero si no nos lo cuentas todo, cantaré de plano.

—Traidora, eres una sucia traidora. Ok… —Por un momento, parece que va a hablar, pero de improviso se suelta de Olly—. ¡Por culpa de una sucia espía, las Olas quedan disueltas! —Y se echa a correr, riéndose como una loca. Sube los escalones de la entrada de dos en dos y, rápidamente, Diletta, Erica e incluso la misma Olly salen tras ella.

—¡Cojámosla! ¡Rápido, cojámosla! ¡Hagámosla hablar!

Y todas corren a toda pastilla detrás de Niki, escaleras arriba, ayudándose apoyando las manos en la barandilla. Y tiran y empujan, intentando coger mayor velocidad. Luego siguen por el largo pasillo de las aulas. Diletta, que siempre es la que más en forma está de todas, la que no bebe, ni fuma, a la que le gustaría tanto hacer algo pero siempre se acuesta demasiado temprano, en un momento le está pisando los talones a Niki. Olly que es la más rezagada de todas le grita a la amiga:

—¡Plácala! ¡Plácala! ¡Deténla! ¡Tírate… cógela!

Y Diletta lo logra, la agarra por la chaqueta y tira, tropiezan y caen al suelo. Diletta acaba encima y, en seguida, llega Erica que frena y se detiene a un milímetro de ambas; a continuación llega Olly, jadeante, pero no consigue frenar y acaba encima de Erica. Y ambas se caen sobre Niki y Diletta. Las cuatro por el suelo ríen y bromean. Las tres se montan en Niki y le hacen cosquillas intentando hacerla hablar.

—¡Basta, basta! Dios mío, estoy toda sudada. Ya no puedo más. Basta, quitaos de encima.

—¡Primero habla!

—Basta, basta, por favor, que me hago pipí encima, ay, no puedo más, quitaos de encima, ¡ay!

Olly le coge el brazo y se lo retuerce.

—Primero habla, ¿ok?

—¡Ok, ok! —Niki acaba por rendirse.

—Se llama Alessandro, Alex, pero no lo conocéis, es mayor que nosotras.

—¿Cuánto mayor?

—Bastante más mayor…

Olly se le sienta sobre el estómago.

—¡Ay, ay, me haces daño, Olly, ya vale!

—Di la verdad, ¿te lo has follado?

—No, pero ¿qué dices?

Olly le agarra el brazo de nuevo, mientras las otras la sujetan. Olly intenta retorcérselo al estilo de una llave de judo.

—¡Ay, me haces daño!

—Entonces, ¡habla! ¿Te lo has follado o no?

—Un poquito.

—Chicas.

Niki, Olly, Diletta y Erica ven unos zapatos enormes frente a sus rostros. Mocasines gastados pero impolutos. Poco a poco, levantan la vista. Es el director. Se ponen en pie de inmediato, intentando recomponerse un poco. Olly, Diletta y Erica han sido las más rápidas. Niki ligeramente dolorida todavía, ha tardado un poco más.

—Disculpe, señor director, nos hemos caído y, claro, nos ha entrado la risa… Bueno, sí, estábamos bromeando…

—En realidad, me estaban torturando…

Erica, que es la que está más cerca, le da un codazo a Niki intentando hacerla callar, después se hace cargo de la situación.

—Es bonito venir a la escuela con un poco de alegría, ¿no? El ministro de Educación lo dice siempre en su discurso de apertura de curso: «Chicos, no tenéis que considerar la escuela como una aflicción, sino como la ocasión de…» ¿Verdad, Diletta, que lo dice?

—Sí, sí… es verdad —la secunda Diletta sonriente.

En cambio el director está de lo más serio.

—Muy bien. —Mira su reloj—. La clase está a punto de comenzar.

Diletta interviene.

—Pero he visto que no ha llegado la profe de italiano.

—En efecto. Os daré yo la clase. De modo que si sois tan amables de ir hacia el aula, con alegría, por supuesto, evitaremos conversaciones inútiles en el pasillo.

El director echa a andar por delante de ellas hacia la clase. Las cuatro caminan lentamente detrás de esa figura austera. Parecen un poco la gallina con sus pollitos. Olly adopta una expresión como diciendo: «Qué pesado». Pero, por supuesto, lo hace bien oculta por Erica, que camina delante de ella. Luego Olly coge a Niki por la chaqueta y tira de ella.

—Eh, ¿qué significa «un poquito»?

Niki levanta el brazo con exageración y traza con él un círculo.

—Era una broma. «Un poquito» es una manera de decirlo. Fue más de lo que había sentido hasta ahora… y más de lo que podía imaginar… ¡Un sueño, vaya! —Después sonríe, se escapa de ella y entra en clase.

Olly se queda en la puerta y la mira con despecho.

—¡Dios, cómo te odio cuando haces eso! J.A. ¡Jodida Afortunada!

Cuarenta y uno

Alessandro acaba de entrar en su despacho. Se ha vestido particularmente bien. Aunque sólo sea para impresionar, visto que no tiene la más mínima idea de cómo va a presentarse en la reunión de por la tarde con su director, Leonardo. Y, sobre todo, con qué idea.

—Buenos días a todos. —Saluda con una sonrisa a las varias secretarias de la planta—. Buenos días, Marina. Buenos días, Giovanna. —Saluda también a Donatella, la de la centralita, que le responde con un gesto de cabeza y sigue jugando a algo en el ordenador que tiene delante.

Camina lentamente, seguro. Orgulloso, sereno, tranquilo. Sí. Lo que se muestra es lo que se vende. No recuerda bien dónde ha oído esa frase, pero le viene bien ahora. En realidad, se acuerda de otras dos. Primera ley de Scott: «Cuando una cosa va mal, probablemente tendrá aspecto de funcionar bien.» Y ese aspecto es el que Alessandro está intentando adoptar ahora. Pero está también la ley de Gumperson: «La probabilidad de que un suceso ocurra es inversamente proporcional a su deseabilidad.» No. Mejor la primera. Si caminas de prisa, todos se dan cuenta de que la situación se te ha escapado de las manos. Y eso no es así. Todavía sigues siendo el primero, el más fuerte, el dueño indiscutible de la situación. Alessandro decide tomarse un café. Se dirige hacia la máquina, coge de una caja una cápsula monodosis en la que pone «Café Expreso» y la mete en el lugar apropiado. Coloca un vasito de plástico debajo del pitorro. Aprieta un botón verde. El motor se pone en funcionamiento y, poco después, el café empieza a salir, humeante, negro, en su punto. Justo al contrario que su situación. Alessandro controla el nivel del agua y aprieta el «stop». Espera a que caigan las últimas gotas y coge el vaso. Se vuelve y casi están a punto de chocar. Marcello. Su oponente. Está allí, frente a él. Y con una sonrisa.

—Eh, ha faltado poco, ¿eh? ¡A mí también me apetece un café! —Y coge también una cápsula, la mete en la máquina, coloca un vasito debajo y la pone en marcha. Luego le sonríe—. Qué extraño… a veces se desean las mismas cosas en el mismo momento.

—Sí, pero el secreto está en que no sea una casualidad. Debemos conseguir que todos tengan ganas de lo mismo cuando nosotros lo decidamos. Para eso trabajamos…

Marcello sonríe y detiene la máquina. Coge dos bolsitas de azúcar de caña y se las echa, una tras otra, en el vasito. Renueve con el palito de plástico transparente.

—¿Sabes?, ayer presenté mi primera idea.

—Ah, ¿sí?

Marcello lo mira intentando averiguar si de veras no está ya al corriente.

—Sí. ¿No lo sabías?

—Me lo estás diciendo tú ahora.

—Pensaba que Leonardo te habría dicho algo.

—Pues no, no me ha dicho nada.

Marcello toma un sorbo de café. Lo remueve nuevamente con el palito.

—La verdad es que estoy bastante satisfecho con el resultado. Creo que es algo nuevo. No revolucionario, pero sí nuevo. Eso es, nuevo y simple.

Alessandro sonríe. Ya, piensa, pero Leonardo quiere que sea «nuevo y sorprendente».

—¿Por qué sonríes?

—¿Yo?

—Sí, estabas sonriendo.

—No sé. Pensaba en que tú te echas dos bolsitas de azúcar en el café y que yo en cambio lo tomo amargo.

Marcello lo mira de nuevo. Entorna un poco los ojos, intenta estudiarlo, tratando de averiguar qué es lo que esconde.

—Sí, pero el resultado no cambia. Sigue siendo café.

Alessandro sigue sonriendo.

—Vale, pero la diferencia puede ser grande o pequeña.

—Claro, la diferencia es que puede ser amargo o no serlo.

—No, más simple. Puede ser un buen café o bien un café demasiado dulce.

Alessandro termina de tomar el suyo y arroja el vasito a la papelera. También Marcello se toma su último sorbo. Después saborea los granitos de azúcar que se han quedado en el fondo y los mastica. A Alessandro le molesta un poco el ruido que hace. Marcello lo mira. Después se dirige a él con curiosidad.

—Alex, ¿tú cuántos años tienes?

—Cumpliré treinta y siete en un par de meses.

Marcello arroja el vasito a la papelera.

—Yo acabo de cumplir veinticuatro. De todos modos, estoy convencido de que nosotros dos tenemos más cosas en común de lo que te imaginas.

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